Ambient y música experimental en 2016
Otro año de transición
Como ya viene siendo habitual en los últimos años, 2016 no ha traído grandes novedades al mundo del ambient y de la música experimental. No significa esto que no se hayan publicado discos buenos (o incluso muy buenos), sino que las herramientas y recursos que se han utilizado para grabarlos, los mimbres e influencias en los que se basan, son de sobras conocidos a estas alturas.
El uso de grabaciones de campo como elemento generativo, la mezcla entre instrumentos orquestales y recursos electrónicos, la manipulación digital de guitarras eléctricas (y otros instrumentos menos habituales), la escultura de drones y distintas formas de sonido más o menos ominosas, la superposición de capas melódicas para crear mantras o la búsqueda de espacios comunes entre el ambient y la música de baile; todos esos caminos se han recorrido ya, y posiblemente eso produce la sensación de que un cierto inmovilismo gobierna todo este pequeño universo de géneros y subgéneros. Que todo lo que se cuenta en los nuevos discos que aparecen ya se ha contado antes, y posiblemente de forma más certera.
Así las cosas, no es raro que los dos grandes lanzamientos de la temporada correspondan a reediciones que, en formato de caja, revisitan la obra competa de sendos artistas, fundamentales para entender lo que sucede hoy día. Por un lado, está la inmensa “Sonambient (complete collection)” (Important, 16), que en once compactos recupera todos los discos que el italoamericano Harry Bertoia (1915-1978) publicó en su propio sello y en una tirada más bien escasa. Autor de numerosas formas escultóricas, muchas de ellas largos ramilletes de metal, agrupados sobre bases cuadradas y terminados con formas cilíndricas y esféricas, Bertoia descubrió que la manipulación física de estas piezas producía drones de gran riqueza cromática; drones que, al combinarse entre sí, permitían dar forma a pequeñas sinfonías dotadas de una belleza sobrenatural. Obsesionado por el descubrimiento, pasó los últimos años encerrado en una granja de Pennsylvania grabando multitud de piezas, de las que sólo las veintidós que están reunidas en esta caja vieron la luz antes de su muerte. Hablamos, por tanto, de una compra fundamental para todos los que estén interesados en el ambient en general y en la música hecha con drones en particular, y no sólo por la música, sino también por los textos que incluye el generoso libro que la acompaña. Una auténtica joya, que además va a tener continuación, ya que el dueño de Important Records, John Brien, está escarbando en todo el material de archivo que el músico-escultor dejó detrás suyo, a la caza de las mejores piezas. “Clear sounds/Perfetta” (Sonambient, 16), publicado hace apenas un par de semanas, es el primer fruto de estos esfuerzos, y con apenas unas cuantas escuchas ya podemos decir que el material está completamente a la altura.
La otra gran reedición del año es la nueva vuelta tuerca que Wolfgang Voigt ha dado a la discografía de Gas, el que posiblemente sea su proyecto más conocido. De nombre escueto y contenido lujurioso, “Box” (Kompakt, 16) recopila en diez vinilos (más cuatro compactos y un libro repleto de fotos de bosques frondosos) tres de los discos que grabó con ese nombre –“Zauberberg” (97), “Königsfort” (98) y “Pop” (00)- y otro vinilo con un par de pistas rescatadas de maxis y recopilaciones. Poco hay que decir respecto al contenido: masas de sonido narcóticas y que parecen suspendidas en el tiempo, en las que se mezclan samples de música clásica ralentizados, bombos a negras sonando desde algún plano lejano y toda una poética alrededor de los bosques alemanes y de la herencia cultural de ese país. Suficiente para dar forma a toda una etiqueta (el denominado “ambient house” o “ambient pop”) que ha influido de manera determinante en decenas de productores que llegarían después. Y aunque ya se publicó algo parecido hace ocho años –la caja de cuatro compactos “Nah und fern” (08)-, cabe señalar que para esta ocasión el amigo Voigt ha realizado nuevos edits y remezclas, de cara a potenciar los aspectos más interesantes de un legado monumental, al tiempo que obliga a los fans a rascarse la billetera.
