Claudia Casanova
Pioneras de la ciencia (y de la mujer nueva)
Texto Santiago García Tirado
No hay muchos nombres de mujer en la Historia; no hay muchos nombres de mujer en la ciencia y, sin embargo, nada en los siglos pasados ha logrado moverse sin ellas. Frente este aserto las actitudes actuales van desde el lamento trágico hasta la encendida descalificación del relato histórico recibido, y ninguna de ellas serviría para explicar lo que logra una mirada inteligente como la de Claudia Casanova en su novela “Historia de una flor” (Ediciones B, 2019). Tomando como base la biografía de la primera botánica española, Blanca Catalán de Ocón, Claudia Casanova traza una ficción que quiere destacar lo que tiene de audaz una mujer en pleno XIX cuando decide hacer aquello que no se espera de ella, pero que la fascina. Pioneras. Habría que hablar más de ellas si se quiere normalizar lo que hacen y son las mujeres en esta contemporaneidad mutante.
¿Cuándo, dónde y cómo se cruza tu vida con la de Blanca Catalán de Ocón (Alba Ruiz de Peñafiel en la novela)?
Mis obras anteriores estaban ambientadas en la Edad Media, y esta vez quería ambientarlas en el S. XIX, porque es un siglo bisagra. O un siglo fuerza. El XIX es un siglo en el que nos podemos mirar y sentirnos reflejados, también de cara a la mujer: en este siglo las mujeres empiezan a lograr cosas, aunque sigue habiendo esa tensión que también vivimos nosotros, cuando tenemos que defender cosas –como la ley del aborto– ahora que se sugieren cosas que serían impensables hace 5 o 10 años.
Y aquí te fijas en una científica, ¿por qué?
Estuve leyendo los diarios del científico alemán Heinrich Wilkomm, que vino a la península tres veces: a Mallorca, al Sur, y un poquito a Portugal y pasó por la meseta. Y leo sus descripciones, y es gracioso cómo los extranjeros hablan de España desde otro momento histórico. Allí veo una nota al pie donde dice: “Esta flor que fue descubierta por Blanca Catalán de Ocón…”, y es muy notable que la referencia, y de esa manera, a alguien que yo no conocía -no tengo una cultura muy amplia en botánica, ni mucho menos-, pero eso me hizo reflexionar sobre los pocos y escasísimos nombres de mujeres a los que podríamos aferrarnos para crear ese hilo que empezaríamos por Safo, pasaríamos por Hildegarda de Bingen o Ada Lovelace hasta llegar a Rosalind Franklin –podríamos hablar del ADN refiriéndonos a ella, o dejando de hablar de ella–. Todo esto lo pensé después, entonces vi el nombre de Blanca y me lancé a averiguar lo poquísimo que se sabe de ella. No soy muy de banderas, pero sin saber mucho de botánica yo conocía a Maria Sibylla Merian, la ilustradora holandesa que se fue a Surinam a dibujar monos y orquídeas pero no a la española Blanca Catalán de Ocón. Ella decidió en pleno S. XIX dedicarse a la botánica y, además, logró situarse en un escenario mínimamente internacional en el cual un botánico alemán –que corresponde con un párroco que lo pone en contacto con la española– la menciona en un congreso.
Hasta aquí el hallazgo. Luego cómo te documentas.
Hay poquito sobre el personaje, cuatro libros, sobre todo la Miscelánea turolense, de cuando recogían los herbarios que ella creó. Un herbario, además, es algo profundamente inocente: coger una flor, secarla, dibujarla, categorizarla y anotarla. Si no logras identificarla, es que has descubierto una flor. No es una actividad en la que tengas que ir a una institución, es algo que puedes hacer sin el permiso de nadie, y a mí me gusta el camino no transitado, cómo la gente logra llegar a algo en el conocimiento, en el éxito, sin que nadie les haya marcado el camino.
Con las pocas reseñas que hay de ella, de su hermana Clotilde y de la madre se ve que era una familia bastante especial en este siglo XIX. La madre había estudiado en un internado en Suiza, tenía una sensibilidad hacia la naturaleza especial, y eso ayudó a que cuando las hijas –una con las plantas y otra con las mariposas– salen con esas aficiones, no las mandara a encerrar en la torre, sino que las animara. Me interesa porque hubo un momento en este XIX en que pudimos haber sido Europa: había un interés científico, los empresarios invertían, se fundaban sociedades…
Pioneras: parece que en este país el término concita la maldición.
