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Leonard Cohen

You Want It Darker

Columbia

9,7

Rock/Folk

Marc García

 

Visto ahora, resultaba evidente: si había un músico con todas las papeletas para convertirse en ejemplo perfecto de las posibilidades del estilo tardío, ese músico tenía que ser Leonard Cohen. Pero, en el cambio de siglo, el canadiense se mostraba significativamente menos vital en su producción de lo que lo hace ahora que las cabeceras y los titulares apuntan al inevitable final de partida. Y he ahí el primer matiz necesario ante este “You Want it Darker”, cuyo tema no es tanto la muerte como el agotamiento y la renuncia (que tal vez, cabe conceder, sean su sintomático preludio); que no es una despedida de la vida, sino de las dos fuerzas que la empujan y la alientan, y que han constituido el sustrato recurrente de la escritura coheniana a lo largo de toda su carrera: el amor y la fe.

 

Tras un par de discos desigualmente notables, y que ahora se escuchan como tentativos, “Old Ideas”, “Popular Problems” y “You Want it Darker” certifican el regreso de pleno derecho de Cohen a los estudios; suponen la rúbrica de una resurrección artística insospechadamente brillante. He aquí una tripleta capaz de competir con cualquier conjunto de discos de su autor elegidos al azar, que emprende un camino de sublimación expresiva del que su entrega más reciente es el cénit difícilmente superable, y que logra al fin cubrir con nota la que quizá era la asignatura pendiente del Cohen maduro: la del sonido.

 

 

 

A lo largo de cincuenta años de carrera, Cohen ha impulsado su escritura (terrenal y elevada, sensual y mística, grave e irónica a la vez, elegante siempre) con un don natural para las melodías en ocasiones injustamente orillado (palabra de Nobel), pero su combinación ganadora no siempre la redondeó un sonido a la altura. Tras los primeros y leves tanteos con lo sintético en “Various Positions”, “I’m Your Man” emergía como un verdadero impacto. Los riffs desbocados de sintetizador, los coros femeninos danzarines, las risas secas y malévolas: todo contribuía a la energía negra, alocadamente paródica con la que arrancaba un disco provocador y muchas veces divertido, en el que el Armagedón podía bailarse y la (por demás perfectamente reproducida) retórica chulesca de los tipos duros pasaba por un filtro de autoconsciente, jocunda ironía. Un envoltorio menos libre y explosivo hubiera perjudicado los alcances del disco, pero la fórmula no funcionó exactamente igual en “The Future”, un álbum con temas extraordinarios y otros un tanto irregulares, amén de un par de versiones que avisaban de una inspiración ligeramente menguada. Al muy estimable “Ten New Songs”, el regreso que nadie esperaba, le pasaron factura los años desconectado de la escena musical: producido, coescrito e interpretado casi por completo por una Sharon Robinson omnipresente –tanto en los coros como en el aire generalizadamente gospeliano del material–, el disco acusaba su grabación solitaria y doméstica en un sonido enlatado de maqueta sin redondear; “Dear Heather”, por su parte, queda como una obra quebradiza y frágil, hecha de retazos desiguales, entre el jazz ambiental y lo recitativo, y cuya audaz forma combinaba vislumbres de enigmática, estimulante experimentalidad con ocurrencias eminentemente fallidas (como el bucle robótico de la pieza titular).

 

El Cohen que reencontrábamos en 2012 era felizmente muy otro: revitalizado por años de una gira maratoniana y jubilosa, descartó el sonido acaso un poco demasiado opulento de la nutrida banda que lo acompañaba para entregar muestras de su reforzada precisión melódica envueltas en ropajes orgánicos y austeros, precisos y mínimos pero dotados de cuerpo, que dejan espacio a una voz cuyas propiedades expresivas sólo se han visto incrementadas con la edad, y que deben mucho a la elección inesperada de Patrick Leonard, colaborador de Madonna, como mano derecha musical. De la mano de su propio hijo Adam, sentado en la cabina del productor, esta esencialidad alcanza ahora su expresión más depurada y emocionante en “You Want it Darker”: una concentración que se extiende a las letras (de versos compactos y transparentes, hermosísimos en su muy lograda exactitud) para completar un disco sin apenas un gramo de grasa.

 

 

Un disco que, ya va dicho, orbita en torno a una doble renuncia, enunciada serena pero inapelablemente como una irrefutable constatación. “You Want it Darker (cuyo aliento apocalíptico y trascendente, guiado por la pulsación profunda y contemporánea de una figura de bajo, podría encajar en “The Future”) permite ser leído como el reverso tonal, en clave tenebrosa, de “Going Home”, la pieza de arranque de “Old Ideas”: si allí las aspiraciones y pretensiones artísticas del propio cantante aparecían satirizadas, con autoironía amable y cómplice, a través de la voz de un Dios que se ocupaba de dejar bien claro que la única potestad como músico del canadiense era repetir sin rechistar su palabra, en “You Want it Darker” la figura divina es objeto de una interpelación inmisericorde por parte de un Cohen excluido, quebrado, vergonzante, que replica el truco de “Almost Like the Blues”, su hermana de sentimiento, de insertar una memorable ironía desmitificadora en el corazón de un paisaje lírico esencialmente ominoso: si allí era “There’s torture / And there’s killing / And there’s all my bad reviews, aquí afirma “I struggled with some demons / They were middle class and tame”. El coro de la sinagoga Shaar Hashomayim de Montreal no convoca imágenes de paz litúrgica: más bien remite al círculo de monjes malvados de una película de terror. Una perspectiva desesperanzada de la religión que se amplía en el otro tema donde, más veladamente, participa el coro: la sugestiva, insinuante “It Seemed the Better Way, encendida por un violín puntiagudo y la repetición cíclica de sus estrofas, donde las enseñanzas de un líder espiritual (¿quizá Roshi, el antiguo maestro zen de Cohen?) revelan su tramoya de mentiras en un texto que, como ocurre también en “Traveling Light”, encontró una primera formulación provisoria en Libro del anhelo, el último libro de poemas de su autor.

