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MommyXavier DolanCanada, 2014 8,5
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Que nos digan que Xavier Dolan es el nuevo niño prodigio del cine canadiense ya no es ninguna novedad. Yo añadiría que lo es también del mundo entero. Debutó con 19 años y a los 25 ya ha ganado el Premio Especial del Jurado del Festival de Cannes 2014, “ex aequo” con toda una leyenda del cine, el director francés Jean-Luc Godard. A Dolan parece que lo amas o lo odias. No hay término medio. Probablemente, ni sus más fervorosos oponentes pueden negar sentir cierta envidia de este actor, director, guionista, productor y montador que, en ocasiones, también se encarga de la concepción del vestuario, entre otras cosas.
Dolan sacudió el panorama cinematográfico internacional en 2009 con “Yo maté a mí madre”. Su debut, abiertamente autobiográfico, que se proyectó en la Quincena de Realizadores de Cannes donde consiguió tres premios, narraba la conflictiva relación entre un adolescente gay y su madre. La promesa se confirmó rápidamente con su segundo trabajo, “Los amores imaginarios”, que inauguró la sección “Una cierta mirada” del mismo festival francés. En esta ocasión, tres amigos íntimos se veían involucrados en un triángulo amoroso, en lo que era una especie de “Jules y Jim” de nuestro tiempo. Con “Laurence Anyways”, su tercera por película, compitió en la misma sección del certamen galo y consiguió el galardón a la mejor actriz. Se trataba de su proyecto más ambicioso, una historia de amor apasionada, trágica e imposible sobre la identidad y la transexualidad de casi tres horas y cuya acción se desarrollaba durante una década. Con “Tom à la ferme” (presentada en Venecia), Dolan cambió de registro y nos ofreció un drama que derivaba en un thriller turbio, inquietante y, otra vez, impresionante.
Desde su primera película, Dolan ha hablado del amor, la adolescencia, la inadaptación, la homosexualidad y la transexualidad. Pero si hay un tema que parece inspirarle más que ningún otro es el de la figura materna. El canadiense insiste en “Mommy”, al igual que en su ópera prima, en contarnos una tumultuosa relación materno-filial. Aquí, la de una viuda que debe hacerse cargo de su problemático hijo de 15 años que sufre un trastorno por déficit de atención con hiperactividad. Madre e hijo se esfuerzan para encajar y llevar su obligada convivencia lo mejor posible, pero todo cambia con la llegada de una nueva vecina, con la que los dos se llevan muy bien (Suzanne Clément en la que es su tercera colaboración con el quebequés). También repite con Anne Dorval, la misma actriz que ya hacía de madre en “Yo maté a mí madre”.
A pesar de que los detractores de Dolan le acusan a menudo de ser demasiado excesivo, inconsistente y pretencioso, en su quinta película el director amplía, refina y mejora su universo. Es obvio que simplicidad y contención no van con él. Pero su estilo, en estos cinco años, ha evolucionado y madurado dando como resultado un trabajo desnudo, desgarrador, y sobre todo, sorprendente. Dolan limita su radio de acción, no sólo en términos formales y narrativos, también disminuye el ancho de cuadro, hasta una inusual relación de aspecto de 1:1, lo que significa que la imagen es más cuadrada, incluso, que el de las televisiones tradicionales, que es de 4:3. Con esto, lo que consigue es enmarcar y encerrar los personajes en un espacio restringido donde no hay lugar para distracciones. Ellos son el centro de todo. Hay un momento extraordinario, exactamente a la hora y diecisiete minutos de metraje, en el que el actor Antoine-Olivier Pilon empuja los límites del formato hasta ampliarlo a pantalla completa, pasando del vertical al habitual panorámico horizontal. Es una secuencia imborrable y luminosa, de auténtica alegría, una explosión estética y emocional, donde el chico, patinando mientras suena el “Wonderwall” de Oasis, parece flotar de felicidad contagiando al espectador esas ansias indomables de libertad. Dolan ya jugó con el formato en “Laurence Anyways” y, aunque hay que valorar su atrevimiento al hacerlo, no significa que siempre funcione. Todo lo contrario. Al final, acaba aprisionando no tanto al personaje en el encuadre, sino al propio espectador.
“Mommy” es un retrato angustiante, desbocado y magnético sobre la recuperación del amor materno y la búsqueda de un espacio de libertad con el que Dolan sigue demostrado un estilo muy personal. Un cineasta precoz con talento, ganas y capacidad de comerse el mundo. ¿Arrogante? ¿Narcisista? Probablemente tan egocéntrico como el mismo Godard, otro autor con voz propia, con el que compartió ese prestigioso premio del Jurado en Cannes. Quizá sea una señal porque Xavier Dolan también va camino de convertirse en uno de los grandes. No tengo ninguna duda.

Marta Armengou
Marta Armengou (Barcelona, 1976). Licenciada en Comunicación Audiovisual por la Universidad Ramon Llull. Crítica de cine. Llevo 15 años trabajando en el ámbito de la cultura en general y del cine en particular. Actualmente, dirijo el programa cinematográfico "La Cartellera" de BTV. Durante cinco años fui Jefa de Cultura de los Informativos de Localia TV. También he ejercido de redactora en diversas publicaciones y de realizadora y guionista de programas para TVC o La2.