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Ultimate Painting Grun

Primavera Club 2015 Crónica

23-24-25/10/15, Varios Recintos, Barcelona

 

Textos Javier Burgueño, Half Nelson y Sergi de Diego Más

Fotos Javier Burgueño y Grun

 

Todo festival que se precie tiene alguna característica que lo hace único y especial a su manera. El Primavera Club, hermano pequeño del gigantesco Primavera Sound, hace años que busca la suya y parece que por fin se siente cómodo con el rol que ha ido adoptando los últimos años. De la réplica en miniatura del festival padre de los primeros años (y bien que lo disfrutamos, muchos todavía recordamos el memorable concierto en solitario de Jeff Tweedy en el Auditori del Forum o la actuación del añorado Mark Linkous con Sparklehorse) a la expansión por salas pequeñas de la ciudad convirtiendo las agendas de los espectadores inquietos en gincanas musicales, hasta llegar a su actual encarnación convertido en explorador en busca de bandas a punto de dar el salto, buscador de pequeñas joyas escondidas, heredero en parte del espíritu del desaparecido Tanned Tin.

 

Holograma Javier Burgueño

 

Viernes 23

La primera jornada empezó removida, poco antes de comenzar las actuaciones, la guardia urbana se presentaba en el Teatro Principal, una de las cuatro salas en las que se debían realizar los conciertos, y lo clausuraba. La pérdida de una de las salas provocó, como es natural, desconcierto y confusión durante los primeros momentos, pero la organización actuó rápidamente recolocando y reordenando las bandas entre las otras tres salas, consiguiendo no anular ninguna de las actuaciones. Con la nueva ordenación el Teatro Latino quedó aislado del resto del festival, una isla alejada en la que las primeras bandas tuvieron la suerte de recoger al público todavía despistado por los cambios. Entre la confusión y la oscuridad de la sala asomaron las coletas de Agnes Gryczkowska, cantante del ¿he dicho oscuro? trío de pop electrónico NAKED. Desasosiego y aires post-punk al servicio de la voz y la presencia de Gryczkowska. La sala Apolo nos reclamaba con lo que quedó pendiente para una próxima ocasión ver sobre el escenario el prometedor proyecto en solitario de Angel Deradoorian. Al llegar al Apolo nos esperaba el post rock atmosférico y planeador de Astralia, precisos y evocadores, nos llevaron en volandas hasta el final de la actuación.

 

Cristobal And The Sea Javier Burgueño

 

Mientras tanto, en las catacumbas (para ser más exactos, en la planta baja), el metal más siniestro dominaba la sala [2] de la mano de Barbarian Swords, Bell Witch y sobre todo unos Monarch! opresivos y angustiantes que no dejaron tiempo para el respiro. Y mientras el doom reinaba en los bajos en la parte superior el hedonismo y la diversión se imponían, Formation jugaban a ser la versión juvenil de LCD Soundsystem y Roosevelt mostraba suficiente descaro, desparpajo y buen hacer como para pensar que las comparaciones con Hot Chip o Caribou tal vez no sean tan exageradas. Cambiando por última vez de sala, las circunstancias le dieron la vuelta a las palabras de la biblia y por esta vez no fueron “los últimos los primeros” sino que los programados los primeros en el Teatre Principal acabaron siendo los últimos de la noche en tocar: Cristobal and the Sea sacaron una sonrisa al personal con su pop tropicalista y multicultural mientras que Holögrama demostraron que su puesta al día del krautrock es algo muy pero que muy serio. Javier Burgueño

 

Monarch Javier Burgueño

 

Jessica Pratt Javier Burgueño

 

Sábado 24

No se puede negar el gusto por la teatralidad y los espacios dramáticos a la organización del Primavera Club. La elección que realizan de los escenarios es un valor añadido polvoriento y romántico para grupos y asistentes. Si en anteriores ediciones habíamos podido disfrutar del Casino l’Aliança de Poblenou, la Sala Barts (antiguo Studio 54, perdónenme los jóvenes del lugar) o el Marula Café, el Teatro Latino se erigió el sábado en perfecto acompañante del más remozado y ordenado Apolo (otro teatro).

