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Ya nadie se llamará como yo + Poesía reunida (1998-2012)

Agustín Fernández Mallo

Seix Barral

9,3

608 págs.

21,90 €.

Santiago García Tirado

Foto Elena Blanco

 

Es muy recomendable ―así dicen― que el arte cuente con su largo mausoleo de maestros a quienes reverenciar, y que sus curadores y sabios lo mantengan en buen estado, limpio, que dé esplendor. Pero, amigos, qué sería del arte sin esos alborotadores que periódicamente amenazan sus zonas de confort sacando el arte a la intemperie y montando esa fiesta que nadie esperaba. El mausoleo como institución reclama devotos ―uno nunca sabe las implicaciones últimas de esa devoción―, pero con los alborotadores uno no puede por menos de convertirse en fan. Los necesitamos, a ellos hay que agradecerles que nos recuerden a menudo que las zonas de confort no son lugar para el arte. Porque en el origen del arte hubo una ruptura definitoria, la del signo con su univocidad, y en consecuencia sólo encuentra sentido cuando es capaz de actualizar una y otra vez esa esencia polemista. Heterodoxos y agitadores no ha conocido muchos la literatura en español, ésa es la realidad, lo que tal vez sea una secuela de haber fijado el siglo de Oro demasiado al principio de nuestra modernidad, provocando así en cada generación un sentimiento de culpa por el mero hecho de intentarlo de nuevo en español y, de resultas, una merma de la confianza en las propias posibilidades. A cada escritor en español la primera amonestación que se le endosa es aquélla de “Cervantes lo hacía mejor”. Y a cada nueva generación se le recuerda que no sólo el Oro, sino también la Plata ―en el 27― están ya otorgados hasta el fin de los tiempos, de modo que, de hacerse ilusiones, nada, mentecatos.

 

Todo este exordio a cuenta de que un día se hizo carne (de píxel) o nocilla sólida entre nosotros Agustín Fernández Mallo, y con él nos reencontramos con el bello ejercicio del alboroto. Lo que vino a decir con cada nueva obra era, otra vez, que en el confort se encontraba la muerte. Que la mímesis, si se empecinaba en su monopolio, también acababa siendo la muerte. Que cuando se le negaba su parte de intemperie, el arte entraba en proceso de necrosis, y acusaba la falta de oxígeno, de acción bacteriana, de la luz que apuntala todo lo vivo. Dijo todo esto, aunque con mucho más aparato técnico y científico, al tiempo que seguía proponiendo modelos prácticos: los primeros fueron poesía (“Yo siempre regreso a los pezones y al punto 7 del Tractatus”; “Creta lateral travelling”) pero no tardó en presentar armas también en narrativa, con su rompedora “Nocilla dream”, ese hito que marcó el 2006. Todos sus poemas, por cierto, acaban de aparecer reunidos en un solo volumen junto con la última de sus propuestas, y a eso se debe que hoy encontremos la ocasión de vindicar la literatura como riesgo, de alborotar. El tomo se titula “Ya nadie se llamará como yo + Poesía Reunida (1998-2012)” y acaba de ver la intemperie de la mano de Seix Barral, una de las pocas editoriales que todavía se atreven a ir más allá de lo confortable. Ya pueden imaginar cuánto bien le auguramos a un tomo nacido, como éste, en condiciones extremas.

 

Los poemas se agrupan en dos partes: una primera gira en torno a la muerte como vórtice temático, y que tiene como título Como si hubiera perdido la fe en el sueño; la segunda es una larga oración de 26 páginas titulada Veo un bosque y algo más vivo dentro, y es una suite de cuadros tomados del mundo físico que provocan perplejidad en autor y lector, cosidos por esa plegaria que parece implorar un sentido. En efecto, algo en nosotros se resiste a la ingenuidad, y comienza a albergar sospechas de que tal vez la naturaleza nos está queriendo decir algo con cada fenómeno. Pero incluso si hubiera que concluir que no hay nada que implorar, igualmente la pesquisa que se plantea el poemario sigue siendo necesaria. Si bien en la primera parte los poemas consienten una leve narratividad, el tono común a cada texto es que todos eluden cualquier unidad de sentido. Fernández Mallo persigue la anomalía, aquello que en el mundo se zafa de la uniformidad, y una vez hallado, lo consigna obsesivamente, en cantidades industriales, como si recogiera las esquirlas que dejó por sus contornos el último cataclismo universal. No fabrica con ello una hermenéutica, no adopta una posición de intérprete de lo real, antes bien se coloca en la posición de quien asume que la empresa lo desborda, aunque no pueda abandonarla. Lo ha repetido en muchas entrevistas: ni siquiera él mismo se siente acreditado para decir qué significa su poesía, como tampoco puede decir qué mensaje oculta el mundo sensible, si es que lo oculta. Queda la pesquisa, y no poca parte de especulación: “El álgebra sustituye números por letras (…) por eso escribo”. A ese afán consignatorio le corresponde ―cómo no― la hiperpresencia de la oración enunciativa en sus textos. Los períodos no se pliegan, no se descoyuntan ni se alargan, puesto que rehuyen el discurseo fácil: constatan. Unos cuantos temas son, pese a todo, recurrentes, y acaban siendo claves para sostener su poética, que como se ve no es la adecuada a poemas cerrados, autosuficientes, emocionables. Tampoco es que los quiera.

