Agustín Fernández Mallo
Lo post ha muerto, viva la realidad compleja
Texto Santiago García Tirado
Vino de Galicia, y vino del mundo científico y vino del baby boom y de Borges y Wittgenstein y vino de la poesía y ahora, más allá del pop y habiendo sobrevivido a lo post, Agustín Fernández Mallo se ha ganado el derecho de decir, también en el campo del pensamiento. A quienes lo han seguido todo este tiempo, en especial desde su “Nocilla dream” (2006), no puede sorprenderles esta incursión, porque no es del todo nueva. Fernández Mallo ha logrado novelar problematizando, y pensar su mundo al tiempo que ha trazado in vivo una estética orgullosamente propia.
En ese trayecto ya extenso no ha perdido ni el rigor ni esa lucidez rara y certera que le ha valido al fin el respeto de lectores, críticos y –por si hacía falta añadirlo– otros brillantes pensadores. Tras ocho años de buceo filosófico, en “Teoría general de la basura” (Galaxia Gutenberg) desgrana lo hallado en su expedición a través del actual modelo de mundo, para acabar dando forma a un relato intenso, convincente, sexy. Y con ribetes de optimismo, lo que no es muy frecuente en estos años de pensamiento cenizo.
Del homo sapiens al homo reciclans: parece que estamos abocados a volver la mirada a la basura, incluso cuando hablamos de la cultura.
En este libro hablo de la basura simbólica, no tanto la basura material, que sería un caso particular de la teoría general de la que trato en el libro, pero aquí hablo del residuo simbólico de las obras. Lo que hacemos, desde que el ser humano es ser humano, es reciclar los residuos que dejaron otros para hacer nuestras obras. Así, la Biblia es una especie de reciclaje de la Torá; Cervantes no se fija en la excelencia de las novelas de caballería, se fija en la basura de las novelas de caballería –me refiero al marco residual, lo que no se entendió, lo que no era normativo o no se quería ver de esas novelas–. Goya lo hace con Velázquez, Einstein lo hace con Newton. No es que esto ahora sea más especial que antes, es que ahora lo podemos identificar en mayor medida.
¿De forma consciente, quieres decir, lo mismo que antes se hacía por intuición?
Eso es.
Entonces, esta valoración de la basura tiene que ver con la posibilidad de la reapropiación, de la que has hablado a menudo.
Claro, tiene mucho que ver con el hecho de que no pueda haber transmisión cultural de ninguna clase, ni en el arte ni en las ciencias, si no hay una apropiación de materiales de otras generaciones pasadas, o de otros contemporáneos. Esto se da no ya en la creación artística, sino en las propias culturas: unos se van infiltrando en otros porque van apropiando cosas de los vecinos. Ahí está la base del tabú del incesto, que mucha gente piensa que puede traer malformaciones genéticas, y en realidad tiene su origen en un problema cultural, que es que una sociedad que procrea solo entre ella, es una sociedad que no se comunica con los vecinos y muere por incesto cultural. Una cultura tiene que tener contaminaciones, y eso son las apropiaciones. Lo que planteo en el libro es que todo eso lo hacemos hoy en modo red. Y esto es una segunda gran tesis de todo el libro, la idea de la red –y no me refiero a internet– como conexión no jerárquica de diferentes nodos –personas, conceptos, etc.–.
Siempre oímos que vivimos en un mundo fragmentado, que recibimos información rota, de aquí y de allá, pero por otra parte se nos dice que vivimos en un mundo hiperconectado, así que yo pensaba: “Aquí hay contradicción, ¿cómo algo totalmente fragmentado puede estar al mismo tiempo hiperconectado?”. Lo que ocurre es que lo que llamamos fragmentado no lo está, con solo cambiar el ángulo de visión, el paradigma, nos damos cuenta de que eso que parecía fragmentado en realidad es una red. Ya no está en modo arbolojerárquico, por eso no podemos identificarlo, porque queremos aplicar plantillas jerárquicas a algo que ya no lo es. En cuanto vemos que esos fragmentos son nodos de una red, es cuando entendemos que es todo armónico. En un plano muy particular, a mí me decían “es que tu literatura es fragmentada” y yo no lo entendía, porque para mí era armónica. Ocurre que mi literatura, como tantas otras, está conectada en redes metafóricas. Entonces, aquí está otra de las grandes tesis del libro: que el reciclaje de toda esa basura simbólica hoy día lo hacemos en modo red.
