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Goat-Mountain  

Goat Mountain

David Vann

Mondadori

9,1

219 págs.

21,90 €.

 

Albert Fernández

 

David Vann apunta siempre al pecho. El escritor de Alaska dirige su cañón a las entrañas, y lanza un aldabonazo tras otro, a base de renglones como perdigones, para horadarnos la sien página a página.

 

 

Su mirada podría ser telescópica, porque conoce el terreno como las palmas de sus manos, sabe bien de los designios de sus paisajes literarios, donde el camino se encrespará, en qué punto las letras causarán dolor como la piedra arañando piel, cuando cubrirlo todo de noche, el instante que precede a una caída, el lugar donde cavar un hoyo. Pero Vann prefiere funcionar a ras de piel, ponernos del todo en contacto con la materia que trata, hacernos palpar cada momento, sentir el tacto de una distorsión, dejarnos el sabor amargo de cada giro de acontecimientos en el paladar.

 

 

En su última novela, este natural de la isla de Adak nos lleva a través de cañadas y páramos, paredes de roca, lechos de barro, yermos de hojarasca, revolcaderos y senderos en el bosque, hasta Goat Mountain, un lugar que define a una familia, el territorio por donde se mueven tres generaciones de cazadores, abuelo, padre e hijo, acompañados de un amigo de toda la vida, que preferiría no haber emprendido nunca la jornada de caza de ciervos de 1978 que aquí se cuenta.

 

Con la voz del narrador puesta en la perspectiva de comprensión inacabada del niño de once años, que relata la historia desde un momento en que hace tiempo que dejó atrás la infancia, diríamos que con la perspectiva de comprensión inacabadade un adulto, “Goat mountain” supone, como era de esperar, una experiencia tensionada y vivaz desde sus primeros párrafos. Pronto podemos sentir la tirantez entre esas figuras calladas, cada una recortada a la luz de una manera diferente, cargando su rifle con sus propios ademanes, accediendo a impulsos primitivos con una determinación concreta. Enseguida los pelos se erizan en la nuca, porque el primer acto de la novela es ya radical y determinante, y de ahí crece la avidez por girar la página y ver cuánto más negro se puede volver todo, con cuántas sombras nos cubrirá el maldito, cuan densa se volverá la maleza, hasta qué punto se puede reptar entre árboles, matorrales, ruidos de bosque, ramas afiladas y la amenaza de serpientes, y como todo ello son apenas transposiciones del ánimo y la moral, y del barro que forma a los hombres.

 

Un abuelo hosco, un padre de presencia ajena, un amigo endeble y un niño que manifiesta una forma dislocada de inocencia. En cada mano un rifle, y en el fondo, cerca, eso que se adivina: un disparo. Un muerto, un cadáver, una carga, en todos los sentidos. Cuando uno ha leído otras obras del autor de “Sukkwan Island” (Alfabia, 10), ya sabe a qué atenerse.

 

 

Con el paisaje como elemento magnificador de la tragedia, a través del uso cíclico y repetido de ciertos términos, describiendo cada especie arbustiva, cada resalto en el camino, cada pequeña criatura del entorno, el escritor alimenta un sustrato de ficción donde inserir otros elementos, reflexiones furtivas acerca de la violencia y la naturaleza, atravesando un ambiente que, brille el sol o se cierre la noche, adquiere crecientes tintes pesadillescos. El tiempo como pilar para el debate, girando las agujas éticas para sugerir que las cosas que condenamos ahora recibirían otras consideraciones sin la educación del avance, las forzadas costuras de la civilización. La tradición macilenta girando sobre una rueda que recoge también los renglones más acostumbrados de la Bíblia, las evidencias del crímen de Caín, los festejos del asesinato de Goliat.

 

Cada gesto pesa como el sudor sobre una frente manchada de barro seco, mientras la tragedia crece dentro del pecho, y se redimensionan las acciones drásticas, en un libro donde la hostilidad se gesta desde su alba, y avanza persistente por cordilleras emocionales.

 

Así percute un escritor que dirige su mira siempre al fondo del estómago, y suelta el drama a bocajarro. David Vann, siempre a  la caza de sus temas favoritos, atravesándonos de parte a parte con relaciones familiares rotas, la tragedia inesperada, la maldad inherente a lo humano, las cosas que no pasan, no deberían pasar, pero pasan. Y nosotros nos encogemos entre escalofríos, apretamos los dientes y queremos aplaudirle, porque nadie nos cuenta ya tan bien como él que el hombre es un monstruo para el hombre.

Albert Fernández

En el desorden de los años, Albert Fernández ha escrito renglones torcidos en publicaciones como Mondo Sonoro, Guía del Ocio o Go Mag, tiempo en el que ha tenido oportunidad de ir de tapas con Frank Black o escuchar a Patrick Wolf bostezar por teléfono. Además, ha sido jefe de redacción de las secciones culturales de H Magazine, y ha aportado imaginación tras los micrófonos de Onda Cero, Cadena Ser y Scanner FM, donde facturó la sitcom musical de creación propia “2 Rooms”. Aunque sabe que no hay lugar mejor que aquel de donde viene, a Albert no le hubiera importado nacer en Gotham City o en el planeta Dagobah. Con tendencia a la hipérbole y a la imaginación desatada, Albert sigue buscando el acorde que dé la vuelta a sus días.

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albert@blisstopic.com