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¡Ponte, mesita!Anne SerreAnagrama 6,172 págs. 9,90 €. |
Si en su día se tragaron todo cuanto Humbert Humbert quiso venderles sobre la ninfa que hacía arder sus entrañas, si en algún momento llegaron a considerar que su relación con la pobre Lolita generaba alguna situación de igualdad o incluso situaba a la niña por encima de su apasionado pero pervertido padrastro, esta nouvelle podría sentarles como un tiro… o convertirse en su libro de cabecera, caso de que sea adquirido por la biblioteca de la prisión donde estén cumpliendo condena.
Ambientada a finales de los 1960 en una villa gala, “¡Ponte, mesita!” encuentra a su narradora en la mayor de tres hermanas que desde muy temprana edad participan de las actividades eróticas de sus padres y un círculo de amistades principalmente masculinas. Así, la muchacha describe las sesiones de sexo oral y masturbación con la madre, las tendencias travestis del padre, las visitas lúbricas del doctor y el agente de seguros y el óptico de la localidad, con un entusiasmo que sólo cabe calificar de “infantil”.
Hasta ahí, la primera parte de la obra. Las dos siguientes, en cambio, elaborarán desde los hechos un antídoto al escandaloso optimismo de la joven: huye de casa a los 15 años y se dedica a viajar por Francia e Italia dependiendo de la amabilidad de los extraños y las tarifas más bajas de los hoteles, renunciando por completo al sexo, obsesionándose con el recuerdo de la mesa del comedor sobre la que su madre gustaba de apoyarse a la hora de ser sodomizada, en cuanto proyecta sobre ese mueble la totalidad de la memoria familiar.
Toca escarbar, pues, en el título y, por tanto, mentar a los hermanos Grimm. En la fábula homónima, tres hermanos eran expulsados de su casa por las mentiras de una cabra y la arbitrariedad de su progenitor. Y, cuando el mayor regresaba años después como aprendiz de carpintero y con una mesa mágica bajo el brazo, se descubría de últimas víctima de un engaño: un posadero le había dado cambiazo por el camino y el mueble con que pretendía agasajar a sus familiares no generaba mágicamente el habitual surtido de viandas y vinos. Ya en la Alemania del XIX tenían claro aquello del “you can’t go home again”.
El implícito lamento de la protagonista respecto a su infancia, aquí un paraíso más inexistente que perdido, acaba dando sentido a esta sesentena de páginas, tras la brutal impresión de amoralidad que rezumaba su mitad inicial. Pero, en el despliegue de este lírico, doloroso apartado, Anne Serre parece quedarse de repente sin gran cosa que decir, se aburre quizá de lo que está contando, y culmina de hecho la parte segunda con un capítulo tan abrupto y acelerado que el arriba firmante llegó a preguntarse si un error de imprenta no le habría escatimado un fragmento de la obra.
Se queda coja, pues, la mesita de marras, en su canto a la inocencia perdida. Y se trata de un desequilibrio peligroso para un mueble tan asentado, en una de sus patas, sobre la práctica pedófila e incestuosa. Humbert Humbert, cabe reconocérselo, nos engañaba desde la inteligencia más exquisita. Y los cuentos de hadas, por cierto, dejaban siempre a las claras sus ansias moralizantes. Por un motivo o por otro, Serre se queda a medio camino de todo.

Milo J. Krmpotic’
Milo J. Krmpotic’ debe su apellido a una herencia croata, lo más parecido en términos eslavos a una tortura china. Nacido en Barcelona en 1974, ha publicado contra todo pronóstico las novelas “Sorbed mi sexo” (Caballo de Troya, 2005), “Las tres balas de Boris Bardin” (Caballo de Troya, 2010), “Historia de una gárgola” (Seix Barral, 2012) y "El murmullo" (Pez de Plata, 2014), y es autor de otras tres obras juveniles. Fue redactor jefe de la revista Qué Leer entre 2008 y 2015, y ejerce ahora como subdirector del portal Librújula. Su firma ha aparecido también en medios como Diari Avui, Fotogramas, Go Mag, EnBarcelona, las secciones literarias del Anuari de Enciclopèdia Catalana…