Mouse on Mars
No pesan los años
Veintiún años. Ese es el tiempo que Andi Toma y Jan St. Werner llevan dando vida a Mouse On Mars, el proyecto que tienen en común. Veintiún años es la edad que en muchos países occidentales se considera suficiente como para alcanzar la madurez; la edad a partir de la que se puede votar, comprar alcohol o ir a la cárcel. Una excusa perfecta para echar la vista atrás y comprobar hasta dónde se ha llegado. Una excusa perfecta, también, para montar una buena fiesta y que los amigos te hagan regalos.
En el caso de Mouse On Mars esos regalos llegan en forma de colaboraciones y remezclas: las que se incluyen en “21 again” (Monkeytown, 14), un doble compacto en el que Toma y St. Werner han reunido a viejos y nuevos amigos, a antiguos colaboradores y pupilos, para dar forma a treinta canciones que saltan de la electrónica cubista al pop de juguete, del ambient a la música de baile, del post-rock al folk húngaro y el soul sin solución de continuidad. Un disco que comienza con la particular felicitación de Mark E. Smith y su mujer, Elena Poulou, para luego ir convocando a gente como Tortoise o Prefuse 73; a Tim Gane y Laetitia Sadier; a Modeselektor, Oval, AGF y Schlammpeitziger; a Siriusmo, Helado Negro, Machinedrum y Mesak; a Matthew Herbert y Atom TM. Un auténtico all-star de la música independiente y experimental, que de algún modo refleja la diversidad de ambientes y estilos en los que se ha movido el dúo de Colonia a lo largo de estos veintiún años.
Pero, ¿cómo empezó toda esta historia? Al otro lado del teléfono, Jan St. Werner explica que “a principios de los noventa, Alemania era un sitio bastante aburrido a nivel de música electrónica. Existían sellos que publicaban cosas interesantes, por supuesto, pero todos eran demasiado predecibles y aburridos; se concentraban en un único estilo, y no eran capaces de salir de él, y eso era algo que nos horrorizaba”. Así las cosas, decidieron enviar una maqueta con varios temas a uno de sus bandas favoritas, Seefeel, porque “sus discos se parecían mucho a lo que nosotros queríamos hacer. Nos encantaban los sonidos que conseguían, la mezcla de instrumentos que utilizaban y también la forma que tenían de presentar su música”. Y para su sorpresa, los responsables del sello de Seefeel, Too Pure, contactaron con ellos; un interés que era de ida y vuelta. “Too Pure era uno de los sellos más atractivos que existían entonces”, recuerda St. Werner, “un sello sin etiquetas, en el que cabían grupos muy distintos entre sí y con mucha personalidad”. Recuerda también St. Werner que al principio estaban un poco perplejos. “Nos dijeron que la música les interesaba, pero que creían que había algún problema con la cinta porque no sonaba del todo bien. Andi y yo sabíamos que la cinta estaba bien grabada, pero aún así mandamos un nuevo paquete con varias copias más. Y en cuanto las escucharon, cogieron un avión y vinieron a conocernos a Colonia”.
Parte de aquella cinta terminaría apareciendo en el primer disco de Mouse On Mars, “Vulvaland” (94), inaugurando una relación que se extendería a lo largo de otros dos álbumes más y un puñado de singles y EPs, recopilados en el muy recomendable “Rost pocks (the EP collection)” (03). “Con Too Pure nos entendimos perfectamente porque no tenían ningún tipo de preconcepciones acerca de cómo debía ser una banda”, explica St. Werner. “Eran muy abiertos y se implicaban en todos los aspectos del disco, pero siempre con voluntad constructiva”. “Vulvaland”, una deliciosa colección de travesuras electrónicas en la que colisionaban todos los géneros que se les pasen por la cabeza (del techno al dub, del krautrock al ambient, del funk a la música concreta), sentó desde el primer momento las bases del sonido de Mouse On Mars. “Siempre hemos funcionado de la misma manera”, confirma St. Werner, “intentando trasladar a nuestros discos la música que suena en nuestras cabezas. A la hora de escribir un tema solemos partir de ideas muy concretas, que pueden versar acerca de la duración, del tipo de sonidos que debemos utilizar o incluso del estilo que nos interesa versionar a nuestra manera”. Una estrategia que tiene mucho de apropiacionista, porque “en cierto modo, cada uno de nuestros discos es como un collage de la música y los artistas que hemos estado escuchando mientras lo grabábamos. Un proceso que a veces nos sale con rapidez y que otras veces tarda más en encajar”, pero que siempre llega al mismo sitio, a las canciones. “Siempre terminamos haciendo canciones, así que en el fondo imagino que somos una banda bastante tradicional”.
