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Neruda

Pablo Larraín

Chile, Francia, España y Argentina 2016

8,5

 

Tariq Porter

 

A pesar de que Pablo Larraín siempre ha sido –así lo revelan sus películas– un realizador muy preocupado por la estética, no puede decirse que sea un maníaco del detalle. En su obra se pueden ver siempre costuras y saltos de punto, errores de raccord o de luz que por instantes expelen al espectador de una ficción que, casi siempre, resulta fascinante. En “Neruda”, esto pasa más que nunca. Por un lado, en varios momentos el director chileno se permite poner en entredicho el pacto de ficción entre la película y el público con negligencias que, en ocasiones, se antojan premeditadas y, en otras, accidentales. Por el otro, posible causa de lo primero, propone una narración de muchas capas en la que la superficie es la menos importante.  

 

Por eso, si tuviéramos que definir con un solo adjetivo lo (pen)último de Larraín, éste sería complejo. “Neruda” es una película que goza de un extraordinario texto de base y una traducción al lenguaje audiovisual que la corresponde, procurando alejarse siempre de planteamientos esteparios y conservando su romance con los desniveles andinos, masas de ideas, sensibilidades, discursos y debates graves que, sin duda, enriquecen a un país –Chile– condenado a la división. Por esta misma división, el narrador escéptico es siempre positivo, generador de pensamiento crítico y azote de mitificaciones. En “Neruda”, guion mediante, el director prosigue hablando del poeta con severidad, concediéndole el aura y el carisma pero no así la gracia del elogio acérrimo. Por el contrario, expone a un artista lleno de contradicciones en un momento de inestabilidad personal y social que es apenas un episodio de su singular vida, discutiendo su papel en la política chilena así como su compromiso con el comunismo que predica y, de paso, la mujer que lo ama.

 

 

Pero incluso así, ese personaje que quizás por rigor, quizás por despechada admiración, se representa altivo y hasta un punto antipático, resulta al fin grandioso. Y su sombra, claro, es alta como la del ciprés. Lo es para el director, que no puede más que rendirle velada pleitesía, y lo es para el pequeño gran némesis que encarna Gael García, que a su lado es un arbusto al mediodía. Éste, agente Peluchonneau, persigue y recita en off mientras Neruda hecho ficción avanza hacia el culmen de su Canto general. Y en esa persecución es donde rae la lírica de una película que, sin ella, carecería de sentido: ¿para qué hablar de un poeta si no importa la poesía? Acierta Guillermo Calderón –guionista– y acierta Larraín, para los que el rastreo del quimérico antihéroe es hermoso por romántico; símbolo del voto por unos ideales que, sin oportunidad, anhelan ser digna oposición a los que exhala cada verso del rapsoda más célebre del país, permiso de Parra y Mistral. Pero claro; el arte siempre gana.

 

Aciertan Calderón y Larraín, acierta de nuevo Sergio Armstrong y también Federico Jusid con portentosas fotografía y banda sonora, respectivamente, acierta Luis Gnecco interpretando excelso al Premio Nobel, y acierta Mercedes Morán, que en el papel de Delia del Carril se adjudica la mejor escena de la película en un momento que combina una densísima intensidad interpretativa con la llave de la obra, epicentro del terremoto, cine.

 

Tariq Porter

Tariq Porter Astorga (Barcelona, 1988). Licenciado en Bellas Artes en la Universitat de Barcelona y Master en Ficción en Cine y TV en la URL. Ha criticado cine gozosamente en TuPeli o la Revista Mabuse y sigue haciéndolo en Serra d’Or y Blisstopic. Ha trabajado –aún con gozo– en los festivales chilenos Femcine y Fidocs, y sigue haciéndolo en la Acadèmia del Cinema Català y, como programador, primero en el CCCB y actualmente en el Festival de Cinema de Menorca. Escribe harto y pretencioso y lo intenta también con el guión. A ver qué.

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