Menu

Alberto Torres

Alberto Torres

El día en que los antílopes se echaron al mar

 

Texto Santiago García Tirado

 

El presente no invita al optimismo, el pasado invita a vomitar y el futuro parece estar ya contaminado de las heces que la historia va dejando, así pues el arte ―cine y literatura especialmente― ha aclimatado la distopía como modelo prioritario al tratar de lo que está por venir. Quien ahora plantea una proyección ligeramente distinta es Alberto Torres Blandina (Valencia, 1976), quien en “Con el frío” relata una amenaza ―o no― que se va incubando en el Atlántico Norte y que logra dividir a los habitantes del planeta en dos bandos: los humanos, que desde el Día Cero lo intentarán todo por dar respuesta militar a la gran nube blanca, y los animales, que lo tendrán mucho más claro y viajarán como uno solo, incluso nadando si no hay otro medio de transporte a la mano. Desde Bolivia, desde Laos, desde Kenya o Atenas diferentes historias generan un texto aleatorio que podría constituir la narración global del hecho que puede dar como resultado un nuevo mundo, difícilmente peor que el actual. De todo ello y mucho más se llenó la grabadora de Blisstopic. Corría el veranillo de S. Martín, a despecho de Torres Blandina, que traía el título en la mano. Así las cosas, una tónica y una cerveza para abrir la charla.

 

Me pregunto, nos preguntan, te preguntamos: ¿es que no hay forma de pensar el futuro si no es con la maldita distopía?

Supongo que es algo que tiene que ver con los tiempos que vivimos. Los géneros que se ponen de moda están en el aire, tampoco elegimos mucho. De repente me pongo a escribir esta novela y creo que es algo que no se está haciendo, hasta que a mitad de novela me doy cuenta de que lo empieza a hacer todo el mundo. Fíjate que después del 11-S se ponen de moda todas las series de policías ―"CSI", héroes del Estado―, y cuando llega la crisis, de pronto "Breaking Bad" es el héroe, que es el que está en contra del Estado, o los superhéroes mutantes, no el superhéroe integrado, sino el que está fuera de las normas. Yo creo que ese contexto nos lleva a los géneros.  

 

Veo que mencionas series de televisión. En la novela también te refieres al cine, y a la música, pero mucho menos a los libros. ¿Otro signo de los tiempos?

Yo creo que sería absurdo renegar de algo. Yo veo mucho cine, muchas series, leo mucha literatura, leo cómics, y oigo mucha música. Una de las imágenes de las que parte la novela, que es la de los antílopes africanos intentando cruzar a Europa, tiene que ver con una canción de un grupo que se llama System of a dawn, del que el cantante tiene un disco en solitario, curioso porque es rockero y armenio, en el que habla de que esos animales huían. Luego leí en internet que hay leyendas en África que ya decían eso, que el día que los antílopes emigraran llegaría el fin del mundo. Hay hay muchas más referencias que están metidas en el libro: el cómic de “Akira”, la película “The Rover”, Klaatu ―ese robot que viene a salvar la tierra de los humanos en “Utimátum a la Tierra”, de Robert Wise―. Si dijéramos una película que sí creo que es la más importante en la novela es “Otra tierra”, con un punto de partida que es ciencia ficción, pero no es ciencia ficción. Narra el trauma de una chica que había atropellado a alguien, y que ahora está intentando vivir ese duelo, mientras vamos viendo en la tele que hay otra Tierra que se está aproximando a ésta, descubren que esa Tierra es igual que la nuestra, que vive gente… pero la película nunca se centra en eso, tú siempre lo vas viendo como en un plano secundario. Me dije: “Quiero hacer algo así. Quiero contar una historia grande a través de historias pequeñas”. Como libros, creo que “Crónicas Marcianas” ha sido importante; cuenta la colonización de Marte a fragmentos, desde puntos de vista o momentos diferentes.

 

En tu texto te decides por un formato de novela que se instala en un mundo global, como si quisieras decir que ya pocos problemas pueden restringirse a meros fenómenos domésticos. Has viajado mucho, has estado con gentes de lugares distantes, ¿crees que el mundo ha llegado a entender que en el futuro deberá arreglar sus problemas de manera global?

Yo no sé si hay que solucionar nada de manera global. Sí en algún relato ―como el de los monjes budistas― se habla de que sería la solución, pero porque la mentalidad budista tiene que ver con eso. El libro más bien ficcionaliza que la globalización en realidad no existe, tenemos los mismos referentes, también problemas globales, pero no sabemos interpretarlos de la misma forma. Ha roto con nuestra verdad, con la historia que habíamos forjado para explicar el mundo. Para mí hay una lucha por construir una nueva verdad, y cada uno lucha desde su cosmovisión. Lo que va pasando en la novela, cada uno lo interpreta de una forma: desde un pensamiento religioso, o pensando que es una oportunidad para que la gente se una, etc.    

 

Esa vida tuya de viajes, ¿es por conocimiento, o eres un turista que reaprovecha materiales a posteriori?

