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María Angulo

Vindicación de la crónica

 

Santiago García Tirado

Fotomontaje de Santiago García Tirado / Fotos de Jacobo Yáshyn

 

La charla con María Angulo va a girar en torno a “Crónica y mirada” (Libros del K.O., 2014), la obra para la que ha coordinado a un grupo de profesores y periodistas en torno al fenómeno del periodismo narrativo, que tiene en Latinoamérica grandes exponentes. María Angulo habla desde hace años de crónica periodística, y lo hace siempre con una emoción que no desdice lo que tiene de rigurosa su investigación, tal vez incluso le añada un plus extra, una dosis de honestidad ante la que uno no puede menos que entregarse. Por algo le dedica también lo mejor de su trabajo en la universidad de Zaragoza como docente e investigadora, por algo viaja por Latinoamérica y conoce, y lee, y pregunta y analiza los derroteros de la crónica en aquel lado del mundo. ¿Hay en la crónica periodística un venero para la literatura actual en español? Si los americanos tienen su New Journalism y el nuestro va entrando en declive, ¿habrá alguna inteligencia capaz de dar a luz un nuevo y (por fin) independiente periodismo, libre, culto y de calidad? Es de esperar que la conversación se alargue más de la cuenta; me surgen preguntas a tutiplén, y a María le puede la emoción, y no sé si una entrevista puede arrancar con un cóctel mejor.

 

En “Crónica y mirada” continúas con un trabajo del que ya has ido publicando “Periodismo literario” (Fragua, 2010), aparte de multitud de artículos en medios como Jot Down, El periódico de Aragón… ¿Por qué ese interés por la crónica, y por qué ahora?

Mi llegada al periodismo narrativo, aunque sea a través del columnismo y del articulismo español (que es desde donde yo empecé a trabajar en el 2003) se ha producido desde Latinoamérica, gracias a un viaje que realicé a Buenos Aires en el 2011. Yo quería apostar por la palabra crónica, una palabra que en la periodística española está adscrita a un género muy concreto, mientras que en Latinoamérica se utiliza como equiparable a periodismo narrativo o periodismo literario, o nuevo periodismo. El periodismo literario es un macrogénero que engloba por igual artículos, columnas, reportajes o entrevistas, mientras que la crónica se utiliza en Latinoamérica como sinónimo de periodismo narrativo. De hecho, hay dos versiones de este libro, y la primera se realizó en México (octubre del 2013) gracias a la Universidad de Nuevo León, una versión que no precisa de subtítulo, porque se entiende perfectamente con lo de “Crónica y mirada”.

 

Mi pregunta quiere hurgar en lo que tiene o puede tener de moda la crónica de ahora, porque ese fervor por la crónica… ¿es moda o necesidad?

Moda no. Vengo trabajando en el tema desde hace mucho tiempo. Es verdad que ahora la palabra, a partir de las obras que publicaron Jorge Carrión [“Mejor que ficción”, Anagrama, 2012] y Darío Jaramillo [“Antología de crónica latinoamericana actual”, Alfaguara, 2012], empezó a escucharse la palabra más aquí, pero en Latinoamérica viene funcionando desde hace mucho tiempo. Quizá ahora parece que empezamos a incorporar el término, pero no, no es una moda.

 

Hemos pasado en pocos años de la queja por la escasez de información independiente al momento actual, de desbordamiento extremo en las redes. ¿Qué papel puede jugar en ese contexto un género narrativo como la crónica?

El periodismo narrativo siempre ha estado presente, no es algo que surja ahora, lo que pasa es que se trata de una corriente subterránea que tiene momentos de pico y momentos de valle. Y la crónica o periodismo narrativo nunca es un fenómeno de masas, siempre es algo que requiere un lector determinado, con un gusto por la lectura y que pide que le interpreten una realidad y se la relaten de manera solvente. Eso es muy necesario ahora que necesitamos que nos interpreten esa realidad. Tenemos mucha información (datos, hechos), pero no tenemos una interpretación que sea valiosa y que nos sirva para conocer bien el mundo, la realidad. Creo que ahora tiene mucho más sentido, sobre todo porque la crónica se ocupa de terrenos de la realidad de los que no se ocupa el periodismo más convencional, aspectos que están en lo liminal y en los que aparecen voces que no son las de los políticos, sino de los ciudadanos. Es importante que esos también tengan voz y que contemos sus historias, qué les sucede.

