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Sólo Dios Perdona

Nicolas Winding Refn

Francia, Dinamarca, EE UU, 2013

9

Thriller

Albert Fernández

 

Si te vas a convertir en un asesino, no puedes titubear. Cuando inicias un corte, lo mejor es llegar al fondo de la hendidura, ver brotar la sustancia hacia la que te abres paso. Algunos dirán que Nicolas Winding Refn ha matado el cine. Yo diría más bien que el director danés lo ha derramado, le ha vaciado las entrañas y observa con detenimiento el resultado de su desmembramiento, la deconstrucción de las partes. “Sólo Dios perdona” es un ejercicio ético y estético de mirada unidireccional, una odisea sensorial que llena la pantalla de estampas tan bellas y cautivadoras como obsesivas y sofocantes, planos vaporizadores de una angustia difícil de soportar. 

 

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El atrevimiento del director reside más allá de su brillantez formal. El film halla la lucidez en el determinismo de su narración, un ejercicio pautado de realidad aumentada, una sucesión de pasajes de pesadilla donde no hay concesiones para lo convencional, ni parones o vueltas atrás: tan solo el avance paulatino de una trama lineal, impregnada de violencia y  cargas simbólicas evidentes. A Winding Refn no le ha importado que le atravesaran con cuchillos, abucheos de festivales o renglones torcidos. El director sigue su camino hasta el final de la historia, con la mirada fija y, de fondo, el eterno retumbar de una banda sonora densa y siniestra, cortada con silencios o inquietantes actuaciones de karaoke.  

 

Los filtros rojos que saturan la mayoría de secuencias de este adentramiento en el mal ponen al autor en contacto con sus propias experiencias en Bangkok, así como con el cine tailandés por el que siente gran afinidad. En ausencia de un texto que adaptar, como sucediera en “Drive” con la breve novela de James Sallis, el director vuelve a apelar a su propio libreto, y de su fuero interno emanan la pulpa y los demonios de “Sólo Dios perdona”. En su laberinto de neón, prostitutas lánguidas y estancias cerradas, el film sigue los pasos de Julian, un traficante de drogas que opera bajo la tapadera de los combates de lucha libre tailandesa, cuyo hermano mayor es asesinado tras violar y matar a una niña de 16 años, motivo por el cual su traumática madre aterriza también en Bangkok. Siguiendo el mismo reguero de muerte desde el sentido opuesto, un letal jefe de policía local, maestro en el uso de las armas blancas y en masacrar a quien él considere sin mediar palabra.

 

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Tras ese mundo de samuráis lacónicos con corazón helado anida una perversión onírica de la mitología en torno a la venganza, además de una secreción narcotizante de plasmaciones de pecado. La sumisión y erotización que habitan la relación de Julian con su madre, una sensual y drástica Kristin Scott Thomas, denotan una necesidad de regresar al útero, anhelo que se plasma en una escena formidable y lacerante. Esa maquiavélica figura de la madre promueve el recelo viril con el hermano muerto, y obra de vector de la enconada violencia que catapulta a aquel que la rodea a una gran epopeya de destrucción. Con todo, si en las primeras películas de Winding Refn apenas se entendía nada, aquí apenas hay algo que entender. “Sólo Dios perdona” plantea una narración unívoca, una suerte de lucha contra el vacío, a menudo muda, profundamente sorda. En el film más radical de este genio europeo se respira además cierto aliento de ironía: Winding Refn sonríe con media mueca frente a la factura del cine moderno y sus formas más maniqueas o impresionantes. Quizás porque él es también un gran prestidigitador, un artesano de cine manierista y, en cierto modo, vacío. 

 

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Winding Refn prefiere la poesía al discurso. Tal vez por eso el hierático Ryan Gosling es su mejor defensor en la pantalla, el luchador capaz de conceder a cada plano la asepsia que requiere su circo de dolor. La perfección formal de este apabullante recorrido por corredores y salas de vicio representa un acto mayúsculo de pornografía visual sobre las órbitas de la violencia y la conciencia. En esta retahíla excesiva de simbolismos patentes, dedicada ni más ni menos que a Alejandro Jodorowsky, los antagonistas se contemplan figuradamente desde planos oníricos antes de cada acto, definiendo una cosmogonía del fatalismo a través de la proyección de carátulas irreales. En los compases inexorables del film, la sutileza de movimientos de cada travelling por pasillos y callejones no nos prepara para el dolor que encontraremos al final de cada filo.

 

“Sólo Dios perdona” es una mirada desafiante al abismo, donde Nicolas Winding Refn llega verdaderamente al fondo de algo y nos pone de bruces contra lo oscuro, lo roto y lo hueco, en una película sin transpiración, que te clava en la butaca, literalmente. Los que cierran los ojos son los mismos que no contemplan la muerte como algo latente, los que apartan la mirada frente a un hilo de sangre. Wanna fight?

 

 

 

Albert Fernández

En el desorden de los años, Albert Fernández ha escrito renglones torcidos en publicaciones como Mondo Sonoro, Guía del Ocio o Go Mag, tiempo en el que ha tenido oportunidad de ir de tapas con Frank Black o escuchar a Patrick Wolf bostezar por teléfono. Además, ha sido jefe de redacción de las secciones culturales de H Magazine, y ha aportado imaginación tras los micrófonos de Onda Cero, Cadena Ser y Scanner FM, donde facturó la sitcom musical de creación propia “2 Rooms”. Aunque sabe que no hay lugar mejor que aquel de donde viene, a Albert no le hubiera importado nacer en Gotham City o en el planeta Dagobah. Con tendencia a la hipérbole y a la imaginación desatada, Albert sigue buscando el acorde que dé la vuelta a sus días.

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albert@blisstopic.com

 

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