La divulgación histórica está muy por hacer. Ángeles Caso, por ejemplo, ha escrito muchos libros sobre pintoras, que conocemos solamente las mujeres a las que nos interesa la pintura, porque tienen muy poca circulación. En una entrevista reciente decía que yo no soy partidaria de tirar a la papelera el canon de Harold Bloom solo porque hay dos mujeres y tres señores de color, pero, desde luego, tiene que haber una manera de enriquecer ese canon con más información, y más ahora cuando la información circula de una manera más libre. Es enriquecer lo común, saber más cosas. Documentándome sobre el XIX para escribir Historia de una flor encontré, por ejemplo, a Jiménez de la Vega, que fue una pionera en la ginecología. Para la cultura general podría existir también una constelación de pioneras femeninas.
Sin embargo a los personajes les cambias el nombre, ¿por qué has querido evitar una biografía al uso?
Yo quería añadir un elemento de amor. Siempre lo ha habido en mis novelas, incluso en las de aventuras. No sé por qué tenemos que renegar tanto del amor romántico, supongo que porque hay degradaciones del género, pero todos buscamos amor en esta vida, y el que no, que venga y me lo diga, que no me lo creeré. La historia de amor que yo quería contar no está documentada para Blanca de Ocón, y hay que ser respetuosos. Recuerda que Elvira Navarro escribió sobre una autora a la que añadió ficción…
…Y provocó un debate (y su lapidación) porque para algunos entendieron aquello como un sacrilegio.
Yo encuentro elementos en Blanca Catalán de Ocón admirables y utilizables, pero había otras cosas que yo quería contar y que no habían pasado, ya no solo la parte romántica, sino también otros elementos como el congreso botánico, algo impensable para una mujer. Cuando escribo quiero que sea mi personaje. Yo no quiero estar atada a un personaje real. El cambio de nombre me ayuda a mí para poder decir y contar lo que quiero.
En paralelo recreas un ambiente de época propicio para una historia de amor clásico: ¿podemos decir que reivindicas un tipo de amor pasional?
Más que reivindicar, lo primero es que son cosas que me interesan, y que creo que pasan de verdad. O que quiero creer, y para eso las cuento, porque las quiero creer. La historia tenía que ser contada de una forma muy delicada, ya que transcurre en el XIX, con un lenguaje determinado. La historia que cuento, en torno al mundo natural, tampoco se presta a cosas muy bruscas ni muy directas. Mientras me documentaba, como no me gusta leer cosas escritas en la época –aunque parezca contradictorio– estuve leyendo mucho más las “Metamorfosis” de Ovidio, donde en todo momento los cuerpos se van transformando en plantas, laureles, piedras, elementos naturales. Y además los clásicos tienen algo maravilloso, y es que son muy limpios. El lenguaje es como en el inicio de los tiempos, es todo pulido, muy pulido. Me ayudó también mi lectura de obra medieval, con su lenguaje delicado, de colores bermejos, que casaba bien con la historia que quería contar.
En todo caso este enfoque del amor está desterrado de la literatura actual.
Pero es que yo quiero recuperar la esencia de lo que es el contacto con una persona, en este caso con una mente a partir de una disciplina como es la botánica, que de ahí surja un estallido que no es calculado, que no es querido ni buscado, y cómo cada uno reacciona ante eso. Me gusta porque soy una persona obsesiva: cuando me dedico a hacer algo –en trabajo, o como afición– empiezo, y me vuelco mucho. Para mí ese volcarse es una forma de pasión. Ese sentimiento da la vida: si no sientes la capacidad de emocionarte y perder un poco la cabeza por las cosas en las que crees, entonces pierdes mucho de lo que te hace estar vivo.
Pues en el tema de la pasión me parece que te van a decir no sé qué del heteropatriarcado.
Yo te estoy hablando de la chispa, de la reacción animal y, luego, cómo tu gestiones esto es algo donde no me meto. Yo entiendo este discurso sobre el heteropatriarcado, y como todo en la vida es pendular, y venimos de cosas…, de muchos eventos, me parece bien ese discurso. Fíjate que yo estaba trabajando en Paidós, y “El género en disputa” de Judith Butler ya lo publicamos hace 15 años.
