Broadchurch 02x05
Humano, demasiado humano
6,7
El primer y más célebre detective profesional, un tipo habitualmente retratado con gorra de orejeras y residente en el número 32b de la londinense calle Baker, basó su método investigador en una suerte de aproximación jedi hacia el crimen, carente por completo de emociones que pudieran nublar su entendimiento. No es el caso, claro está, de la gran mayoría de sabuesos contemporáneos, que suelen transitar entre el exceso de responsabilidad, el ansia de redención personal y la necesidad de poner barreras a lo que un tal Kurtz definió con gran capacidad de síntesis como “el horror, el horror”.
Me viene esta dicotomía a la cabeza por dos motivos.
Uno, de corte tirando a personal, tuvo que ver con la sensación, experimentada en tres o cuatro ocasiones a lo largo de este 2x05, de que “Broadchurch” comenzaba a hacer aguas en torno a decisiones más gratuitas incluso que el tramposo cliffhanger de 2x02. Pero, ¿y si servidor había tenido un mal día? ¿Y si estaba juzgando con excesiva dureza lo que en otros capítulos había asumido con normalidad? Ningún reseñista serio debe obviar esas posibilidades y les ruego disculpen que buscara respuestas y consuelo en la prensa británica, para la que este episodio, en efecto, ha sido el peor hasta la fecha.
En segundo lugar, y ya entrando plenamente en materia, Alec Hardy ha estado tan obsesionado con Sandbrook que los árboles no le permiten ya ver el bosque (o a la adolescente que en él se esconde), por lo que tuvo que solicitar la mirada virgen de Ellie Miller a fin de dar con algún nuevo resquicio en el que hurgar. Y la participación de su secuaz no sólo amplió la lista de sospechosos con teorías bastante razonables, sino que sirvió para tirar del hilo de una empresa de servicios agrícolas cuya sede fue escenario de un hallazgo final quizá macabro… y quizá no tanto (porque ya no nos fiamos plenamente de ti, Chibnall, lo siento).
El otro punto culminante de la noche fue el enfrentamiento en el túnel de vestuarios, como quien dice, entre Bishop y Knight, que nos informó de las razones de su distanciamiento emotivo y laboral: el hijo de la primera, convenientemente apaleado en el reformatorio donde cumple (parece que injusta) condena, y la decisión de la segunda de no aceptar defenderlo en su momento. Y la secuencia funcionó razonablemente bien tanto por el intercambio de estocadas como por demostrar hasta qué punto el caso se está convirtiendo en algo personal para ambas. La rabia de la abogada defensora, además, le permitió recuperar credibilidad tras el patinazo sufrido durante el contra-interrogatorio a Susan Wright y el (¡por fin!) primer tanto anotado en el casillero de la fiscalía.
Fueron estos pilares, la pelea entre togas y una Olivia Colman siempre solvente, tanto en los rotos cómicos como en los descosidos dramáticos, los que permitieron que “Broadchurch” se mantuviera apaciblemente a flote una semana más. En otras producciones, no obstante, la lista de peros que sigue hubiera golpeado una y otra vez bajo la línea de flotación: Hardy rogándole a Miller que no se involucrara en Sandbrook tres minutos después de invitarla a involucrarse en Sandbrook para escapar a sus propios demonios privados; Hardy sufriendo una crisis cardiaca y levantándose (¡con la camisa impoluta pese a los charcos!) para irse de paseo hasta lo alto de los acantilados; la conversación entre Bishop y el cura, carente de la menor lógica y que deja en muy mal lugar al hombre de Dios; Lee Ashworth observando a veinte metros y a plena vista la conversación de la pareja detectivesca con Ricky Gillespie… Y ojo que entramos en la recta final, tres entregas restan tan sólo, y aquí ya no se perdona nada.
Bonus tracks:
* Fue un momento menor pero vale la pena sumarlo al apartado de aspectos positivos: ¿cómo culpar a Beth Latimer de su espantada tras ver a tanto depredador sexual volviendo la cabeza hacia ella?
* Un último regalo de Susan Wright: si bien algo forzado el encuentro entre ambas, su “We all know” acerca de las esposas de criminales castigó duramente la moral de una Ellie Miller que ya venía tocada y semi-hundida tras la visita a su hijo Tom.
* Dos detalles técnicos que me seducen semana tras semana: los travellings laterales siguiendo las caminatas / charlas de Hardy y Miller, y el uso del desenfoque, siempre más sugerente cuando se vuelve la vista atrás y quien concentra la mirada no se encuentra ya en el presente.

Milo J. Krmpotic’
Milo J. Krmpotic’ debe su apellido a una herencia croata, lo más parecido en términos eslavos a una tortura china. Nacido en Barcelona en 1974, ha publicado contra todo pronóstico las novelas “Sorbed mi sexo” (Caballo de Troya, 2005), “Las tres balas de Boris Bardin” (Caballo de Troya, 2010), “Historia de una gárgola” (Seix Barral, 2012) y "El murmullo" (Pez de Plata, 2014), y es autor de otras tres obras juveniles. Fue redactor jefe de la revista Qué Leer entre 2008 y 2015, y ejerce ahora como subdirector del portal Librújula. Su firma ha aparecido también en medios como Diari Avui, Fotogramas, Go Mag, EnBarcelona, las secciones literarias del Anuari de Enciclopèdia Catalana…