Fue también en aquella época cuando desde Too Pure decidieron montar una gira a los chicos por Inglaterra. “Aquello era un problema porque nunca habíamos tocado en directo”, confiesa St. Werner. “Nuestra ambición era ser una banda de estudio; éramos felices sólo con estar allí encerrados, creando nuestras canciones. Pero al final terminamos aceptando”. Para su primer concierto, en Londres, decidieron que necesitaban a un batería. “Queríamos ser agresivos, pero con los instrumentos que teníamos resultaba complicado. Así que allí mismo, un par de días antes del concierto, contactamos con Dodo Nkishi. Nos dijo que quería tocar con nosotros, pero que no tenía batería. Le compramos una y, bueno, desde entonces está con nosotros”.
¿Por qué se rompió la relación con Too Pure después de “Autoditacker” (97), uno de vuestros mejores álbumes?
Too Pure fue el mejor sello que podríamos haber soñado a la hora de introducirnos en el mercado inglés, pero la verdad es que con ellos nunca llegamos a vender demasiados discos. Además, continuamente tenían problemas contables y eso significaba que nunca estábamos seguros de si cobrábamos todos nuestros derechos y royalties. Llegó un momento en el que, simplemente, dejamos de confiar en ellos, y comenzamos a buscar otras alternativas. Y al final, decidimos firmar con distintos sellos en función del territorio: Zomba para Europa, Thrill Jockey en Estados Unidos, Tokuma en Japón; era la mejor manera de controlar todo lo que hacíamos.
También fue entonces cuando fundasteis Sonig, vuestro propio sello.
En realidad fue un poco casual. Una productora contactó con nosotros para que hiciéramos la música de un documental que estaba preparando, el material que luego aparecería en “Glam” (98). El contacto lo realizaron a través de los dueños de Too Pure, que se limitaron a darles un número de teléfono para que nos llamaran, pero que a pesar de eso intentaron cobrar un porcentaje del contrato. Así que montamos Sonig para evitar ese tipo de situaciones, para ser más independientes.
A mí siempre me había parecido que era el vehículo que utilizabais para publicar vuestros discos más experimentales, cosas como “Instrumentals” (97) o el citado “Glam”.
Y al principio esa era la idea, publicar cosas con menos salida comercial. Bandas sonoras, música para instalaciones, nuestros proyectos paralelos, versiones en vinilo de cosas que sólo hubieran salido en compacto en otros sellos. Pero cuando teníamos montada la estructura decidimos que podía servir también para dar una oportunidad a gente como nosotros, que hacía música impredecible y con sentido del humor.
Desde luego, eso lo conseguisteis. Con los discos de Sonig lo único que estaba claro es que no sonarían a nada que hubieras escuchado antes.
Que era precisamente nuestra intención. A finales de los noventa, la mayoría de los sellos todavía eran muy cerrados, pensaban en un cierto estilo y se plegaban a él. Así que nosotros íbamos recogiendo a todas las almas que considerábamos gemelas; tipos que no encajaban en ningún otro sitio. Todavía seguimos sacando cosas de vez en cuando, pero me temo que los tiempos no acompañan demasiado.
Poco después os fichó Domino. Para mí esa es vuestra época más accesible, incluyendo un disco tan descaradamente pop como “Radical connector” (04), o el álbum de Von Südenfed, vuestro proyecto a medias con Mark E. Smith. ¿Fue un movimiento premeditado, para intentar llegar a un público más grande?
En los discos que publicamos con Domino manejábamos un formato pop, pero al mismo tiempo las canciones estaban repletas de construcciones anarquistas y de temáticas extrañas. Y a pesar de eso conseguíamos permanecer enfocados y grabar discos que resultaban asequibles –igual definirlos como “comerciales” es un poco excesivo-. “Radical connector” fue nuestro punto más alto; el que nos hizo pensar que ya no podríamos llegar a crecer más. Vendimos muchísimas copias y dimos muchísimos conciertos, expandimos nuestras posibilidades a todos los niveles (visuales, filosóficos, políticos) y nos convertimos, más que nunca, en una banda.
¿Por qué rompisteis entonces con Domino?
Como te comentaba antes, las giras después de publicar “Radical connector” fueron muy largas, y cuando terminaron decidimos tomarnos un descanso. En parte para poder trabajar en nuestros proyectos en solitario, y en parte también para aclarar nuestras ideas, que parecían agotadas. Tardamos mucho tiempo en encontrar la inspiración para grabar un disco nuevo, y para entonces Domino ya no estaba interesado. Ya no era el sello que habíamos conocido; había dejado de lado la música experimental para concentrarse en las bandas de pop. De repente, estaba compitiendo con las multinacionales.