 

Las metáforas religiosas y las bélicas, elementos recurrentes del arsenal compositivo del canadiense, se unen en una de las obras maestras del álbum, “Treaty, para narrar una crisis de pareja, y, con ella, la de la institución amorosa entera (que sobrevuela, adoptando diversas inflexiones, todo un disco para el que valdría rescatar el título de “Death of a Ladies Man”). Si, en la canción, la compañera de Cohen lograba convertir antaño la insípida agua en excitante vino, ahora ha revertido el milagro; la relación es ya una batalla, y Cohen suspira por un tratado de paz que no llegará sin dejar de admitirse furioso, extenuado, egoísta. Las oscurísimas notas del piano inicial se van iluminando y el trenzado de cuerdas eleva los puentes en tono mayor, que suenan como una reescritura mejorada de “Anthem”. “On the Level, hecha de juguetonas oposiciones e ingeniosas paradojas, energizada por teclados deslizantes (que emergen tras un bosquejo al piano de la obertura de “Hallelujah”) y esos coros femeninos tan característicos del Cohen tardío, se escucha como una versión más compacta y depurada de los logros de Sharon Robinson, que entrega aquí una pieza en que la renuncia a la peligrosa tentación del deseo se articula en una clave más ligera: afablemente irónica, cálidamente pícara. Por su parte, “Traveling Light otra de las cimas indisputables del álbum, recupera el aliento de cuerdas mediterráneas que era de una de las sorpresas más agradables de su banda de directo, el aire zíngaro de los mejores momentos de su disco “Recent Songs”, enredado aquí con un coro onomatopéyico al modo de “Dance Me to the End of Love”, y late con la sangre que bombea el discreto corazón mecánico de una caja de ritmos no muy distinta a la de “Nevermind”: un Cohen lapidario, que encadena versos breves y afilados, altamente citables, desprende aún una intriga oscura y desafiante al describir cómo suelta el lastre de la pareja, y quiebra las expectativas con una estrofa final con nuevas hipótesis y las dudas que traen asociadas.

 

 

Por su parte, y con su ritmo de vals cadencioso, “Leaving the Table” suena como una versión vaciada, en miniatura, de una balada dramática de los años cincuenta, a la que los instrumentos se incorporan en canónica y ordenada sucesión progresiva: el trémolo de las guitarras, el piano en stacatto, colorean de una modesta hermosura, dulce y digna, su tono de despedida serena. Un trasfondo instrumental muy similar, bajo el signo casi exclusivo de un teclado gospeliano y paisajístico, sirve como bastidor para “If I Didn’t Have Your Love”: la única pieza donde estar solo no es más que una posibilidad opuesta al luminoso presente desequilibra la continuidad lírica del álbum con un texto algo convencional y una melodía un tanto monocorde. Pero quedan dos ases en la manga: “Steer Your Way”, una invitación a abrirse paso entre las ruinas de la vida puntuada por zigzagueantes figuras de cuerdas country y unos puentes en ascenso de soleada ironía trágica (si es que ese oxímoron es concebible), y la casi instrumental “String Reprise / Treaty”, solemne y sublime, uno de los momentos estrictamente musicales más sorprendentes y emotivos del disco (que nos recuerda que “Tacoma Trailer”, con la enigmática, evocadora belleza del sintetizador repleto de efectos que interpreta Bill Ginn, sigue siendo quizá la gran canción olvidada de la discografía de Cohen), que se cierra con un inesperado resurgimiento de la voz de Cohen, perfectamente dramatizada, variando la letra de “Treaty” hasta darle una exactísima forma de haikú: un paso más allá de los logros de sencillez y concentración que en su anterior disco alcanzaba con el texto, muy blues, de “My Oh My”, y que en este amplía y perfecciona. “You Want it Darker” es Leonard Cohen quintaesenciado, sin aditivos ni excedentes: es un álbum exacto, cristalino, una de sus colecciones de canciones más regulares y mejor formalizadas, más directas, delicadas, hermosas, sugerentes; un disco de madurez que es a la vez síntesis y ahondamiento creativo; una despedida perfecta si no transparentara un estado de forma tan impecable que parece casi imposible de interrumpir. Si hay un músico, decíamos, capaz de lograr que esta racha triunfal siga, ese músico sólo puede ser Leonard Cohen: al fin y al cabo, nos ha prometido que va a vivir para siempre.

 

Marc García

Marc García (Barcelona, 1986). Licenciado en Humanidades (UPF) y Teoría de la Literatura y Literatura Comparada (UB). Ha colaborado en medios como Quimera, Qué Leer, numerocero, Revista de Letras, Hermano Cerdo, The Barcelona Review Panfleto Calidoscopio. Trabaja como editor de mesa, y es también corrector, redactor, traductor y lector editorial.