BIME 2014
31/10/14–01/11/14, BEC, Bilbao
Textos Anabel Vélez y Albert Fernández
Fotos Grun
VIERNES 31
Otoño en Bilbao y el sol nos recibía curiosamente con los brazos abiertos. La ciudad gris apareció iluminada. La segunda edición del BIME nos esperaba, consolidación de un festival que nació el año pasado y que ha doblado la asistencia de público gracias a un cartel lo suficientemente atractivo salpicado con grandes nombres. A primera hora de la tarde comenzábamos a circular por los hangares del BEC, más propios de un apocalipsis zombie, para asistir a los primeros conciertos. Un lugar desolado y frío que no aportaba la calidez necesaria para un festival, aún así, por momentos lo conseguía. El sitio no acompañaba pero la música si. Afortunadamente este año el acceso a los escenarios ha mejorado bastante.
Una horda de jovenzuelas desmadradas gritaban sin parar incluso antes de que empezase el concierto de Go Go Berlin. Los daneses facturan un pop disfrazado de rock para nenas. Totalmente prescindibles. Por suerte, The Barr Brothers lucieron el escenario del teatro que nos daría las mejores actuaciones del festival. Música de raíz, arpa, pedal steel, acústica, batería, contrabajo y armonía de voces. Folk llegado desde Montreal con raíces americanas y africanas. La banda creada por los hermanos Andrew y Brad Carr sube de intensidad por momentos. Perfección que se ganó una ovación con todo el público en pie. Empezábamos bien el festival. Una de las bandas a seguir y sin duda, uno de los mejores conciertos del BIME.
Imelda May celebró la noche de Halloween por todo lo alto. Disfrazada de Morticia junto a sus secuaces convertidos por un día en los personajes más estrafalarios de la noche de los muertos, su guitarrista iba disfrazado de monje loco y el batería tocaba con una sábana fantasmal. Fue uno de esos conciertos en los que te dedicas a bailar sin parar, pura diversión y rock and roll. May presentaba su último disco “Tribal” y lo hacía como siempre, como un volcán en erupción, rockabilly de toda la vida de la mano de la irlandesa que posee una voz excepcional para el género. Diversión garantizada.
Tras la fiesta de ultratumba de Imelda May, Thurston Moore nos esperaba. El miedo nos hacía presagiar lo peor. Sus últimos conciertos con Sonic Youth o en solitario habían resultado tremendamente soporíferos. Quizás era el momento ideal para irse a comer un bocata mientras Thurston distorsionaba hasta la extenuación. Craso error si lo hicisteis, el cantante y guitarrista ha vuelto con fuerzas renovadas. Dio uno de esos conciertos que no se olvidan y que le resarcen de todos los cabezazos de sueño que nos ha provocado en el pasado. Enérgico y potente, positivo y con brío, incluso lanzó caramelos a los asistentes tras decir aquello tan típico ante las puertas de todas las casas estadounidenses durante la noche de Halloween: "Trick or Treat". El poderoso sonido del nuevo proyecto de Moore recae mucho sobre las espaldas de los músicos que le acompañan. Debbie Googe de My Bloody Valentine al bajo, el batería de Sonic Youth Steve Shelley a las baquetas y James Sedwards de Nought a las guitarras. Espectacular banda de acompañamiento. Apoteosis sónica.
Neil Hannon y los suyos dieron otro de los grandes conciertos de la noche. Apareció sobre el escenario destilando elegancia a raudales y con los dedos de la mano izquierda entablillados. Bromeó sobre el bizarro acto sexual que había provocado el accidente que le impidió tocar la guitarra. En realidad un absurdo accidente doméstico con su perro. No hizo falta que Hannon cogiera la guitarra. Aunque él mismo confesaba que hacía años que no la tenía para escudarse, se sentía desnudo, a veces sin saber que hacer con las manos. Algo que solventó con gracia, desparpajo y un estilo propio de un dandy mientras bebía una copa o fumaba un cigarrillo. La noche nos brindó algunas de las mejores canciones de The Divine Comedy, verdaderos himnos delicados como "Have you ever been in love" de la que graciosamente olvidó la letra cantando: “Have you ever forget the lyrics of a song”. O una perfecta y delicada Everybody knows, “otra de esas canciones románticas que suelo escribir”, afirmó. Grandes y atemporales. Clase sobre el escenario. Sonaron también "Tonight We flight", "Songs of Love" o "The Summer House". Maravillosos. Anabel Vélez
Miss Calvi se hizo esperar diez minutos de más, en los que el bullicio desbordó la barra más cercana a su escenario, amén de la platea destinada a su público, que hirvió de personal buscando asiento. La idea de disponer un túnel conector con dos sentidos de la marcha desde el escenario principal, Stage 1 hasta el Stage Teatro, y aumentar el aforo de este último en unos cuantos cientos de localidades más, se cuentan sin duda entre los grandes aciertos organizativos de esta segunda edición del BIME.
