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En cuerpo y en lo otroDavid Foster WallaceMondadori 6,9304 págs. 18,90 €. |
David Foster Wallace amaba las palabras. Eso está fuera de toda duda. No en vano tenía siempre cerca un largo listado de ellas para aprender su significado. Para jugar con ellas. Para entender mejor el mundo a partir de ellas. Cuanto más extrañas, mejor. En “En cuerpo y en lo otro” hay un buen surtido para arropar quince ensayos inéditos en los que el autor de “La broma infinita” da rienda suelta a sus gustos y obsesiones para reflexionar haciendo flexiones con el lenguaje. Más preciso, claro. Menos oscuro, más claro. Empieza subiendo a la red para pelotear con una larga crónica de tenis contada a plazos. Sobre los Momentos Federer: contra Agassi, contra Nadal. Qué estupendo periodista deportivo se perdió. “La belleza no es la meta de los deportes de competición, y sin embargo, los deportes de élite son un vehículo perfecto para la expresión de la belleza humana”. Además de narrar con pasmosa perspicacia los prolegómenos de una final soñada entre Nadal y Federer, y de analizar en profundidad su juego, Foster Wallace se las ingenia para unir deporte y lenguaje. “Devolver con éxito una pelota de tenis que te han servido con fuerza requiere eso que a veces se ha denominado sentido cinestésico, que no es otra cosa que controlar el cuerpo y sus extensiones artificiales por medio de sistemas complejos y muy rápidos de tareas”. Y concluye: “La genialidad no se puede replicar. La inspiración, sin embargo, es contagiosa y multiforme; y el mero hecho de presenciar de cerca cómo la potencia y la agresividad se hacen vulnerables a la belleza equivale a sentirse inspirado y (de una forma fugaz y mortal) reconciliado”.
Por supuesto, Foster también habla de literatura: a mediados de 1989, “el metrónomo de la moda literaria parece estar en posición de presto. Desde que hicieron su entrada por todo lo alto “Baile de familia” de David Leavitt, “Luces de neón” de Jay McInerney y “Menos que cero” de Bret Ellis, los últimos tres años y pico han visto una verdadera explosión de voluntarioso interés crítico y comercial por la narrativa escrita por autores Notoriamente Jóvenes”. Y, de pronto, los mismos que encumbraron esa moda, la atacan. “El final de la luna de miel entre el Establishment literario y el escritor NJ ha sido consecuencia inevitable y previsible de la misma moda descarada que condujo de entrada al ensalzamiento prematuro de muchos escritores competentes: la indulgencia crítica condescendiente y el desprecio crítico condescendiente son caras de la misma moneda”. Foster profundiza con lucidez desarmante en vicios y oficios, luces y sombras de la sociedad moderna, y se detiene en el fulgor catódico: “El mayor atractivo de la televisión estriba en que es cautivadora sin plantear exigencia alguna”. No deja títere con cabeza: “Los escritores de porquería de hoy día son meros entretenedores que ocupan el terreno de los artistas. Este hecho en sí no es nuevo. Pero está claro que la estética televisiva, y esa economía que se parece a la televisión, han hecho posible la popularidad sin precedentes de que gozan esos escritores y también su recompensa”. ¿Por qué escriben los escritores que no lo hacen por dinero? “Lo hacen porque es arte, y el arte es sentido, y el sentido es poder: poder para darle color a los gatos, para poner orden en el caos, para transformar el vacío en un suelo y la deuda en un tesoro”.
Foster Wallace viaja de “Terminator 2” a Borges con paradas en la naturaleza de la diversión y el rescate de novelas americanas infravaloradas. Imprevisible y torrencial en su plasmación de ideas, datos y conclusiones, engarza su portentosa capacidad para la narración con un talento inacabable para relacionar todo tipo de fuentes y significados, en un puzle donde todas las piezas encajan a la hora de diseñar el mapa intelectual de un autor al que acabó arrollando su propia inteligencia. Hay capítulos más interesantes que otros, como era de esperar, pero en todos ellos hay siempre fogonazos que arrojan una luz nueva (y, sobre todo, distinta) a asuntos variados, y en todos ellos latiendo un mismo amor por la creación honesta, por el arte responsable, por el respeto al oficio que nos permite permanecer “absortos” en medio del Gran Oleaje.