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JAckiePablo LarraínEstados Unidos / Chile / Francia, 2016 6,5
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Los hay que no resienten su influencia en exceso y los hay que ven su odisea truncada hasta caer en un desesperante ostracismo. También los hay que le sacan partido, por pericia o fortuna. Los cantos de sirena hollywoodienses siempre han sido un arma de doble filo, y ejemplos recientes y paradigmáticos de ello son la “Regresión” (2015) de Amenábar o el caso del cineasta alemán Florian Henckel von Donnersmarck, director de una fantástica ópera prima sobre la Germania dividida de los 80, “La vida de los otros” (2006), y responsable de una desastrosa segunda incursión, “The Tourist” (2010), con Johnny Depp y Angelina Jolie arqueando cejas y dando brincos sin mucho ton y menos son por una Venecia de postal. La autoría tiembla cuando Hollywood llama, exorcista de tics y desvíos formales capaz de apocar, era razonable temerlo, lienzos como el de Pablo Larraín. El chileno, que venía de dirigir la magnífica “Neruda”, se enfrentaba al reto de retratar a un personaje que, aparentemente, quedaba lejos de su universo. Chile y su sombrío pasado reciente habían servido al director como materia prima en prácticamente la totalidad de su filmografía, y ésa era en parte su gracia; una visión compleja y genuina, nunca impostada, del país transandino.
Sin embargo, sólo un festival después de “Neruda”, presente en Canes 2016, Larraín sorprendía con su presencia en Venecia vía “Jackie”, en la que Natalie Portman encarna a una de las viudas más célebres del siglo XX, Jaqueline Kennedy, con la aparatosa muerte de John Fitzgerald ídem como epicentro dramático. Cosechaba elogios en su día y eran casi todos merecidos: “Jackie” logra hacer converger la característica narrativa granulosa de Larraín con una historia yanqui hasta la médula y en la que una deleitada Portman recita el texto que propone el otrora guionista de blockbusters juveniles Noah Oppenheim. La actriz israelí, hecha una señora, concentra el tono y los matices de la obra y se convierte en una convincente Primera Dama, dura a posteriori y algo relamida a priori, en consonancia con los hechos de la que ella es un involuntario activo. Porque por muy fiel, por sólida, por atractiva que sea la película, quien da la cara es en realidad otro espectador más de un asesinato en directo, protagonista aún de cada acto. Cabe entonces cuestionarse si “Jackie” tiene interés, más allá de John. La respuesta debería ser un sí rotundo; cada persona es una epopeya andante, pero el film del cineasta santiaguino no logra tachar esa preposición que lo hace todo tan distinto, porque aquí Jaqueline Kennedy no es mujer sino “mujer de”.
Y eso pasa factura. No hay virguería que Portman pueda hacer para emanciparse; el leitmotiv es una losa pesada que apenas deja espacio a la reivindicación personal. Incluso como elogio a una mujer fuerte, a una rabiosa madre, incluso omitiendo parte de su potencial morbo, gráfico y argumental, el film no es más que un bello y sobrio réquiem. Larraín, eso sí, esquiva violines y derrames lacrimosos, y una vez más concilia relato y lenguaje. El subrayado temple de Jaqueline ante la desdicha se traduce también en las formas, de fotografía, música –exquisita– y montaje, contenidos y libres de amarillismos, figurada y literalmente. Ayuda igualmente un tratamiento reincidente y muy efectivo del material de la época, que ayuda a contextualizar a través del audiovisual y que demuestra, por otro lado, la loable personalidad de su principal ejecutor, resistente –de momento– al dulce son de las doncellas del mar.

Tariq Porter
Tariq Porter Astorga (Barcelona, 1988). Licenciado en Bellas Artes en la Universitat de Barcelona y Master en Ficción en Cine y TV en la URL. Ha criticado cine gozosamente en TuPeli o la Revista Mabuse y sigue haciéndolo en Serra d’Or y Blisstopic. Ha trabajado –aún con gozo– en los festivales chilenos Femcine y Fidocs, y sigue haciéndolo en la Acadèmia del Cinema Català y, como programador, primero en el CCCB y actualmente en el Festival de Cinema de Menorca. Escribe harto y pretencioso y lo intenta también con el guión. A ver qué.