 

Un aire de cierta clandestinidad y amateurismo espacial extraño que casa perfectamente con el cartel y filosofía del festival: “No hay banda en el Club Silencio” sería una cita de acompañamiento perfecta para la jornada del sábado, que daba inicio precisamente en el Teatro Latino con Hazte Lapón y su pop ligero y psicotrónico. Una lástima que los ácidos juegos de letras de Manuel González Molinier y Saray Botella no lograran derrotar totalmente la capa polvorienta de la acústica del recinto, siempre mejor en el fondo sur, aunque como nota a pie de página quepa reseñar la verborrea olímpica que se practicaba en la barra, entre cervezas y cava, y que también sufrió, a pesar de las continuas quejas del respetable, la californiana Jessica Pratt y su folk antihistamínico contra ácaros, que supo recorrer con clase y voz extrañamente nasal y aguda (me repito en el epíteto, así que concluiré que es éste el festival de lo extraño) territorios georreferenciados en bares, moteles, teatrillos de mala muerte, recorridos en otras dimensiones por Hope Sandoval, Nico, Chris Isaac o incluso la tan llorada Trish Keenan de Broadcast.

 

Fraser A Gorman Javier Burgueño

 

La fiebre subía, parte del público se acomodaba en las butacas de los laterales de la sala en actitud onanista, quizás esperando el masaje automático de los asientos mecánicos en las estaciones de servicio de las autopistas. Nada más lejos de la realidad. Desde allí no observaban ni la voz de Jessica ni preciosa camiseta amarilla banana que de la Velvet Underground vestía Fraser A. Gorman, una versión clonada y australiana de Ira Kaplan, difícil cabellera incluida, desenfadada y poprockera, que se presentaba en formato trío y acababa mejor que empezaba, sustituyendo la simpatía inicial por método y melodía. Hay material en este chico y en los temas de su “Slow Gum” (Milky Records, 2015).

 

Disparados hacia la temblorosa sala 2 del Apolo, allí íbamos a asistir a dos de los grandes conciertos de la jornada y, probablemente, del Festival: Blood Quartet nos trasladaban a los neoyorquinos años setenta, una suerte de new no wave comandada por el clásico y veterano y sencillo y complejo Mark Cunningham (componente de Mars) a la guitarra y trompeta, y los barceloneses, y no por ello menos peligrosos, Murnau B. De la composición aparentemente aleatoria, del intercambio de posiciones e instrumentos sobre el escenario, del freejazz nihilista nacía un discurso extremo, un subterfugio. También hay punk cacofónico en esas melodías, bajo esa superficie, en esa pigmentación nocturna y oscura con ecos que ya puestos tan bien supo aprovechar Evan Caminiti para disparar de forma expansiva burbujas mínimas de sonido que explotaban rítmicamente sobre nuestras cabezas y oídos, sin saber ya por dónde eran atacados. Dos grandes conciertos que lamentablemente no superaron la media hora de duración, algo seguramente mejorable y revisable.

 

Mike Krol Javier Burgueño

 

Más fácil lo tenían en la plaza mayor, la sala grande del Apolo, el estadounidense Mike Krol, quien apareció ataviado junto a su banda con uniformes policiales, no sabemos si imitando los disfraces de Eels o de Loca Academia de Policía. El caso es que aquello no era un bar llamado La Ostra Azul, y el envoltorio, más allá de la risotada inicial, poco o nada ayudó –al menos a este cronista– a que su propuesta musical, directa y sin concesiones, es cierto, pasara sin pena ni gloria a pesar de las ganas de la audiencia, quien decidió mover el esqueleto y practicar un postmoderno simulacro de pogo. Coitus interruptus con lo que, de vuelta al subterráneo uno va y se encuentra, ajeno a todo ello, a Ren Schofield y su proyecto Container: pistones de techno y feedback, loops, zumbidos y ruidismo con matrícula de Detroit. Claro, era aquello lo que se bailaba en la sala de arriba, aquel otro mundo en el que, otra vez de vuelta por la escalera y entre estornudos casi electrónicos, Golden Teacher se marcaron el tercer gran concierto del día (y la noche), una comunidad tribal sobre el escenario, fiesteros, bailongos, percusivos y complejos, una simbiosis nocturna de las juergas de James Murphy y !!! que mantuvieron una hora entera de ritmos metronómicos y complejos que iban más allá del mero goce sobre la pista de baile. Extraños (je je) y excelentes. Sergi de Diego

