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Anna Starobinets

Cuentos como balas de Kalashnikov

 

Milo J. Krmpotic'

 

La noche ha caído sobre Moscú. Una mancha de fría oscuridad cubre la ventana del despacho de Anna Starobinets. En la cocina, su marido calienta la leche para el hijo de ambos, que anda resfriado. Mientras ella responde a estas preguntas sobre su última colección de relatos, “La glándula de Ícaro” (Nevsky Prospects), el caniche que descansa entre sus pies rompe a ladrar ante cualquier ruido que surja tanto dentro como fuera del piso. Parece, en efecto, el inicio de uno de sus cuentos perturbadores y no sabemos si ansiar el final para descubrirnos o no personajes del mismo.

 

El subtítulo de la obra es “El Libro de las Metamorfosis” y varias de las que presenta en sus páginas tienen que ver con la tecnología o la ciencia. Sus causas objetivas (una tableta para críos, una operación quirúrgica…) son evidentes, pero rara vez llegamos a conocer las manos negras que hay tras ellas. ¿Qué debemos temer más, pues, los avances técnicos o la propia naturaleza humana?

Temo, antes que nada, las metamorfosis que tienen lugar en nuestro interior: en nuestros cuerpos, en nuestras almas. A diferencia de las metamorfosis tecnológicas, las internas (físicas y espirituales) resultan mucho más difíciles de controlar: son impredecibles, no se puede escapar a ellas, son más fuertes que uno mismo. Los aspectos más dramáticos y vitales de mi escritura se deben precisamente a este tipo de transformaciones internas, pues sin ellas no habría cambios externos. Por ejemplo, en el relato que da título a la colección, la metamorfosis más importante es la que afecta a la protagonista, a su vida familiar, a su conciencia y a su alma, y es esa metamorfosis la que empuja a los demás personajes a que se sometan a la cirugía.

 

El otro gran tema de la obra apunta a su título: algunos personajes intentan volar demasiado alto y corren el riesgo de acabar cauterizados por el sol. ¿Cómo evitar la maldición inherente a nuestros más ambiciosos sueños?

No dispongo de una opinión clara al respecto, tampoco de una solución. Cada persona tiene sus propias ideas fijas, sus propios demonios. En algunos permanecen silenciosos, otros se ven destruidos por ellos. Es más una cuestión de suerte que de autocontrol.

 

Siete relatos, cinco parejas y no hay una sola que acabe bien: adulterio, celos, matrimonios que se van al garete… ¡y hasta una pena de muerte conjunta! ¿Se trata de una coincidencia debida a las posibilidades dramáticas de estas situaciones o de verdad es usted tan pesimista en lo romántico?

En Rusia tenemos un chiste muy popular… Un matrimonio escribe una carta de queja a una fábrica que realiza productos para niños: “¡Respetados administradores de la fábrica! Recientemente hemos comprado un juego de piezas para montar un cochecito de bebé de la marca ‘Kiddy’. Desafortunadamente, no importa cómo las mezclemos, siempre nos acaba saliendo un Kalashnikov”. Yo soy como esa pareja. Escriba lo que escriba, siempre acabo con el Kalashnikov, con la historia de final pesimista. Pero es la lógica en el desarrollo de la historia lo que me conduce cada vez a una conclusión de ese tipo. Las “piezas” que empleo en la realización de mis relatos requieren de finales oscuros, tristes, carentes de esperanza. Soy una persona razonablemente positiva, no es que padezca depresión crónica. De hecho, soy el tipo de gente que quiere montar el carrito. Quiero decir que mis intenciones son siempre positivas. No es que busque asustar al lector, eso es más bien un efecto colateral.

 

La última vez que conversamos me contó que suele recurrir a las hormigas como metáfora perturbadora que describa la mentalidad gregaria, de colmena. En este libro, un parásito acaba castigando a quienes participan de esa mentalidad, así que hay una relación, pero… ¿vuelve a dar protagonismo a los insectos por su mala reputación o hay ahí algún tipo de fascinación mórbida?

No creo que sienta alguna forma de antipatía mórbida hacia los insectos, o que estos tengan una “mala reputación”. Es solo que representan una metáfora muy útil para mí, una imagen muy conveniente. Su mentalidad colectiva, su capacidad para transformarse por completo… son auténticas minas para un escritor. Además, los insectos, comenzando por su apariencia y acabando con sus pautas de comportamiento, son ejemplos prácticos de la otredad, algo completamente distinto a nosotros, una civilización ajena con la que compartimos el planeta. ¿Para qué molestarse imaginando extraterrestres cuando existen criaturas tan extrañas y simbólicas literalmente bajo nuestros pies?

