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Ann DeveriaIIEnvelope Collective 8,5Dark ambient |
El primer disco de Ann Deveria, el homónimo “Ann Deveria” (11), venía vestido con una portada sombría y misteriosa: los restos quemados de una cerca en medio de un campo yermo, sobre la que estallaba un golpe de agua. La primera vez que la vi, pensé en que era una imagen cargada de extrañeza, una imagen sacada por completo de contexto; los restos de aquel incendio (un incendio que se intuía físico, pero también emocional) poseían una extraña cualidad urbana, pero al estar rodeados de espacio libre, de montañas y de un cielo estrellado, su significado viraba hacia lugares inesperados. Que era algo que también sucedía con la música que contenía: en la superficie, “Ann Deveria” era un disco de superficies líquidas, uno de esos artefactos en los que la tensión se construye con paciencia y delicadeza, que arrastra al oyente de manera pausada por los meandros de un drone que podría ser infinito. La diferencia es que aquí, de repente, comenzaba a sonar “Embarcadero parte 3” y el ambiente se teñía con ecos de un jazz nocturno y mercurial (piensen en Bark Psychosis, por ejemplo), la intimidante prueba de que debajo de aquella banda de apariencia fantasmal existían músculos y hueso.
Con “II”, la nueva entrega del proyecto que comparten José Tena y Ángel Mancebo, me sucede algo parecido. La portada está gobernada por un cierto aire de misterio: unas sombrillas plegadas esperan olvidadas, apoyadas entre los viejos muros de algún edificio de otra época. Un edificio que alguna vez debió resultar esplendoroso (¿un castillo, quizás una basílica?), pero que ahora mismo aparece teñido de podredumbre, las ramas secas de un árbol muerto abrazando su decrepitud. Es una imagen que transmite tristeza, que de nuevo hace pensar en Ann Deveria como en un ánima, una presencia espectral que anida entre los pliegues de alguna memoria perdida. Una imagen que cobra todo su sentido cuando se deja caer la aguja sobre el disco y comienza a sonar “Atranos”, un festival de drones metálicos y de ecos de naturaleza desconocida, un (aparente) caos de sonidos amontonados, de percusiones desleídas en ácido, de cuerdas maltratadas hasta hacerlas irreconocibles. Con su hábil manejo de la tensión ambiental, con su cuidado diseño de texturas, “Atranos” da comienzo a un fascinante viaje por el mundo de las sombras: a diferencia de lo que sucedía en “Ann Deveria”, aquí apenas queda ya músculo que tensar, casi todo lo que suena está reducido a una masa informe e incómoda, en la que (como sucede con la imagen de la portada) se reconocen ecos de algún instrumento que alguna vez debió resultar esplendoroso, pero que aquí aparece consumido por completo.
Siguen una piscina de drones líquidos y una melodía que se escucha perdida entre las brumas: “Quietas tus pestañas, quieto ya tu corazón” continúa esa inmersión hacia lo desconocido; un viaje en el que también hay espacio para piezas con un cierto aire ritual. Los tambores en “Que tu fantasma se marche” hablan de ritos paganos, de sacrificios a algún dios ancestral, cuyo aliento resuena entre las grietas de los muros. Una sensación que se hace aún más intensa al principio de la cara B, con un “Narvaé” de tensión casi militar. Y con “Sagre”, que justo después recupera el sonido de los cuernos lejanos, instrumentos de metal que intentan hacerse escuchar por encima de un viento que todo lo consume. Que abren la senda hacia el último corte, “Todos los ahogados”, que comienza enroscado alrededor de los arpegios de una guitarra, un motivo triste pero que invita a la esperanza. Al menos, hasta que los crujidos de algún instrumento de cuerda desconocido comienzan a reptar por el plano de fondo; hasta que una guitarra cargada de distorsión aparece para tragárselo todo debajo de su manto de ruido y de oscuridad. El final perfecto para uno de los mejores discos de dark ambient que se han hecho nunca en este país.

Vidal Romero
Como todos los antiguos, Vidal Romero empezó en esto haciendo fanzines (de papel) a mediados de los noventa. Desde entonces, su firma se ha podido ver en infinidad de revistas (Go Mag, Rockdelux, Ruta 66, Playground, aB, Era y Clone entre muchas otras) y algún que otro periódico (Diario de Sevilla, Diario de Cádiz). Es también uno de los autores del libro “Más allá del rock” (INAEM, 08) y ha trabajado como programador y productor para ciclos de conciertos y festivales como Arsónica, Territorios o Electrochock (US). Incluso le ha quedado tiempo para ayudar a levantar España ladrillo a ladrillo con lo que es su auténtica profesión: la arquitectura. Es uno de los mejores analistas de música electrónica de este país.