 

Ya que mencionas la bicha (la clase política), te recuerdo que estamos en mal momento para confiar en líderes. Y sin embargo intuyo que los necesitamos, al menos en el campo de la opinión.

Puede ser que en ese batiburrillo de información necesitemos figuras honestas a las que asirnos, es algo como muy humano, sentimos una necesidad de que alguien tome las riendas y lo creamos, al menos en Occidente, que es donde nos encontramos. Y es verdad que así hemos caído en el cinismo, por eso, ante este escepticismo generalizado, la crónica cobra un valor, porque nos aporta figuras y realidades que sí somos capaces de creernos. Sin embargo, aunque los necesitemos, serán unos líderes distintos: en la crónica ya no nos encontramos al periodista antiguo que tiene todo el saber, que lo cuenta todo desde su ominisciencia, y que domina todo el terreno; nos encontramos a un tipo que nos dice: “Esto es lo que te puedo mostrar”, “Soy vulnerable”, “Tengo un pedazo de realidad, pero voy a hacer el mejor reporterismo para contarte todas las voces y para darte todos los datos”. Y aparte de esto ahí estás tú como lector, porque esto no es la verdad absoluta. Entonces, creo que hay una subjetividad que yo defiendo en el periodismo narrativo, un rasgo de honestidad, que a lo mejor es lo que exigimos a esas voces que nos están explicando el mundo, quizá desde ahí buscamos líderes que sean de carne y hueso. Pensemos en Ada Colau: es una persona que nos resulta honesta, y nos la creemos, porque es de carne y hueso, porque ha padecido lo mismo que está defendiendo. Eso es lo que buscamos.

 

Me interesa de tu libro esa visión del periodista como el que interpreta una realidad excesiva, desbordante.

Creo que tiene cierta relación esa figura del cronista actual con nuestra necesidad de realidad. Vivimos tanto el mundo virtual que necesitamos tocar carne, por decirlo de algún modo. Y creo que esa voz del cronista tiene que ver un poco con cómo se han venido abajo los discursos históricos, políticos, absolutos, y cómo se ha implantado también un discurso de la memoria, que tiene que ver más con voces propias, con yoes, con un yo que cuenta desde su realidad, desde su aportación. La memoria está cobrando importancia frente a la historia, y ahí el cronista es el testimonio, alguien que está ahí, y que te aporta memoria a lo que es el discurso oficial histórico. Son muchas voces aportando y creando un constructo histórico, un río de información que antes se había dejado de lado por aquellos otros discursos más potentes.

 

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Y esas nuevas formas periodísticas se apoyan en la eclosión de internet como el nuevo canal “democrático”, porque los canales convencionales del periodismo parecen ya perdidos para la imparcialidad…

Siempre han ido de la mano, guste más o guste menos, la política y el periodismo, y eso provoca el éxito o el fracaso de las dos vertientes. Yo creo que el periodismo convencional está tan de capa caída como la política por la vinculación directa que ha habido entre uno y otro. Con todo, todavía le queda mucho grado de influencia a esas cuatro cabeceras, lo veo en mi experiencia propia: si me sacan una reseña en el Cultural de ABC, me llaman para felicitarme; y me sacan reseñas en otros medios igualmente importantes para mí, pero se enteran sólo tres colegas míos de FB. Esas cabeceras de valor [del periodismo convencional] siguen teniendo un grado de influencia muy importante. Que se está produciendo un proceso de renovación y un cambio de paradigma en el ámbito del periodismo y de la política, y que no hay una marcha atrás (y que no la haya), pues por supuesto. Creo que tienen que cambiar las cosas, que las cosas no están bien.

 

Hace poco Pablo Iglesias dijo que en una sociedad democrática habría que tener bajo control los medios de comunicación privados.

Tendría que ver las palabras textuales de lo que él dijo, pero yo no creo que haya que controlar los medios. Eso se llama censura.

 

¿Se te disparan las alarmas?