A estas referencias habría que sumar también otros dos títulos que, sin ser exactamente reediciones, sí recuperan material que había tenido poca difusión, o que directamente ni siquiera había visto la luz. En el primer caso está el “Hearing music” (Numero Group, 16) de Joanna Brouk, una pionera del ambient y la música hecha con sintetizadores, que abandonó la música a principios de los ochenta para dedicarse a ser ama de casa. El material que contiene este disco doble demuestra lo mucho que perdió el mundo de la música con esta decisión: y es que, más allá de algunas trazas minimalistas (fue discípula de Terry Riley), en sus composiciones se respira una extraña naturalidad, en la que no se sabe muy bien qué es acústico y qué sintético, que está tocado y qué es una grabación de campo. Ella se definía, más que como compositora, como una “canalizadora”, y así es como hay que entender estas pequeñas gemas, capaces de transportar al oyente a mundos desconocidos. La otra pieza de interés viene de la mano de Suzanne Ciani, que después de su reivindicación vía Finders Keepers parece estar viviendo una segunda juventud, que igual le lleva a colaborar con artistas de generaciones más jóvenes –el también espléndido “Sunergy” (Rvng Intl, 16), grabado a medias con Kaitlyn Aurelia Smith- que a desempolvar viejas cintas de su archivo, como este “Buchla concerts 1975” (Finders Keepers, 16) que hoy nos ocupa, y que contiene dos largas piezas, repletas de sonidos alienígenas y de mantras meditativos que vienen a confirmar, una vez más, que lo suyo es mucho más interesante y musculoso que ese revival new age en el que suelen etiquetarla.
Hablando ya de los discos publicados en 2016, y quizás también como reflejo de ese estancamiento del género del que hablábamos más arriba, abundan los nombres conocidos entre los títulos más interesantes de la temporada. Uno de estos casos es el de Svarte Greiner: el alias que el noruego Erik K. Skodvin (Deaf Center, B/B/S) dedica a los drones oscuros como cuevas neolíticas ha publicado “Moss garden” (Miasmah, 16), un vinilo con dos piezas densas y musculosas, que está entre lo mejor de toda su discografía. Y lo mismo sucede con Julianna Barwick, que en su tercer disco, “Will” (Dead Oceans, 16) decidió prescindir de muchos de sus trucos a nivel de producción para concentrar sus esfuerzos en dar forma a canciones vaporosas y de aire casi litúrgico. Junto a ellos, varios artistas más –Loscil con “Monument builders” (Kranky, 16), Koen Holtkamp con “Voice model” (Umor Rex, 16), Eluvium con “False readings on” (Temporary Residence, 16)–, añadieron pequeñas gemas a sus respectivos catálogos, confirmando que se trata de gente sólida y confiable, auténticos corredores de fondo. Un apartado en el que también podrían entrar tipos como Forma, Bvdub, Asuna o Biosphere, que con “Departed glories” (Smalltown Supersound, 16) ha confirmado un estado de forma envidiable, que dura ya varios años.
A toda esta buena salud del género contribuye la existencia de varios sellos que, haciendo oídos sordos al continuo descenso de ventas (sobre todo en lo relativo al CD, un formato que sigue siendo capital en el mundo del ambient), siguen a lo suyo, dando forma a catálogos sólidos, en los que se puede seguir invirtiendo casi a ciegas. Es el caso de 12k, que a punto de cumplir veinte años de actividad, ha puesto en circulación álbumes de Federico Durand (el estupendo “A través del espejo”), Fourcolor, Fenton, Will Samson o Gareth Dickson. También Home Normal, que este año mudó su residencia a Londres, sigue a lo suyo, y ha publicado un manojo de discos bonitos y sencillos a cargo de gente como M. Ostermeier, Mere, Giulio Aldinucci o el propio jefe del asunto, Ian Hagwood. Eso sí, si hay que destacar un título dentro de tan generoso catálogo, ese es “El rumor del oleaje” (Home Normal, 16) de un David Cordero que, tras varios años de proyectos compartidos y aventuras en el mundo de las bandas sonoras, por fin se ha lanzado a publicar un disco en solitario; una pequeña joyita, que utiliza grabaciones de campo capturadas en playas de Cádiz y Euskadi para dar forma a piezas de belleza sobrenatural y ritmo imprevisible, que se ha alzado con el segundo puesto en la lista de mejores discos nacionales de esta santa casa. Plataformas a las que hay que sumar otras como la norteamericana Time Released Sound o la inglesa Fluid Radio, que a la música que publican suman el valor añadido de unas ediciones espectaculares, realizadas de manera medio artesanal –un ejemplo de esto es el muy bonito “Transient accidents” (Fluid Radio, 16), de nuestros Cello + Laptop-. Y también casos particulares, como el de Glacial Movements, un sello italiano que sólo publica discos en los que el mundo de los glaciares (horizontes congelados, icebergs descomunales, vientos bañados en escarcha) sirven de inspiración. Un universo que puede parecer reducido, pero que en 2016 ha brillado particularmente bien, porque aparte de títulos de Rapoon, Philippe Petit o Aria Rostami & Daniel Blomquist, ha publicado dos pequeñas gemas de Chihei Hatakeyama & Dirk Serries (el precioso “The storm of silence”) y de Council Estate Electronics, uno de los proyectos menos conocidos de Justin K Broadrick, que en “Arktika” (Glacial Movements, 16) da forma a un disco de ritmo pesado y ambientes densos como una ventisca de nieve.