¿De la basura a una apología del cemento?
Esto es un caso particular del libro: las ciudades son lugares fríos, porque el cemento es frío –lo que en verdad es una metáfora–, entonces recubrimos la ciudad con elementos calientes, emisiones de gas, de aire, de los cuerpos, decoraciones… para humanizarla, de alguna manera. Y para dar a entender que la ciudad siempre, desde Caín, parece que está en pecado. La ciudad es un lugar maldito vs. la naturaleza o los pueblos, que parece que son lugares idílicos –eso obviamente es de gente que nunca ha vivido en un pueblo, o que nunca han trabajado la tierra–. Eso en el libro abre una vía hacia el planteamiento de qué es lo natural y qué es lo artificial. En realidad, todo lo que nos da la naturaleza no es natural, desde el momento en que el ser humano mira un paisaje, ese paisaje deja de ser natural. De ahí que todo lo que el ser humano ve, toca, intuye es artificial, porque toda cultura es artificial. Pongo ejemplos: al principio el término paisaje se aplicaba a los cuadros, no a la naturaleza. Bueno, pues esta idea me lleva hacia el final del libro a qué es un organismo y qué es una máquina.
Volvamos al tema del apropiacionismo, porque desde ahí evolucionas hacia un concepto que denominas realismo complejo.
Yo parto de la idea de que toda literatura o es realista, o es anticuada. Solo puede haber una literatura válida, que es la literatura realista, ahora bien, el caso es a qué llamamos realista. A mi modo de ver, lo que yo hago es puro realismo, porque hablo de mi tiempo y con los mecanismos de mi tiempo. Lo que no podemos es escribir como hace 50 años y llamarlo realismo porque la realidad hoy es otra, por tanto no podemos aplicar los mismos métodos de escritura a esa realidad. ¿qué modos de escritura debemos aplicar a nuestra realidad? Los de la complejidad. Trabajar en red los textos, porque ya nadie puede escribir textos jerárquicos. Eso es lo que yo llamo realismo complejo –que no “complicado” –.
Más madera para un nuevo diccionario de la literatura actual: “Exonovela”. ¿De qué hablamos?
Es una forma de dar a a entender que, igual que el exoesqueleto de los artrópodos, los moluscos, los crustáceos no es una mera defensa, sino que forma parte de la fisiología del propio animal, también a la novela se le puede dotar de materiales que estén fuera de la propia novela y que no sean un mero aderezo, que sean fundamentales para seguir leyendo y comprendiendo esa novela. Claro, quien quiera hacer una obra para tablets puede poner toda clase de enlaces a lugares que están fuera del propio cuerpo –puede crear perfiles de FB falsos, o no, enlazarlos con reales…–, luego una nota a pie de página te llevaría fuera de la novela, y no sería una mera nota explicativa, sino algo que es importante para seguir con la historia. Es algo que mucha gente está haciendo, que yo hice en la versión para tablet de “El hacedor (de Borges), remake”, y que no he vuelto a hacer.
Otra vez vuelves a colocar la metáfora como objeto nuclear de lo que consideras arte actual, lo que me resulta atractivo. Los últimos que habían hablado de ella habían sido los vanguardistas, y hace de eso cien años.