Yo creo que cuantos más medios haya… La forma de que no estemos sometidos a una dictadura de medios está en que se abran todas las puertas y que el ciudadano en libertad (la libertad posible, vaya, que la palabra libertad es muy grande) pues que pueda leer lo que sea, pero ¿controles?, uf, ¿qué tipo de controles? Las veces que se ha ejercido ese control nunca nos ha llevado a un buen sitio.

 

Me pareció muy audaz su intervención, aunque fue en un debate en La Sexta, y a continuación especificó que tampoco nos dejaba muy tranquilos el hecho de que los grandes medios de comunicación estén también en manos de determinados intereses privados.

Sí, pero también hay otros medios de comunicación no controlados por esos intereses, por tanto el ciudadano, que es inteligente, pues que elija.

 

¿Y los medios de comunicación públicos? ¿Deben seguir existiendo los medios públicos?

A mí me parece que, como en educación o en sanidad, hay cosas que hay que proteger. Así de claro. Como pasa con el cine, o con el arte. Hay cosas que no son masivas, y que si no las cuidamos pueden ser fagocitadas por otro tipo de intereses. Parece importante protegerlos. Sé que este proteccionismo cuesta dinero, y no todo el mundo está de acuerdo pero, bueno, yo apuesto por eso, y creo que un Estado debe preocuparse por que exista una televisión pública que tenga un valor educativo (aunque me da miedo el término, no digo que deba ser absolutamente pedagógica), que tenga calidad y honestidad.

 

Hay que reinstaurar la imagen del idealismo del periodista, como lo representa la portada del libro: una mujer sufriente, con las gafas descompuestas, mantiene la grabadora en ristre mientras mira al lector.

Es una mujer aguerrida, más que sufriente. Recupera esa imagen Watergate, de la periodista que sale a la busca de la noticia.

 

Sin embargo, la imagen común que se tiene del periodista ya es otra: la del tipo o la mujer que escribe en una redacción y se mancha poco.

Si nos vamos a la idea del columnista, pues sí, se entiende como un señor que trabaja en su casa desde su ordenador, ya ni en la redacción (las redacciones han muerto), la gente ahora trabaja como freelance o autónoma. Pero sí, una cosa es el articulismo, que es algo más de tipo ensayístico, y otra cosa es el reporterismo. Para hacer una crónica tienes que tener un tema, salir a la calle, tienes que grabar a la gente, y eso requiere un trabajo de campo.

 

Y con las nuevas tecnologías, ¿no era de esperar que fuera perdiendo terreno la redacción de toda la vida?

A mí me parece importante que haya redacciones (y se van perdiendo), porque eso implica una convivencia y que haya que ponerse de acuerdo en los temas. Luego, unos saldrán a la calle y otros no. Las redacciones se han ido reduciendo y el periodista, en líneas generales, ya está solamente recibiendo noticias de agencia, atendiendo llamadas, está produciendo información, pero la calle te da una información que no la puede dar ni el ordenador ni el teléfono. Ahora los temas vienen impuestos por la agenda del medio en el que trabaje.

 

Y además está esa tendencia de someter a los periodistas a la ideología de la empresa propietaria. El periodista pierde su esencia cuando deja de buscar la información y se transforma en vocero de una política.

La tradición de un periodista asociado a un medio, o a un partido político, el periodista camaleónico, ha existido siempre, y lo trata un libro reciente titulado algo así como Se hicieron periodistas para ser políticos. Y por otro lado está esa imagen que viene muy ligada al periodismo de investigación, la del reportero que se implica y que descubre un caso, cuya vida corre peligro, algo muy de cine. Las dos imágenes del periodista han ido siempre de la mano.

 

Hablemos de los medios alternativos que han surgido en época de crisis. Jot Down, Anfibia, Panenka, FronteraD, Orsai… De las entrevistas que se les hacen en “Crónica y mirada”, el Leitmotiv general es que todos reconocen su torpeza en el asunto de la gestión.

Sí, claro, representan la mirada utópica del escritor, y del editor que quiere montar una editorial, pero eso requiere una gestión, porque la cultura no vende. De los medios que analizamos, uno de ellos ya ha muerto: Orsai (ahora convertido en Bonsai, que ya es otra cosa). Y vienen otros nuevos: ahora ha salido El estado mental, que es otro medio en papel. En el ámbito del fútbol están Panenka, y Líbero… van surgiendo muchos medios, y vamos a ver cuáles quedan. El problema es que hoy por hoy no son solventes. Algunos no pagan, o pagan poco, y un periodista no puede vivir con lo que pagan (con lo que cuesta hacer una crónica, ¡madre mía!). Estos medios apuestan por la calidad pero, si como periodista quieres calidad, tienes que invertir una gran cantidad de tiempo, y dinero.

