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Elvira Navarro

Ficciones, ficciones, todo es ficción

 

Texto Santiago García Tirado

Fotos Elba Fernández 

 

En 2014 se fue Adelaida García Morales, y nada se conmovió en las flamantes portadas de Cultura en este país. Había ganado el premio Herralde en 1985, y había seguido publicando hasta el año 2008, cuando entregó su último relato a la imprenta, pero fue siempre conocida por la obra que Víctor Erice convirtió en un clásico del cine español: El Sur. Dos años después de su muerte ha vuelto a ser portada de Babelia (octubre, 2016) y no precisamente con ocasión de homenaje alguno: a Víctor Erice, ex de García Morales, no le ha gustado que Elvira Navarro acabe de crear una ficción en torno a la escritora fallecida. De nada ha servido que Elvira Navarro llene el volumen de advertencias para que nadie se llame a engaño, e insista en que lo que ha dado a luz es novela y, por tanto, ficción. Son ya inevitables el rasgamiento de vestiduras, los gritos de inmoralidad, las turbas indignadas, mientras no parece que nadie se haya detenido a leer con sosiego lo que tiene que decir “Los últimos días de Adelaida García Morales” (Random House, 2016). Por supuesto, nosotros lo hemos hecho, e incluso hemos analizado y revisado también El Sur y, aprovechando su paso por Barcelona, hemos abordado a Elvira Navarro, quien, por cierto, hace de esta entrevista un impecable post scriptum de su novela.

 

Recordarás una película de Agustín Díaz Yanes de título inquietante: "Nadie hablará de nosotras cuando hayamos muerto". ¿Es imprescindible asumir lo fatídico de esa frase?
Si estuviera dicha en masculino, que es desde donde se enuncia lo pretendidamente neutro y universal, resulta imprescindible y hasta consoladora. ¡Qué alivio desaparecer! Pero el femenino introduce otro matiz, o así lo veo yo. Nos hace postular que quien afirma tal cosa está ya casi muerta porque lleva una vida perra. ¿Cómo modificar el que el masculino remita a una condición esencial, la de la finitud del ser humano, y el femenino a unas circunstancias materiales?


Recuerdo a Alfonso Guerra en su apogeo indignado porque había aparecido en la prensa mucha necrológica a la muerte de un banquero de postín, mientras que apenas unos breves reseñaban la de un creador e intelectual. Se refería a Carlos Barral, y es verdad que su muerte tuvo un reflejo muy parco en medios. ¿Es tu novela una denuncia, una invitación a subvertir ese estado de cosas?

Más que a subvertir, es una invitación a equilibrar. La prensa no es más que un reflejo de los intereses de la gente, que a su vez proceden de una determinada construcción de la realidad en la que los bancos tienen un papel preeminente y en la que los banqueros se convierten en modelos a seguir. Da igual que la mayoría actúen como villanos. Se ansía el poder, valga decir, una determinada visión de lo que es el poder. También se puede modificar eso, pues no deja de ser ideología.

 

En tu novela de hecho dibujas dos grupos que viven en realidades divergentes: los políticos (representados por la concejala del pueblo) y la gente de la cultura (con la realizadora como modelo). ¿Encierras ahí un diagnóstico sobre dónde habita el cáncer en este país?

Mi idea no era hacer divisiones, porque toda división encierra, por la vía negativa, la copertenencia de ambas partes. Cualquier división es falsa, vaya. La concejala no es un afuera del mundo de la cultura, sino su justo par en la medida en que la llamada cultura actúa en no pocas ocasiones como un circuito cerrado que expulsa a quienes desconocen los códigos. Por tanto, la concejala funciona en este tándem como un espejo que refleja la exclusividad con la que se piensa en no pocas ocasiones el mundo de la cultura. El libro señala a una estructura entera, no a una sola de las partes.


Es evidente que tu novela es una declaración de amor, y no menos una vindicación de Adelaida García Morales, ¿en qué medida como creadora, y en qué medida como mujer?

