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Homeland 03x11-12

Temporada 3, capítulos 11-12: “Big man in Tehran” / “The star”

7,9 / 7,1

 

Milo J Krmpotic'

 

Recapitulemos: Nick Brody es un tipo a una celda pegado. Y eso no es lo peor porque, a la que abandona cada uno de sus encierros (el iraquí, el que a continuación representó su regreso a una vida norteamericana y un matrimonio que no podía entender igual que antes, el de la Torre de David venezolana), todos los infiernos se desatan sobre la Tierra. Algunas bombas no han estallado; otras sí, con resultados espectacularmente dramáticos. Vicepresidentes y terroristas han muerto por igual. Y ahí sigue él, de momento, rescatado por Saul para su bello canto del cisne como director de la CIA: acabar con el desencuentro entre Estados Unidos y el país de los ayatolás infiltrando a un agente doble en lo más alto del escalafón de la seguridad iraní. Brody, pues, ha regresado, ha abandonado la heroína que le permitió aguantar su reclusión caraqueña, se ha puesto en forma y ha vuelto a entrar en combate... todo ello, claro está, bajo la sufrida mirada de una Carrie que mantiene su embarazo en secreto.                       

 

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La hoja de servicios (con sus SPOILERS): Saul quería factor humano y vaya si 3x11 se lo proporcionó (algo en absoluto de extrañar, habida cuenta la identidad de sus peones en tablero enemigo y, ya saben, que la vida es eso que nos sucede mientras estamos haciendo otros planes). No era mala su estrategia pero, a la vez, eliminar a la reina de la inteligencia iraní tampoco podía resultar tan sencillo y lineal. Akbari, en efecto, se reveló debidamente escurridizo y Brody tuvo que improvisar: malas noticias para la cúpula de la misión, sobre todo cuando el exmarine, excongresista y ¿ex?terrorista comenzó a mostrarse demasiado fiel a su rol de traidor a las barras y estrellas en las televisiones de medio mundo. El presidente dudó, el senador Lockhart dudó, ni siquiera Saul las tuvo todas consigo… ¿y cómo culparles, conociendo el expediente de su pelirrojo infiltrado? La decisión de acabar con él, en cambio, sí resultó un tanto precipitada. Porque nos cuesta darle la razón a Carrie pero… ¿qué esperaban que hiciera? El tipo se estaba manteniendo fiel al papel. Sea como fuere, Langley dio la orden de eliminar el problema por las buenas, Carrie ejerció de Carrie (sin menciones a su preñez, por cierto), los agentes del Mossad en territorio iraní se mostraron poco expeditivos (amén de lucir una cara de susto permanente bastante acorde a su situación) y Brody salió disparado en una huida hacia delante de consecuencias imprevisibles. ¿Hace falta insistir en lo mucho que ha mejorado la temporada en su recta final? Puro “Homeland”, oigan…                          

 

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El capítulo final, por su parte, abrazó quizá con excesivo entusiasmo la única solución coherente al entuerto. Brody gastó sus últimas energías con la electrizante huida del despacho de Akbari y, a partir de ese momento, todo quisque, comenzando por él mismo, decidió que la mejor opción posible era dejar un bonito cadáver. De acuerdo, Saul protestó un poco cuando le cancelaron la misión de rescate y Carrie intentó recuperar las riendas de su destino multiplicando la factura del móvil, pero no fue nada comparado con los berreos que había protagonizado por cuestiones más nimias en episodios anteriores. Brody ya había dado todo de sí (su última misión: salvar una temporada por la que costaba apostar tras sus primeras siete u ocho entregas) y, por más que el plan de Saul llegara a buen puerto, a él correspondía ser “la estrella” de la función. Y vaya si lo fue, lentamente elevada a los cielos iraníes por una grúa de la construcción… En ese brutal instante, el principal combustible de la serie, la relación de fascinación / rechazo entre la rubia agente y el pelirrojo soldado, su historia de amor improbable y sospechas más que razonables, volvió a ocupar el eje dramático (en espera de los epílogos que comentaremos en un par de párrafos). Y lo cierto es que 3x12 escarbó cruelmente en la extrañeza de su romance: frente a la escandalosa falta de química de la última noche que pasan juntos, cuando esperan a los helicópteros salvadores que nunca habrán de llegar al piso franco, pasamos a una conversación telefónica mucho más sentida (demoledores, los segundos de silencio que la cierran) y, por fin, a un último (des)encuentro que rozó lo grotesco pero que, pese a la reja y los varios metros de altura que los separaban, unió a ambos personajes como nunca (cuán difícil filmar la agonía de un ejecutado pero qué arriesgado también hacerlo desde el plano medio o americano). Sabiendo, en definitiva, que “Homeland” dispondrá al menos de una temporada más, debemos acabar lamentando la coincidencia entre el senador Lockhart y la cadena Showtime: situar aquí el the end hubiera sido la mejor manera de reconocerle a Nicholas Brody los muy notables servicios prestados.       