 

Ese es un problema común a cualquier ámbito de la cultura. Estamos en nivel de facturación de hace veinte años, y nada apunta a una mejora. Pero, ¿hay casos de empresas periodísticas solventes?

Que yo sepa todavía ninguno lo ha logrado. Se están haciendo diferentes fórmulas de estilo anglosajón, el slow journalism, y lo que se está empezando a hacer es a cambiar el chip para que se pague por buen periodismo, como se paga por buena literatura. Se está estableciendo estrategias que tratan de analizar qué tipo de lectores siguen a cada medio y cómo armonizar ese dato con el tema económico. Hay tres criterios: 1) anunciar de qué formato se trata (son medios virtuales, y juegan con todos los formatos: vídeo, fotografía, etc.); 2) el tiempo de duración aproximado de la lectura de la crónica, para que sepas si tienes tiempo o no de leerlo y, entonces, pagar o no; y 3) la ubicación, para saber si lo que vas a leer es de Estados Unidos, de México, o Francia. Son criterios que sirven para configurar una tarifa. Casualmente aquí tengo una lista de medios que lo hacen así: Longreef , Metro Report, Longform...

 

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Podemos acabar aceptando que hubo un intento muy loable, en efecto, pero no condujo a nada porque, al parecer, la economía impedirá siempre practicar un periodismo riguroso y plenamente libre.

Lo que yo creo que sí se puede mejorar es la vuelta a la calle, a las fuentes, porque esa es la esencia del buen reporterismo. Y, por otro lado, la eliminación de estereotipos. Caemos en unos discursos manidos y repetidos. En la universidad, donde trabajo con estudiantes de fin de grado, pongo como ejemplo a un alumno que hizo un trabajo sobre la islamofobia en los medios actuales. Es que sistemáticamente las noticias que aparecen en este terreno son siempre negativas, nunca aparece una positiva. Eso ya es una manera de sesgar un territorio. Eso sí que podemos cambiarlo, y eso tiene que ver con escribir bien, preocuparte de no caer en lugares comunes, etc.

 

Ya que hablas de educación, hablemos. Todo el mundo hace diagnósticos, pero nadie formula una solución y pregunto: ¿puede el periodismo contribuir a la educación de un país?

Sí, sí que lo creo. Yo creo que debería estar muchísimo más integrado, y sobre todo hay criterios de deontología periodística que tiene que ver con el día a día del ciudadano, por ejemplo, con la honestidad, con conocer la realidad, no difundir un rumor sin enjuiciarlo…  Hay cosas del periodismo actual que se pueden integrar en la educación y, por supuesto, el periodismo actual que tiene que ver con el cine, con vídeo, con fotografía… los chicos saben posar, saben fotografiar, todo eso debe vincularse con unos valores que entran en su educación. Pero habría de ser de manera transversal, no hace falta crear una nueva asignatura.

 

Y qué me dices del asunto de pagar por la cultura. Nadie parece educar desde la Secundaria en ese aspecto, mientras internet extiende la idea del todo gratis.

Me sigue sorprendiendo, incluso en la universidad, a pesar de que entiendo las dificultades económicas, pero invertir en una carrera, invertir en educación significa comprarte algunos libros, y para eso no los educamos. Y los profesores somos a veces los primeros en facilitar un pdf, cuando tal vez deberíamos decir: “Oye que la cultura tiene un valor, que si no lo pagamos nosotros, no lo paga ninguno”. Y ese es un tema que en la casas, en las escuelas y universidades deberíamos insistir.

 

En el caso español, y tras 36 años de democracia, ningún partido se ha molestado en implementar estrategias educativas para formar ciudadanos, para enseñar esto, por ejemplo, que uno debe pagar por lo que consume.

