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La librería quemada

Sergio Galarza

Candaya

7,3

205 págs.

16 €.

Santiago García Tirado

 

Parece que fuego y literatura provocan necesariamente una atracción insana que, como era previsible, ha acabado siempre de muy malas maneras. No es menos interesante la relación fuego-trabajador, aunque ésta parece una relación de tamaño manejable: así, de aquel que empeña la ilusión en su trabajo se dice que se acabará consumiendo; adquirir la condición de quemado implica haber alcanzado el punto de no retorno, cuando el empleado se entrega al cinismo y lo asume como nueva vocación. Lo que propone Sergio Galarza en esta tercera entrega de su trilogía de Madrid (las obras anteriores fueron “El paseador de perros” y “JFK”) es unir ambos fenómenos en uno, y eso es lo que encontramos en “La librería quemada”: de un lado, libreros militantes que acabarán embruteciéndose al ritmo de los años y la monotonía; del otro, un negocio que parece condenado a extinguirse y que, como en cualquier deceso, acabará poniendo el punto final con una cremación que ya no es más que la constatación pública de que la vida se ha marchado para siempre.

 

Hay un bestiario nutrido protagonizando la novela: clientes, vendedores, jefes, novias esporádicas, familias, culturetas de variado pelaje. Son todos ellos los protagonistas y conforman un catálogo interesante de entre los que destacan los vendedores, como cabría esperar. A todos se les adjudican nombres simbólicos, en la línea del realismo clásico: Puñal es un tipo del comité defensor; Chanquete es un bruto y un pelotas que tiene a sus hijos, dos buenos cenutrios, colocados en otra librería; Marxito y Oneto son de izquierdas, y el segundo se peina como obliga el apellido; Marcial, claro está, sólo se mueve entre latinas; y el protagonista y narrador, un tipo todavía cargado de buenos propósitos pero en quien nadie repara, se llama Santos. Sobre éstos se sostienen las distintas tramas de la novela. Gestos de honestidad, de indisciplina. Vidas amorosas lamentablemente frías. Familias hueras hasta el dolor. Por si fuera poco, las relaciones laborales se van envenenando al ritmo de la implementación del catálogo NICER, un manual abstruso de márketing seco que recuerda bastante bien a los catecismos neoliberales que han germinado estos años de crisis con presupuestos como que cuando algo no funciona, la culpa siempre ha de recaer en el empleado, ese tipo que vive por encima de sus disponibilidades.

 

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En el bestiario de la clientela reluce otro encanto igualmente ceniciento. Nada de sorpresas, en las librerías la fauna se repite a sí misma: jubilados que se pasan el día oliendo el rastro de dependientas, opositores que roban manuales a precios de burbuja... y modernos. Con los modernos se divierte sometiéndolos a castigo ejemplar: los ridiculiza, les recrimina su desconocimiento de la literatura, que sólo hablen de sus contemporáneos, y sólo de aquellos que conocen. Lo indigna que no sepan que “el futuro lo escribió Vallejo”, y los entrega a la pira. Pero aparece el nombre de Vallejo, y eso nos lleva a otro de los temas que recorre la novela. Como tantos peruanos (ya hizo algo similar Bryce Echenique, en “Un mundo para Julius”) Sergio Galarza rinde tributo al poeta vanguardista al poner en manos de Santos, su álter ego, una novela sobre Vallejo que nunca logrará rematar. 

 

Ahora bien, ya que la novela toma como eje espacial el territorio fetiche de los lectores, las expectativas en ese aspecto eran altas. Podría haber dado mucho más de sí exprimiendo rumores, chismes, leyendas, en fin, toda esa hojarasca que genera actualmente el mundo editorial, pero no parece haberlo entendido el autor de la misma manera. Apenas le dedica al asunto unos capítulos hacia el final, y pese a todo provocan un gran efecto: caricaturiza a autores, a editores, y añade una breve radiografía de los caminos que toma la edición en estos días de arena hacia lo desconocido. Podría haber exprimido mucho más el efecto. En el tramo final incluso se divierte citando nombres y apellidos, pero es tan sólo para poner patas arriba el sector de los libros de autoayuda, y eso para un público de novela que exige propuestas literarias de nivel, la verdad, es un ámbito que le queda demasiado lejos.

 

Sergio Galarza fue distinguido con el premio Nuevo Talento FNAC en el 2010, y “La librería quemada” es la constatación de que ya tiene a punto las herramientas de un narrador consolidado. Le faltan, sin embargo, mayores dosis de ambición al dirigir el foco en sus proyectos. Una novela de seres grises, personajes a punto de pasar al paro, donjuanes de barrio y, en fin, gentes de vida tan vulgar como la de cualquiera no puede dejar más que un resultado leve, borroso, olvidable. A destacar, el ejercicio de neorrealismo a la madrileña en esos retratos de amantes normcore, latinas que conquistan derechos a base de sexo duro, gentes en suma, que “considerando en frío, imparcialmente” son modelos acabados de desesperanza, con toda probabilidad lo mejor del relato. En ese esbozo de nihilismo se trasluce una cosmovisión interesante que puede dar juego en próximas obras de Sergio Galarza. Hará bien en buscar la conexión entre lo particular y lo general de ese nihilismo post que promete darle juego, tirar de ficción y ampliar el arco de observación del paisaje urbano. Y,            desde luego, tendrá que creer en sus posibilidades para embarcarse en nuevos proyectos que exijan un máximo de ambición.

Santiago García Tirado

Soñó con llevar subliminalmente en su DNI una cifra capaz de avivar el deseo, pero llegó al mundo en 1967, con dos años de antelación para la fecha correcta; desde entonces no ha hecho más que constatar que siempre estuvo (contra su voluntad) en el tiempo equivocado para ser cool. Con empeño, y en contra de la opinión de las hordas hipsters internacionales, ha llegado sin embargo a crear la web PeriodicoIrreverentes.org, y colaborar en Micro-Revista, Sigueleyendo, Quimera y Todos somos sospechosos, de Radio 3. Sus últimas obras de ficción son Todas las tardes café” (2009, relatos) y La balada de Eleanora Aguirre” (2012, novela). En 2014 verá la luz su novela “Constantes Cósmicas del Caos”, con la que espera coronar su abnegada labor en beneficio de la entropía universal.

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