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The Zero TheoremTerry GilliamEE.UU / UK / Rumanía / Francia. 2014 5,5
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He de reconocer que nunca he sido un entusiasta del cine de Terry Gilliam, realizador norteamericano que en sus tiempos mozos fue también emblema del mejor humor británico, director, actor secundario y animador de algunas de las más brillantes secuencias que podemos recordar en “Los caballeros de la mesa cuadrada y sus locos seguidores” (Terry Jones, Terry Gilliam, Reino Unido, 1975) o “La bestia del reino” (Terry Gilliam, Reino Unido, 1977). Fue quizás la disolución de los maravillosos Monty Python que hizo agriar poco a poco el carácter de un Gilliam que, a pesar de no haber abandonado nunca los registros de la comedia disparatada, se alejaba cada vez más de la carcajada para adentrarse en la amarga sonrisa e incluso la mueca desesperanzada. Películas como “Brazil” (Reino Unido, 1985) o “12 monos” (EE.UU., 1995) daban fe de ello, asociadas a la fantasía distópica y profundamente tristes a pesar de su apariencia histriónica.
Más constante y mucho menos dependiente de los estados de ánimo del director es la vocación estética de sus films, todos ellos reconocibles por sus aspectos formales, de cámara inquieta y predilección por primeros planos y ángulos aberrantes, de decorados barrocos y un horror vacui sonoro que prevalece, con todo lo demás, en “The Zero Theorem”. Terry Gilliam cuenta una vez más con Nicola Pecorini en la fotografía para adentrarse en la vida decadente de un futuro igualmente decadente. Persevera Gilliam en su búsqueda por evidenciar las patologías de la globalizada sociedad sin preocuparse demasiado por la obviedad de sus conclusiones, que finalmente yacen conformistas en los lugares comunes de los clásicos de la ciencia ficción; el Gran Hermano y la supresión de identidad, la incomunicación en un mundo ultra comunicado, la falsa intimidad, y la cuasi utópica aspiración del ser humano a retornar a su naturaleza orgánica. “The Zero Theorem” los reúne todos ellos contando la historia de Qohen, un huraño informático que trabaja para una enorme corporación de la cual poca gente conoce su dirigente. Su función allí es resolver un teorema cuya solución supondría también la extinción del caos. En efecto, suena tan abstracto como es, y ni Gilliam ni su guionista, el debutante Pat Rushin, se molestan demasiado en traducirlo en un mensaje claro. De hecho, todo el film queda supeditado a la presumible falta de motivaciones extra estéticas, que resultarían básicas para dejarse seducir después por las imágenes. No es una falta de estímulos intelectuales lo que lastra la película sino la inexistencia, simplemente, de un relato sólido que pueda sostener las ya bien conocidas artimañas visuales del realizador.
Así, lo nuevo del ya veterano director norteamericano, contiene probablemente lo mejor y peor de su filmografía, relegando la historia a un segundo plano hasta que ni siquiera resulta suficientemente entretenida y obsequiándonos, por otro lado, con otra dosis de su virtuosismo visual acoplado a su mirada pesimista, de la que Cristoph Waltz es, en esta ocasión, estandarte. De hecho, Gilliam es un experto titiritero, capaz de disfrazar a la crema de Hollywood –Heath Ledger, Jeff Bridges, Johnny Depp o Benicio del Toro, se encuentran entre sus últimos largometrajes– en el payaso triste protagonista para convertir todo lo que toca en un alborotado circo de variedades. “The Zero Theorem” es un capítulo más del espectáculo, igual de llamativo pero bastante menos lúcido. De momento, seguiremos esperando a Don Quijote.

Tariq Porter
Tariq Porter Astorga (Barcelona, 1988). Licenciado en Bellas Artes en la Universitat de Barcelona y Master en Ficción en Cine y TV en la URL. Ha criticado cine gozosamente en TuPeli o la Revista Mabuse y sigue haciéndolo en Serra d’Or y Blisstopic. Ha trabajado –aún con gozo– en los festivales chilenos Femcine y Fidocs, y sigue haciéndolo en la Acadèmia del Cinema Català y, como programador, primero en el CCCB y actualmente en el Festival de Cinema de Menorca. Escribe harto y pretencioso y lo intenta también con el guión. A ver qué.