Sí, lo creo. Pero también hay que crear fórmulas nuevas. Yo pienso en Spotify, que funciona: tú pagas poco, pero tienes toda la música que quieras. Yo creo que ese tipo de fórmulas deberían existir también en periodismo, inventar varios medios, o grupos de medios que pudieran ofertar periodismo narrativo, donde tú pagaras un tanto por ciento  y a cambio tú pudieras seleccionar qué ámbito, o en qué país quieres comprar textos. La fórmula que intentan estos nuevos medios es la suscripción, que es una fórmula antiquísima. La publicidad es una invasión que cansa, o te limita ciertos aspectos que luego no podrás criticar, por tanto se vuelve al mecenazgo, o a la suscripción, llamémosla crowdfunding, pero no deja de ser una forma de suscripción. Yo propondría una especie de Spotify al periodismo, que no sé cómo se articularía, pero creo que hay ahí una idea interesante.

 

Conozco un caso inteligente de modelo editorial innovador: LinKgua. Cuando nadie se planteaba la edición digital, hace unos doce años, Rado Molina se puso a digitalizar textos de clásicos que sólo eran accesibles en la Biblioteca Nacional de Madrid. Acto seguido se los ofreció a universidades de todo el mundo, lo que supuso una oferta nueva e irreemplazable, de ahí su éxito. Su plataforma no vende textos descargables, sino que cobra un canon a las universidades para que los alumnos entren ilimitadamente a consultar y leer los textos online.

Claro, una plataforma que contiene los textos, y tú puedes acceder a ellos y disfrutarlos las veces que quieras por una cuota que estás pagando: eso me parece un buen montaje. Hay mucha gente que de hecho paga. Hace poco estuve en la presentación de otro medio atractivo, la nueva revista Altaïr, que ahora apuesta por la crónica absolutamente, en digital, con una serie de piezas de acceso público, y otras que son monográficos bimensuales sobre espacios en concreto, y en formato de crónica. Por ejemplo, en el dedicado a México están Diego Osorno, Almazán, Villoro… de modo que apuestan por crónica de calidad, no como la tradicional de viaje. Funciona por suscripción anual, con acceso a todos los números. A ver cómo funciona.

 

En el título del libro aparece la “mirada”, a la que defines como característica esencial en un buen periodista. Es bueno, en época de crisis, poner de relieve la tradición de calidad periodística en este país. Larra fue ya un modelo de periodista en el XIX.

Larra fue ya el periodista-marca.

 

Sí, y además de como periodista, lo valoramos como parte de nuestra historia literaria. Parece que desde entonces el periodismo no entra en la categoría Literatura.

El asunto es que el periodismo, en general y no sólo en España, siempre se ha considerado un género literario. Un género menor, como se ha considerado el cuento también. El problema es que la Periodística (el columnismo, la crónica, el reporterismo, etc.) no se ha interesado en el asunto literario, sino que se ha volcado en otros intereses. Ha sido desde la Filología como se han acercado a este tipo de textos, a esta forma de narrar y contar. Hay una historia por hacer, pero hay muchos más trabajos dentro de la Filología. Ahora ha salido a la luz toda la obra de Chaves Nogales, y ¿quién lo ha hecho?, una filóloga de Sevilla que ha estado trabajando en ello desde el ochenta y tantos. Ahora sí, se publica a Camba a diestro y siniestro, pero se lleva mucho tiempo, desde la Filología, trabajando a Camba. Ahora parece que hay un interés desde el mundo del periodismo por estas figuras. Ocurre algo similar a cuando se estudia a la mujer en la literatura, parece que de repente hay picos y se habla de una figura excepcional, y no, no es excepcional, hay una continuidad, lo que ocurre es que nadie lo ha estudiado. Desde luego, una historia completa de lo que significa el periodismo narrativo (pongamos, si quieres, la figura de Larra, pero también podríamos hablar de un montón de periodistas en el S. XVIII en España que están haciendo periodismo narrativo)… eso está por hacer.

 

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¿Crees que la tradición periodística española tiene en el canon literario el lugar que se merece, o todavía no ha accedido a ese reconocimiento?

Yo creo que hay grandes periodistas reconocidos.

 

Pero por su novelística, y yo hablo ahora de su obra en prensa.

Piensa por ejemplo en Paco Umbral. Todo el mundo lo valora por su periodismo, no por su parte literaria. Y Pla, ¿qué es? Un periodista. Yo creo que sí hay figuras que ocupan su lugar en el canon de lo que significa un gran articulismo. Lo que pasa en España es que se ha valorado más el columnismo, y hay una parte de reporteros y cronistas que sí que hay que ponerla en el sitio que se merece.