Anna Calvi compareció sobre las tablas con paso seguro, ataviada con su guitarra cual extensión totémica, sexual y poderosa de su cuerpo y su alma, vistiendo pantalón negro y blusa blanca, y custodiada de tres músicos competentes. Tras un primer compás de puro contacto, donde se sumió en luces rojas y dio inicio al toqueteo de su mástil, la inglesa abordó el arranque trotón de "Eliza" con un poderío asombroso, llevando esa canción, y otras de similar cabalgada como "Blackout", muy arriba, muy bien, imponente su voz, y magnética en sus arranques con la guitarra. Entregada, melodramática e intensa, la artista nos regaló un concierto cortante y preciso como un puñal, hasta perderse en su maraña de punteos y fraseos, las corrientes infinitas de su onanismo guitarrero. Curiosamente, Calvi no tocó "Piece by piece", la canción que merodeaba en mi cabeza antes del concierto. Y, con todo, Anna Margaret Michelle nos deshizo a todos hasta los últimos añicos.
Alcanzar la segunda base para entregarse a los ritmos con que Basement Jaxx calentaba al personal desde el Stage 2 era más que complicado debido a los líos de acceso y los embotellamientos humanos, así que lo mejor era no preocuparse demasiado y comprobar desde la barra como Buxton y Ratcliffe decidían sabiamente alternar sus hits de house más clásicos, hedonistas y reconocibles con las menos acertadas piezas de su último disco, "Junto".
Por el contrario, las sospechosas estrellas del cartel del viernes, Placebo, se obstinaron en basar su repertorio en un último álbum aparecido hace ya algún tiempo, y cuando ya hace más de algún tiempo que sus últimos álbumes resultan planos, insípidos y cargantes. Sin el premio de singles como "Pure morning", el público pareció distraerse pronto, y enseguida las barritas de luces, verdadero must popular en este BIME, dejaron de agitarse, viendo que, más allá de alguna concesión como "Every you every me", los de Brian Molko iban a seguir extendiendo su (bien ejecutada) plasta de canciones recientes y grises, un discurso musical unívoco y desapasionado.
Con esa rémora y el escaso consuelo de Zea Mays en el horizonte, la mayoría prefirió entregarse a los apretones del metro de vuelta, por mucho que la madrugada trajera la animación de FM Belfast y Mount Kimbie. Albert Fernández
SÁBABO 1
Segunda y última jornada del festival. Tras disfrutar de las excelencias culinarias de Bilbao volvimos al BEC. Los argentinos Babasónicos abrieron la tarde. Ganadores de un Grammy latino, llenan estadios en su país natal. Aquí ante un escaso público dejaron de lado su vertiente rockera, apopados y desganados, sin actitud sobre el escenario y dedicándose más al posturéo típico de estrellas del pop. Quizás en su país lo son, pero aquí dejaron mucho que desear.
My Sad Captains fueron los primeros en actuar en el escenario Teatro. Carne de cañón quizás para festivales más indies, tranquilos y a veces algo aburridos. The Coup fue el revulsivo que necesitamos para quitarnos el mal sabor de boca del comienzo. Los de Oakland son un puro torbellino sobre el escenario. Energía musculosa que ya en la primera canción caldeó el ambiente enteros. Hicieron saltar al público y despertarlo del sopor. Sino te mueves con ellos es que no tienes sangre en las venas. Su mezcla de hip hop y rock es perfecta para bailar hasta el último acorde.
