BIME 2013
22-23/11/2013, BEC (Barakaldo)
Fotos Jordi Vidal
VIERNES 22
En Bilbao llueve. Eso sería lo clásico. Lo contemporáneo es decir que en Bilbao (o en Bizkaia, o en Euskadi) les ha dado por poner nombres en inglés a lugares y eventos que antes se hubieran difundido en euskera. De ahí que el penúltimo viernes de noviembre mis pies húmedos chapotearan sobre el seco parquet del Bilbao Exhibition Centre (BEC), donde asistiría al Bizkaia International Music Experience (BIME); con lo bonito que hubiera sido escribir aquí cosas como bistaratzea o nazioarteko, y que le den por ahí a la intencionalidad de internacionalidad. Precisamente, el buscar esa experiencia híbrida y traspasa-fronteras podría ser uno de los grandes obstáculos para hacer del BIME un festival más cálido, natural y carente de tensiones.
En todo caso, la cosa no podía empezar mejor: en el prime time del festival, John Grant, con su aspecto de leñador amanerado, su voz confiada de barítono pop y su actitud, ahora descarada, ahora recluida, sacudió el Stage 1 con las dos vertientes que afloran de sus formidables discos en solitario: el ritmo electrónico de sintetizadores carismáticos de “Pale green ghosts” y la densidad emocional untada con delicadeza melódica de “Queen of Denmark”. En ese vendaval sónico ambivalente y medido, pasaba que si el ex de The Czars se exhibía bailongo al ritmo de hitazos como la descomunal “Black belt”, “Chicken bones” o la propia “Pale green ghosts”, el personal se contagiaba y en las primeras filas se extendía el baile; si, en cambio, Grant se ponía romántico y se sentaba al piano para profundizar en temas como “Sigourney Weaver” o esa maravilla que titula su primer disco, había quien se encendía un cigarro y las cabezas se mecían, llevadas por el sentimiento. Al final, tras una clausura tan demoledora y lacrimosa como “Where the dreams go to die”, Grant se despidió dejando a todo el mundo con la piel de gallina, pese a que muchos todavía consultaban su nombre en el programa de mano. Mientras se me secaban los pies y me ponía y quitaba indeciso la cazadora, empezaba a pensar que tal vez eso era todo, ese era el mejor concierto del festival. Probablemente lo fue.
Si lograbas apretar el paso lo suficiente como para completar el absurdo itinerario que obligaba a dar la vuelta a todo el recinto para acceder al Stage 4 (tiempo más que suficiente para encontrarte a Ismael Urzaiz con americana espantosa y comprobar que el botxo es un pañuelo), y acabarte la bebida obligado antes de entrar en la recogida sala donde actuaba Jay-Jay Johanson, tal vez lograras llegar para verle recitar los últimos versos y despedirse con sueca elegancia. Poco después, en ese mismo escenario, Jota y Antonio Arias enredaban sus dispares estilos para abrir con cierta maestría el concierto de Soleá Morente y Los Evangelistas, pero cualquiera que estuviera allí se dio cuenta de que el espectáculo no lució de veras hasta que la granadina pisó las tablas. La voz y la arrojada actitud postural de Morente te hacía amar cada uno de sus versos. Tal vez no recordaras ni una sola letra del cancionero de esos dos disquitos imprescindibles, “Homenaje a Enrique Morente” y “Encuentro”, pero, con la actuación de esta banda híbrida, con miembros de Los Planetas y Lagartija Nick, amabas todas y cada una de las piezas que sonaban. Aunque me da que a Urzaiz no le gustaron tanto.
Justo lo contrario sucedía con el repertorio de Manic Street Preachers: conocías todas las canciones, pero preferirías haberlas olvidado. Su concierto en el escenario principal fue un recordatorio molesto de una banda que tal vez jamás debió triunfar tanto y desde luego suena desubicada hoy en día. James Dean Bradfield comenzó con la voz más en forma de lo que yo mismo preveía, pero a medida que llegaban notas agudas como las de “You stole from my heart”, el gallo despertaba. Como esa canción, la actuación de los galeses fue de lo más evidente y azucarada, rock de estadio que busca palmas y cabeceos facilones.
Tal vez nos merecimos aquel final de viernes, porque, aunque Yuck ofrecieron un concierto desapasionado y correcto (versión de New Order incluida), por desgracia mucho más centrado en el andamiaje pop de “Glow & behold” (Fat Possum, 13) que en los derribos punk de “Yuck” (Fat Possum, 11), jamás debíamos haber salido del Stage 4. Quizás tendríamos que habernos hecho un ovillo y pedir más y más y más del circo de Patricio Lobo, como le gusta llamarse a sí mismo al díscolo Patrick Wolf. El divo inglés estuvo tan airado como errático, potenciado a la enésima los despropósitos de un técnico superado por su cabaret de improvisaciones y meneos de micro y piano, y, ante la estupefacción de sus tres sensacionales acompañantes femeninas, protagonizó un recital esperpéntico, un locurón de acoples, ensayos y errores. Ni la magnífica arpa, ni el goloso violín o los exuberantes vientos lograron que Wolf se centrara un solo momento, o recordara bien las piezas que iba a tocar. La paciencia de las tres artistas y el entusiasmo del público ante cada perorata de disimulo o canción completa que interpretara el artista (recordó algunas de “Lycanthropy”, dándoles una nueva orientación treintañera) fue infinita. Pero los pies de micro seguían aflojándose, los chirridos eléctricos se sucedían, el flequillo de Wolf volaba más que sus dedos sobre el teclado, y las probaturas de acordes de la arpista para ver si el bueno de Patricio la seguía alguna vez eran cada vez más desesperados. No había “Magic position” que deshiciera aquel entuerto.
