True Detective 02x08
True Screenwriter?
7,5
Ahora que por fin podemos comentar este segundo año de “True Detective” en su conjunto, quizá toque comenzar a hacerlo volviendo la mirada hacia la temporada anterior. Es un ejercicio que algunos han venido practicando estas últimas semanas, cierto es, intentando proyectar las sombras del presente sobre un pasado que les pareció molestamente sobredimensionado, pero no es esa nuestra intención. Por un lado, dado que el carácter de antología de la serie ayuda a concebir cada una de sus entregas como un producto estanco, los tropiezos de “TD2” no tienen por qué repercutir retroactivamente en “TD1”. Por otro, al permanecer Nic Pizzolatto como principal elemento creativo del proyecto, “TD1” sí podría contribuir a explicar lo que en “TD2” ha dejado de funcionar a alto nivel (y ojo que al hablar de “TD1” incluyo todo el aparato de ruido mediático y comentario popular que el “mero” hecho televisivo amparó).
El caso es que “TD2” parece haber sufrido de un caso de indigestión en forma de reafirmación autoral. En más de una ocasión –lo hemos comentado a lo largo de estas entregas–, Pizzolatto presentó diálogos con un par de niveles de lectura: el interno y estrictamente dramático, y el metafílmico y autorreferencial, que de algún modo servía para responder a sus detractores (tanto o más entusiastas que quienes lo encumbramos con la temporada anterior). Pero cabe preguntarse también hasta qué punto los extremos más básicos y primordiales de su escritura se han visto también afectados por el diluvio de inputs. ¿Creyó acaso el guionista que la espectacular interpretación de Matthew McConaughey le había robado parte de una gloria que le correspondía casi en exclusiva? ¿O acaso buscó blindarse en todos y cada uno de los frentes por donde había sido atacado?
Cuando al final de 2x02 creímos que el amigo acababa de eliminar a uno de sus principales protagonistas de sorprendente escopetazo, la reseña correspondiente (y celebratoria) llevó por título “Pizzolatto va en serio”. Seis capítulos después, hemos acabado enterrando a tres de los cuatro personajes que llevaron la voz cantante pero, en efecto, en esta ocasión el lema más bien rezaría “Pizzolatto se pone demasiado serio”. Véase, sin ir más lejos, el comienzo de un 2x08 que se extendió hasta los 87 minutos: llegaba tan cargada de dramatismo la cotidianidad de Velcoro y Bezzerides, se presentó de forma tan intensa su intercambio de traumas personales post-coito, que, cuando la noticia de la muerte de Woodrugh obligó a que tales emociones subieran un peldaño, las interpretaciones cayeron indefectiblemente en ese exceso de afectación que ha sido la norma a lo largo de la temporada.
De forma paralela, si “TD1” se construyó a partir de los sinuosos monólogos del Rust Cohle de McConaughey (estilo al que no escapaban siquiera las famosas conversaciones de carretera entre Cohle y Hart), “TD2” ha optado por intercambios en ángulo recto, afilados a fin de definir una atmósfera de enfrentamiento casi constante, pero que a menudo también acabaron conduciendo a escenas alargadas en exceso, donde se hablaba más en busca de algún tempo teatralmente prefijado que por verdadera necesidad de la trama: las sendas despedidas de los Semyon y entre Velcoro y Bezzerides fueron los últimos ejemplos de una tendencia que, por otro (paradójico) lado, vivió sus mejores momentos en la voz de un Frank Semyon condenado a perorar desde lo alto de su propio escenario mental.
Eso sí, siguiendo la tendencia de la semana anterior, 2x08 apostó decididamente por la acción, y lo hizo de la mano realizadora de John Crowley, quien ya había dirigido el bastante flojito 2x05. Esta vez, el irlandés cumplió con creces (incluso durante esa cámara lenta con que cerró la escabechina de la estación de tren), puesto que los pequeños desajustes parecieron en general debidos al guión. En ese sentido, Pizzolatto se esforzó en adjudicar las muertes de Semyon y Velcoro a las debilidades de sus respectivas naturalezas cuando acababan de ganar (quizá con excesiva sencillez) la partida: el uno se niega a que un mexicano le robe el traje y el otro regresa al punto de mira de los policías corruptos al acudir a despedirse por enésima vez de su hijo. Y si el fusilamiento del segundo resultó convincente (y por ello doloroso), el acuchillamiento del primero (recordemos que en “TD1” Cohle sobrevive a uno en apariencia mucho peor) fue víctima una vez más del montaje: la travesía del desierto que emprende el mafioso pierde fuerza a medida que este se desangra y va dando con más voces de su pasado, hasta rozar la caricatura pese al encomiable esfuerzo por parte de Vince Vaughn.
Sobreviven, pues, las dos partes contratantes femeninas. Es más, Bezzerides ha dado a luz (tanto lío a vueltas con la paternidad y es la maternidad la que prevalece), y también ha prestado testimonio del caso ante un periodista desde su exilio venezolano. Pero en ese epílogo sí nos parece ver cierto tic patriarcal: Jordan y Bezzerides siguen con vida por haber hecho caso a los hombres que las quisieron dejar protegidas antes de partir hacia la batalla, no por ejercer una sola de sus cualidades particulares, y en su huida siguen requiriendo de esa tutela por persona interpuesta (un Nails que, al explicar el origen de su apodo y revelar la fuerza de su fidelidad a Semyon, nos dejó con ganas de más). Sea como fuere, la clave estaba en Woody Harrelson: con pequeños momentos de alivio cómico, un menor índice de autoconciencia y una distribución más regular de la acción, la serie hubiera merecido un notable alto a final de curso (nuestras puntuaciones fueron de 8.3; 8.5; 6.2; 7.1; 7.1; 5.8; 7.1 y este 7.5 que nos ocupa: por encima del 7 de media, aunque la apreciación global, no necesariamente matemática, andaría un punto por debajo).
Bonus tracks:
* Jordan Semyon a su marido: “Eres un actor de mierda”. Y más de uno habrá aplaudido, pero la culpa no ha sido de Vince Vaughn ni mucho menos.
* ¿Hacía falta esa última visita a la clínica Pitlor? Posiblemente no.
* No resultó tan lamentable como el de 2x06, pero el asalto a la cabaña anduvo falto de gracia y de tensión.
* Osip, instantes antes de que Semyon le vuele la tapa de los sesos: “Eres como un hijo”. Pero no insistiremos más en este tema recurrente.
* Me sobraron las no muy conseguidas escenas lacrimógenas con el padre y la exseñora de Velcoro. Y es que la tragedia de su muerte había quedado perfectamente resumida en esa grabación de voz que su correo electrónico no llegó a enviar.
* Lera Lynn por fin enfundó la guitarra y… eso fue todo.

Milo J. Krmpotic’
Milo J. Krmpotic’ debe su apellido a una herencia croata, lo más parecido en términos eslavos a una tortura china. Nacido en Barcelona en 1974, ha publicado contra todo pronóstico las novelas “Sorbed mi sexo” (Caballo de Troya, 2005), “Las tres balas de Boris Bardin” (Caballo de Troya, 2010), “Historia de una gárgola” (Seix Barral, 2012) y "El murmullo" (Pez de Plata, 2014), y es autor de otras tres obras juveniles. Fue redactor jefe de la revista Qué Leer entre 2008 y 2015, y ejerce ahora como subdirector del portal Librújula. Su firma ha aparecido también en medios como Diari Avui, Fotogramas, Go Mag, EnBarcelona, las secciones literarias del Anuari de Enciclopèdia Catalana…