Ahora que hablar de la España vacía vuelve a ser interesante veo que la otra pasión de la novela es Teruel.
Sí, tengo familia política allí, por lo cual pude vivirla, pero el fondo todo responde al hecho de que yo soy urbanita y de ahí el cariño con el que trato el paisaje natural. Como estamos inmersos continuamente en el asfalto, para mí escribir sobre escenarios naturales era catártico, un descanso.
Entiendo que esos escenarios los has recorrido.
Algunos los he visitado, y otros eran escenarios a los que les he cambiado el nombre, pero son escenarios reales: Blanca Catalán de Ocón descubrió la flor en la sierra de Albarracín –esto está documentado, por lo cual tampoco podía situarla en los Alpes suizos–. Todo tenía que encajar en esas diferentes historias de la novela, y la forma de tratar el espacio natural encaja con todas esas historias. Todas debían tener un hilo conductor, y la naturaleza era ese hilo conductor.
En Teruel te lo van a agradecer.
Pues ya que hablamos de la España vacía, contémosla también, no vayamos a hacer como cuando cierran una librería, que luego van los medios a lamentarse, cuando antes ¿qué espacio le habían dedicado a esa librería? Vamos a hablar de esos espacios rurales, porque es una forma de mantenerlos vivos, de mantener el interés por esos sitios.
En una de esas historias incurres en el tema de la corrupción y las burbujas económicas, algo que no es nuevo, por cierto.
El tema de las burbujas empezó con la South Sea Bubble, que es del XVII, y que pinchó. Es el primer caso de la historia estudiado en Económicas. De alguna forma, con la industrialización todo se magnifica, los impactos son más grandes. Yo sabía que tenía que estar presente ese asunto porque también era el contrapeso al mundo natural: la llegada del camino de hierro, el capitalismo salvaje.
Por si fuera poco lo que ya te daba la propia historia, el nombre de la flor te regaló una metáfora.
¿Te refieres a la etimología de Saxífraga, la flor que nace entre las piedras? Sí, claro, en cuanto me puse a leer un poco dije: Esto es una maravilla. Es una metáfora de nuestro propio día a día, pero también de la mujer del XIX, del XXI, continuamente abriéndose camino entre la piedra. Que un grupo de periodistas abran un grupo de Whatsapp para criticar a sus compañeras –como ocurrió hace poco en Francia– es de alguna forma una piedra. Lo precioso de toda esta historia es que, cuando una empieza a hablar, hay pocas que te dirán a mí no me ha pasado. Entonces, es que hay un problema generalizado.
Parecía que el mundo había cambiado desde el S.XIX.
Y ha cambiado. En una de las primeras reuniones como editora independiente hicimos una charla en La Central. Estábamos en un break coffee, y por entonces nosotros llevábamos dos o tres años, y dije: Yo quiero llegar a competir con Seix Barral en pujas, que yo diga que pierdo un libro, pero que lo he perdido en esta liga. En ese momento un editor adoradísimo en este país me hizo tac, tac (se toca el hombro).
Jaja, ¿Herralde, por casualidad?
No, creo que Herralde habría sido más fino que eso. A este otro lo acababa de conocer.
Él también acababa de conocer a Claudia Casanova, no sabía con quién trataba.
Lo primero que pensé es: Quién es usted; no nos hemos dado permiso para que usted ponga su mano sobre mi persona. Me sorprendió, porque era como decirme qué imbecilidad, qué estás haciendo. Pues yo voy a hacer lo que me parezca. Otra persona podría vivirlo de una forma que para ella fuera un drama. Desde ahí el discurso puede sorprender mucho a los hombres. Y la realidad contenida cuando estalla, estalla con una fuerza que puede parecer excesiva.
Cada escritor elige su tipo de público. Tengo la impresión de que con este título te estás dirigiendo también a un determinado tipo de lector.