 

 

La muerte es, ya lo hemos avanzado, protagonista absoluta de la indagación de “Ya nadie se llamará como yo”. Incluso el título la presupone, que quiere parecer un epitafio. “La muerte es una fiesta de la objetividad”, dice Fernández Mallo, con la crudeza de un científico y la rabia sometida de un poeta. Brutal. Ya en el mismo fragmento/poema su búsqueda toma un camino inédito y afirma: “La simulación de la identidad conduce a la homofagia, incita al canibalismo”. Y uno al leer se queda sin asidero, y noqueado por esa evidencia irrebatible. Hiere, en cuanto que es pura objetividad. Así, una corta línea une esa fórmula de muerte con el concepto de identidad, otro de los núcleos temáticos de la obra. “La identidad es la alucinación del ego”, dice, y enlaza conscientemente con lo que el siglo veinte ha hecho del viejo concepto cristiano de persona, desde Heidegger a Deleuze, referencias continuas y confesas de Fernández Mallo. La identidad es, pues, un constructo del cerebro, y se abre a múltiples posibilidades, incluso las descabelladas: “Eres utópico porque no tienes un lugar asignado”. Lo que nos saca de la serie humanos, esa excepcionalidad que nos construimos y tras la que nos ubicamos, tiene algo que ver con ese “nadie se llamará como yo” de la portada. O acaso quepa matizar esa afirmación con esta otra: “Escribo para borrar mi nombre”, dice también Fernández Mallo que dijo Bataille.

 

Faltaría entonces aclarar qué papel tiene en esta tarea de búsqueda la literatura. En ese punto Fernández Mallo no duda en reafirmarse en sus orígenes postpoéticos, y viene a decir que, previa a cualquier indagación literaria, está la poesía, que cumple una función epistemológica: “La poesía no es literatura, y de ser algo/ es su ciencia”. Ahora bien, cualquier descubrimiento que llegue de la mano de la poesía debe evitar presentarse como el mensaje incontestable del visionario; más bien debe incluir su propia inestabilidad para ser válido: “Toda obra, para ser creíble, ha de llevar dentro una refutación de sí misma”. La primera parte queda rematada con un colofón que eriza el espinazo. “Activa las tormentas: evita las ceremonias: huye de la literatura: ten fe en la materia sobre todas las cosas”. Parece la formulación de una tesis, y espanta. Si, leído esto, alguno de los presentes logra dormir, mejor deje la poesía por otro medio más confortable. Es usted un bendito.

 

En cuanto a método, la poesía de Agustín Fernández Mallo le debe mucho a Wittgenstein: esa forma aforística de aproximación y tanteo, con el lenguaje actuando de instrumento cortante. Como científico, asume además que el conocimiento es una elaboración continua de materia procedente tanto de la memoria como de la ficción. Por cierto, no seré yo quien vuelva sobre ese tópico de que la ciencia y Fernández Mallo son una fórmula que blablablá, pero sí me atrevo puntualizar que nadie como Agustín ha sabido encontrar en el hecho científico esa carga lírica que abre su poesía ―y no menos su narrativa― a un campo de posibilidades que todavía no ha sido lo suficientemente explorado. Al fin, lo que nos brinda esta obra poética es una formulación original de la belleza, a la que Fernández Mallo astutamente alude con esa portada de círculos concéntricos siguiendo a María Zambrano, para quien "toda belleza tiende a la esfericidad". Porque ahí está, contenida en “Ya nadie se llamará como yo”, y en no menor medida en todos sus libros anteriores. No es juguetona, es cierto, no provoca atracción inmediata, pero creo que es una de las más brillantes formulaciones de la belleza que ha dado la literatura española en los últimos tiempos. Que ésta se empeñe en buscar el oro en una época remota no es más que un intento de perpetuar el mito. El presente, mientras tanto, desautoriza el mausoleo y a sus curadores. La belleza toma forma en este libro como un dato observable, físico. Hay que experimentarla para comprender que todavía la literatura en español tiene algo que aportar al acervo global. Y ojo, que hablamos de algo especialmente valioso.

Manu González

Hizo su primer trabajo periodístico entrevistando a Derrick May por fax en 1995 para la desaparecida revista aB. Desde entonces, este natural de Hospitalet de Llobregat (1974) ha colaborado en publicaciones como Qué Leer (donde se encarga de la sección de cómic), Guía del Ocio BCN, Playground Mag, Revista Trama, EnBarcelona Magazine, Terra Gum, Hoy Empieza Todo (RNE 3), Agenda San Miguel o los catálogos del Festival Sónar 1997 y el Festival Doctor Music 1998. Experto en cómic y literatura fantástica, ha colaborado con editoriales como RBA, Random House Mondadori y Círculo de Lectores. Pero sobre todo es conocido por haber sido el Jefe de redacción de la revista Go Mag desde mayo de 2001 hasta su último número en junio de 2013.

manu@blisstopic.com

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