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Un final para Benjamin Walter

Álex Chico

Candaya

8,7

251 págs.

16 €.

Santiago García Tirado

  

 

Álex Chico (Plasencia, 1980) flanea muy bien. Podría quedar más propio diciendo que “se presta a la deriva muy bien”, pero esa sería una traducción del verbo al español intolerable. Flanea. Además lo hace con plena conciencia, y sin complejos ni deudas con otros modelos, de manera que flanea con seña de identidad propia, que es como se debe flanear. El libro que acaba de dar a las mesas de novedades se titula “Un final para Benjamin Walter” (Candaya) y es una muestra acabada de cómo lo que parece una investigación sobre tema puntual en realidad es el pie para todo un paseo a lo largo y ancho del tiempo y del espacio que fue capaz de contaminar la presencia de Benjamin.

 

El paseo textual que plantea Álex Chico exige desconexión de toda forma de urgencia. De hecho, no hay que esperar a Benjamin al principio, ni al final, ni en momento alguno, para que Benjamin y su efecto lleguen a su albur, cuando lo tengan a bien. En propiedad, son los capítulos centrales los que se detienen en la conocida historia de la muerte por suicidio del pensador alemán en un hotel de Portbou, con detalles luminosos unidos a otros de una cotidianidad amarga, como los que tienen que ver con el precio de su nicho, la deuda de la habitación o el pago al párroco que redactó su acta de defunción. Un párroco, sí, para un judío ateo y marxista. Walter Benjamin en el libro, en sentido estricto, se limita a eso, unas páginas centrales en el libro. La deriva de Álex Chico, acapara mucho más. Antes de Benjamin está Portbou, su historia, su descripción física, el perfil de sus habitantes, Dani Karavan, que diseñó el monumento memorial incrustado en la ladera que cae al mar, el exilio, Antonio Machado, los caminos de los que huyen, la zozobra. Y obras ajenas: véase “El ángel de la historia”, de Paul Klee, que perteneció a Benjamin, y al que el pensador le dedicó tantas páginas de indagación. Después del fragmento Benjamin vendrá el tema del lenguaje -desplegado en páginas sembradas de citas e ideas que estimulan-, la figura del flâneur, la literatura de campos de concentración, más una especie de nouvelle final de la que hablaremos más adelante. Da lo mismo que Benjamin se reduzca a una breve aparición: el texto todo, de principio a fin, está imbuido de su presencia. Se multiplican las citas, se revisita y da vuelta a ideas suyas, se invoca a tantos de sus amigos, de sus lugares, de su guerra. Por si fuera poco, un leit motiv benjaminiano asalta al lector cuando menos lo espera, según el cual “la escritura es un anticipo de nuestra manera de desaparecer”. He aquí la razón por la que Chico titula así su libro, aunque su intención apunta a un objetivo mucho más amplio, como queda explicado. Ni siquiera oculta su certeza de que en lo que está escribiendo se podrá rastrear un día la clave del final propio. El escritor deviene su propio oráculo.

 

 

Y al final, una nouvelle. Un suplemento, un ejercicio audaz de promiscuidad textual. Se trata de una biografía extensa y ficticia de la casera que lo ha acogido en Portbou, una tal Sílvia Monferrer, uruguaya, mujer que ha conocido la demencia, que ha vivido la pobreza extrema como vagabunda, pero que también ha sido protagonista de buena parte de la historia reciente, conocida o amante de artistas, intelectuales, gente diversa y en modo alguno corriente. Si Benjamin le ha servido al autor de causa para flanear entre textos y autores de toda Europa en el último siglo, no menos le ha dado ocasión para novelar lo mucho que le hubiera quedado por decir, gracias a esta biografía fingida de Sílvia Monferrer.

 

A estas alturas ya sabemos que Walter Benjamin no va a tener final, como tampoco lo tiene el libro de Álex Chico. A lo más que se puede aspirar es a decidirse por Walt Whitman, cuando dijo: “Ahora voy a sentarme delante de la puerta. Ahora voy a contemplar la vida”. Tratar de dar con un sentido fue el trabajo que se impuso Benjamin, de ahí que su final no pueda ser otro que un interruptus. Y esto es lo que parece haber comprendido Álex Chico, que a punto de culminar su texto confiesa que “siempre es otro el espacio que guarda todas las explicaciones”, como si aceptara asumir la tarea rebajando expectativas, dando por bueno un objetivo parcial. Se hacen incursiones, se da con ideas más o menos válidas, se acerca uno al sentido en la medida que su perspectiva lo admite, y acaba corroborando que nada lo agota.

Este libro es una paradoja y es un consuelo a su manera.

Santiago García Tirado

Soñó con llevar subliminalmente en su DNI una cifra capaz de avivar el deseo, pero llegó al mundo en 1967, con dos años de antelación para la fecha correcta; desde entonces no ha hecho más que constatar que siempre estuvo (contra su voluntad) en el tiempo equivocado para ser cool. Con empeño, y en contra de la opinión de las hordas hipsters internacionales, ha llegado sin embargo a crear la web PeriodicoIrreverentes.org, y colaborar en Micro-Revista, Sigueleyendo, Quimera y Todos somos sospechosos, de Radio 3. Sus últimas obras de ficción son Todas las tardes café” (2009, relatos) y La balada de Eleanora Aguirre” (2012, novela). En 2014 verá la luz su novela “Constantes Cósmicas del Caos”, con la que espera coronar su abnegada labor en beneficio de la entropía universal.