 

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La medalla al valor: Las dos grandes cualidades de Brody como personaje fueron su carácter de tipo de a pie sujeto a los vaivenes de circunstancias mucho más poderosas que él (la guerra, la religión, el sentido de la justicia tanto propio como ajeno) y aquello que precisamente le diferenció de sus verdugos: la duda. Brody podía parecer convencido de algo, pero siempre surgía un desvío de última hora que le llevaba a reconsiderar su posición. Nada tan sencilla y gloriosamente humano. De ahí que, en 3x11, nos entusiasmaran los dos encuentros que puntuaron sus primeros días en Teherán. Más allá del suspense que entrañaron ambos, su visita a la viuda de Abu Nazir reveló una debilidad especular en el bando contrario: en ocasiones (sin duda más de las que ella admite) ni Alá ni las prédicas de su difunto marido consiguen atenuar la dolorosa soledad en la que se halla sumida. Y bueno, que levante la mano quien estuviera completamente convencido del lado hacia el que se iba a decantar el amigo durante su reunión con Akbari, teniendo en cuenta que ni él mismo lo supo hasta el último instante (“¿Así que aquí es donde comenzó todo?”… maravillosa línea de guión para justificar, desde la simetría, la decisión del personaje). Todo un tour de force de Damian Lewis y un magnífico recordatorio de lo que ha hecho grande a esta serie.

 

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La mención deshonrosa: Tras el punto muy álgido que representó el clímax de 3x11, el punto final a la temporada comenzó desinflándose un poco, cosa que resultaba inevitable, pero renegó a continuación de la tensión (encomendado, cierto es, a una situación muy poderosa dramáticamente) y acabó dedicando un tercio de su metraje, veinte minutos de reloj, a una sucesión de epílogos en grado diverso de acierto: compramos, desde luego, la estampa final de Carrie dibujando en los muros de la CIA, pero en general faltó agilidad y la secuencia de la felicidad mediterránea de Saul y señora nos resultó un tanto impostada (quizá por tratarse de un pegote de última hora para adecuar la acción de la serie a ciertos sucesos que han tenido lugar recientemente en el escenario político internacional).

 

 

Milo J. Krmpotic’

Milo J. Krmpotic’ debe su apellido a una herencia croata, lo más parecido en términos eslavos a una tortura china. Nacido en Barcelona en 1974, ha publicado contra todo pronóstico las novelas “Sorbed mi sexo” (Caballo de Troya, 2005), “Las tres balas de Boris Bardin” (Caballo de Troya, 2010), “Historia de una gárgola” (Seix Barral, 2012) y "El murmullo" (Pez de Plata, 2014), y es autor de otras tres obras juveniles. Fue redactor jefe de la revista Qué Leer entre 2008 y 2015, y ejerce ahora como subdirector del portal Librújula. Su firma ha aparecido también en medios como Diari Avui, Fotogramas, Go Mag, EnBarcelona, las secciones literarias del Anuari de Enciclopèdia Catalana

 

milo@blisstopic.com

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