Menu

Fargo 2x06-07

"Rhinoceros” / “Did you do this? No, you did it!"

9,6

 

Milo J Krmpotic'

 

¿Cuánto dura un disparo? ¿Cuánto tarda una bala en recorrer la distancia que separa el cañón del arma y su objetivo? Convengamos que poco, entre milésimas y décimas de segundo a menos que estemos hablando en parámetros propios de francotiradores, que no es el caso. El antes, en cambio, por esconder una incógnita, puede amparar eternidades subjetivas, esa vida que discurre en su totalidad de ojos hacia adentro en el plazo de un parpadeo. Y el después, en su torcida y más o menos trágica respuesta, abocará inevitablemente a transitar nuevos escenarios.

 

Pues bien, tales dislocaciones cronológicas y espaciales dieron cuerpo a esta tanda de dos episodios, excelentes ambos, dispares pero a la vez fascinantemente complementarios, sendas demostraciones de que “Fargo” es, con bastante seguridad, la serie más atractiva del momento; una nueva constatación de que, al contrario de lo sucedido con “True Detective”, segundas partes pueden ser no solo buenas, sino superar incluso a sus antecesoras.

 

“Rhinoceros”, según la pieza de teatro del absurdo de Eugene Ionesco, fue tiempo. Tiempo dilatado, silencio y anticipación; esto es, suspense. Del mejor, aquel que invita a no tragar saliva siquiera, no vaya a ser que el ruido de una glotis cerrándose vaya a precipitar los acontecimientos. Dos fueron las secuencias que propusieron duelos propios de Western y tensaron la cuerda durante unos minutos de infarto, dos los enfrentamientos entre un hermano Gerhardt y las fuerzas del Orden: por un lado, Dodd se topó con el sheriff Hank Larsson a su llegada a la casa de los Blumquist; por el otro, Bear tuvo que lidiar con los conocimientos legales del abogado Karl Weathers en su asalto a la comisaría donde se hallaba preso su hijo Charlie. Y esa sucesión, dirigida con pulso de cirujano por Jeffrey Reiner (quien no en vano se formó como montador), además de sumar veinte excepcionales minutos catódicos, representó un agónico paralelismo respecto al absurdo sembrado durante la primera mitad del episodio con los interrogatorios que Larsson y Lou Solverson habían mantenido con las respectivas partes contratantes (y delirantes) del matrimonio Blumquist. Y, aunque la sangre no llegó al río, la sensación de peligro latente e inminente perduró hasta la llegada de los títulos de crédito (que, como novedad, intercalaron una última secuencia a modo de alivio cómico).

 

 

“Did you do this? No, you did it!”, cuyo referente literario no acabamos de encontrar (lo más cercano sería el diálogo que supuestamente mantuvieron un soldado nazi y Pablo Picasso en el estudio parisino del segundo acerca del Guernica), fue en cambio espacio. Espacio ora lleno de ondulaciones, ora atravesado de aristas. Y es que toda la violencia contenida a lo largo y ancho del capítulo precedente se desató desde el mismo pitido inicial, con ese intercambio de golpes asesinos entre los Gerhardt y la mafia de Kansas City que se desarrolló sin apenas comentario. Los muertos se fueron sucediendo (Otto Gerhardt expiró la semana anterior, pero eso no se mostró entonces porque no tocaba) y su tránsito al otro barrio fue resultando tan seco como fugaz (véase la recepción que Milligan dispensó al “Enterrador” y sus secuaces). Con una salvedad: la ejecución de Simone, aterradoramente ilógica (proteger a la familia matando a la familia), a la vez visceralmente bíblica en su voluntad de ojo por ojo fraterno, y que por ello vino precedida de recursos visuales mucho más expresivos de lo que venía siendo la norma (la carretera retorciéndose sobre sí misma, el plano cenital sobre el bosque para que los troncos y sus sombras dibujaran entre sí una rejilla), tal y como amparó una banda sonora contagiada por la distorsión setentera. En contrapartida, la conversación entre Karl Weathers y Betsy Solverson destiló emotividad y demostró la entrañable variedad de registros que posee Nick Offerman. Y, a modo de cierre, un punto de fuga de nuevo cómico en su espíritu picaresco: los Blumquist siguen vivos y haciendo de las suyas. Hasta que el destino los alcance, claro.

 

Bonus tracks:

* El plano de la oficina con el ventanal tras el que aparecen los “limpiadores” resultó sencillo, efectivo, perfecto en su celebración del sutil humor negro marca de la serie.

* Simone: “Esta familia… merece ser enterrada”. A lo que un familiar se aprestará a darle la razón… comenzando por ella misma.

* Y sonó entonces un “Danny Boy” un tanto evidente, pero demoledor gracias al acompañamiento de la pantalla partida, recurso que no deja de darnos alegrías o, como en este caso, escalofríos.

* Milligan: “¿Me estás diciendo que el problema es el capitalismo?”. Y Solverson: “No. La codicia”. Todo ello aplicado, recordémoslo, no a una empresa sino a la mafia.

* Después de oírlo citar a Luis XVI, hubiera sido muy duro perder a Milligan.

* Hank Larsson está obsesionado con los ovnis. ¿Será a través de él que acabarán introduciéndose en la trama?

* “Fargo” tendrá tercera temporada. Si no se convierte en “El Padrino 3”, aplaudiremos con las orejas que Hanzee aún no nos haya cercenado.

 

Milo J. Krmpotic’

Milo J. Krmpotic’ debe su apellido a una herencia croata, lo más parecido en términos eslavos a una tortura china. Nacido en Barcelona en 1974, ha publicado contra todo pronóstico las novelas “Sorbed mi sexo” (Caballo de Troya, 2005), “Las tres balas de Boris Bardin” (Caballo de Troya, 2010), “Historia de una gárgola” (Seix Barral, 2012) y "El murmullo" (Pez de Plata, 2014), y es autor de otras tres obras juveniles. Fue redactor jefe de la revista Qué Leer entre 2008 y 2015, y ejerce ahora como subdirector del portal Librújula. Su firma ha aparecido también en medios como Diari Avui, Fotogramas, Go Mag, EnBarcelona, las secciones literarias del Anuari de Enciclopèdia Catalana

 

milo@blisstopic.com

Más en esta categoría: « The Knick 2x03 Fargo 2x08-09-10 »