Menu
Wye-Oak-Shriek  

Wye Oak

Shriek

City Slang

4,9

Synth-pop

 

Brais Suárez

 

Escuchar el último disco de Wye Oak es de lo más parecido que puede haber a sentirse como Ray Man o Crash Bandicoot. El dúo de Baltimore se tomó tres años desde su genial “Civilian” para dejar de lado ese folk tan característico, sostenido por la guitarra de Jenn Wasner, y lanzarse a la lisergia de un synth pop que hace evidente su inexperiencia en el género. Los teclados  y sintetizadores se sublevan para no dejar vivo ni un solo instrumento analógico y el resultado es una suerte de música de videojuego de los dos mil. Cada canción es como una fase o una pantalla, con sus paisajes bucólicos y sonidos de país de las maravillas.

 

El problema es que la mayor parte de las veces la música de videojuego no es más que un simple accesorio y en eso acaba convirtiéndose “Shriek” como conjunto: en una sintonía monótona (a pesar de lo policromáticos que resultan sus efectos) que, una vez ocupa el centro de nuestra atención, se apelmaza y acaba por atragantarse. Viene a ser como un profesor que a pesar de su amplio vocabulario no es capaz de variar ni su tono, ni su registro ni su énfasis; la clase se convierte en un esfuerzo para él y para sus alumnos y degenera en una situación artificial, ajena a quien habla y a quien escucha. Eso mismo ocurre con “Shriek”: una serie de canciones que forman un conjunto, más por todas las similitudes que comparten que por la coherencia y sentido de la unidad con que fueron grabadas, se acaban confundiendo como las pequeñas variaciones de un mismo sonido, se dispersan y no se dejan escuchar como disco sino como un sonido ambiental. En el momento en que abandonan el papel de telón de fondo de nuestra realidad virtual y pasan a un primer plano, la concentración se va desvaneciendo y uno se pregunta qué dirección tomar para derrotar al boss o para pasar a la siguiente fase.

 

Sí hay, no obstante, algunos destellos de delicadeza que nos confirman la existencia de un mundo real, de carne y hueso, y son precisamente los que sobrevivieron desde “Civilian”: la voz de Jenn Wasner sigue siendo toda una baza y da al disco el poso de personalidad mediante su cadencia propia. Convierte en soportables los temas iniciales de “Before” y “Shriek” para tomar verdadero protagonismo en “The Tower”, posiblemente la canción más inquietante del disco gracias a las reminiscencias ochenteras de los compases iniciales (que a mí no dejan de recordarme a una composición frustrada de David Bowie). A continuación llega “Glory”, que una vez supera los primeros segundos se convierte, sin duda, en el tema más completo de todo el disco. La canción perfecta para la presentación del videojuego, se podría decir; la que de veras se escucha. Después, “Sick Talk” abre paso a un cúmulo de efectos sonoros incoherentes que se detienen para que surja un estribillo repetitivo y simple. Es una línea que siguen “School of Eyes” y “Despicable Animals”, aunque, a su vez, son tres canciones cuya presencia en un mismo disco sorprende por cómo rompen la línea que a trancas y barrancas se trazaba hasta “Glory”. “Paradise” hace honor a su título y supone el último alivio que se encuentra en el tramo final, que deja el listón medianamente alto para cerrar con la mística “I Know the Law” y “Logic of Colors”, que pone un punto final tan aburrido como la letra mayúscula del principio.

 

Además de estas cuatro canciones, es sobre todo el hecho de que el disco se vuelva más interesante cuantas más veces lo escuchemos lo que rompe una lanza a favor de esta exploración de Wye Oak a través de un terreno que no acaba de convertirse en su hábitat. Y es que, por muy lejana que sea la emigración, conviene no olvidar los orígenes, por si con algo de suerte se puede crear ese hogar que abandonamos (el folk, en el caso de Wye Oak) allá donde nos dirigimos. “Shriek”, en definitiva, solamente roza el aprobado por esas tres destellos de brillantez, su voz y su voluntad innovadora y de experimentación.

 

Brais Suárez

Brais Suárez (Vigo, 1991) acaba de estrellarse con su idea de vivir escribiendo aun sin ser escritor. Dos periódicos gallegos se encargaron de dejarle claro que mejor le iría si recordara mineralizarse y supervitaminarse, lo que intenta gracias a colaboraciones esporádicas con algunas revistas y otros trabajos más mundanos que le permiten pagarse su abono anual del Celta y un libro a la semana. Por lo demás, viajar, Gatsby y estroboscopia lo sacan de vez en cuando de su hibernación.