 

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Hablando del relato “El parásito”, en él aborda muy directamente el tema de la religión. ¿Se trata de una reacción a la realidad rusa?

Pues claro que se trata de una reacción a la realidad de Rusia. Siento un gran respeto por aquellos que tienen fe en Dios y encarnan las virtudes del cristianismo, pero la iglesia ortodoxa moderna en mi país me parece monstruosa. Está basada en la hipocresía, está íntimamente conectada con el actual aparato de gobierno y la propaganda estatal. Bajo su dorado imaginario espiritual hay codicia, crueldad y toda una serie de prejuicios anclados en la Edad Media.

 

Siendo periodista, ¿cómo ve la situación del país en general tras episodios como la aprobación de la ley contra la propaganda homosexual o la anexión de Crimea? Europa occidental siempre ha tenido problemas para entender a Rusia y le cuesta ver en Putin algo más que una amenaza. ¿Hasta qué punto deberíamos preocuparnos?

Lo que está sucediendo en este país me tiene triste y asustada. Lo que lleva a cabo el Estado y la felicidad y el entusiasmo con que la gente lo recibe... es una psicosis de masas. No creo que Putin sea una amenaza para Occidente: Rusia está demasiado débil en lo económico como para hacerle frente. Pero no me cabe duda de que Putin sí es una amenaza para su pueblo. He visto con mis propios ojos cómo destruía el sistema sanitario, el educativo, los restos patéticos de verdad y libertad que de algún modo habían permanecido hasta la actualidad han desaparecido también. La propaganda televisiva (porque la televisión es la principal fuente informativa para buena parte de la población rusa) es monstruosamente estúpida y “respetuosa”, no deja de crear falsas esperanzas. El espectador, que no tiene dinero ni para comprarse un par de pantalones nuevos, que respira un aire lleno de polución (la situación ecológica de Moscú es ahora mismo crítica), que no puede permitirse nada, se sienta ante el televisor, mira los reportajes llenos de celo patriótico y prácticamente se pone a babear de felicidad porque “Rusia se está volviendo a levantar”.

 

La Siti del segundo cuento, en cambio, parece tener una clara inspiración norteamericana, si es que no estaba pensando concretamente en Nueva York. ¿Hay en esa historia alguna forma de crítica hacia las actitudes de Occidente?

Escribí “Siti” después de acudir a la feria del libro de Nueva York. La ciudad me pareció un animal depredador inmenso y agresivo, un vampiro gigantesco que chupa a personas diminutas y las escupe como materia exhausta. De hecho, me hizo sentir lo mismo que Moscú. Fue a partir de esas emociones, de esas imágenes, que desarrollé la historia.

 

¿Existe algún elemento común en las imágenes o procesos mentales de los que nacen sus relatos?

Por lo general surgen de una imagen central que puede ser aterradora, o grotesca, o perturbadora, y la historia va creciendo a su alrededor.

 

En “El Lazarillo”, esa imagen se me antojó pesadillesca, literalmente hablando. ¿Encuentra material creativo en sus propios sueños? ¿Sueña, quizá, con las historias que escribe?

A veces tomo algunas imágenes concretas de mis sueños, pero no sucede a menudo. A veces me sirvo de la lógica del sueño, la lógica de las pesadillas, de cara a mostrar el miedo o la locura de un personaje. Pero lo más habitual es que trate los sueños igual que a los insectos, a modo de material que se halla a mi inmediata disposición. Los sueños son fragmentos de un mundo paralelo y especular que en ocasiones llegan hasta nosotros. Sería un error no servirse de ellos, especialmente cuando una escribe literatura fantástica.

 

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Milo J. Krmpotic’

Milo J. Krmpotic’ debe su apellido a una herencia croata, lo más parecido en términos eslavos a una tortura china. Nacido en Barcelona en 1974, ha publicado contra todo pronóstico las novelas “Sorbed mi sexo” (Caballo de Troya, 2005), “Las tres balas de Boris Bardin” (Caballo de Troya, 2010), “Historia de una gárgola” (Seix Barral, 2012) y "El murmullo" (Pez de Plata, 2014), y es autor de otras tres obras juveniles. Fue redactor jefe de la revista Qué Leer entre 2008 y 2015, y ejerce ahora como subdirector del portal Librújula. Su firma ha aparecido también en medios como Diari Avui, Fotogramas, Go Mag, EnBarcelona, las secciones literarias del Anuari de Enciclopèdia Catalana

 

milo@blisstopic.com

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