No. Yo escribo lo que me apetece escribir en ese momento. Una de nuestras pocas alegrías tiene que ser la libertad total de lo que hagas. Si la pregunta es por qué no escribí la trilogía de Primo Lévi en Auschwitz, pues es porque no me apetecía escribir eso, me apetecía escribir otras cosas. Afortunadamente no son encargos, no son sugerencias. Probablemente mis intereses, mis inquietudes conecten con un gran público al que le interesa leer historias, satisfacerse leyendo historias de amor.
¿No tienes miedo de que te encasillen por ser una autora que publica en Eds. B?
No. Mi gran suerte es que puedo seguir escribiendo en la dirección que quiera: si mañana quiero hacer una novela de ciencia ficción, pues también lo haría. Lo que a mí me gusta es escribir historias para que las lea la gente. No voy a hacer un libro para que se quede en un cajón.
¿Te sientes condicionada por tu público?
Yo escribo porque me lo paso bien escribiendo. Escribo sobre lo que a mí me gustaría: me gustaría que el mundo fuera como en La perla negra, donde un guerrero musulmán puede ser amigo de un guerrero cristiano, probablemente un mundo platónico. Con esta novela lo que me está imponiendo más es que ya están vendidos los derechos en italiano, y en la siguiente es donde me voy a tener que plantear: ¿Y ahora qué hago, cómo lo hago?
Ahora me puedes responder como escritora o como editora: ¿Encuentras que sigue en pie esa tendencia de arrinconar los best sellers frente a esas otras novelas consideradas alta cultura, incluso cuando tras las novelas de calidad a veces se esconden peores escritores que los de grandes éxitos?
Por suerte publico fuera, en otra editorial distinta de la mía. Como editora a veces tengo que defender ensayos históricos excelentemente escritos, muy bien contados, pero que no son académicos, y algún librero me ha dicho: Es que esas portadas son de best sellers. Pero yo lo que quiero es que venda mucho mis “Templarios” de Dan Jones y “La espada del Islam”, por lo tanto les voy a dar el mejor envoltorio posible. Todo esto pertenece más al problema del editor, que sabrá qué comunicación le hace a un libro, etc. Es evidente que lo que dices es una realidad, especialmente en la crítica literaria. El otro día en Twitter decía un crítico literario, que además es bueno, que la literatura tiene la obligación de destacar lo que es más arriesgado. Desde ese punto de vista entiendo que unas obras que son historias puras y duras –y yo no te voy a decir que esté haciendo arriesgadas técnicas con un lenguaje alambicado, no–, pues entiendo que no tenga espacio ahí. Entonces lo que va a suceder es que el lector que sí busca esas historias, y que es masivo, va a “votar” con su compra y va a convertir en best seller al que más le guste. La situación está garantizada para las dos partes, porque el prescriptor no logra convertir jamás su propuesta en masiva –y cuando se convierte en masiva es denostada, y vuelta a empezar–, y el escritor o editor de best sellers nunca logrará entrar en el espacio del prescriptor y, si entra, también recibirá palos de uno y de otro. Casos in point: Bolaño cuando llega su gran venta masiva con “Los detectives salvajes” y “2666”, a partir de entonces parece que ya no había que leerlo, ya no escribía tan bien. Yo me doy por muy satisfecha escribiendo, que para mí ya es mucho. Con doce años me dije: “Yo servir, servir, ¿para qué sirvo?”. Para escribir, y poco más, entonces, que me haya logrado ganar la vida en este mundo en el que nos movemos haciendo variantes de lo mismo, pues es un milagro.

Santiago García Tirado
Soñó con llevar subliminalmente en su DNI una cifra capaz de avivar el deseo, pero llegó al mundo en 1967, con dos años de antelación para la fecha correcta; desde entonces no ha hecho más que constatar que siempre estuvo (contra su voluntad) en el tiempo equivocado para ser cool. Con empeño, y en contra de la opinión de las hordas hipsters internacionales, ha llegado sin embargo a crear la web PeriodicoIrreverentes.org, y colaborar en Micro-Revista, Sigueleyendo, Quimera y Todos somos sospechosos, de Radio 3. Sus últimas obras de ficción son “Todas las tardes café” (2009, relatos) y “La balada de Eleanora Aguirre” (2012, novela). En 2014 verá la luz su novela “Constantes Cósmicas del Caos”, con la que espera coronar su abnegada labor en beneficio de la entropía universal.