Como mujer no es una vindicación. En realidad, no considero que aporte demasiado al feminismo vindicar identidades, pues esas identidades son partes que refuerzan un todo que ha decidido convertir en débiles a una de esas partes. ¿Y qué es, además, una mujer? ¿Y un hombre? ¿Alguien los podría definir? Lo que el libro sí reivindica es a Adelaida García Morales como autora, y sobre todo dos de sus obras: “El Sur seguido de Bene” y “El silencio de las sirenas”. En el libro hay un diálogo con esas obras, y el personaje de García Morales se construye a través de los personajes casi fantasmales de sus libros. Asimismo, se trata de una reflexión sobre el canon, pero no tanto sobre cómo se configura y a quién se expulsa, sino sobre la construcción del canon propio de cada autor o autora. Creo que a menudo hay miedo de salirse de las vías preestablecidas, de reivindicar, por ejemplo, a autores menores, cuando lo cierto es que lo esencial en la formación particular de cada autor o autora muy a menudo no coincide con ningún santoral literario.

 

 


El documental que narra la novela se rueda en un barrio marginal, lo que encierra una metáfora evidente, pero además la realizadora se refiere una y otra vez a la luz, que va cayendo hasta casi dejar a oscuras a los entrevistados, lo que también parece otra metáfora. El caso es que ninguna de las dos parece alumbrar motivos de esperanza. ¿A dónde apuntan estos procedimientos? Y por otro lado, ¿entiendes que tus novelas aspiran a compartir territorio con el periodismo?

¡Tendría que ser entonces un periodismo de ficción! No es mi deseo compartir territorio con el periodismo, y si hay algo que lleve a pensar eso en el libro, trataré de hacerlo mejor la próxima vez en el caso de que vuelva a proceder del mismo modo. En “Los últimos días de Adelaida García Morales” se incluyen materiales de no ficción, en concreto del periodismo, de blogs y de Wikipedia, con la única intención de señalar que incluso lo no considerado como ficción genera, en el libro, una ficción más, pues incluye datos falsos o contradictorios y alimenta la leyenda sobre Adelaida García Morales. El mensaje en verdad es viejo: la no ficción, lo que llamamos realidad, se compone también de ficciones. De ahí que sea inútil trazar una línea clara.


¿La literatura que da cuenta de lo que sucede aspira a cambiar su mundo?

Todo puede cambiarnos o hacer que nos quedemos igual: el tipo de literatura que mencionas, una noticia, que nos despidan, la convivencia con nuestra pareja… Creo que la intención de cambio, o de permanecer como se está, suele ser previa al texto (y ya no tanto a que nos despidan, sobre todo cuando no es la primera vez que pasa), y que en todo caso lo que nos ocurre, o lo que leemos, lo usamos (lo modificamos) a nuestra conveniencia. Diría, en fin, que la literatura sí puede ser un apoyo para el cambio. Que lo produzca por sí sola ya me parece más difícil.   


Como sabrás, Javier Calvo hizo el guion de la última de Manolo Vázquez, “La maniobra de Heimlich”. Allí, y con mucha mala leche, relataba el calvario del director tratando de llevar al cine su propia novela, y enfrentándose al final a la madre de su ex, que amenazaba con llevarlo a juicio si usaba en la película el nombre de su hija fallecida. En la cinta todo era humorístico, pero Javier Calvo sabía de qué hablaba al introducir ese detalle en el guion. En la polémica abierta con tu novela, ¿hay algo que te apetezca añadir?

