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La mirada del silencioJoshua OppenheimerDinamarca / Indonesia, 2014 7
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Resulta ciertamente complicado no extraer algunas conclusiones poco afectuosas del pueblo indonesio si echamos un vistazo a los dos documentales con los que un tal Joshua Oppenheimer, reciente astro de la no-ficción, ha irrumpido en el panorama cinematográfico internacional. Este joven realizador, nacido en Texas hace cuarenta años, brillante estudiante y brillante comunicador audiovisual que ha triunfado allá a donde ha ido, parece entestado en exponer al mundo algo que, sin él, sería mucho menos conocido. Se trata del genocidio perpetrado en los años sesenta en el país del sureste asiático, en el que en menos de un año murió más de un millón de personas. Con dos productores ejecutivos que son también dos instituciones del ensayo cinematográfico, Werner Herzog y Errol Morris, Oppenheimer da rienda suelta a lo que ya empezó en “The Act of Killing” y, de nuevo, consigue helarnos la sangre y hacérnosla hervir en cuestión segundos.
“La mirada del silencio” se vuelve a aventurar en el seno de un volcán que no por aletargado es menos peligroso, y de hecho un par de veces aparece –sutilmente– la posibilidad de una erupción. El director norteamericano corrobora, con la segunda parte de esta bilogía, lo que ya “The Act of Killing” exponía, y es que Indonesia es un país desgarrado, cosido a duras penas pero sangrante aún. Sangrante y orgulloso como si en su pasado brutal hubiera gloria alguna. Así, si la primera parte basaba toda su carga dramática en el diálogo con los verdugos, en “La mirada del silencio” el protagonismo es otorgado a una víctima. Hermano de un comunista asesinado, su figura se erige como un vengador silente, un personaje aparentemente inofensivo que estoicamente aguanta los impudorosos relatos de los autores del devastador fratricidio, el coaccionado beneplácito de su entorno y una sociedad que no osa recordar. A partir de ahí, el protagonista se dedica a visitar a algunos de los responsables del genocidio y, a base de preguntas y verdades, se dedica a exponer, a mirar a los ojos y a través de ellos hacer ver. Ahí aparece también el ingenio de Oppenheimer, exponiendo una narración inusitadamente cruenta sin renunciar a ciertos recursos retóricos. Qué buena metáfora, que el protagonista sea óptico y calibre la vista de sus compatriotas. Qué buena primera escena, con un camión, contenedor de víveres o herramientas o personas: humanidad, avanzando a oscuras. Qué fotografía, tan exquisita que consigue embellecer un cementerio masivo.
Sin embargo, no todo en este film es redondo, como tampoco lo era en “The Act of Killing”. Hay en ambas, o así se intuye, cierta alienación emocional por parte del observador, tan incisivo en su infinita sordidez como superficial en su contextualización. Oppenheimer parece más interesado, en ocasiones, en un relato que también para él debía ser abrumador –los detalles del sadismo más truculento– que en las causas y el escenario global, nacional y económico-social por las que todo ello ocurrió. Como un turista de safari, el tejano registra a un león comiéndose a otro sin interesarse en demasía en cuál es la causa de ese acto caníbal. Y no es que eso reste valor a su obra, pero sí que corre el riesgo de convertir su objeto de estudio, Indonesia, en un mero instrumento, teatro de demonios sonrientes.

Tariq Porter
Tariq Porter Astorga (Barcelona, 1988). Licenciado en Bellas Artes en la Universitat de Barcelona y Master en Ficción en Cine y TV en la URL. Ha criticado cine gozosamente en TuPeli o la Revista Mabuse y sigue haciéndolo en Serra d’Or y Blisstopic. Ha trabajado –aún con gozo– en los festivales chilenos Femcine y Fidocs, y sigue haciéndolo en la Acadèmia del Cinema Català y, como programador, primero en el CCCB y actualmente en el Festival de Cinema de Menorca. Escribe harto y pretencioso y lo intenta también con el guión. A ver qué.