![]() |
NefandoMónica OjedaCandaya 9,1206 págs. 16 €. |
La noticia no es ya que Candaya vuelva a descubrir –y ofrecer perfectamente envasada– literatura de primera; la noticia es que esta vez venga firmada por una autora que ni siquiera ha tenido que esperar a la treintena para dar esta muestra de talento. En efecto, la noticia hoy se llama Mónica Ojeda (Ecuador, 1988) y acaba de publicar “Nefando”, una novela compleja y llena de minas con la que se lanza a bucear en la deep web y en la literatura pornoerótica como camino directo a la animalidad que pervive en lo humano. Su conclusión es que no sólo no han logrado deshacerse de ella los miles de años de civilización, sino que esa animalidad goza de buena salud, y se remueve con frecuencia para que nadie dude de que ahí sigue, incrustada. Para probarlo debidamente, las crónicas salvajes que conforman “Nefando”.
Una serie de entrevistas, más algunos textos diversos –confesiones, anotaciones y fragmentos de una novela en ciernes, estados diversos de un foro de gamers, papeles encontrados en la casa-escenario– son las piezas que, sumadas, constituyen la narración total de la novela. El método da buenos resultados: cada nuevo texto permite a la autora jugar a una voz concreta, con su acento y sus modos expresivos, pero también identificar al personaje con sus pulsiones, sus disculpas, sus armas, los habitáculos que cada cual va tejiendo a base de palabras. A medida que crece, la historia va desvelando en sucesivos cuadros la vida de un grupo de jóvenes que ha compartido piso en Barcelona, y ése es el lugar donde –lo sabremos más adelante– se ideó y desarrolló un videojuego perturbador denominado “Nefando”. El título de la novela en realidad se extiende a mucho más que el videojuego: “lo que no debe ser dicho” es también el relato que hilvana Kiki Ortega, donde el sexo orilla lo patológico, o la vida de los hermanos Terán, cada cual con su trauma sexual a cuestas, Iván Herrera, decidido a seccionarse un pene que no encaja en su identidad, e incluso las prácticas antituristeo del Cuco y sus colegas por las Ramblas, que se reducen a robar a los turistas sin miramientos, aunque con una buena batería de argumentos pseudolibertarios. Se trata siempre de cuadros autónomos entre los que se producen grandes elipsis, aunque la historia total del relato se lee con naturalidad, fluye orgánicamente: la tensión se agrava cuando debe agravarse, y acaba llevando la historia al límite con todas las garantías de una narración eficazmente distribuida.
El sexo, todo el sexo, impregna la novela, toda la novela. De hecho, un repaso a las entrevistas que ha ido concediendo Mónica Ojeda permite llegar a la conclusión de que es el argumento último, el que inclina el interés por la novela que está apareciendo en todas partes. Y es cierto que la novela, sin olvidar otros, se lanza a explotar ese campo: como catálogo de los horrores, probablemente no tenga parangón en la literatura en español. Los encontramos por docenas en la novela de Mónica Ojeda, el primer plano, digamos, y en esa otra novela dentro de la novela que va escribiendo Kiki Ortega en segundo plano, y donde los límites de lo pornográfico parecen aún lejos de hacer aparición. A destacar el material sobre pornografía y erotismo que aparece consignado por mediación de la narradora, y que va desde los imprescindibles como Sade, Pierre Louÿs, o Sacher-Masoch, hasta autores actuales que se han atrevido a lo pornográfico, como Alan Moore-Melinda Gebbie, o Griselda Gambaro. Es evidente que Mónica Ojeda ha utilizado investigación de tipo académico, que conoce con solvencia el material que cita –es su trabajo en la actualidad, bien está saberlo– pero su inteligencia se hace notoria cuando en algún momento decide que ese material seco que maneja en apuntes es también un material literaturizable, que se merece una oportunidad en forma de relato. Otra vez acierta. En forma de relato puede hablar con propiedad de desviaciones sexuales, teorizar incluso, o tantear posibilidades, y así dar un nuevo giro a asuntos complejos como la identidad sexual, la violencia en el sexo, o la violencia sin más, la inexplicable, la gratuita. El relato así planteado podría haber crecido sin proporciones, a base de miembros desmesurados por lo escabroso o por lo erudito, pero se cuida de que eso le ocurra. Mónica Ojeda encuentra siempre la manera de hacer que todo ese aparato academicista atraviese la novela con la naturalidad del tiempo o la temperatura, fundiéndose con la trama como una dimensión irrenunciable. Es en buena parte una literatura hecha de materia fría y, contra pronóstico, acaba haciendo temblar a fuerza de humana.
Ahí está lo mágico de “Nefando”, esa forma marciana y apetitosa de hacer crecer el relato con elementos varios pero consistentes, una manera de construir que define la originalidad de la autora. Lejos de reducir su trabajo a una suma de acciones y diálogos, con alguna que otra digresión puntual, Mónica Ojeda opta por tratar el texto con el pulso indagatorio de la poesía. A cada gesto le adjudica una metáfora, a cada nuevo acontecimiento, una detonación de significado. Ésa es la razón de que el texto se mimetice con el ensayo con toda naturalidad, y revierta sin estridencia en narración, pero en narración de la buena, de la que inutiliza los relojes y borra el mundo para ubicar al lector en un microcosmos alternativo donde también rige la verdad -esa otra verdad, modo artístico-. El resultado apasiona, con esa constelación de textos que crece en torno a un videojuego pero que acaba poniendo en el punto de mira lo que de nefando se percibe aún hoy en el sexo, las costumbres, la identidad…
“Nefando”, el videojuego, fue concebido para que quien lo jugara “describiera un poema” y creo que esa intención estuvo también en la génesis de la novela de Mónica Ojeda. Como novela o como poema “Nefando” es bella a su manera animal, porque –lo dice una de sus protagonistas– “la diferencia entre lo bello y lo horrible es la misma que la de adentro y afuera del baúl: ninguna”. Sólo por comprobarlo merece la pena leerla.

Santiago García Tirado
Soñó con llevar subliminalmente en su DNI una cifra capaz de avivar el deseo, pero llegó al mundo en 1967, con dos años de antelación para la fecha correcta; desde entonces no ha hecho más que constatar que siempre estuvo (contra su voluntad) en el tiempo equivocado para ser cool. Con empeño, y en contra de la opinión de las hordas hipsters internacionales, ha llegado sin embargo a crear la web PeriodicoIrreverentes.org, y colaborar en Micro-Revista, Sigueleyendo, Quimera y Todos somos sospechosos, de Radio 3. Sus últimas obras de ficción son “Todas las tardes café” (2009, relatos) y “La balada de Eleanora Aguirre” (2012, novela). En 2014 verá la luz su novela “Constantes Cósmicas del Caos”, con la que espera coronar su abnegada labor en beneficio de la entropía universal.