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Doña Clara (Aquarius)Kleber Mendoça FilhoBrasil / Francia, 2016 9 |
Resulta sospechoso que el gobierno de Brasil apartara una película tan aplaudida en la meca de la opulencia cinematográfica, Canes, de la carrera por el Oscar a mejor película de habla no inglesa. Sospechoso y traicionero; si alguien podía hacer sombra a los hits de la temporada, “El viajante”, “Toni Erdmann” y la prematuramente descartada “Elle”, esa era “Doña Clara”. No es extraño, por otro lado, que Michel Temer y sus secuaces trataran de arrebatar notoriedad a una película cuyas caras visibles se posicionaron públicamente, en el mismo festival francés, en contra del presidente impuesto. Como ellos, la película no esconde disconformidad, y sabe sonreír sin dejar de fruncir el ceño.
Kleber Mendoça Filho, director y guionista, sorprende por segunda vez –van dos de dos– con una película que, presumo, sabrá apreciar Albert Serra. El realizador catalán afirmaba en una entrevista, poco después de anunciarse el ganador de la sección oficial de Canes 2016 –en la que competía Mendoça Filho–, que Ken Loach le parecía un tipo de extrema derecha. Con su correspondiente sorna, la afirmación no es tan descabellada: a pesar de que la obra del laureado cineasta británico es siempre combativa e ideológicamente comprometida, su cine, el lenguaje que usa, es claramente conservador. Y ningún cambio es profundo si el lenguaje no acompaña. “Aquarius” –resulta que por aquí le llamamos “Doña Clara”– conjuga con desparpajo un cine de inquietud social con un sello expresivo propio que hace del lenguaje cinematográfico un agente activo de la narración. Como ya hiciera en “Sonidos de barrio” (2011), en la que la sugestión se salpimentaba con puntuales añadidos fantásticos, lo nuevo del director de Recife desconcierta al respetable con brochazos inesperados en forma de flashback, de elipsis, de estampa explícita o de solución abrupta. Ni una de ellas desentona; tampoco los meandros aparentemente innecesarios de la trama, escenas sin las que la historia tendría aún sentido pero perdería capas y complejidad. El de Mendoça Filho, queda patente, es un cine no apto para amantes epidérmicos, y por eso resulta doblemente subversivo.
Y es que hablar de problemáticas sociales –en este caso de la especulación inmobiliaria en el Brasil bicéfalo de hoy, entre el liberalismo desaforado y la consciencia social– ofrece, a nivel narrativo, un inherente conflicto dramático en el que es fácil colocar personajes con los que empatizar. No obstante, “Dona Clara” va más allá y a través de una sutil evocación inicial y diversos episodios posteriores se adentra en el significado profundo del asunto: la destrucción del hogar como trámite; no como trance, y la reconstrucción como negocio; no como necesidad. “Doña Clara” –exquisita Sonia Braga– es una advertencia contundente y poderosa, la constatación en apariencia obvia de que todo objeto o complejo inanimado es susceptible de tener un valor inmaterial, simbólico. Un vinilo, una cajonera, una casa, un libro, una planta. Relativizarlo, trivializarlo con cifras concretas es extirpar algo de uno mismo y de todos, condenarse al desarraigo. Mendoça advierte y Braga ejecuta, sin pavor, fulminando con la mirada. Ahí va otra alegoría: Clara superó una enfermedad; ¿adivinan cuál?

Tariq Porter
Tariq Porter Astorga (Barcelona, 1988). Licenciado en Bellas Artes en la Universitat de Barcelona y Master en Ficción en Cine y TV en la URL. Ha criticado cine gozosamente en TuPeli o la Revista Mabuse y sigue haciéndolo en Serra d’Or y Blisstopic. Ha trabajado –aún con gozo– en los festivales chilenos Femcine y Fidocs, y sigue haciéndolo en la Acadèmia del Cinema Català y, como programador, primero en el CCCB y actualmente en el Festival de Cinema de Menorca. Escribe harto y pretencioso y lo intenta también con el guión. A ver qué.