“La teoría general de la basura”, como dijo Fernando Castro Flórez, se podría titular “Teoría general de la metáfora”, porque es de lo que estoy hablando todo el tiempo. Ya lo hago al hablar de la línea año cero, y de que antes de 1889, con Whitman, que es de quien tenemos el primer registro, no sabíamos cómo se recitaba, no sabíamos cómo pronunciaba un romano cuando decía “rosæ” –lo que a lo mejor hoy nos parecía un rugido–. Lo que vengo a decir es que en todo tenemos una línea año cero de basura, de residuos sólidos, y luego están las partes blandas que inventamos, y esas partes que inventamos son las metafóricas de la propia realidad. Estamos continuamente inventando metáforas de lo que tenemos delante porque nos estamos inventando un mundo detrás. Sobre un registro conocido –por ejemplo, esta silla- estamos inventando un relato -de dónde ha venido, etc. –, por eso digo que la realidad, incluso la propia Historia, para mí es un relato, una ficción verosímil en la que una sociedad por entero pacta que algo ha ocurrido de ese modo. Lo interesante de lo que antes llamábamos partes duras y partes blandas es que al final forman una pasta tan fuerte que la asumimos como cierta. Ya no hablo de la metáfora como la construcción de un texto, es que es la propia estructura de la realidad.
Y no quiero que se acabe la entrevista sin que lo diga, esto tiene que ver con otra cosa que se cita de principio a fin, que es el problema de la traducción. Cuando se traduce un texto de un idioma a otro, algo se conserva del idioma original y algo cambia, porque si no, no tendría sentido. Una traducción exacta no tendría sentido, para una traducción así ya está el texto original. Es esa idea de que toda transmisión cultural es una traducción: algo se conserva y algo se pierde. Es una idea que, aunque parezca paradójica, es muy natural. Existe en la Física: para que algo cambie, algo tiene que conservarse. Esto tiene que ver con lo que comentábamos antes sobre partes duras y blandas: en la traducción, a un texto cierto le estamos inventando un sentido cuando lo traducimos. O cuando una persona va y coloniza un país ajeno y vuelve para contarlo –ahí comento la identidad de Occidente, volver para contar– está traduciendo lo que ha encontrado allí a su propia cultura, no puede codificarlo de otro modo.
Siempre parece que vas más allá de lo que anuncias: un análisis del arte te da claves para interpretar el mundo en que vivimos. Es más, incluso te lanzas a plantear una superación de la filosofía tal como aparecía encerrada en el laberinto posmoderno.
Claro, es que el libro no solo habla de literatura y de arte, de hecho, los ejemplos que estamos poniendo son de Historia, de colonialismo y de estructura de la realidad, que ya va más allá del propio arte. En esa superación, hasta mitad de siglo están las Vanguardias, con esa concepción utópica que se cae con la 2ª GM, y luego viene el Posmodernismo, que nos libra de las jerarquías –llegan Foucault y Deleuze, que dicen “cuidado, que el poder también es una construcción cultural, y el poder nos comunica el saber y así establece las jerarquías”–, pero llega un momento que, como toda corriente, ya no da más de sí a finales de siglo y principios de este. El 11-S es el acto que funda el S. XXI, ¿en qué sentido? en que en ese momento del Posmodernismo las pantallas eran lo real, y todo era una pantalla, lo que ya se había ensayado en la 1ª Guerra del Golfo, que ya no parecía una guerra, parecía un videojuego. Cuando estamos viendo el 11-S en nuestras casas y vemos cómo cae aquello, ya no es un videojuego, porque la carne existía, la materia existía, solo que lo habíamos olvidado. Como remate de realidad, la crisis económica de 2008, ya no es solo aquello, sino que el dinero, que creíamos que era inmaterial, no es inmaterial, tiene que tener un referente físico. Entonces, yo creo que lo que se ajusta a todo este momento actual, que recoge partes de aquella vanguardia, y que luego recoge partes del posmodernismo y lo recicla en otra cosa, es precisamente esta manera de contar las cosas en un modo precisamente en red. Y esto es lo que está ocurriendo. Todo esto estaba ya en mi “Proyecto Nocilla” intuitivamente, yo no lo había pensado. Intenté hacer algo impactante, y la gente decía “esto cómo se come”. Es algo que en mi “Trilogía de la Guerra” está más refinado, pero es la misma forma de relacionar, si te fijas: yo voy por Normandía y, de repente, me pregunto que en un metro cúbico de arena de la playa hay redes históricas, políticas, económicas, hay fragmentos de mil cosas, un trozo de una bala que nos lleva a lo histórico, un plástico que nos lleva a los procesos de fabricación del plástico hoy…
Me resulta seductora tu propuesta frente a ese discurso catastrofista de que siempre vamos a peor, que es un discurso que lleva a aceptar un status quo que tampoco es que digamos que es maravilloso. El caso es que veo ahí un atisbo de optimismo que no había detectado antes.
