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El hijo del otroLorraine LévyFrancia, 2012 6,5
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A veces, las películas reflexionan sobre los conflictos más graves del mundo y sobre sus posibles soluciones con más empeño de lo que, por desgracia, suele hacer la comunidad internacional. A pesar de las estrategias de mediación, de todos los llamamientos de paz y los múltiples intentos de reconciliación, el conflicto árabe-israelí sigue siendo el cuento de nunca acabar.
Lorraine Lévy convierte la ficción en la mejor arma para combatir lo que la realidad no puede. "El hijo del otro" es un cuento y, como la mayoría, acaba bien. No se trata de una historia sobre la guerra, sino sobre la paz. La cineasta francesa cree ciegamente que el diálogo, la concordia y hasta la amistad entre distintos es posible.
El arranque de "El hijo del otro" es muy parecido al de la reciente "De tal padre, tal hijo" de Hirokazu Kore-eda (2013). Allí, era un matrimonio cuyo bebé había sido intercambiado al nacer. El error era descubierto seis años más tarde y la pareja debía tomar la decisión de recuperar a su hijo biológico o seguir criando al mismo que hasta ese momento. En "El hijo del otro" encontramos otro caso de intercambio de bebés, sólo que ambientado en el que se considera el conflicto más largo de la historia contemporánea. Un joven israelí, que se hace unas pruebas médicas para entrar en el ejército, descubre que no es hijo biológico de sus padres. Al nacer, en medio de la guerra, fue intercambiado accidentalmente por el bebé de una familia palestina que vive en los territorios ocupados de Cisjordania.
El intercambio fortuito de dos niños al nacer es un tema recurrente en el cine. Con el agravante de que "El hijo del otro" transcurre en una de las zonas más inseguras del mundo, un contexto que el séptimo arte también se ha encargado de retratar varias veces desde prismas muy diferentes. Pero, si bien el drama que se nos presenta es doble, la directora Lorraine Lévy, coautora del guion junto a Nathalie Saugeon, se decanta por el entendimiento entre los pueblos desde una óptica marcadamente optimista y positiva.
El film de Kore-eda y el de Lévy tienen el mismo punto de partida y algunas que otras coincidencias, pero las diferencias más evidentes las encontramos en la edad de los chicos, que aquí son mayores de edad y, por lo tanto, más conscientes de lo que pasa, y en el delicado entorno sociopolítico, dominado por el miedo y el odio. El mundo se derrumba alrededor de estas dos familias al conocer la noticia. Lévy explora el rechazo, la duda, la pérdida de identidad y los prejuicios de raza y religión. Las dos familias deberán intentar superar esas barreras en sus vidas a través de la comprensión, la amistad y la reconciliación. Un camino que no será igual de fácil para todos. Para los padres, es una verdad insoportable. Su sufrimiento los paraliza. Las madres, aunque también padecen, en seguida se adaptan. En cambio, los dos chicos, pese a que tienen que lidiar con una evidente crisis de identidad, son los que menos tardan en acercarse. Con todo esto, la directora deja bien claro que los jóvenes encarnan la esperanza de aquel país para acceder a la paz.
El tercer largometraje de la cineasta, que debutó en 2004 con "La première fois que j’ai eu 20 ans", al que le siguió "Mes amis, mes amours" en 2008, tiene lugar en uno de los conflictos geopolíticos más importantes del presente. Lévy lo aprovecha para convertir el film en un canto a la esperanza, lo que pretender es transformar el rechazo en integración, intentar superar los recelos y los prejuicios para conocer el otro porque es la única manera de descubrir que es más lo que nos une que lo que nos separa.
Bordeando con aplomo el dramatismo y el sentimentalismo, la película nunca adopta un tono sensacionalista ni maniqueo (salvo por un incidente violento y gratuito en la playa en la parte final). Sin llegar a ser blanda, el discurso de "El hijo del otro" está lleno de buenas intenciones y de un espíritu conciliador. Tiene un fuerte componente didáctico, pero no pretende pontificar ni adoctrinar. Lo que se agradece. Se trata de una propuesta reconfortante, sin demasiadas sorpresas ni giros inesperados, pero que resulta convincente, aunque sea demasiado previsible y, el final, algo discreto. Lo mejor, el reparto, empezando por los jóvenes (Jules Sitruk y Mehdi Dehbi) y el hecho de conseguir que el espectador salga del cine más feliz, aligerado y esperanzado que antes de entrar.

Marta Armengou
Marta Armengou (Barcelona, 1976). Licenciada en Comunicación Audiovisual por la Universidad Ramon Llull. Crítica de cine. Llevo 15 años trabajando en el ámbito de la cultura en general y del cine en particular. Actualmente, dirijo el programa cinematográfico "La Cartellera" de BTV. Durante cinco años fui Jefa de Cultura de los Informativos de Localia TV. También he ejercido de redactora en diversas publicaciones y de realizadora y guionista de programas para TVC o La2.