 

Lo que yo veo es que en este país se sigue considerando “Gran Literatura” la novela, la poesía, el teatro, que son los géneros prestigiados. Todo lo que no sea eso se adjudica a otras categorías menores. Pienso en la novela negra, pese a su éxito editorial, o en los libros de crónica, que no parecen dignos de ser considerados más que “obra menor”.

Pero fíjate en todo lo que ha cambiado la mirada con respecto al género negro. Ha sido radical. Hay un montón de lo que antes eran subgéneros, y se hacen obras estupendas. La crónica policial es una de las más valoradas, y en Argentina en concreto, Javier Sinay o Roberto Palacios están haciendo unas crónicas extraordinarias, y parten de la tradición de Rodolfo Walsh, que es género negro. Son las herramientas del género aplicadas al periodismo narrativo. Creo que eso que dices es una cuestión obsoleta. Los profesores, los educadores están todavía en ese “montaje” de que “la gran novela” es la que nos cuenta toda una saga familiar, con descripción de los espacios, etc., pero están emergiendo obras de gran calidad, dentro de la crónica, y no se entienden como “obra menor”.

 

Pero en España la “no ficción” es otra cosa, de valor inferior. Cuando la gente que busca literatura entra a La Central [estamos al lado, en un café] no se dirige a “No ficción”, porque considera que eso no es literatura. Los premios, como el Cervantes, siempre van a ficción, o a poesía.

Sí, pero el último se lo ha llevado Elena Poniatowska, nada menos que una de las mejores cronistas mexicanas de la actualidad, eso a mí me parece sintomático. Tal vez por ese motivo no era tan conocida aquí, porque, aunque también escribe novela, donde es una maestra es en no ficción. ¿Y el premio Anagrama de este año? Sergio González, que también es un cronista. Creo que todo el problema se sostiene en nuestras propias resistencias, pero el escaparate de los premios ya está reproduciendo un cambio de esquemas.

 

Y yo considero, como dice Muñoz Molina, que hay algo de revulsivo en la crónica, algo que puede revitalizar la narrativa española.

Sí, creo que ahí hay algo de ida y vuelta. Hay escritores que, de repente, en la crónica encuentran ese estímulo porque la realidad no es con lo que contaban, y eso les sorprende. En cambio, he encontrado a periodistas, acostumbrados al reporterismo, que donde han hallado estímulo es en la literatura. Leen literatura, porque ahí es donde encuentran los recursos que les sirven para ahormar su realidad, y donde encuentran el estímulo para seguir escribiendo. Se trata de la simbiosis de ambas. Uno que comenta eso mismo es Cristian Alarcón. También Caparrós, que encuentra en la literatura lo que no le da el periodismo, y lo dice abiertamente, que desde ahí es donde crece.

 

Para mí es curioso ese acercamiento entre dos personas y dos géneros, personificados en Elvira Lindo y Muñoz Molina. La primera viene del periodismo, y hace novela; el segundo viene de la novela, y comienza a hacer crónica; ambos, en la práctica, utilizan recursos comunes en sus textos (y para colmo acaban siendo pareja sentimental, que no me digas que no tiene su qué)...

En el libro es una casualidad que aparezcan los dos. Yo hacía tiempo que seguía a Elvira Lindo, y Sofía Lázaro, que es la que tenía mucho interés por trabajar las crónicas sobre N.Y. quería analizar los recursos narrativos de Elvira Lindo. Y luego está el trabajo de Natalia Corbellini (para mí uno de los mejores del libro) sobre Muñoz Molina, autor en el que ella es especialista. Yo le dije que rescatara la parte Muñoz Molina-periodista, no me interesaba como novelista [de cara a este libro]. Probablemente la simbiosis entre ellos (no los conozco personalmente) haya dado sus frutos también en lo narrativo.