Totalmente, yo soy un optimista radical, desde siempre. En mis libros no planteo escenarios distópicos, donde el ser humano se extingue y es irremediablemente infeliz, al contrario, yo siempre busco las esquirlas, no de la felicidad, que es algo naíf, sino de cómo dar un paso más. Y tú, que has leído muy bien mi literatura, verás cosas que escribo aquí, como el concepto de tiempo y de arqueología, que yo no voy al pasado para saber qué ocurrió en el pasado y llorar el pasado, sino para traer eso al presente, que construya mi identidad y me lance a algún lugar. La mandíbula de un neanderthal me interesa no por saber cómo vivía un neanderthal, que al fin y al cabo ya no tengo nada con él, sino porque me informa de cómo soy yo hoy, y me ayuda a construir un presente y lanzarme hacia un futuro. Entonces, es una idea anostálgica, no nostálgica.
¿Antirromántica?
O por lo menos no romántica. Obviamente eso pasa por un optimismo radical. Eso significa que cualquier objeto que hay a mi alrededor lo codifico como algo que viene a ayudarme a mí para ir a un lugar mejor. Yo nunca he creído en el fin del mundo, yo creo que los seres humanos llevamos en el mundo 20 o 30 siglos diciendo que esto se acaba y aún no se ha acabado. Y aparte es que me niego al discurso del miedo, porque te meten miedo y ya estás dominado. Me niego a que nadie me domine, y mi miedo ya me lo busco yo solito.
Parece que durante años ha tenido un prestigio indiscutible ese análisis pesimista-catastrofista del ser humano, incluso entre la izquierda, que ha asumido la idea de que el hombre siempre va a peor, lo que en último término es un discurso paralizante.
Paralizante, y melancólico, porque siempre estarás pensando que hubo un tiempo que fue mejor, y esa melancolía te lleva a la parálisis. Yo nunca me he posicionado ahí, y basta leer mis ficciones para darse cuenta de que es todo lo contrario, aparte de que creo en el humor como mecanismo de creación de realidades. Y como mecanismo de salvación. La idea de que el hombre es un ser trágico por naturaleza, en el fondo, si la llegamos a analizar bien, es una idea supercristiana –“esto es un valle de lágrimas”–. Obviamente, hay muchas utopías de izquierdas que han copiado de algún modo ese tipo de pensamiento, que es el pensamiento de la negatividad.
Pues nos falta tratar el tema de los sistemas complejos, a los que te refieres continuamente. ¿Se puede avanzar aquí un primer esbozo de qué son “sistemas complejos”?