¡Si apenas he añadido nada! Mis declaraciones han sido en el marco de entrevistas cara a cara, donde es difícil elaborar una respuesta bien hilada. Y es que además considero que el quid de la cuestión, que en verdad son tres cuestiones, es irresoluble. La primera cuestión sería más literaria en apariencia, aunque lo que hay detrás es una pregunta ontológica: ¿qué consideramos realidad y qué ficción? Mi posición, lo he dicho antes, es que no hay una frontera en la medida en que ser es ser percibido y las narraciones son reelaboraciones lingüísticas e ideológicas de la percepción (no existen los hechos puros), lo que pone en entredicho la separación entre ficción y no ficción. Quien comparta este posicionamiento se sonreirá ante el argumento de Erice de que una ficción parte de lo ficticio no porque eso sea falso, sino porque es una perogrullada: siempre estamos hablando de ficciones. Resulta obvio, no obstante, que lo que ha hecho que un posible debate, el de qué es o no ficción, se convierta en polémica es la segunda cuestión, de carácter moral, que el asunto encierra, y que es lo que motiva el artículo de Erice: ¿es legítimo hacer ficciones con personas reales? La respuesta conlleva una paradoja: contestar que no es legítimo, que suele ser la respuesta de quien se toma muy en serio lo de que la realidad es real, es dar la razón al argumento de que no hay una frontera clara entre realidad y ficción. Aquí la respuesta no se completa si no se va a lo que convierte la pregunta en un asunto moral: el que pueda dañar a la persona sobre la que se fabula o a sus allegados. Esto es muy difícil de determinar a priori. En el caso de “Los últimos días…” lo que se pretende es un homenaje a Adelaida García Morales. No se me ha acercado un solo lector que no me haya dicho que queda bien claro que la intención del libro es vindicar a la escritora y pensar, a través de una ficción, asuntos que nos competen a muchos. Ni siquiera lo que se ha esgrimido en contra del libro, a saber, que tomase como punto de partida la anécdota de los cincuenta euros, era algo que el libro desvelase. Al menos una versión de esta anécdota ya circulaba por la red mucho antes de que yo pensara siquiera en escribir este libro. Y en fin, la tercera cuestión es la de a quién pertenece la memoria (si la desgranásemos a fondo, volveríamos a la casilla de salida: ¿la memoria es realidad o ficción). Mi postura, claro está, es que la memoria nos pertenece a todos y que ningún familiar puede salir a reclamar, con más legitimidad que alguien ajeno al clan, cómo se tiene no ya que hacer ficción sobre alguien que considera “suyo”, sino incluso hablar sobre ese alguien en un marco de no ficción. En el ordenamiento jurídico se establece que uno deja de pertenecer a su familia a partir de una determinada edad, así que incluso cabría hablar de censura en el caso de que una obra inspirada en un personaje real tuviera que ser aprobada por sus familiares. Para terminar con esta tercera cuestión, quizás lo más importante sea recordar que existe una tradición literaria que se ha servido de personas reales, incluso estando vivas, para armar narraciones de ficción y de no ficción. Dicho todo esto, hay otro aspecto que yo considero clave. Lo formulaba el otro día Jorge Carrión con mucho tino en un post de Facebook: “Felipe González (1942) desacreditando y destruyendo a Pedro Sánchez (1972). Víctor Erice (1940) diciéndole a Elvira Navarro (1978) cómo tendría que escribir. El País reivindicando este fin de semana un canon literario, periodístico, moral y musical de escritores, intelectuales y artistas nacidos antes de 1960. Tres facetas de un mismo problema. Urge construir una nueva mitología política y cultural. Y un consenso de relevo”. Amén.

 

 

La polémica, con todo el ruido subsecuente, no puede dejar en la sombra los valores literarios de la novela. Yo quiero destacar tu capacidad para jugar con la materia narrativa: no sigues un orden lineal, sino que trazas la novela saltando de la vida de Adelaida al documental que rueda la cineasta, y de allí a diversas incursiones en la película “El Sur” o en obras posteriores de García Morales. ¿Es la experimentación también una respuesta ética? ¿Seguirás explotando esa vía en futuras obras? ¿Aunque sea poco comercial?

Gracias. Yo como escritora procuro averiguar qué me pide el texto, y esa es mi ética: ser fiel a lo que escribo, a su propia ley interna. Los escritores estamos al servicio del texto, y la falta de ética aparece cuando el escritor pone el texto a su servicio para buscar un efecto que agrade a su ego: que se diga de él que es un gran escritor, vender libros o gustar a unos cuantos lectores elegidos. Sé que esto suena extraño, sobre todo porque a priori parece muy loable que queramos que se diga de nosotros que somos grandes escritores; sin embargo, eso debe ser una consecuencia, y no una causa. Yo no debo escribir pensando en que el lector diga de mí: ¡oh, qué gran escritora!, sino centrándome en el propio texto, en sus posibilidades. Y muchas veces los textos son más modestos que nuestras pretensiones y hay que respetarlos así, pues de lo contrario el resultado es mucho peor. Creo que con esto respondo a tus tres preguntas. 


La realizadora del documental se pregunta: "Por qué las féminas han de plantearse su identidad –¡como si ésta fuera clara como el agua!– y romper con ella mientras que a ningún hombre se le pide tal cosa". ¿En qué porcentaje asume esa pregunta Elvira Navarro?
La pregunta sobre la identidad presupone que las identidades son fijas. Es una pregunta tramposa, como por otra parte pasa con la mayoría de las preguntas: que incluyen su respuesta. No asumo esa pregunta porque para mí las identidades se construyen y se destruyen todo el tiempo.