No sé si vivo para viajar, pero me gusta mucho viajar. Y me curro mis viajes: por ejemplo, si viajo a Islandia, que es un país que me fascina, cojo toda la literatura que puedo sobre el país, y así antes de ir puedo haber leído 20 libros, compro libros allí, igual que escucho toda la música del país… me gusta ir y entender el país ―aunque es algo imposible sin vivir allí―. Y la gastronomía: fui a Perú para comer. Al final es algo como cuando eres profesor, que dices: “Tengo que elegir dos poetas; éste es más importante, pero el otro me fascina”. Al final coges el que te fascina porque esa emoción la vas a trasmitir. Pues cuando yo viajo todo lo que me emociona lo quiero convertir en literatura, porque creo que así puedo también emocionar a otros con esas cosas.

 

Un tema nuclear en los relatos que tejen la novela es la desconfianza hacia la tecnología. ¿Será ella quien nos arroje a un mundo distópico?

No sé si es una desconfianza. El problema que yo le veo a la tecnología es que ha habido una desconexión del hombre con el mundo natural, a la vez que hemos creado un mundo en el que la cultura también tiene culpa, como si hubiéramos hecho un mapa de la realidad y hubiéramos ido a vivir al mapa. Toda la creación cultural ―el lenguaje, las matemáticas, etc.― son una representación del mundo. En la serie “The Wire” se ve muy bien: la burocracia y las estadísticas importan más que la realidad. Cuando hablo de tecnología aquí hablo de cómo mediatiza todo, y ahí podemos meter incluso los medios de comunicación, que crean una barrera entre nosotros y la realidad. Las religiones también mediatizan, porque te dan instrucciones de cómo mirar el mundo. Al final todo son filtros que nos desconectan del mundo: por eso en el libro todos los animales van al Norte, y el ser humano no entiende nada.    

 

Alberto Torres

 

Y cuando el mundo ya no sabe cómo bombardear o neutralizar esa gran nube blanca decide que va a enviar al Norte... ¡una trirreme!

En trirreme van los griegos cuando mandan a Teseo al laberinto, en ese barco llevaban las víctimas sacrificiales al Minotauro. Igual no es que esté contra la tecnología, sino contra esa religión de la Razón, donde todo está medido en fórmulas que al final no nos llevan a ningún sitio. Hemos conseguido mucha tecnología, pero estamos igual. Dudo que nuestros problemas sean muy diferentes de los del Neanderthal.

 

La presencia de lo fantástico en la obra era imprescindible: trata de una amenaza futura de origen desconocido, aunque por aquí y por allá se cuelan muchos más detalles que rebaten nuestra exigencia de realismo. ¿Qué porcentaje hay de género fantástico en esta novela?

Yo creo que el punto de partida es fantástico. Tenía que crear algo que rompiera con nuestro mapa mental de la realidad, y ahí la novela juega con la niebla, algo que tiene que ver con lo mitológico, el final del mundo de los vikingos ―la niebla también es un elemento muy metafórico―. Se parte de algo fantástico, pero luego todas las historias que van ocurriendo podrían ser verdad, creo que no hay una sola historia que no pudiera ocurrir. Fíjate: cuando mis editores y mi agente leyeron la novela, me empezaron a mandar un montón de artículos diciendo que estaban ocurriendo cosas que yo había contado: animales que desaparecían y nadie sabía qué pasaba, noticias de que se estaba enfriando todo el mundo, menos la parte de Islandia justa que yo había escogido, el cierre de fronteras en países europeos, etc.

 

No menos fantástica es la fauna humana que habita la novela. He aquí una muestra armada de ironía: alemanes que cruzan a África en patera.

Creo que ese viaje en el que casi todas las mujeres africanas vienen embarazadas porque han pagado el viaje a base de sexo, merece ser contado. Ya lo han hecho otros, pero quería contarlo yo también, y quería que hasta el final no viéramos que aquí es al revés, aquí se han invertido las cosas. El orden que estaba establecido de pronto se rompe, lo extraño se convierte en la realidad. El abuelo habla de los nazis, de cómo una sociedad normal se convierte en fascista, asesina, y de cómo eso puede pasar en cualquier momento. Los sirios de hoy no podían imaginarse lo que están viviendo, ni de coña, o los ucranios lo que les pasó hace un par de años.

 

Hacia el tercio final del libro, una cierta espiritualidad va cobrando forma. Y uno de los primeros ejemplos es un ciudadano boliviano que va como voluntario a la trirreme llamada Esperanza, y de quien se habla como el nuevo redentor que se inmola por la raza humana.

No es algo en lo que yo crea, pero es que en épocas de crisis la espiritualidad vuelve, y vuelve muchas veces mal entendida, mal gestionada por los voceros de los dioses. Aquí, desde el punto de vista del Cristianismo, ellos mandan a la gente al sacrificio como Jesucristo, y de hecho a ese protagonista lo convierten en un santo ―cuando él se ha hecho cristiano porque es un borracho que ha desatendido a su hijo y se ha congelado en la calle―. Luego, otras religiones lo ven de forma distinta en la novela. Yo me considero espiritual, pero no de ninguna religión. Creo que es imposible que podamos explicar las cosas solamente con la Razón ―que me parece otra forma de religión―. El que dice que es ateo cree en otro dios, el dios de las Matemáticas y la Razón, que te va a fallar igual que han fallado todos.     

