Adrià Puntí a L’Auditori
15/04/2016, L’Auditori, Barcelona
7,8
Texto Marc García
Fotos Ferran Martínez
Durante una década larga, ver a Puntí (al principio Adrià, luego Josep, por fin Adrià de nuevo) sobre los escenarios se convirtió en un placer escaso; y el sustantivo “placer” emerge no sin titubeos, por cuanto se convirtió también en un deporte de riesgo. Su prolongada travesía del desierto discográfica acabó por entregar hace unos meses el fruto tan largamente esperado, y la sorpresa es que este fruto (doble: el álbum “La clau de girar el taller“ y el libro-disco “Enclusa i un cop de mall“) rayó a un nivel que quizá ya no esperaban tantos: el díptico de retorno de Puntí se alinea junto a su obra anterior, “Maria“, para conformar una dupla en la que la madurez muestra su mejor cara (serena y sabia, pero nunca acomodada), y en la que el instinto melódico se aquieta, perfila y redondea tras los espasmos eléctricos abruptos que sacudían “Pepalallarga i…“ y “L’hora del pati“. Desde su publicación, y aún un poco antes, se ha convertido Puntí en un habitual de la escena de conciertos catalana, y su práctica ubicuidad ya no viene acompañada de sobresaltos.
Los que hubo el viernes en el Auditori en su segundo concierto en un mes, pensado esta vez como una velada especial de guión libre destinada a presentar “Enclusa i un cop de mall“, fueron casi anecdóticos, fruto de una excentricidad medida y autoconsciente (que no impostada) que iba de acuerdo con el aire de reunión informal de amigos que presidió el concierto, injertándolo de abundantes brotes de humorismo y sometiéndolo a ocasionales discontinuidades, a veces simpáticas, otras —cabe decirlo— un poco inanes, nunca determinantes en exceso.
La disposición del escenario, con canapé rojo y teléfono autoreferencial del mismo color a la derecha, y la introducción del concierto, con la megafonía emitiendo un mensaje de aviso en que Puntí se transmutaba de nuevo en el locutor radiofónico que sirve como hilo conductor de las piezas de “Enclusa i un cop de mall“, parecían prometer un espectáculo con una dimensión teatral que acabó por difuminarse pronto. El arranque de la noche, con todo, nos ofreció algunos de sus mejores momentos: los que correspondieron a Puntí, solo con su guitarra acústica, entregando tomas detallistas, precisas, leves y líricas de piezas como “La clau de girar el taller“ o “Senyor Doctor“, esta última ejecutada entre paseos parsimoniosos por el escenario con la ayuda de una armónica vanmorrisoniana.
El tercer tema de la noche, “Tornavís“, con Puntí reubicado en el piano, propició la introducción progresiva del resto de los miembros de la banda, solvente y enérgica aunque no particularmente matizada: batería habitualmente bombástica, guitarra eléctrica límpida y protagónica, un bajo eléctrico que se alternaba con un contrabajo cuyos pellizcos esqueléticos dotaron de elegancia a algunos de los temas destacados de la noche y un saxo, a veces sugerente y otras más convencional, que se iba intercambiando con los teclados. Todos ellos fueron añadiéndole contundencia a la toma en tiempo real, en un juego de dinámicas (de lo reposado a lo expansivo, del miniaturismo a la grandeza) que se convertiría en recurrente, subrayando los dos polos de tensión del repertorio y del concierto. Un concierto que, tras una jazzy jam que Puntí definió como un ejercicio (uno un tanto escolar, vale decir) y que supuso el primer remanso de la noche, nos permitió apreciar algunos registros e influencias del de Salt que siempre resultan más perceptibles en sus directos: su querencia por Neil Young, en la rocosa, monolítica “Jeu” (he ahí esas líneas melódicas, esos trenzados de guitarras prolongados e insistentes y hasta esos balanceos paquidérmicos) y sus gruñidos vocales tomwaitsianos en “Taxi” (que arranca con una figura de guitarra casi calcada del inicio de “Tango Till They’re Sore” y, sin cesar de guiñarle el ojo al manual de estilo de Marc Ribot, abreva en las mismas rítmicas entrecortadas que están en la base de “Swordfishtrombones” y “Rain Dogs”). “Tarda d’agost”, con su ritmo dulce y ensoñador, casi de canción de Navidad, brilló propulsada por las escobillas y un saxo envolvente, y, tras otro receso para regalarle a Lluís Costa, el guitarrista, su vino preferido con motivo de su cumpleaños y lanzar desde el canapé algunos comentarios jocosos e intransferibles, amén de onomatopeyas, imitaciones, interrogantes y apelaciones a la participación del público, el recital se encaminó hacia su recta final con tomas abiertas y emotivas de piezas de estreno (con una notable “El boig del telèfon roig” en cabeza, y con “La prova del nou” recontextualizada por su autor a la luz de los papeles de Panamá y puntuada de unos cuantos “visca Catalunya” de voluntad y ánimo indescifrables), además de rescates esquivos (el “Tocayo” incluido en “La columna de Simeón”, uno de los dos discos en castellano que llegaron a grabar los Umpah-Pah, y revisado en “Enclusa”) o prácticamente inéditos (un “Maria” incrustado de elegantes detalles de teclado que Puntí desempolvó de nuevo tras haberlo arrancado de su prolongado ostracismo en directo hacía apenas unos días en el Teatre Municipal de Girona). En los bises, el ritmo festivo y destartalado de la irreverente “Fill de presons”, un “Sí” pletórico y perennemente misterioso (con un colofón en forma de baile), la icónica “Ull per ull”, que cantó sentado al borde del escenario, y una relectura en idiosincrásico y bienhumorado catanglish del “On the Nickel” de Tom Waits: 150 generosos y un tanto irregulares minutos de música de un Puntí progresivamente desaforado, paródico y charlatán, que quiso plantear una velada libre, lúdica, cómplice y relajada, en clave voluntariamente menor pero no exenta de momentos de un muy particular brillo. Una velada que rubricaba proclamando, por megafonía de nuevo, su intención de volver y su deseo de que el espectáculo hubiera contribuido a la mejor comprensión de su obra: culterana y verbosa, lírica y escurridiza, por suerte esta sigue siendo el más sugestivo de los enigmas.

Marc García
Marc García (Barcelona, 1986). Licenciado en Humanidades (UPF) y Teoría de la Literatura y Literatura Comparada (UB). Ha colaborado en medios como Quimera, Qué Leer, numerocero, Revista de Letras, Hermano Cerdo, The Barcelona Review o Panfleto Calidoscopio. Trabaja como editor de mesa, y es también corrector, redactor, traductor y lector editorial.