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American Horror Story 04x04

Edward Mordrake Pt. 2

8,1

 

Héctor Ortega

 

Y al cuarto día resucitó. Después del descalabro de la semana pasada, y contra todo pronóstico, la segunda parte del especial de Halloween nos ha regalado el mejor episodio de lo que llevamos de temporada.

 

Situémonos. La maldición de la noche de Halloween está en curso y Edward Mordrake todavía no ha escogido a su víctima. Para ello deberá conocer antes las historias de los freaks del circo en busca del pasado más escabroso y desgraciado, sólo así saciará el hambre de calamidades de su susurrante y sibilino segundo rostro. De este modo conocemos la historia de la mujer-torso y del hombre foca, ambas ciertamente desalentadoras, pero no lo suficiente. Esto llevará a Mordrake hasta la caseta de Elsa Mars, donde dará al fin con una buena historia.

 

Nos trasladamos a la República de Weimar, la convulsa Alemania tras la derrota en la Primera Guerra Mundial. Poco antes del ascenso de los nazis al poder, el país entero vive instalado entre la incertidumbre y la culpa, y muchos serán los que busquen consuelo en la liberación de sus más bajas pasiones. Es en ese ambiente de depravación sexual donde encontramos a Elsa Mars, convertida en una severa dominatriz en el Berlín de 1932. Pronto irá ganando galones dentro de ese submundo, actuando primero en películas porno y protagonizando después una snuff movie tras la cual acabará con las dos piernas serradas y al borde de la muerte. Esta historia seducirá a ambos Mordrakes hasta el punto de convertir a la estrella marchita en la elegida para el sacrificio.

 

Mientras tanto, en otro lugar de Jupiter, las vidas de Jimmy Darling y Maggie Esmeralda se cruzarán con las de Twisty y su discípulo, Dandy Mott. Y eso sólo puede significar malas noticias. Los dos tortolitos acabarán en las sucias manos del payaso psicópata y estarán a punto de no vivir para contarlo. Pero es entonces cuando Edward Mordrake tiene una corazonada. Justo antes de llevarse consigo a una Elsa Mars que suplica por su muerte, recibe la llamada del payaso y acude para escuchar su historia.

 

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Es aquí cuando asistimos a una de las mejores escenas de la serie: el flashback de Twisty. Sólo entonces entenderemos que era un payaso normal y que los niños le adoraban, por este mismo motivo levanta envidias entre sus compañeros de circo. Cansados de su éxito difaman contra él y, falsa acusación de pederastia mediante, consiguen sacarlo de en medio. Twisty recala en Jupiter pero allí tampoco encuentra su lugar, hasta el punto de intentar suicidarse y desfigurarse por completo la mandíbula (mención aparte para el equipo de maquillaje y efectos especiales por su gran trabajo de caracterización). A partir de ese momento se convertirá en el monstruo que es ahora, aunque él piense que sigue haciendo lo mejor para los niños. De este modo conmoverá a un Mordrake que se lleva su alma y deja su cuerpo sin vida tirado en el suelo. No será otro que Dandy Mott el que coja su relevo (y hasta su máscara) para seguir sembrando el terror en el papel de villano principal. Así perdemos de forma prematura a uno de los personajes que ya formaban parte de la pequeña mitología de “American Horror Story”, y esperemos que la serie no se resienta a partir de ahora gracias a la aparición de nuevos personajes que están por llegar (y que darán bastante que hablar). Cerrando este arco argumental hemos visto también cómo se le daba profundidad a un personaje que hasta el momento era pura caricatura.

 

En esta ocasión no hemos tenido número musical pero sí tiempo para una emotiva –que no forzada– escena de acercamiento entre los freaks y los aldeanos, y para la llegada de Stanley, el estafador compinchado con Maggie Esmeralda, que parece dispuesto a desplegar todas sus malas artes.

 

El mejor capítulo de la temporada, decía. Porque en toda narración tan importante es lo que se cuenta como cómo se cuenta, y estos 45 minutos de televisión son una pequeña obra de arte. Por el afortunado uso de la analepsis, por una cinematografía exquisita donde cada plano es un regalo para el espectador, por la tensión y el ritmo logrados, por funcionar como un reloj de inicio a fin. Que así siga.

 

Héctor Ortega

Héctor Ortega (Reus, 1979). De un modo u otro la música siempre ha estado presente en su vida. Quizá el primer recuerdo sea el de Horacio Pinchadiscos y Teresa Rabal sonando en el comedor de su casa. Más tarde ya llegaron los cassettes de Iron Maiden y Megadeth y algo después la primera guitarra clásica con la que simultanear las clases de solfeo con el aporreo torpe de los acordes de Nirvana. Y luego ya los primeros grupos en Reus y el posterior traslado a Barcelona. Una vez allí, a la labor de escuchar y de tocar se sumó la de escribir, ya fuera en el Fanzine Chuck Norris, en Muzikalia o en las páginas de Mondo Sonoro. Y así hasta nuestros días, donde compagina la labor de tocar en bajo en la banda Sons of Woods con la eterna búsqueda de esos discos que le sigan poniendo la piel de gallina. 

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