En mi opinión, el tema de la mujer (y no es el único) ha sido uno de los grandes pilares de los que se desentendió la democracia nacida del 78. Fue necesaria, ante todo, una pedagogía que nunca se llevó a cabo, ni siquiera hoy. ¿Qué se hizo mal al respecto? ¿O es que hay otra forma de actuar en ese tema que no sea la pedagogía?

Es un tema amplísimo y no soy experta ni en Historia ni en feminismo. Digo esto porque, para contestar bien, creo que habría que estar mejor armada que yo. Hecha esta advertencia, diré que, desde mi punto de vista, lo crucial es reconocer que somos nosotras quienes tenemos la responsabilidad de asumir lugares de poder, que son incómodos porque implican exposición y toma de responsabilidades, cosas ambas que van contra el rol tradicional de la mujer. Contra aquello para lo que aún se nos programa.

 

El problema de las escritoras, esa falta de reconocimiento tan dolorosa, no es más que un corolario del otro tema mayor: la mujer. Aparte de seguir creando, de seguir produciendo obra, ¿deberían las mujeres diseñar y seguir una práctica organizada? ¿El cielo se toma por asalto, o se espera simplemente la llegada de tiempos mejores?

¡El cielo se toma por asalto! Y el asalto más urgente quizás sea acabar con el victimismo, que es la bandera que más vemos (¡somos víctimas, somos víctimas!) y la que menos empodera. La víctima le pide al otro que le entregue el poder. No hay que pedir ningún poder a nadie. Hay que ejercer el propio, y bien.


¿Algunos nombres de autoras a los que debamos seguir la pista, según Elvira Navarro? ¿Confiesa debilidades, devociones?

Hay muchísimas autoras a las que seguir la pista. Por citarte algunas jóvenes, o relativamente jóvenes, en lengua española: Mariana Enríquez, Lina Meruane, Samanta Schweblin, Pilar Adón, Gabriela Wiener, Elena Medel, Natalia Carrero, Mercedes Cebrián, Sara Mesa, Lara Moreno, Cristina Morales, Miriam Reyes, Sandra Santana, Erika Martínez, Luna Miguel, Aixa de la Cruz, Valeria Luiselli, Pola Oloixarac, Noelia Pena, Rosario Izquierdo Chaparro, Mar Gómez Glez, Carmen Jodra, Nuria Labari, Nere Basabe, Aloma Rodríguez, María Salgado, Gabriela Ybarra, Marta Caparrós, Mireya Hernández, Jimina Sabadú, Elvira Lozano, Claudia Apablaza, Rebeca Le Rumeur, Daniela Martín Hidalgo, Roxana Villarreal o María Folguera. De todas ellas he leído textos interesantes, o que directamente me encantan, como “Las cosas que perdimos en el fuego” de Mariana Enríquez, que me parece un volumen de relatos brutal. Obviamente no he leído a todas las autores emergentes, no me da la vida para tanto, así que seguro que me he dejado a unas cuantas que también merecen atención. Por otra parte, he de reconocer que he investigado más en narrativa que en poesía. Por ejemplo de Julieta Valero, que me han recomendado muchas veces, no he leído nada.

 

¿Servirá de algo bregar por el reconocimiento de autoras del pasado? ¿Será más inteligente concentrarse en el presente y el futuro de las autoras en España?

Ambas cosas no tienen por qué excluirse. A mí me parece urgente que se recupere a Rosa Chacel, que es una de las grandes autoras del XX.

 

Y a todo esto, pasemos a otra polémica: ¿eres más de Bob Dylan o de Joan Baez?

¡De ninguno de los dos!

 

 

Santiago García Tirado

Soñó con llevar subliminalmente en su DNI una cifra capaz de avivar el deseo, pero llegó al mundo en 1967, con dos años de antelación para la fecha correcta; desde entonces no ha hecho más que constatar que siempre estuvo (contra su voluntad) en el tiempo equivocado para ser cool. Con empeño, y en contra de la opinión de las hordas hipsters internacionales, ha llegado sin embargo a crear la web PeriodicoIrreverentes.org, y colaborar en Micro-Revista, Sigueleyendo, Quimera y Todos somos sospechosos, de Radio 3. Sus últimas obras de ficción son Todas las tardes café” (2009, relatos) y La balada de Eleanora Aguirre” (2012, novela). En 2014 verá la luz su novela “Constantes Cósmicas del Caos”, con la que espera coronar su abnegada labor en beneficio de la entropía universal.

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