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Crónicas del amacramaDavid MonteagudoRayo Verde 7,2236 págs. 18 €. |
Me pregunto si la crítica admite la posibilidad de que a una novela se le conceda reconocimiento a la vez que se constata que no oposita a cambiar al mundo con su mensaje. Quiero hacer mis pesquisas y saber si es posible, ante una novela que nos entretiene, decir simplemente que es una novela estupenda porque nos ha entretenido y lo ha hecho bien. Insisto, porque quiero saber si es que la crítica literaria en español, antes de puntuar debidamente un título, ha de acreditar, 1) que dicha novela sostiene un Mensaje; que, en caso de no tenerlo, 2) se le puede adjudicar uno, aunque haya que recurrir al artificio de la simbología camuflada, las metáforas sugerentes y demás herramientas ad hoc; 3) que la novela haya cuajado como resultado de fuerzas telúricas propiamente hispanas, rabiosamente hispanas, verborreicamente nuestras y comprensibles dentro de una tradición –para demostrar lo cual se salpicará el texto crítico con enjundiosas y copiosas citas, y nombres, y generaciones que justifiquen el lugar de la obra en ese marco incomparable–. Me pregunto últimamente tantas cosas que tendría derecho a convocar un pleno monotemático en el Parlament, y no sería más espantoso que los de los últimos tiempos.
“Crónicas del Amacrana” es lo último de David Monteagudo. Recordarán al autor porque dio un pelotazo gordo en 2009 con “Fin”, cuando pasó del anonimato a los imprescindibles de las páginas culturales en un visto/ no visto. Volvió a publicar con Acantilado, que lo descubrió, todos los años hasta el 2012, siempre provocando dudas entre críticos y lectores, pero con el refrendo firma de las sucesivas ediciones que seguía dando su primera –que no en el tiempo– novela de sucesos paranormales. Con los meses, algunos lo desdeñaron por impostor, considerando que sus obras no estaban a la altura de los grandes maestros; otros, mientras tanto, siguieron a la zaga de nuevos argumentos que confirmaran aquellas alabanzas que habían suscitado los principios de Monteagudo. En ese grupo, Ricard Ruiz Garzón, que lo definió como “autor de inusitada potencia simbólica”, llamado a no sé qué misión existencial. Y Santos Sanz Villanueva, que resume otra novela anterior, “Brañaganda”, como una “mezcla de primitivismo, fantasía y suspense (…) bajo la impronta de una fábula simbólica”. Dicho esto, lo que puedo añadir es que “Crónicas del Amacrana”, pese a lo que unos y otros hayan pontificado, es una novela de enigma bien traída, cuya apuesta es el entretenimiento y que, a cambio, se ahorra cualquier vestimenta de artículo sesudo con intención de permanecer. Somete al lector, lo regala. No le busquen fuentes remotas, no se acaricien la barbilla mientras valoran la carga simbólica de los elementos de la trama. De lo que se trata es del disfrute, nada menos.
La propuesta funciona así: una nouvelle de 38 páginas cuenta al comienzo la historia de un muchacho feliz en su infancia. En esas páginas rememora sus vacaciones de verano entre brañas y riachuelos y caserones abandonados en la Galicia de sus antepasados. Esa historia inicial acaba con un hecho de apariencia inexplicable en el que el padre sirve de engarce entre mundo real y dimensión maravillosa. Aquí, el enigma, lo extraño y, por tanto, el elemento seductor que vertebra la novela. A continuación, un epílogo en el que un desconocido aparece durante el entierro del padre, ocurrido en edad madura de David, el protagonista, y que trae un recado del difunto, una última voluntad que debía cumplir con el hijo: un libro, más bien una carpeta de documentos, en formato pen drive. Y así es como llegamos al tópico del manuscrito encontrado, sólo que, en consonancia con la historia, el libro ya ha adoptado el formato digital.
La palabra Amacrana, que ya nos ha asaltado en la primera parte, espera su interpretación en la siguiente; sin embargo, lo que encontramos a partir de aquí es una serie de relatos de corte distópico, que –para placer de lectores apresurados- se se sostienen perfectamente como textos individuales. En esos relatos aparecen fenómenos futuristas -como la posibilidad de inducir vivencias en el cerebro–, distopías que obligan a abandonar el territorio de lo doméstico –o no–, extraños boicots en consejos de administración de poderosas empresas, fábricas que sustituyen a los humanos por un tipo de mutante aparentemente incansable, aunque de clara inspiración china, etc. Entendemos que son relatos cuya clave se encuentra en ese pen drive que recibe el narrador pero, si hemos de ser justos, no hay un solo detalle que sostenga esa unidad presupuesta. Los relatos tienen intención extrañante, y culminan su propósito. Están bien trazados, se mueven correctamente. Si es entretenimiento lo que buscamos, encontraremos que se ajustan a ese fin perfectamente. El final, una escena crepuscular, donde una serie de amigos hacen inventario de en qué han quedado sus sueños de vida, confirma que no había caso más allá de los relatos cerrados sobre sí mismos. Ni volvemos a escuchar, ni echamos de menos el Amacrana.
Las referencias a Henry James nos ponen sobre la pista, aunque no es difícil encontrar otros modelos en la literatura pulp. Los personajes y los espacios se presentan a la manera convencional, la historia se va desgranando sin audacias al ritmo pausado del tiempo, el diálogo pone el contrapunto adecuado a la narración, sin artificios y con intenciones objetivistas. Cualquier intento de encontrar riesgo, innovación, quedará baldío. Las “Crónicas” de David Monteagudo nacen, se sostienen y son felices en otro panorama, en el que predominan conceptos como evasión o entretenimiento. La Posmodernidad es otra cosa. No hay que confundirse de panorama.

Santiago García Tirado
Soñó con llevar subliminalmente en su DNI una cifra capaz de avivar el deseo, pero llegó al mundo en 1967, con dos años de antelación para la fecha correcta; desde entonces no ha hecho más que constatar que siempre estuvo (contra su voluntad) en el tiempo equivocado para ser cool. Con empeño, y en contra de la opinión de las hordas hipsters internacionales, ha llegado sin embargo a crear la web PeriodicoIrreverentes.org, y colaborar en Micro-Revista, Sigueleyendo, Quimera y Todos somos sospechosos, de Radio 3. Sus últimas obras de ficción son “Todas las tardes café” (2009, relatos) y “La balada de Eleanora Aguirre” (2012, novela). En 2014 verá la luz su novela “Constantes Cósmicas del Caos”, con la que espera coronar su abnegada labor en beneficio de la entropía universal.