 

Lubomyr Melnyk Grun

 

Domingo 25

Para empezar la perezosa jornada del domingo nada mejor que la energía desbordada de los ampurdaneses Cala Vento. Joan y Aleix, con tan sólo voz, guitarra y batería, abrieron fuego con su contagioso pop eléctrico y saltarín a medio camino entre Sugar y Nueva Vulcano con letras algo bisoñas, pero efectivas. Mucho más convincentes que en su maqueta “Rossija” (2014): que entren a grabar ¡¡ya!! La arriesgada propuesta de Ensemble Topogràfic se plasmó maravillosamente sobre la platea del Apolo. El ambient al mismo tiempo electrónico y eléctrico (con reflejos del tenebrismo de Mogwai) de la banda del Delta de l’Ebre tuvo su razón de ser en las evoluciones de la bailarina Anna Hierro, no tanto en el sentido de interpretar la música, como de interactuar con los sonidos que Carlos Martorell y Andreu Garcia extraían de sus instrumentos. Su valentía merece no quedarse ahí, deben de ser aún ambiciosos. De nuevo en la La 2, Jilguero se enredaron con problemillas técnicos y con un guitarra con demasiado apego por los solos interminables. En todo caso, les faltaron tablas para defender el buen rock americano de su EP “See What I've Become” (Ultra-Local Records, 2015). El ucraniano Lubomyr Melnyk era, sin ser muy consciente de ello, la gran estrella de esta extraña pero atractiva edición del Primavera Club. El veterano pianista experimental de tradición minimalista, presencia imponente y verborrea pelín new age (“Pese a todo, este mundo está lleno de belleza”) presentó algunas de sus piezas más recientes que han causado admiración de jóvenes neoclasicistas como Nils Frahm. Se agradecieron sus sinceras y prolijas explicaciones que revelaron mucho de sus métodos e intenciones (“lo que habéis oído son 200 kilos de acero en movimiento”): la superposición de capas y la acumulación del sonido como efecto dramático y expresivo. Así, brillaron más las piezas para dos pianos (con una de las intervenciones pregrabada por él mismo horas antes), especialmente la famosa “Windmills” (Hinterzimmer, 2013). Pese a su impresionante técnica, sobrevoló sobre el público una cierta sensación de déjà vu, sobre todo en las piezas para un solo piano (con menos potencia sónica, por tanto) que acusaron un excesivo apego a un lirismo algo facilón que creíamos superado.

 

 Richard Dawson Javier Burgueño

 

La extensión de “Windmills” nos dejó poco tiempo para degustar a estadounidenses Ultimate Painting en el Teatro Latino, aunque lo cierto es que su intenso clímax final valió la pena. Con el inglés (de Newcastle) Richard Dawson cerramos esta edición del festival en el mismo recinto. Pese su escasa estatura, la presencia de Dawson sobre el escenario impone respeto, incluso cuando sólo usa su voz como instrumento. Los dos primeros temas (el segundo ya desde la platea) fueron dos canciones de pastores interpretadas a voz en grito que nos dejaron helados. Con un sentido del humor más bien retorcido y una muy poco ortodoxa forma de tocar la guitarra, Dawson transforma el folk en una fuerza poderosa y envolvente, con algún ribete psicodélico, pero terriblemente directa. Half Nelson

 

Naked Javier Burgueño

 

Redacción

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