Pues es más sencillo de lo que parece. Los sistemas complejos, lo que vienen a decir, es que la propia realidad no es algo programado, no es una película. Se crea a medida que se representa, o a medida que se nos va presentando a través de interacciones, que son retroalimentaciones, como tú y yo, que estamos aquí y nos estamos retroalimentando sin un guion programado. Bien, la gente lo llama retroalimentación, o feedback, pero el término más correcto es realimentación, y es la base para analizar la sociedad. No podemos analizarla como un guion pactado, porque ese guion no existe, y si existe, o fracasa o nos suena muy rígido. Por eso digo que todos los libros, o las obras de arte que nos gustan, o nos impactan, son aquellas que producen narración de sistema complejo: producen la sensación de que no están preparadas, no están programadas de antemano. Tú y yo ya hemos comentado mis novelas, que yo escribo sin programar mucho, porque no quiero hacer un guion de lo que voy a escribir, porque quiero que el albur del día a día vaya modificando lo que voy escribiendo, y me vaya marcando ciertas pautas.
Y que te deje sorprender, con resoluciones no precalculadas, efectos no previstos, etc.
Y eso es un sistema complejo. Y los hay de mucha índole: el fútbol, por ejemplo, es un sistema complejo: nadie sabe lo que va a ocurrir en la siguiente jugada. Es incluso mucho más complejo que el ajedrez –que no complicado, que es otra cosa–. Es como cuando dicen: “pues perdimos el partido porque nos pitaron un penalty en el minuto 10”. Y tú dices, no, porque tú, si no te hubieran pitado penalty, no sabrías cómo se hubiera desenvuelto el partido. A lo mejor hubieras perdido por más. La realidad está tomando bifurcaciones a cada hora, a cada instante, y lo que tenemos que hacer es entrar en realimentación con ella. Y, particularmente, los sistemas complejos hoy se dan en forma de red. Son sistemas que van conectando nodos, desde una conversación, una obra, a la política… Ahí está el meollo: trabajar en red a través de los residuos que dejaron otros, reciclando y apropiando.
Dice Gilles Deleuze: “Amo a los hombres que se sumergen…”
“…Y que vuelven a la superficie con los ojos inyectados en sangre”. Una idea que está bien porque, a veces, del Posmodernismo –y Gilles Deleuze era un posestructuralista, que es la forma técnica de llamar al posmodernista–, se decía que solo trabajaba en la superficie, no se sumergía en la realidad. Y me hacía mucha gracia poner esta cita, donde Deleuze dice no, yo me sumerjo, y soy un buzo que bajo hasta los límites abisales para ver qué hay. Y yo creo que es lo que he intentado. Como habrás visto, es un libro donde no me doy tregua a mí mismo, un libro donde estoy creando pensamiento, y eso es lo que yo quería. No recolecto, aunque por supuesto que me apropio de otros, pero buceo y regreso a la superficie con los ojos inyectados en sangre.
Agustín Fernández Mallo, el hombre que se sumerge, pero también el hombre que salió de la tarta y que, queriéndolo o no, ha vuelto a poner patas arriba el panorama de la literatura con una propuesta, en este caso, en forma de ensayo.
Por ahí va en mi descargo –o en mi cargo–, que todo eso de poner patas arriba no es algo que yo haga premeditadamente. Quiero decir que yo no escribo lo que quiero, yo escribo lo que puedo. Desde luego, nunca ha estado en mi intención revolucionar nada, es la forma en la que pienso y me permiten que lo escriba.

Santiago García Tirado
Soñó con llevar subliminalmente en su DNI una cifra capaz de avivar el deseo, pero llegó al mundo en 1967, con dos años de antelación para la fecha correcta; desde entonces no ha hecho más que constatar que siempre estuvo (contra su voluntad) en el tiempo equivocado para ser cool. Con empeño, y en contra de la opinión de las hordas hipsters internacionales, ha llegado sin embargo a crear la web PeriodicoIrreverentes.org, y colaborar en Micro-Revista, Sigueleyendo, Quimera y Todos somos sospechosos, de Radio 3. Sus últimas obras de ficción son “Todas las tardes café” (2009, relatos) y “La balada de Eleanora Aguirre” (2012, novela). En 2014 verá la luz su novela “Constantes Cósmicas del Caos”, con la que espera coronar su abnegada labor en beneficio de la entropía universal.