SÁBADO 23
Con la barriga debidamente repleta tras un día entero deambulando sobre el mapamundi de Bilbao, parecía que el sábado en el BIME debía desatar toda la fiesta que el viernes no acabó de destaparse por acúmulo de temblores, pero por el BEC seguían circulando las mismas corrientes de Hivernalia y la cosa quedó, claro, fría. Juana Molina ya había servido un corto destilado de electrónica en suspensión orgánica, y These New Puritans habían dispuesto el oscuro abrigo de sus más recientes y destensadas composiciones en el escenario principal, pero lo que realmente caldeó al personal en las primeras horas fue la crudeza generosa en alaridos y dobles bombos de los vizcaínos Belako. Todo un síntoma local de lo que había y lo que se esperaba.
Si le das a Mark Lanegan un escenario agradable e íntimo como el Stage 4, lo acompañas de músicos del talento de Duke Garwood, y prendes las mismas luces que él siempre pide, es difícil que alguien le discuta el podio como protagonista de la noche. Cierto es que, justo en el pabellón de enfrente, Mercury Rev afrontaba el reto apelando a la elevación espiritual en clave de theremin y rock grandilocuente. Entretanto, Lanegan, agarrado a su micrófono, instaba más bien a enterrar los pies y el alma en la tierra. Sus eternos focos rojos, una sección de viento sensacional, los ritmos mortecinos y la voz más grave y estremecedora del planeta enmarcaron el mundo en blanco y negro del reverendo, que soltó todos sus salmos, cada uno sumando más aplausos que el anterior: “Gravedigger’s song”, ese “Pretty colors” que le recordamos a Sinatra, o “Mack the knife” de Bobby Darin fueron gloriosas, pero el momento verdaderamente estremecedor llegó con la versión de “Satellite of love”, en homenaje al recientemente desaparecido Lou Reed.
Mercury Rev hicieron bien en acordarse mucho de “Deserter’s songs” para su poderosa actuación sobre el Stage 1. Con un Jonathan Donahue pletórico, histriónico y probablemente ebrio, vaciando botellas enteras de vino mientras su alocado bajista de camisa con chorreras se estampaba contra el ampli, o adoptando recurrentemente la postura de la grulla para destacar como se alzaba todo con melodías tan sublimes y recordadas como “Goddes on a highway”, “Endlessly” o “The funny bird”, la banda de Buffalo se las ingenió para embelesar a la audiencia, pese a que alguna de sus colas finales de distorsión y psicodelia acabaran por resultar gratuitas.
Bett Ditto comenzó su concierto exclamando “it’s fucking cold!” y se pasó el resto del tiempo secándose el sudor con un trapito que le lanzaron. El show de Gossip fue tan masivo, potente, bien facturado, enormemente cantado y animado como conocíamos, y dejó claro como también sabíamos que los de Arkansas están condenados para la eternidad a los grilletes del ‘best of’, “Heavy cross” y “Standing on the way of control” mediante. Hace unos años, Ditto sudaba, pero no se secaba nunca la cara.
Llegadas a esas alturas del festival, uno se quedaba frío. La cumbia electrónica de Instituto Mexicano del Sonido puede resultar más petrificadora que agitante, y, con el festival congelado por la cancelación de Everything Everything y la perspectiva de ver a un viejo conocido como Marthew Herbert pasadas las cuatro de la mañana, era complicado resistir el tiritar en aquellos pabellones recorridos por mil vientos del norte.
Puestos a visualizar estampas gélidas, lo mejor era salir en busca de mejores horizontes de gin tonic. Afuera llovía.
http://blisstopic.com/live/item/801-bime-2013-review#sigProId7da6d978a0

Albert Fernández
En el desorden de los años, Albert Fernández ha escrito renglones torcidos en publicaciones como Mondo Sonoro, Guía del Ocio o Go Mag, tiempo en el que ha tenido oportunidad de ir de tapas con Frank Black o escuchar a Patrick Wolf bostezar por teléfono. Además, ha sido jefe de redacción de las secciones culturales de H Magazine, y ha aportado imaginación tras los micrófonos de Onda Cero, Cadena Ser y Scanner FM, donde facturó la sitcom musical de creación propia “2 Rooms”. Aunque sabe que no hay lugar mejor que aquel de donde viene, a Albert no le hubiera importado nacer en Gotham City o en el planeta Dagobah. Con tendencia a la hipérbole y a la imaginación desatada, Albert sigue buscando el acorde que dé la vuelta a sus días.
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