 

Alberto Torres

   

Y sacas a colación a Excalibur, el nuestro, el perro sacrificado por el ébola que fue causa de una ola de indignación popular. Pues bien, aquí dices que fue contra el “poder despótico de la Humanidad sobre el mundo”, que ejemplifica su crueldad matando un animal inocente. ¿Es un ideario político?

Sí y no. Por ejemplo, yo no tengo nada de feeling con los animales ―aunque puede parecer aquí que yo soy superanimalista―, pero mi mente siempre piensa en un plano metafórico. Lo de Excalibur en realidad lleva al narrador a decir: “Fíjate, he visto gente morir, y lo único que me hizo clic en la cabeza fue un perro”. Pues ese relato es un alegato antihumanista, y estoy de acuerdo en algunas cosas del antihumanismo. Creo desde el Humanismo el hombre quitó a dios y se puso él, de pronto se convirtió en el pastor del Universo, dijo “la naturaleza nos pertenece, el hombre puede gestionar el mundo”. Nos hemos puesto en una instancia superior al resto del universo, y hemos pensado que los dioses somos nosotros. Vamos a empezar a relativizar: somos parte de la naturaleza y, como sigamos desconectándonos, va a llegar un momento en que vamos a estar tan alejados que va a pasar como en la novela, donde el ser humano ya no tiene capacidad de entender qué está ocurriendo a su alrededor. Aquí he querido dar una visión poliédrica, asumiendo diferentes voces, con las que incluso estoy en desacuerdo.

 

Sí parece que hacia el final del texto, los narradores son más y más tecnoescépticos, predominan los que creen hallar en la naturaleza un nuevo camino, que dejaría pequeño al hombre hipertecnificado.

Sí, es así porque vi que había puesto demasiadas visiones negativas, y quise dar otra positiva, mostrar que hay otra forma de ver el problema. Además siento mucha simpatía por el budismo, el taoísmo, aunque yo no sea nada de esto. Creo que este es un libro en el que se intenta agotar un tema, que podría haber escrito como ensayo intentando ver cómo podría cada cultura tomarse un mismo hecho ―la globalización, su imposibilidad, las religiones,etc.―, pero he decidido hacerlo como relatos, que es lo que sé hacer. Para mí están tan conectados por un hilo central, una idea hacia la que va todo el libro, que por eso lo entiendo no como relatos independientes, sino como una forma de construir la novela.

 

Me parece que, vista así, tu novela no quiere ser sólo una narración testimonial, sino que quiere provocar un cambio, pero ¿puede la literatura cambiar nada?

En general creo que la cultura puede servir, y eso lo hemos visto desde siempre, con conceptos como el amor. Las emociones están ahí, pero la forma con que las canalizamos o las convertimos en un ritual tienen que ver con la cultura: cuando salen los trovadores la gente canaliza sus emociones con unos actos determinados; cuando llega el Romanticismo, con otros diferentes, la gente se suicida por amor porque eso es lo más guay; hoy en día las comedias románticas han creado una serie de rituales que tienen que ver con lo que entendemos por amor. Y luego hay cosas que han hecho mucho daño, como el reggaetón, donde estamos creando una serie de rituales que tienen que ver con una cultura que no es la nuestra, la latina, pero que han calado entre nuestros adolescentes. De pronto encuentras que, entre los adolescentes que escuchan reggaetón, las mismas chicas son unas machistas, que entienden que el hombre que se pelea por ellas es más macho.

 

Y bien, una vez se ha inoculado el pesimismo a base de guerras y catástrofes humanitarias, corrupción, desigualdad social y algún que otro porrazo en las manifestaciones de la PAH, ¿podrá la Literatura ofrecer un espacio a la Utopía, por pequeño que sea?

El libro está señalando dónde están los problemas, está diciendo “esto es lo que está pasando, no estamos entendiendo”. Hay en él historias muy pequeñas, que son casi metafóricas, y todo el libro es una reflexión de por qué no estamos avanzando, por qué nos estancamos en nuestras propias peleas, sin conseguir decir “vamos todos juntos hacia algún lado”.

Santiago García Tirado

Soñó con llevar subliminalmente en su DNI una cifra capaz de avivar el deseo, pero llegó al mundo en 1967, con dos años de antelación para la fecha correcta; desde entonces no ha hecho más que constatar que siempre estuvo (contra su voluntad) en el tiempo equivocado para ser cool. Con empeño, y en contra de la opinión de las hordas hipsters internacionales, ha llegado sin embargo a crear la web PeriodicoIrreverentes.org, y colaborar en Micro-Revista, Sigueleyendo, Quimera y Todos somos sospechosos, de Radio 3. Sus últimas obras de ficción son Todas las tardes café” (2009, relatos) y La balada de Eleanora Aguirre” (2012, novela). En 2014 verá la luz su novela “Constantes Cósmicas del Caos”, con la que espera coronar su abnegada labor en beneficio de la entropía universal.

Más en esta categoría: « Manuel Vilas Santiago García »