En el escenario pequeño, la dulce y delicada Dawn Landes destilaba su folk y rock de raíz norteamericana. Presentaba su excelente disco “Bluebird”, donde demuestra su calidad como cantante y compositora. Algo que se traslada por igual a sus directos. Sencillez y profundidad unidas, dulzura, emoción y talento. Delicada sobre el escenario ofreció uno de aquellos conciertos íntimos que tan bien se prestan en un escenario como el que ocupaba. Delicada versión del "Moon River" incluida.
La sorpresa del festival fueron The Orwells. Los de Illinois han sido declarados the next big thing por NME. Y no es de extrañar. Mario Cuomo tiene personalidad y presencia suficientes para llenar el escenario entero. Sorprenden por su juventud, su potente sonido y su enérgico directo. Sin concesiones, a la yugular, desgranaron los temas de su segundo y último disco hasta la fecha, “Disgraceland”. Apunten este nombre, en unos años estarán llenando salas y después grandes recintos. Desbordantes y furiosos son adjetivos que bien se les podría aplicar. Actitud, actitud, actitud y talento detrás de la actitud. Cuomo se deja envolver por las melodías directas y punzantes de sus temas, mientras la banda dispara sin piedad, ojo, que no toman prisioneros.
Tras la furia, vino la calma de Chris Garneau que solo detrás de su teclado y su voz celestial nos ofreció un concierto dulce y preciosista. Desde que lo descubrimos allá por 2006 con su excelente “Music for Tourists” le hemos seguido la pista. Tímido, reservado, retraído, la clase de persona que se sienta al piano como si no fuera con él, discretamente y cuando empieza a cantar se para el tiempo. Lástima que durará menos de lo que se esperaba. A penas media hora que supo a nada.
En el escenario del teatro también actuaron Angel Stanich Band presentando su “Camino Ácido”. Pudimos verlos durante unas cuantas canciones a la espera de Billy Bragg. Sonoramente interesantes, su música entra muy bien, lástima que cuando su líder empieza a cantar todo chirríe. Aún así el público pareció bastante receptivo sobre todo ante su hit "Metralleta Joe".
Por fin Billy Bragg nos esperaba y estaba vez con banda, sus últimas visitas habían sido en solitario. Lástima que no lo acompañase Ian MacLagan, se le echaba de menos. Siempre divertido y charlatán, Bragg nos recordó que el folk tiene su sitio y que aún con 50 años puedes tocarlo con dignidad, no como le pasa a Morrissey. No faltaron los guiños al gran Woody Guthrie por supuesto con la imprescindible "Way Over Yonder" in a "Minor Key" o ese canto a la libertad que es "All You Fascist Are Bound to Lose". Momento que aprovechó para criticar el auge del fascismo en Europa y de los partidos anti-inmigración, también nos felicitó por movimientos populares como el de Podemos. Bragg no olvida sus reivindicaciones, detrás de las canciones con mensaje también puede haber buena música, él es prueba de ello. Con el pedal steel, su música se vuelve más country. Así canciones como su clásico "California Stars" pasa acertadamente por el cedazo del country. Sus canciones fueron coreadas por el público incluida la divertida "Sexuality" o "New England" de la que afirmó que era un tributo a Kraftwerk. Despidió la noche con las notas de "Waiting For The Great Leap Forwards", momento que aprovechó para presentar a la banda y para asegurarnos que la derecha ha ganado esta vez en Escocia pero la próxima no lo hará, recordando que tanto en Barcelona y Bilbao, la gente tiene derecho a decidir. Bragg siempre reivindicativo, como tiene que ser, menos mal.
