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El destino de JupiterAndy y Lana WachowskiEE.UU., 2015 4,5
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Sólo hay algo más tópico que devolver un potaje de hamburguesa, Coca-Cola y algodón de azúcar después de obsequiarle a nuestro cuerpo un buen meneo en la montaña rusa: quejarse de su brevedad luego de largas y aburridas horas de cola a la intemperie. Pero todo tiene su razón de ser, y si el trayecto de una montaña rusa nunca se extiende más de algunos minutos no es sólo por el peligro en convertirse un extractor automático de bilis, sino también porque al décimo loop seguido nuestros sentidos empezarían a sentirse abrumados y el resto del trayecto sería un trance agónico e indeseable. En el cine pirotécnico pasa algo así, y últimamente abunda de ejemplares que por barrocos empachan y se emborronan a sí mismos hasta desdibujar en parte su leitmotiv, que a saber nunca ha dejado de consistir en explicar historias. En ellos existe a menudo un indiscutible virtuosismo visual a la vez que pocos reparos en evidenciar el relego al relato hacia un segundo plano.
Quizás el mejor ejemplo de ello, con el permiso de los archicitados Michael Bay y James Cameron, lo podríamos encontrar en el placer culpable de Zack Snyder “Sucker Punch” (2011), film alucinado donde los haya que no le teme a la absurdez para mostrar –esa es la palabra– lo que pretende. Esta no era, sin embargo, la intención primera de los Hermanos Wachowski en “El destino de Júpiter”, o al menos eso se intuye. Con el eterno referente de la trilogía “Matrix”, pero también la reciente “El atlas de las nubes” (2012), uno podría vaticinar que cualquier obra escrita por los realizadores estadounidenses de origen polaco tiene, también en la narración, la ambición de trascender. Lo consiguieron sin duda con su trilogía por antonomasia, pero desde entonces no han acabado de reencontrar esa senda; tampoco con “El atlas de las nubes”, que a pesar de ser en algunos aspectos fallida tenía interés y era resultona en tanto que obra de ciencia-ficción con trasfondo.
Por desgracia, incluso esa es ahora una rémora, y nos topamos de frente con un desconcertante relato de infinita ficción y ni un gramo de ciencia que parece responder, como lo hacía “Sucker Punch”, a las exigencias formales y argumentales de un adolescente trasnochado. No es solamente su historia, que cede su épica a lo Flash Gordon a un reiterativo save the princess (y con ello a la humanidad); el guion está plagado de sentencias lapidarias –impagable Sean Bean hablando de abejas– e incongruencias sorprendentemente visibles, e incluso el montaje y sus elipsis temporales revelan cierta desidia narrativa, en una desbalanceada predilección hacia el valor estético de la obra. Este sí, una vez más es deslumbrante tanto en su aparato técnico como en el artístico, deudor de paisajes “Star Wars” pero rico en el diseño de personajes –especialmente secundarios–, naves y demás parafernalia de tan faraónica montaña rusa. Con todo, podríamos decir que “El destino de Júpiter” es, desde un punto de vista estético, tan recargado como espectacular. De su trama sólo añadiré que, como manifiesto provegetariano en forma de ciencia ficción trillada, me quedo con aquel “Mal Gusto” con el que allá en 1987 un tal Peter Jackson inauguró su filmografía.

Tariq Porter
Tariq Porter Astorga (Barcelona, 1988). Licenciado en Bellas Artes en la Universitat de Barcelona y Master en Ficción en Cine y TV en la URL. Ha criticado cine gozosamente en TuPeli o la Revista Mabuse y sigue haciéndolo en Serra d’Or y Blisstopic. Ha trabajado –aún con gozo– en los festivales chilenos Femcine y Fidocs, y sigue haciéndolo en la Acadèmia del Cinema Català y, como programador, primero en el CCCB y actualmente en el Festival de Cinema de Menorca. Escribe harto y pretencioso y lo intenta también con el guión. A ver qué.