También, por supuesto, hay lugar para descubrimientos. A pesar de que “Settlers” (Lost Tribe Sounds, 16) es su tercer disco, poco se había escuchado hablar de Western Skies Motel, un proyecto detrás del que se esconde el danés René González Schelbeck. Como sugiere el alias que ha escogido, el universo en el que se mueve Schelbeck es el del medio oeste norteamericano de mediados del siglo pasado: un paisaje de moteles polvorientos, ferrocarriles que rezuman hollín y fotografías en tono sepia pobladas por mineros y vaqueros hirsutos. Códigos que él interpreta mediante sólidos arpegios de guitarra y fondos sintéticos que parecen desplazarse al ralentí, produciendo por el camino temas que son luminosos y expansivos, pero también melancólicos y curiosamente intimistas; un juego de opuestos en el que reposa gran parte de su (enorme) valor. También ha sido una sorpresa el disco de debut del neoyorquino Joe Williams (que llevaba varios años trabajando como ingeniero de sonido y ghostwriter dentro del colectivo Lifted) como Motion Graphics; un disco homónimo en el que juega por igual con recursos digitales y sampledelia atípica, para construir un discurso que está en algún lugar en medio de la línea que une a Oval con Phillip Glass. También hay ecos de Glass en el primer disco de Wilson Tanner, un proyecto que han montado a medias los productores Andrew Wilson (Andras Fox) y John Tanner (Eleventeen Eston), y que en “69” (Growing Bin Records, 16) explora con soltura los límites más cursis del ambient y la kosmische, pero sin llegar a caer nunca en el pastiche. Y merece la pena cerrar este recuento con el tercer disco de Botany, “Deepak verbera” (Western Vinyl, 16), que confirma la transformación radical del proyecto que lidera el tejano Spencer Stephenson, que ha abandonado el shoegaze emotivo de sus primeros tiempos para abrazar una sampledelia puntillista y repleta de flashes luminosos.
Entrando en el terreno de la neoclásica, quizás el título más interesante sea el “Orphée” (Deutsche Grammophon, 16) de Jóhann Jóhannsson. Dedicado como estaba a labrarse un nombre dentro del mundo de las bandas sonoras –una vertiente que también ha cultivado en 2016 con la música que ha compuesto para “Arrival” (Deutsche Grammophon, 16), la última película de Denis Villeneuve–, el compositor islandés llevaba ocho años sin publicar un disco con música original. Una espera que ha merecido la pena, porque en las quince piezas que contiene el disco (todas ellas de duración contenida y desarrollo meticuloso) se reconocen muchos de sus gestos y guiños clásicos, depurados hasta alcanzar una perfección notable. También destaca el trabajo de un tipo que hasta hace poco no era más que un rookie, el canadiense Ian William Craig, que ha publicado este año dos discos, el notable “Meaning turn to whispers” (Aguirre, 16) y el espectacular “Centres” (130701, 16), en los que mezcla su voz operística con fondos sintetizados y pianos preñados de melancolía. El siempre interesante Olafur Arnalds completó con “Island songs” (Erased Tapes, 16) uno de los capítulos más interesantes de su discografía, un disco grabado en diferentes localizaciones de su Islandia natal, en el que se hacía acompañar de músicos locales con los que improvisaba canciones entre el susurro y el himno. Otro recién llegado a su sello, el berlinés adoptivo Ben Lukas Boysen (el tipo que se hace llamar Hecq) continuó su viraje hacia la rama más oscura y opresiva del género con el brillante “Spells” (Erased Tapes, 16). Y otro viejo conocido, Adam Bryanbaum Wiltzie (Stars Of The Lid, A Winged Victory For The Sullen) publicó la banda sonora de un documental, “Salero” (Erased Tapes, 16), en la que explota ese universo de melodías infinitas y masas de cuerdas suspendidas en el aire que son marca de la casa.