The National eran el gran nombre de la noche y no defraudaron. Tras verlos en el Primavera Sound y salir huyendo ante el detestable sonido del escenario grande, ya era hora de verlos en condiciones. Sonaron bien. Sonaron grandes. La única pega fue que Sufjan Stevens fue su invitado, como un músico más, no destacó en ningún momento salvó en el piano de "Ada", tema en el que colaboró en “Boxer” (2007). Aunque ha colaborado en varios de sus discos al piano, desperdiciar tanto talento como mero corista no tiene perdón de dios. Por lo demás, ninguna queja. La banda liderada por Matt Berninger está en estado de gracia, sus canciones son las responsables de ello. Se notó ya desde la primera "Don't Swallow the Cap", con un público totalmente entregado. Seguida de "I Should Live in Salt" también de su último trabajo “Trouble Will Find Me”, del que también pudimos escuchar "I Need My Girl". Mientras un Berninger torturado se contorsionaba por el escenario y los hermanos Dessner afilaban sus guitarras. Muchos temas de su excelente “High Violet” sonaron esa noche desde "Terrible Love", "Sorrow, Bloodbuzz Ohio" o "Afraid of Everyone". Cerrando con "England" antes de desenchufarse para tocar en un final apoteósico "Vanderlyle Crybaby Geeks". Rock de madurez, sensible y emocional en estado de gracia. Anabel Vélez
A su hora y a su manera, The Kooks prendieron la concurrida noche del sábado con su habitual guitarreo contagioso, dando al personal una buena dosis de himnos fáciles para animarse de veras, y sin escatimar: "Ooh La", "Naive" y la celebradísima "She moves in her own way", todas sonaron en la mecha que los de Brighton encendieron en el Bilbao Exhibition Centre (BEC!) de Barakaldo.
Cruzando la medianoche, los veteranos Mogwai dieron rienda suelta a su liturgia de teclados hipnóticos y guitarras rasgadas, cual bastardos autómatas e impertérritos, ajenos a lo que pasara a un metro de sus narices. Pese a que, por muy fan que se sea de los escoceses, desde el primer minuto de su actuación asomara la idea de lo poco conveniente de programar una propuesta tan áspera, enrarecida y rotunda a esas horas del festi, lo cierto es que, minuto a minuto, los de Stuart Braithwaite conquistaron la atención y los tímpanos del personal, a través de un espectáculo aséptico y predominante, cargado de estática ambiental y magnetismo. Sonaron perlas como "Mogwai fear Satan", "How to be a werewolf" y, ante todo, el repertorio mesmerizante y futurista de "Rave tapes". El clímax de la congregación se consumó al son de su nuevo himno, "Remurdered", que hizo agitar lacónicamente las cabezas al tiempo que los espectaculares neones de la portada del último disco marcaban pautas de luz rítmicas, cíclicas, insondables.
Fue empezar a sonar La Roux y pensar, "bien, ya era hora: esto es algo que ya entendemos todos, ella nos entiende". Elly Jackson abrió a lo grande con "Fascination", y desde ese primer instante, la pelirroja se puso al público en el bolsillo. Después de una actuación desastrosa hace algunos años en el Sónar, Eleanor y su banda lucieron imponentes en el BIME. Su voz, clara y arriba, entre contoneos, flashs de luz y nubes de humo, y el miasma de sintetizadores y ritmos sintéticos para olvidarse de la hora, liberar los pies y perder gravedad subido a la fuerza de hits tan incontestables como "In for the kill" o "Bulletproof".
Holy Ghost! pedían bailar más, beber más. Aunque había quien aporreaba con torpes percusiones la barra, el show del dúo de Brooklyn era algo más ingrávido, algo menos físico que la maratón synth-pop de La Roux. Como otros tantos, Holy Ghost! tuvieron que zafar como pudieron su último disco, "Dumb disco ideas", con tal de elevar su marcha etérea a las más altas cúspides del hedonismo bailable, en esas horas en que ya da igual de donde seas y lo que hayas venido a hacer, si tienes el vaso lleno, el cuerpo en movimiento y esas chispas trasnochadas en la azotea.
A Delorean tampoco parecía importarles demasiado nada cuando emergieron para clausurar el festival. Los de Zarautz estuvieron torpes, lentos y desabridos como cada una de tres actuaciones suyas, así que hubo que poner verdadero empeño para seguir la danza, continuar disparando las suelas y el buen rollo hasta las últimas consecuencias, antes de que el BIME chapara definitivamente la persiana de su exitosa segunda edición. Claro que a esas horas tanto da que cierren: siempre se acaba buscando otro garito abierto, aunque sea una cama, propia o ajena. Albert Fernández
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