¡Bacalao!
Historial oral de la música de baile de Valencia por Luis Costa
En el año 1993, Canal Plus emitió un reportaje sobre una ruta de clubes que existía en la provincia de Valencia. Su título, “Hasta que el cuerpo aguante”, ya dejaba clara la intención de sus realizadores por documentar antes los excesos que se producían, dentro y fuera de esos locales, que por investigar qué sucedía a un nivel artístico o cultural. Fue esa vocación sensacionalista la que caló entre los medios de comunicación, que a partir de entonces comenzaron a hablar de la “Ruta del bakalao” como un agujero negro, un abismo de drogas, desplazamientos en coche y ritmos electrónicos, por el que se despeñaban cada fin de semana miles de jóvenes, llegados desde todos los rincones de España.
Lo que nadie se preocupó de explicar, o mucho menos de analizar, es cómo se había llegado hasta ese punto. Y ahí es donde entran Luis Costa y su “¡Bacalao!” (Contra, 2016), un volumen en el que se cuenta cómo se dio forma a una escena musical que no tenía equivalente en ninguna parte de España y cómo se produjo su posterior decadencia, por culpa de una acumulación de factores entre los que se cuentan el cambio de modas musicales que recorría Europa, la avaricia de unos empresarios que creían haber descubierto su particular gallina de los huevos de oro, la endogamia de una escena que no supo mirar más allá de sus fronteras para establecer circuitos con los que crecer y la ya citada avidez sensacionalista de los medios de comunicación. Una avidez, por cierto, que según cuentan varios de los protagonistas del libro vendría espoleada por la figura de Eduardo Zaplana, que vio en la prohibición y estigmatización de la cultura de clubes una manera más de ganar terreno a sus adversarios políticos, los socialistas, que hasta entonces habían gobernado en la Comunidad.
Antes de alcanzar ese punto, Valencia había desarrollado un particular ecosistema de salas que, huyendo del soul, el funk y la música disco blandita que habían dominado los locales de baile de la zona desde mediados de los setenta, comenzó a incorporar cosas mucho más modernas y arriesgadas. Synth pop, post-punk, rock gótico y psychobilly, cualquier cosa podía sonar desde las cabinas de salas y bares que hoy pertenecen al imaginario colectivo (Barraca, Puzzle, Chocolate, Spook, Espiral), y que crecieron aprovechando las lagunas legales de un sistema autonómico que aún estaba por formarse y las ganas de fiesta que la caída del franquismo trajo a España. Un ecosistema que, para alimentarse, provocó la aparición de tiendas especializadas en discos de importación (es muy interesante recordar, para todos los nostálgicos de las tiendas del ramo, que hace apenas treinta años los discos todavía se compraban en grandes almacenes y tiendas de electrónica), la creación de agencias capaces de traer a tocar a la ciudad a todas aquellas bandas, cuyas canciones eran coreadas por miles de personas en las largas sesiones del fin de semana, y el consumo desaforado de diferentes tipos de drogas, entre las que la mescalina tiene un protagonismo especial.
Para armar toda esta historia Costa ha reunido a medio centenar de personas, entre los que se incluyen promotores, DJs, músicos, periodistas, tenderos y demás habitantes de la noche, y los ha sentado a hablar delante de su grabadora. Y con el resultado ha montado una historia oral en la que se desgranan la historia de todas esas salas, las razones que fueron llevando a las variaciones en el menú musical y la manera de pinchar, y las circunstancias que motivaron que los horarios de las distintas salas fueran solapándose, hasta garantizar que ninguna hora de todo el fin de semana (un fin de semana que comenzaba el jueves y se alargaba hasta el lunes) quedara sin banda sonora. Que haya escogido este formato literario le permite dejar todo el peso de la narración en boca de sus protagonistas, abriendo de paso la puerta a un anecdotario prolijo en detalles e historias delirantes, y a todo tipo de comentarios, velados o directos a la yugular, en los que se adivinan los celos, las miserias y las admiraciones que se producían de manera recurrente entre todos esos protagonistas.
Que Costa a cambio sacrifique un cierto poso crítico (más allá del que se deriva de todo lo que ha decidido dejar fuera, o de la manera de hilvanar la historia, que ya es mucho) es por tanto un mal menor. De hecho, sólo resultan criticables dos aspectos del libro. Primero, que en su afán por realizar una narración que es a ratos cronológica y a ratos se centra en salas determinadas, no haya sido capaz de resultar mucho más estricto: hay en muchos momentos del libro comentarios por parte de los entrevistados que se repiten de manera cíclica, provocando una incómoda sensación de déjà vu, y también un continuo juego de referencias alrededor de las salas y personajes, que provoca inesperados saltos en el tiempo que pueden llegar a desorientar al lector. Y segundo, que el tono escogido para transcribir a los distintos personajes es demasiado monocorde y neutro. Es decir, que más allá de alguna palabra de slang o alguna frase en valenciano, personajes tan desfasados como Tony “El Gitano”, Nando Dixkontrol o Shaun Ryder parecen hablar exactamente igual que periodistas (a los que se supone más mesura) como Rafa Cervera o Eduardo Guillot: todos ellos cortados por el mismo patrón de una escritura que resulta demasiado literaria –es para entendernos, como esos doblajes de películas en los que no se respetan los acentos que marcan distintas procedencias o clases sociales-. Eso sí, se trata de dos problemas que resultan menores ante la gran baza de “¡Bacalao!”, esto es, su capacidad para trasladar al lector a la época y el ambiente de los clubes y la ciudad. Su capacidad (y esto es algo que aplaudiría el llorado José Esteban Muñoz) para conjurar la atmósfera de una época que se jugó casi todas sus cartas a lo efímero y lo pasajero: las fiestas, las sesiones, los conciertos, y que ni siquiera fue capaz de dejar como herencia un bonito cadáver. Ojalá este libro sirva para cambiar eso de alguna manera.
“¡Bacalao! Historia Oral de la música de baile de Valencia 1980-1995"
Luis Costa
Contra Editorial
368 Págs.

Vidal Romero
Como todos los antiguos, Vidal Romero empezó en esto haciendo fanzines (de papel) a mediados de los noventa. Desde entonces, su firma se ha podido ver en infinidad de revistas (Go Mag, Rockdelux, Ruta 66, Playground, aB, Era y Clone entre muchas otras) y algún que otro periódico (Diario de Sevilla, Diario de Cádiz). Es también uno de los autores del libro “Más allá del rock” (INAEM, 08) y ha trabajado como programador y productor para ciclos de conciertos y festivales como Arsónica, Territorios o Electrochock (US). Incluso le ha quedado tiempo para ayudar a levantar España ladrillo a ladrillo con lo que es su auténtica profesión: la arquitectura. Es uno de los mejores analistas de música electrónica de este país.