En el capítulo de los magos de la guitarra, el disco más sorprendente es “Love streams” (4AD, 16) de Tim Hecker, y lo es precisamente porque el productor canadiense ha dejado a su instrumento principal en un segundo plano para trabajar con masas vocales (varias de ellas, por cierto, compuestas por Jóhann Jóhannsson). Masas vocales, eso sí, que ha sometido al mismo proceso de degradación y licuefacción digital que ya es marca de la casa, y que ha desembocado en un disco de aires mántricos y cualidades etéreas –piensen en bandas como Cocteau Twins o Dead Can Dance- que explica a la perfección su fichaje por el sello 4AD. Otro gran nombre a tener en cuenta es el de Roy Montgomery, un pionero de este negociado que, tras quince años sin publicar un disco a su nombre, se ha descolgado con “R M H Q: Headquarters” (Grapefruit, 16), un ciclo de cuatro álbumes en el que recorre el camino que va desde el ambient pop con forma de canción a la suite de bolsillo en la que se acumulan capas y texturas. Otro habitual de estas lides, el australiano Oren Ambarchi, parte en “Hubris” (Editions Mego, 16) de loops y líneas de guitarra, inspiradas lejanamente en la new wave, que deja a disposición de un envidiable grupo de colaboradores (Jim O’Rourke, Mark Fell, Keith Fullerton Whitman, Ricardo Villalobos) para que ellos las destripen y manipulen, hasta convertirlas en piezas densas y complejas, dotadas de una extraña luminosidad. Uno de los culpables de ese milagro, Jim O’Rourke, se alía también con su viejo compadre Fennesz para dar forma a “It’s hard for me to say I’m sorry” (Editions Mego, 16), un disco que a primera escucha puede parecer hijo bastardo de “Loveless”, pero que poco a poco revela una inesperada multiplicidad de capas y un tono misteriosamente melancólico. Que es también el adjetivo que mejor describe el décimo disco del escocés Gareth Dickson, un “Orwell court” (12k, 16) que suena como si a Brian Eno le hubiera dado tiempo a producir algún álbum de Nick Drake. Eso sí, el Brian Eno de la buena época, y no el que entrega medianías como “The ship” (Warp, 16).
Para el final quedan esos tipos que hacen ambient, pero que siguen mirando de reojo a las pistas de baile. Tipos como Roman Flügel, que en “All the right noises” (Dial, 16) combina ritmos complejos y que transmiten una cierta serenidad (a pesar de que en ciertas ocasiones avanzan realmente veloces) con sintetizadores preciosistas y toda clase de ruidos y sonidos que, a pesar de su naturaleza extraña, encajan en el conjunto con esa precisión que anuncia el título del disco. Compadre de correrías del anterior, Lawrence también juega a mezclar recursos de club y de la música en “Yoyogi Park” (Mule Musiq, 16), un disco de aire contemplativo y narcótico en el que todos los elementos parecen diseñados para crear figuras rítmicas que se desvanecen delante mismo del oyente. Algo que también sucede con la estupenda colaboración que los neoyorquinos Alvin Aronson y Galcher Lustwerk han sacado a la luz como Studio OST, un “Scenes (2012-2015)” (Lustwerk Music, 16) perezoso y dotado de una extraña tristeza, que parece evocar ese momento en el que la música del club se apaga y hay que volver a casa, con los bombos resonando todavía en la cabeza. Eso sí, siempre hay quien es capaz de llevas todo esto más lejos y borrar por completo los ritmos, dejando apenas un poso de su presencia en el fondo de la mezcla. Un eco fantasmal que se puede reconocer en el estupendo “For those of you who have never (and also those who have)” (Proibito, 16) de Huerco S., un prodigio de contención espacial y de diseño sonoro, pero también en el cuarto disco de Holovr, un proyecto del londinense Jimmy Billingham, que en “Anterior space” (Further Records, 16) adquiere una consistencia gaseosa, capaz de desplazarse por el espacio sin apenas resistencia.
Los 20 mejores discos de ambient y música experimental de 2016
01. Jóhann Jóhannsson “Orphée”
02. Tim Hecker “Love streams”
03. David Cordero “El rumor del oleaje”
04. Roman Flügel “All the right noises”
05. Western Skies Motel “Settlers”
06. Ian William Craig “Centres”
07. Olafur Arnalds “Island songs”
08. Huerco S. “For those of you who have never (and also those who have)”
09. Adam Bryanbaum Wiltzie “Salero”
10. Studio OST “Scenes (2012-2015)”
11. Roy Montgomery “R M H Q: Headquarters”
12. Svarte Greiner “Moss garden”
13. Botany “Deepak verbera”
14. Julianna Barwick “Will”
15. Lawrence “Yoyogi Park”
16. Ben Lukas Boysen “Spells”
17. Oren Ambarchi “Hubris”
18. Loscil “Monument builders”
19. Koen Holtkamp “Voice model”
20. Eluvium “False readings on”

Vidal Romero
Como todos los antiguos, Vidal Romero empezó en esto haciendo fanzines (de papel) a mediados de los noventa. Desde entonces, su firma se ha podido ver en infinidad de revistas (Go Mag, Rockdelux, Ruta 66, Playground, aB, Era y Clone entre muchas otras) y algún que otro periódico (Diario de Sevilla, Diario de Cádiz). Es también uno de los autores del libro “Más allá del rock” (INAEM, 08) y ha trabajado como programador y productor para ciclos de conciertos y festivales como Arsónica, Territorios o Electrochock (US). Incluso le ha quedado tiempo para ayudar a levantar España ladrillo a ladrillo con lo que es su auténtica profesión: la arquitectura. Es uno de los mejores analistas de música electrónica de este país.