Por suerte, apareció Monkeytown, el sello de Modeselektor, para rescataros.
En realidad, nunca habíamos dejado de tocar en directo. Simplemente estábamos dedicando nuestros esfuerzos a otras cosas, como el diseño de un software específico que se acoplara a nuestra manera de hacer canciones. Pero el encuentro con Modeselektor fue providencial; fue como volver a sentirnos en la época de Too Pure, trabajando con gente muy abierta, pero que siempre negocia y medio produce el contenido de los discos. La única diferencia es que antes éramos los bichos raros del sello y ahora estamos entre los más normalitos.
En realidad, desde que estáis con ellos vuestra música ha dado un nuevo giro; ahora es más cruda y directa, parece más orientada hacia los clubes. ¿Tiene que ver con la política del sello, o es que habéis empezado a salir de clubes a estas alturas?
La verdad es que últimamente tocamos mucho más en clubes que en salas convencionales. Es más interesante y también más libre; puedes ir con configuraciones mucho más extremas y mezclar diferentes maneras de tocar. Aparte, nunca nos hemos sentido cómodos sobre el escenario, porque nuestros conciertos son muy de manipular aparatos, y eso no es algo muy interesante a nivel visual, no tiene mucho de espectáculo. Y en los clubes la gente no va a mirar, sino a escuchar; lo importante no es cómo luce el show, sino cómo se escucha el equipo de sonido.
¿Y música de baile escuchas?
Mucha. Eso sí es algo nuevo, porque se trata de un género que nunca me había interesado. En los noventa estuve enganchado al jungle durante una época, pero creo que lo que me atraía de verdad era su vertiente experimental. Pero ahora hay cosas muy interesantes; hay una nueva generación de productores que hacen música realmente extraña pero que al mismo tiempo se puede bailar, y eso me fascina.
Háblame ahora de “21 again”. ¿De dónde surgió la idea?
La idea fue tan sencilla como llamar a músicos que nos gustaban y hacer cosas con ellos sin ningún tipo de restricciones: a veces tocábamos juntos, otras veces remezclaban alguna canción nuestra o nos suministraban sonidos para que los trabajáramos; incluso hay canciones en las que ni siquiera aparecemos. Y la verdad es que nos ha sorprendido mucho lo fácil y relajado que ha resultado todo el proceso. De hecho, nos ha costado ponerle punto y final porque nos lo estábamos pasando muy bien.
Me lo creo. Habéis necesitado dos discos compactos para que cupiera todo.
Y todavía se han quedado algunas colaboraciones en el tintero. Pero ya irán saliendo, forman parte de otro proyecto en el que estamos trabajando.
Además del disco habéis preparado una especie de mini festival, que tendrá lugar en el Hau Hebbel, en Berlín, los días 31 de octubre y 1 de noviembre, y en el que tocan muchos de los músicos que han participado en el disco. ¿La intención es montar después una gira con ellos?
Hemos recibido alguna oferta, pero de momento sólo vamos a hacer esta fecha. Es muy complicado poner de acuerdo a tanta gente como para llevárnoslos a todos de gira. Y además, necesitaríamos espacios tan inspiradores como el que nos han cedido. Pero quién sabe.
Y, ya para terminar, ahora que sois mayores de edad, ¿qué pensáis hacer con vuestras vidas?
Me temo que nunca tendremos una vida normal. Ahora mismo estamos trabajando con un ingeniero en una plataforma de instrumentos virtuales para iPhone e iPad. La idea es poder dar conciertos completos utilizando sólo móviles y tabletas, y la cosa marcha bastante bien: tenemos ya terminados los módulos de bajo y batería y están teniendo mucha aceptación, así que a lo mejor llegamos a montar una orquesta completa en algún futuro no muy lejano. Aparte de eso tenemos un proyecto a medias con Machinefabriek, que verá la luz dentro de poco. Y, bueno, en algún momento tendremos que empezar a grabar un nuevo disco; esta vez uno que sea de verdad.

Vidal Romero
Como todos los antiguos, Vidal Romero empezó en esto haciendo fanzines (de papel) a mediados de los noventa. Desde entonces, su firma se ha podido ver en infinidad de revistas (Go Mag, Rockdelux, Ruta 66, Playground, aB, Era y Clone entre muchas otras) y algún que otro periódico (Diario de Sevilla, Diario de Cádiz). Es también uno de los autores del libro “Más allá del rock” (INAEM, 08) y ha trabajado como programador y productor para ciclos de conciertos y festivales como Arsónica, Territorios o Electrochock (US). Incluso le ha quedado tiempo para ayudar a levantar España ladrillo a ladrillo con lo que es su auténtica profesión: la arquitectura. Es uno de los mejores analistas de música electrónica de este país.