Francisco Javier Expósito Lorenzo
Nueva espiritualidad antigua en tiempos de posverdad
Texto Santiago García Tirado
Francisco Javier Expósito Lorenzo ha decidido hablar de lo que ya nadie habla y, sólo por esa rareza, cautiva. Se expande cuando habla del empecinamiento humano como de una falla moral y, a renglón seguido, invita a dejarse llevar, como camino a otra forma de humanidad. Lejos de cambiar el mundo, lo que se impone es cambiar el ser, parece decir. No son tiempos para la espiritualidad pero en “Juegos de empeño y rendición” (La Huerta Grande, 2016) Expósito Lorenzo vuelve sus ojos a los maestros antiguos, a los profetas de doctrinas diversas hasta desembocar en Hermes Trismegisto, que es la precuela –como quien dice– de todos los espiritualistas de la historia.
¿Poesía, prosa, divagación?… no cabe duda de que Juegos de empeño y rendición es un libro raro, incluso a la hora de clasificarlo.
Lo que yo hago lo denomino “proesía”. No creo en los géneros, porque creo que la vida no es una cuestión de géneros, en la vida se combinan muchas cosas, y creo que la literatura es vida, como la vida es literatura. En este libro he escrito sobre el alma, sobre lo más profundo del ser humano, y lo más profundo es lírico, tiene un ritmo lírico, y esta prosa tiene lirismo.
Desde luego aquí has hecho una prospección lírica en terreno espiritual, y debo decir que eso es poco posmoderno.
La verdad es que me importa un pimiento lo posmoderno. Creo que el corazón humano ni es moderno, ni es posmoderno, ni es clásico ni es nada, sino que es “ser humano”. La literatura, si sale como una verdad profunda, no se puede etiquetar, no se puede definir, y además vale para todas las épocas. Eso ha sido el arte en todos los tiempos.
¿La literatura debe dar respuestas al ser humano a la altura de este siglo XXI?
Creo que el ser humano ha de dar respuestas al propio ser humano en este S. XXI. Y del ser humano derivan la literatura, la pintura… cualquier arte que se precie. En este caso, creo que la literatura y la filosofía son fundamentales y esenciales para sondear en los misterios, en las incertidumbres y en los momentos críticos que nos esperan en este siglo.
Trato de traducirme el libro a categorías que yo pueda manejar con soltura, y diría que lo veo en él es una nueva formulación del panteísmo.
Mi escritura está trufada de un montón de tradiciones escritas a lo largo de muchos siglos, pero yo no me considero religioso; sí espiritual, como portador de alma. Respeto los textos religiosos, donde creo que muchas veces hay mucha verdad. En los textos primeros religiosos, igual que en el protocristianismo, hay bastante verdad. En este libro me he nutrido de esa apreciación espiritual, diría que es un tratado espiritual, un tratado oracular.
Vamos al título del libro, porque aunque en el imaginario colectivo nos parece que el empeño siempre es un valor, tú sin embargo planteas una paradoja: el empeño es torpeza, caída, error.
Los tres términos juegos, empeño y rendición, son interesantes. Los juegos abarcan el empeño y la rendición, porque en el fondo esta vida no deja de ser un juego, según las enseñanzas advaitas (hinduismo no dualista) y antiguas; esta vida es un juego que nos tomamos demasiado en serio y que es obra de la creación de lo Uno. Aquí está la inversión de términos: la rendición, que en la terminología cristiana y en nuestra sociedad es algo negativo, aquí es un concepto positivo, el de la aceptación de las cosas que te pasan, que te hacen mucho más rico. Y, mientras empeño ha sido considerado como algo positivo, para mí lleva al sufrimiento, a preguntarnos el porqué, a buscar constantemente cosas. Y la búsqueda continua lleva a la insatisfacción. El empeño viene a ser un componente de deseo, y eso es lo que continuamente nos tortura en esta sociedad que nos educa para el deseo continuo, que es la sociedad de consumo.
Entonces, quizá tiene que ver con eso la aparición de Sísifo en el libro: tanto empeño acaba siendo su propia condena.
Hay un libro que es “El mito de Sísifo”, de Albert Camus -para mí uno de los grandes de la literatura- y da claves de lo que está sucediendo ahora: Sísifo, que tiene que llevar la roca por la pendiente una y otra vez, es lo que nos pasa constantemente con el deseo. Vivimos en ese empeño constante, y sin darnos cuenta, porque continuamente estamos deseando cosas –deseo que me saquen en la radio, y deseo que de mi libro se vendan 50.000 ejemplares, etc. –; el deseo siempre lleva al deseo. En este libro es el yo –que aquí le doy un valor egoico– el que manifiesta los empeños, el que no se rinde.
