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Broadchurch 02x04

Así en Broadchurch como en Sandbrook...

7,3

 

Milo J. Krmpotic'

 

Lo raro no es que Alec Hardy padezca del corazón; lo verdaderamente llamativo es que, a estas alturas, no se encuentre compartiendo con Danny Latimer un negocio de cría de malvas en la fachada marítima de Dorset. Más que más cuando, en el capítulo que marcó el ecuador de la temporada, se las arregló para que los dos peores casos de su carrera confluyeran con sus propias miserias familiares: una esposa a la que ha alejado de sí, una hija a la que apenas ve. Pero, entre tanta tozudez escocesa, asoman resquicios de otro tipo de humanidad, la de naturaleza más falible. ¿Acaso mantuvo relaciones íntimas con Claire Ripley, tal y como vino a sugerir esa noche compartiendo cama de hotel con Ellie Miller? De acuerdo, cada cual es libre de complicarse la existencia como le venga en gana, y al amigo cabe agradecerle que dude de sus propias convicciones: ¿y si Lee Ashworth en realidad no fuera culpable? El muy estético e inquietante plano final sembró en el respetable una duda la mar de atractiva.

 

Había cumplido “Broadchurch 2”, hasta ahora, con las obligaciones de todo retorno que se precie: ofrecer aristas desconocidas en sus viejos personajes y presentar nuevos rostros de carácter, con la dicotomía Jocelyn Knight-Sharon Bishop como activo principal (y con ventaja, de momento, para el personaje de Marianne Jean-Baptiste por un par de cabezas). En ese sentido, la irrupción de Ricky Gillespie (Shaun Dooley) podría interpretarse desde una voluntad efectista, pero su función resulta primordial: mientras el apartado judicial sigue su curso con una sucesión de puntos álgidos inquisitoriales, centrar el criminal en un único sospechoso hubiera atentado radicalmente contra la naturaleza misma del whodunit, ese género en el que la serie se ha movido como pez en el agua. Lee Ashworth agradece sin duda la compañía.

 

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Volviendo a la sala del tribunal, hemos conocido ya a todos los testigos de la acusación y ha llegado, por tanto, el turno de la defensa. Que, ante la imposibilidad de convocar a un acusado que apesta a eau de culpabilité, ha decidido escarbar en uno de los apartados que la primera temporada no acabó de cerrar: la declaración de Susan Wright (Pauline Quirke) involucrando a su hijo Nige (Joe Sims) en el traslado del cadáver del pequeño Danny. Y que me lancen por un acantilado inglés si el tipo no merece que la sombra de la duda vuelva a cernirse sobre su ambigua persona. Algo más allá, este 2x04 dio cuerda también a una bomba de relojería: si, por un lado, asistimos a una rehabilitación íntima de Mark Latimer, que se lleva al bebé a ver la salida del sol para que su mujer pueda dormir y que además pone punto final a la extraña relación que mantenía con Tom Miller, la nueva conversación-paseo entre Bishop y su impagable ayudante Abby (cuyas salidas de tono permiten resituar moralmente a la abogada) apunta a un linchamiento público tan gratuito como de imprevisibles consecuencias. Como dijo aquel, todo empeorará antes de que mejore… si es que mejora: esto es Broadchurch.

 

Bonus tracks:

* Alec Hardy sufre pesadillas y se despierta llorando. En un principio me pareció una reacción un tanto exagerada, pero acabó representando un importante elemento de contraste respecto a la secuencia en la que le explicó a Miller el porqué del elemento acuático que las protagoniza.

* Lucy Stevens, la hermana de Ellie Miller, intentó ganar el juicio ella solita. Me encanta que, en esta serie, el camino al infierno esté siempre pavimentado con buenas intenciones.

* No son tan buenas, claro, las de su hijo Olly, reportero más metomentodo que dicharachero. El chaval hace su trabajo, sí, pero ha habido periodismos menos peligrosos.

* A Claire Ripley le gusta que la aten: ¿para cuándo un libro de E.L. James en su mesita de noche?

Milo J. Krmpotic’

Milo J. Krmpotic’ debe su apellido a una herencia croata, lo más parecido en términos eslavos a una tortura china. Nacido en Barcelona en 1974, ha publicado contra todo pronóstico las novelas “Sorbed mi sexo” (Caballo de Troya, 2005), “Las tres balas de Boris Bardin” (Caballo de Troya, 2010), “Historia de una gárgola” (Seix Barral, 2012) y "El murmullo" (Pez de Plata, 2014), y es autor de otras tres obras juveniles. Fue redactor jefe de la revista Qué Leer entre 2008 y 2015, y ejerce ahora como subdirector del portal Librújula. Su firma ha aparecido también en medios como Diari Avui, Fotogramas, Go Mag, EnBarcelona, las secciones literarias del Anuari de Enciclopèdia Catalana

 

milo@blisstopic.com

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