Menu

jcmarquez1

Juan Carlos Márquez

La lucha y el paisaje

 

David Aliaga

 

Hace frío. En Røros no parece haber demasiados lugares en los que citarse para una entrevista, pero debo de haber elegido la fonda peor acondicionada. O eso o, en el rato que llevo esperando a Juan Carlos Márquez en este confín noruego, el helor del viento no ha querido desasirse de mis huesos. Espero al tipo irreverente, granuja, de relatos como “Mamá recitando a Neruda”, al hombre que escribió “Belgrado 1976” y que, cuando por fin entre, emulará a Gandalf anunciando aquello de que “uno de Bilbao no llega pronto ni tarde, sino exactamente cuando se lo propone”. Pero, cuando aparece, trae la cara escondida detrás de la piel curtida de algún animal. Se sienta sobre el taburete y coloca las manos sobre la mesa. Tose. Unas manos grandes, secas, con los dedos entrelazados, que durante los últimos meses han escrito “Lobos que reclaman la noche” (Tropo, 2014).

 

Le pregunto por su voz. Se ha vuelto más áspera o cavernosa, o ambas cosas a un tiempo. “Son voces diferentes, pero todos mis libros lo son a su manera, creo yo. La naturaleza de cada historia o conjunto de historias condiciona mi escritura, yo intento ponerme al servicio de la historia algunas veces, desaparecer si es posible, otras estoy muy presente. No está en mi ánimo ser una marca o un estilo reconocible, sino un vehículo”. Esta novela habla de ambición y de egoísmo, de hombres que quieren obtener algo y, al estilo de sus antepasados vikingos, no dudarán en tomarlo incluso por cauces en los que la civilización se extravía. También del momento en que uno se formula la pregunta y la respuesta al mismo tiempo, un aullido que prefiere ignorar.

 

Lobos, trineos, hombres fornidos con barbas y bigotes rubios, pelirrojos, castaños. Instantáneas inmóviles capturadas por la fotógrafa aragonesa Agurtxane Concellón que caminan en la historia de Márquez. La responsabilidad del matrimonio recae sobre los editores Oscar Sipán y Mario de los Santos, que una vez al año añaden un título a una colección de Tropo Editores en la que imagen y palabra retozan concupiscentemente. En la anterior ocasión montaron a Carlos Castán en el Chevrolet descapotable de Dominique Leiva y los enviaron a recorrer la ruta 66 (“Polvo en el neón”, 2013) y en esta ocasión le pidieron a Concellón que preparase el sofá de su casa en Noruega para que Márquez pasase una temporada con ella. La fotógrafa fue quien mostró al escritor las imágenes de la vida escandinava. “Yo no hice ninguna selección, eso ha sido cosa de Agurtxane y de los editores. Las miré detenidamente, una por una, y su visión, y mis ganas de fabular, me fueron iluminando una historia”.

 

jcmarquez2

 

No deja de resultar atípico que sea otro quien escoja las estampas sobre las que narra el escritor. “Es una forma de escribir completamente nueva para mí, dependiente en cierta forma pero también liberada. Me explico... Por una parte, el paisaje y las personas retratadas en las fotos condicionan lo que he escrito. Por otra, el paisaje y las personas retratadas en las fotos me liberan, como escritor, de realizar un trabajo minucioso de descripción y atmósfera, y posibilitan que me dedique de forma casi exclusiva a cuestiones narrativas: que avance la acción, crear intriga, generar tensión, etcétera”.

 

“Lobos que reclaman la noche” es una nouevelle, o un relato largo, lo que se prefiera. En cualquier caso, un texto marcado por la acción. La trama narrativa avanza constantemente, al ritmo que lo hacen los trineos de sus protagonistas. Coinciden lo argumental y lo geográfico. Existe un punto de partida y una meta que abren y cierran la historia. Entre medias, el viaje, el movimiento, la lucha y el paisaje. El propio Márquez afirma que se ha sentido liberado de la necesidad de describir y detallar. Se ha documentado sobre el entorno, pero ha intentado “que pase lo más desapercibido posible. La documentación tiene el papel para mí de infundirme seguridad para narrar, pero me niego a que sea un material amortizable que convierta el texto en una guía de viaje”.

 

El peso de la construcción de una atmósfera no recae sólo sobre sus dedos; la nieve, los hombres, los animales están capturados por el objetivo de Concellón y aparecen en página enfrentada a las palabras, contagiándoles por cercanía su frío, su olor y su textura. Durante el proceso de escritura, la narración también se ha visto azotada por sus vientos. “No de manera consciente, pero estoy seguro de que esas imágenes se han ido instalando en mi subconsciente y mi mente ha recreado, a su manera, algunos detalles”.

 

¿Procede el helor también del aliento de los gigantes escandinavos? “No. El último autor noruego que leí, hace ya algunos años, fue Askildsen”. La cosa queda entre Concellón, Márquez y el paisaje de Røros, entonces. Un escenario que Márquez abandonará en breve. Le aguardan presentaciones de la obra en España. ¿Y después? “Marte”, responde con la misma sonrisa de niño travieso con la que me lo imaginaba escribiendo “El corazón de mi padre”.

 

jcmarquez3

David Aliaga

David Aliaga es escritor y periodista especializado en literatura contemporánea. Ha publicado la novela breve Hielo (Paralelo Sur, 2014) y el libro de relatos "Inercia gris" (Base, 2013), algunos de cuyos cuentos han sido incluidos en las antologías "Cuentos engranados" (TransBooks, 2013) y "Madrid, Nebraska" (Bartleby, 2014). En su faceta académica destaca el ensayo "Los fantasmas de Dickens" (Base, 2012), un estudio sobre lo sobrenatural en la obra del inglés. Ha traducido al catalán a Dickens y Wilde. Es colaborador habitual de Quimera, Qué leer y Blisstopic.

Artículos relacionados (por etiqueta)