Por eso la cita del principio: “Deja de ser tú”.
Esto vino a través de una voz. En realidad en este libro yo soy una especie de escriba que va seguido al dictado. Este libro vino a través de una voz estruendosa que en medio de la noche me dijo el título y me dijo esas tres frases: “¿Por qué te empeñas? / Porque soy yo. / Pues deja de ser tú”. Porque en realidad se trata de quitarnos las máscaras, esos yoes egoicos, con los que nos vestimos, nos camuflamos, y de lo que se trata es dejar de ser tú, porque ¿quién crees que eres tú? Eres algo que no está ni siquiera cercano a lo que hay en lo más profundo de ti.
Hablemos del modo de construcción de tu libro, por ejemplo, de algo muy común en la literatura espiritualista, la parábola, a la que recurres continuamente, incluso en su versión básica, que es la metáfora: los humanos son tortugas que temen acercarse al agua, o la cometa sólo cobra sentido cuando se escapa de las manos y se pierde en el cielo.
Utilizo metáforas, y muchos elementos de la naturaleza, porque creo que somos un todo con la naturaleza, lo que entra dentro de la concepción panteísta que decías al principio. En esta época ese “empeño” tiene mucho que ver con la arrogancia, a la que somos devotos, una arrogancia sobre los demás seres de la tierra, y sobre sus recursos, la tierra como organismo vivo, como Gaia que siempre han dicho los griegos. Me gusta la parábola porque en la tradición oriental siempre ha estado presente, y este libro es muy devoto a la tradición oriental, porque está dedicado de alguna manera a los antiguos maestros egipcios, de hecho las últimas siete leyes de Hermes Trismegisto están muy presentes.
Ahora que lo dices, el libro me recuerda mucho a “Siddharta” de Hesse, incluso a “Así habló Zarathustra”, de Nietzsche. De nuevo el ser humano que reniega de su entorno material para buscar una explicación espiritual.
Esa explicación del estado en el que estamos ha estado presente siempre, la llamada “sabiduría perenne” que es una corriente de pensamiento de los gnósticos antiguos y que sale cuando hay períodos críticos, como éste en el que estamos. Y ahí está la influencia de Herman Hesse, porque las influencias están presentes en todo lo que escribimos. Es algo que se hace de forma inconsciente, y eso es la verdadera literatura, la que se forja en los túneles del alma y del pensamiento. Hay que trascender todas esas influencias y darles tu propio aliento. Por eso mi literatura es –y eso es problemático– inclasificable.
En el caso de Nietzsche, veo que, si hay algo suyo en el libro, es por negación.
Fíjate, hay una ley que trato al final, que es la ley de polaridad: en la línea están todos los puntos, y en el fondo la línea es un solo punto. Nietzsche tiene una fase que conecta con una verdad profunda, que es la de ese superhombre, que es el alma, y en “Así habló Zarathustra” hay incluso algo profético, revelador del ahora mismo. Para mí Nietzsche es un tipo superdotado en lo filosófico y que se malinterpretó desde otras doctrinas, como el nazismo.
Mi libro tiene también un tinte profético, está escrito desde una voz que va más allá de lo ordinario, y que en el fondo no soy yo, la ha escrito una parte de mi más allá que no soy yo, y que no reconozco en mi vida diaria. Yo soy una especie de canal para este libro, de hecho lo escribí en un mes, casi como una escritura automática. Luego le di mis añadidos, pero se escribió con una fluidez total. Y fuera del tiempo.
Otro elemento recurrente: el uso del imperativo.
Eso tiene que ver con el estilo profético, donde hay un tono imperativo, como tono mayestático. Pero no es desde la soberbia. El que escribe ahí es también un ser que se da cuenta de su empeño, y de alguna manera se fustiga por ese empeño. Ese imperativo es una especie de empujón a cambiar, porque estamos en un momento limítrofe en la historia, donde podemos tirar hacia un lado o hacia otro: volver a los antiguos errores que nos han llevado a la sombra, a esta aciaga oscuridad, o enviarnos hacia un mundo mucho más luminoso.
Creo que es otro punto donde tu obra se aparta de la poesía: la poesía formula preguntas, pero tu libro lo que quiere es influir, como se dice en la contra, que uno entre en el libro pero ya no pueda salir siendo el mismo, quieres provocar una reacción en el lector.