Es que hay una serie de recursos en el periodismo actual, y un interés por lo real, muy interesantes. No sé si lo podemos llamar, como dice Joan Oleza, “realismo postmoderno”, pero lo cierto es que los recursos narrativos propios del periodismo como lo fragmentado, la pluralidad de voces, lo coral, la metáfora, la metonimia… ¡la hipérbole, que es tan periodística! (a veces hasta en exceso), todo eso está construyendo un tipo de realismo que, sumado a estas temáticas tan interesantes, está resultando muy productivo para el periodismo narrativo, y luego para el realismo de ficción. Por supuesto, no podemos hacer un realismo decimonónico, como Dostoievski, que no tiene nada que ver con nosotros.

 

¿Hacia dónde crees que va la crónica actual, y qué nombres están marcando la pauta?

En cuanto a nombres, creo que poco a poco se van conociendo algunos, y cualquiera que empieza a trabajar en periodismo narrativo encuentra personalidades que son apabullantes. En España podemos hablar de algunos de aquí, de Barcelona, como Gabi Martínez, o como Carrión, o Álvaro Colomer. También de Marta Bustos, Ander Izaguirre, etc. Ahora bien, ¿por dónde puede crecer esta tendencia? Creo que en España es importante que empecemos a hablar de lo nuestro. Muchos de estos cronistas se van fuera, cuando aquí tenemos unos territorios extraordinarios de los que poder hablar. Los cronistas españoles tienen que preocuparse por este entorno, porque hay mucho que contar aquí. En Zaragoza, un tema alucinante para mí es que, en plena crisis, se monte el parque temático del consumismo que es Puerto Venecia, un espacio inmenso con todos los mundos de Inditex para gastar, y lo han abierto hace año, o año y medio. Un territorio del consumo en plena crisis. Esos son temas que hay que sacar. ¿Por dónde crecerá la narrativa? En ese aspecto creo que crecerá por el lado de los recursos, por lo formal, porque una crónica es un texto que interpreta y relata la realidad, de modo que la manera de avanzar es siempre por el lado formal.

En otros lugares hay nombres que están innovando, hay locuras como las de Pedro Lemebel, que es un performer chileno, y que viene trabajando en crónica desde hace tiempo y que hace unas apuestas formales maravillosas, hasta gente de propuestas más convencionales como las de la colombiana Patricia Nieto, otra gran cronista que debe ser editada aquí. Lo mismo que en otros momentos nos quitamos el sombrero delante de D. F. Wallace (no hablo ahora de su obra de ficción, sino de no ficción), o como Joan Didion, cada vez van apareciendo más propuestas interesantes. 

 

Y ese interés del que hablamos por la realidad bien contada, ¿se refleja en las ventas de libros?

Se vende todavía más ficción que no ficción. Uno de los artículos que aparece en el libro es sobre Fago, sobre el que Carles Porta hizo un texto trabajando sobre todo la mirada de la hermana del que está en la cárcel acusado de la muerte del alcalde. Recuerdo que, en un congreso en el que coincidimos, yo le dije que había ido a la Central para comprar su libro y que entonces le dije al dependiente: “Oye, no veo el libro de Porta sobre Fago”; el chico me respondió: “Ah, bueno, es que eso es novela; está abajo”. Yo me quedé así como…  Le dije al chico: “No es novela, es periodismo narrativo”. Cuando se lo comenté a Carles Porta me dijo: “No, es que yo quiero que esté abajo, y que se vea como novela, porque así se vende. Si está arriba sólo van a ir a buscarlo especialistas, y a mí me interesa que lo vea todo el mundo. Si se confunde con novela, me da igual, pero que se venda”.

 

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Santiago García Tirado

Soñó con llevar subliminalmente en su DNI una cifra capaz de avivar el deseo, pero llegó al mundo en 1967, con dos años de antelación para la fecha correcta; desde entonces no ha hecho más que constatar que siempre estuvo (contra su voluntad) en el tiempo equivocado para ser cool. Con empeño, y en contra de la opinión de las hordas hipsters internacionales, ha llegado sin embargo a crear la web PeriodicoIrreverentes.org, y colaborar en Micro-Revista, Sigueleyendo, Quimera y Todos somos sospechosos, de Radio 3. Sus últimas obras de ficción son Todas las tardes café” (2009, relatos) y La balada de Eleanora Aguirre” (2012, novela). En 2014 verá la luz su novela “Constantes Cósmicas del Caos”, con la que espera coronar su abnegada labor en beneficio de la entropía universal.

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