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True Detective 02x03

No, Pizzolatto no iba en serio

6,2

 

Milo J Krmpotic'

 

En la tercera secuencia de esta tercera entrega, tal y como anticipara un par de capítulos atrás, Frank Semyon da con su maltrecha masculinidad en una clínica de reproducción asistida. Y, pese a que sus deseos se han cumplido, pese a que no necesita masturbarse en un pote de plástico porque de la labor de estimulación se está encargando su señora, el tipo se descubre incapaz de ofrecerle una erección que llevarse (literalmente) a la boca y acaba abandonando la salita a cajas destempladas.

 

Pues bien, tal que así de frustrados, flácidos e infelices nos habían dejado, escasos minutos antes, las secuencias primera y segunda del episodio, una de corte onírico (con imitador de Elvis incluido) que pretendió de nuevo ponerse el sombrero de David Lynch pero que en cambio no le llegó a la suela de los zapatos al Tony Scott de “True Romance”, y la que vino a certificar que Pizzolatto no ha tenido las gónadas de seguir adelante con un giro dramático tan sorprendente como eficaz a la hora de transmitir la oscuridad en la que chapotea este nuevo relato. Velcoro, en efecto, vive. Lo de la semana pasada representó, por tanto, menos un golpe de timón que un cliffhanger tirando a tramposillo. Y es que, una vez descubrimos a nuestro antihéroe a este lado de la laguna Estigia, amigos, la explicación era ya lo de menos. No fue el hombre de la cabeza de cuervo quien disparó perdigones de goma: fue el guionista.

 

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Avancé en la reseña precedente que, caso de que Velcoro sobreviviera, la credibilidad de la temporada al completo estaba en peligro. Toda vez asumida esa elección creativa, 2x03 debería haberse esforzado por recuperar el camino desandado, pero he aquí que siguió tropezando, esta vez en el sopor argumental (la investigación se mantiene aferrada a una línea recta, sin flashbacks o cualquier otro elemento que contribuya a airearla, con lo que las reuniones con el alcalde o los mandos policiales, por ejemplo, comienzan a resultar repetitivas) y, para colmo, en la inopia visual, pues solo de plana cabe catalogar la labor del danés Janus Metz, ganador del gran premio de la Semana de la Crítica de Cannes con el documental “Armadillo” pero realizador de ojo tirando a blando en el que constituye apenas, tras un par de cortometrajes, su tercer trabajo de ficción.

 

Velcoro, a todo esto, ejercerá de cliché con patas, pero tanto Pizzolatto como Colin Farrell son plenamente conscientes de ello y las líneas de diálogo del uno y la interpretación del otro se traducen en momentos metatópicos gloriosos; irónicamente, una de las escasas alegrías que nos continuó deparando la serie (esa visita al médico…). Por ello, fue una lástima que se manchara el carácter caricaturesco del personaje con sendas escenas que pretendieron ahondar en su apartado emotivo-realista: la visita al padre racista (por más que este luciera los rasgos del gran Fred Ward) y el nuevo encuentro con su exmujer, donde Farrell repitió uno por uno los gestos y expresiones que había mostrado en idéntico contexto la semana anterior.

 

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En espera de que le llegue el turno a sus complejos, Bezzerides tiró de la investigación y encontró un momento privado en la (cantada) ruptura con su pareja policía. Woodrugh, por su parte, tensó la cuerda de su homosexualidad reprimida reencontrándose con un excompañero de penurias mercenarias y tirando de la lengua de un par de chaperos. Y Semyon respondió a sus problemas maritales dando rienda suelta a la testosterona de su pasado mafioso: aquí exigió unos pagos mensuales por solucionar problemas de corte sindical y allí tiró de maneras odontológicas para meter en vereda a uno de sus lugartenientes (lástima de los ridículos saltitos con los que inició esa confrontación, lástima de la escasa brutalidad que transmite el boxeo con modales de gentleman oxoniense). Cabe agradecer que, como culminación de su regreso a la selva, el personaje de Vaughn no acabara intentando redimirse sexualmente. Pero Pizzolatto tendrá que extraer petróleo dramático de su confusión para que volvamos a vibrar con este nuevo “True Detective”.

 

Bonus tracks:

* “Mi padre me ponía nervioso”, cuenta Velcoro en sueños ante, precisamente, su progenitor. Porque de paternidades sigue yendo la cosa, claro.

* Médico: “¿Me permite preguntarle cuánto bebe a lo largo de la semana”. Velcoro: “Todo lo que puedo”. Y uno hace la ola.

* “TD2”, lo hemos dicho ya, hunde el dedo en la llaga de la América que legaron los Bush. El pasado (¿afgano? ¿iraquí?) de Woodrugh apunta en ese sentido, claro, pero… ¿no resultó ya demasiado evidente mostrarlo bajo el cartel del “American Sniper” de Clint Eastwood?

* ¿Y hacía falta volver a mostrarnos la foto del alcalde de Vinci abrazándose a Bush hijo?

* ¿Y no se le podría haber extraído más jugo a la visita al rodaje de ese pseudo-“Mad Max”? Se te acumula el trabajo, Nic, hijo.

 

Milo J. Krmpotic’

Milo J. Krmpotic’ debe su apellido a una herencia croata, lo más parecido en términos eslavos a una tortura china. Nacido en Barcelona en 1974, ha publicado contra todo pronóstico las novelas “Sorbed mi sexo” (Caballo de Troya, 2005), “Las tres balas de Boris Bardin” (Caballo de Troya, 2010), “Historia de una gárgola” (Seix Barral, 2012) y "El murmullo" (Pez de Plata, 2014), y es autor de otras tres obras juveniles. Fue redactor jefe de la revista Qué Leer entre 2008 y 2015, y ejerce ahora como subdirector del portal Librújula. Su firma ha aparecido también en medios como Diari Avui, Fotogramas, Go Mag, EnBarcelona, las secciones literarias del Anuari de Enciclopèdia Catalana

 

milo@blisstopic.com

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