Es que la literatura, si no provoca una reacción en el lector, es una literatura muerta. Estamos en un momento que, si no hacemos algo que remueva el corazón, las tripas y el alma… por eso creo que la literatura que estoy haciendo está mal vista, porque está hecha para el alma, y hablando sobre el alma, y eso sigue estando mal visto. Voy contracorriente, creo.
Estás fuera de corriente, diría yo. Ahora bien, lo que es indiscutible es que rezumas optimismo, un optimismo militante, lo que además me parece un elemento vertebrador de todo el libro.
Te explico: yo me doy cuenta, a través de mí, de mis propios cambios y mi experiencia interior. Si en mi caso voy haciendo cambios, y otras personas también van haciendo cambios, creo que ese cambio es interior y se manifiesta exteriormente. Y todas las almas tienen algo en común, que es lo que nos hace uno. Como decía Rimbaud, “Yo soy el otro”; lo que tú cambias en ti, cambia en el otro.
El libro encara un tramo final que para ti es clave, donde hablas de las “Siete leyes de la rendición”.
Son las leyes de las que hablaban los antiguos maestros egipcios con las que uno podía vivir tranquilamente, como “surfear” la vida diaria. Son las leyes de la vibración, el ritmo, la polaridad, el género, la correspondencia, la causa-efecto… Yo las llamo un epílogo honroso de la rendición.
Este libro que se publica ahora es en realidad una obra de hace años. ¿Hacia dónde te diriges creativamente? ¿Hay nuevo proyecto a la vista?
Acabo de terminar otro libro. Es un proyecto que empecé hace tres años: viajé a la isla de Pascua, en la época de Pascua, y allí estuve pasando una semana. Es un libro que se llama “Cuaderno de Pascua”. Hablo sobre ovnis, hablo sobre Jesús, sobre el viaje interior, los daimones, que son los sabios que hay dentro de cada uno, hablo de libros y de toda mi experiencia en Chile. Es una mezcla de diario, novela, ensayo, cuento… un poco de todo.
Has publicado también varios trabajos sobre León Felipe –que tampoco es otro de los que podamos denominar posmodernos– dentro de la colección “Obra Fundamental” de la Fundación Banco Santander, que tú diriges.
Estoy acabando un libro sobre él, que estará tal vez este 2017, y ahora publicaremos en “Obra Fundamental” un libro suyo de traducción, porque León Felipe traduce por primera vez a Walt Whitman, a los transcendentalistas americanos, como Emily Dickinson, y para mí los transcendentalistas, Emerson, Thoreau o Walt Whitman son referentes, porque de alguna manera viven en un mundo donde les quedaba todo el Oeste por conquistar, las tierras de un nuevo paraíso, y por otro lado estaban las colonias conquistadas, donde no querían que se instalara un sistema de ricos y pobres, de modo que viven un poco entre dos épocas –que es un poco lo que nos está pasando a nosotros–.
De tus libros, que vienen avalados por gente como Juan Manuel de Prada, o Gustavo Martín Garzo, se ha dicho que son rarezas, y eso, en tiempos de alabanzas efímeras, es casi un halago.
Tengo claro que he sido rara avis en mi trabajo, en mi casa, en la literatura… y qué le vamos a hacer. Mi vida está impresa ahí; pero mi vida es la de otros tantos, y creo que las indagaciones que hago –igual que los científicos cuando hacen indagaciones en sus experimentos– son algo propio de los escritores. Y yo vivo de la experiencia, que para mí es algo mágico, y mis libros tienen ese componente mágico. Inserto lo maravilloso en la vida cotidiana.

Santiago García Tirado
Soñó con llevar subliminalmente en su DNI una cifra capaz de avivar el deseo, pero llegó al mundo en 1967, con dos años de antelación para la fecha correcta; desde entonces no ha hecho más que constatar que siempre estuvo (contra su voluntad) en el tiempo equivocado para ser cool. Con empeño, y en contra de la opinión de las hordas hipsters internacionales, ha llegado sin embargo a crear la web PeriodicoIrreverentes.org, y colaborar en Micro-Revista, Sigueleyendo, Quimera y Todos somos sospechosos, de Radio 3. Sus últimas obras de ficción son “Todas las tardes café” (2009, relatos) y “La balada de Eleanora Aguirre” (2012, novela). En 2014 verá la luz su novela “Constantes Cósmicas del Caos”, con la que espera coronar su abnegada labor en beneficio de la entropía universal.