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CenicientaKenneth BranaghEE.UU., 2015 4
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No será menester, más tampoco sería reprobable, emprar un léxico boyerístico en mi bitácora de observaciones sobre este clásico mal nombrado Disney y sin embargo perteneciente al imaginario de Charles Perrault y los Grimm, esos hermanos que sin quererlo ni beberlo han sido instigadores hasta el día de hoy del cine infantil más exportado del mundo. Nótese la be alta en mi término inventado, en referencia al crítico del país por antonomasia y al que todo cineasta sin excepción inspira fobia, ya sea por sus incendiarios pareceres o por su expresión inclemente, sin miedo al coloquialismo más grueso ni a la descalificación más bruta.
Podría, como decía, usurpar temporalmente su estilo para hablar de “Cenicienta” sin sentir angustia alguna, pues de mis palabras no depende ni un céntimo su recaudación: ésta se antoja cundidora como un potaje en verano. Lo cierto, no obstante, es que la propuesta de Kenneth Branagh, antaño hacedor de destacables shakespeares audiovisuales, merece una crítica inversamente proporcional a la cantidad industrial –aquí el adjetivo no es baladí– de cursilería que cada uno de sus fotogramas desprende. El director británico se deshace de la animación pero no así del texto de su predecesora, conservando la historia casi intacta del clásico de 1950 y lejos, muy lejos, de casos como la triple e interesante relectura de “Blancanieves” que el 2012 trajo a nuestras salas de las manos de Tarsem Singh, Rupert Sanders y Pablo Berger.
Quizás sea precisamente la sombra del clásico, dirigida por nada menos que tres directores y escrita –atención– por hasta siete guionistas, la que llevó a tomar la decisión a la productora de desoír las afecciones argumentales de su paciente para tratarlo únicamente con una yerma cirugía plástica. Consecuencia: ausencia de materia gris, cutis impolutos y el neobarroquismo más atroz. Su propuesta estética resulta ser un altar kitsch sin parangón con cúspides churriguerescas de muchos quilates. Desde el primer minuto empieza el desfile de estampas, carne de bazar oriental –la película, ya estrenada en la China, arrasó en taquilla– y digna pieza para las paredes de un motel, con mención especial al carruaje-calabaza: es-pec-ta-cu-lar.
Ninguno de sus actores salva tampoco la función. Ni Lily James desflorándose ante el gran público, emulando a Mia Wasikowska en “Alicia en el país de las maravillas” (Tim Burton, 2011), ni la severa madrastra Cate Blanchett, ni el jugador de tronos Richard Madden, ni Helena Bonham Carter haciendo exactamente lo mismo que hace siempre, demostración última del irracional miedo al riesgo de la producción. La “Cenicienta” de Branagh, en definitiva, no es magia; sólo industria. La rosquilla más pomposa del Dunkin Donuts; un Versalles de plástico concienzudamente diseñado para que niñas disfrazadas de princesa se paseen esperando que un príncipe buenorro las rescate de su errar. Eso sí, los vestidos son muy bonitos <3.

Tariq Porter
Tariq Porter Astorga (Barcelona, 1988). Licenciado en Bellas Artes en la Universitat de Barcelona y Master en Ficción en Cine y TV en la URL. Ha criticado cine gozosamente en TuPeli o la Revista Mabuse y sigue haciéndolo en Serra d’Or y Blisstopic. Ha trabajado –aún con gozo– en los festivales chilenos Femcine y Fidocs, y sigue haciéndolo en la Acadèmia del Cinema Català y, como programador, primero en el CCCB y actualmente en el Festival de Cinema de Menorca. Escribe harto y pretencioso y lo intenta también con el guión. A ver qué.