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10 (+1) Road Novels
Cuando la literatura se echa a la carretera
La carretera como destino y el destino como excusa. De eso tratan más o menos las siguientes novelas: de la carretera como un aliado que escucha mientras estemos dispuestos a avanzar, a dejar que las ruedas hablen y vayan ingiriendo las líneas blancas discontinuas y esquivando los destellos mutiladores de los guardarraíles. El asfalto como un pañuelo usado que absorbe babas y sudores, como un confidente sumiso que todo comprende por haber sido ya testigo de infinitos crímenes y persecuciones. La carretera, indiferente y muda, se deja acariciar por la velocidad. No juzga, solo nos ayuda a encontrar el camino, porque lo cierto es que viajes hay de muchos tipos (los que te pegan en la boca del estómago, los espirituales, los de recreo, los psicotrópicos, los de negocios, los imaginarios…) pero carretera solo hay una; carretera como concepto categórico, como axioma incontestable que niega la pragmática línea recta a cambio del placer del bamboleo de las curvas y el fluir del paisaje. Por Brais Suárez 10
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"En la carretera" de Jack Kerouac
La primera, en la frente. El título que aúna todas las acepciones de viaje es el que sale a borbotones de la prosa espontánea de Kerouac. Él mismo, bajo el pseudónimo de Sal Paradise, y su compinche Dean Moriarty (Neal Cassady en carne y hueso) queman la gasolina que corre por sus venas conduciendo varias veces de San Francisco a Nueva York, y de Nueva York a San Francisco, con las paradas estrictamente necesarias para abastecerse de sándwiches y marihuana. Con todo, en el fondo, ambos parecen ser conscientes de que no tienen otro destino que el de seguir las rayas blancas (de la carretera) hasta donde el cuerpo se lo permita, siempre ayudados por una amistad conmovedora. México puso el punto final para Paradise, pero Moriarty seguiría destrozando motores y las leyes de la física años más tarde.
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"Ponche de ácido lisérgico" de Tom Wolfe
Por mucho que Ken Kesey haya sido el líder de los lisérgicos descalabros de sus Alegres Bromistas, el verdadero conductor de esta pandilla de pioneros del LSD no era otro que el propio Neal Cassady, esta vez sin seudónimo. Después del periplo que realizó junto a Kerouac, la destreza y los achaques de Cassady ayudaron a difundir el espíritu beatnik a través de todos los Estados Unidos al volante de Further, el autobús de colorines que iba de discoteca en discoteca preparando las famosas fiestas de iniciación al ácido. Entre tanta estroboscopia, el hacerse amigos de los Ángeles del Infierno o conocer a los Beatles es poco más que una anécdota. A pesar de la insistencia de Kesey en que Tom Wolfe desvirtuó la naturaleza de su viaje, es difícil no creer (o al menos no querer creer) esta sarta de despropósitos increíbles.
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"Miedo y asco en Las Vegas" de Hunter S. Thompson
Un poco más de lo mismo. Tipos duros, personajes esperpénticos, drogas, carretera y algo de literatura de por medio; o, más concretamente, la semilla del periodismo gonzo sembrada por Hunter S. Thompson en su “salvaje viaje hacia el corazón del sueño americano”, según el subtítulo de su obra más famosa. Con ilustraciones de Ralph Steadman, este es el resultado de los sacrificios que Raoul Duke (Thompson, básicamente) y su abogado (Dr. Gonzo) hacen a través de una revolucionada Las Vegas con el único fin de captar y reflejar el sueño americano, para lo que parece imprescindible intoxicarse. De ahí que se considere también una de las primeras muestras de la nueva ola periodística que Capote había inaugurado solo cinco años antes y que consagró “Ponche de ácido lisérgico” en el 68.
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"Lolita" de Vladímir Nabokov
Una vez muere su mujer, la insoportable Charlotte Haze, el profesor Humbert Humbert recoge a la nínfula Lolita en su campamento de verano y la arrastra (no del todo de acuerdo con su voluntad) por las carreteras de Estados Unidos prometiéndole el oro y el moro. Lo que sea con tal de tener contenta a la niña, siempre y cuando ella lo tenga contento a él. Y así, como un padre y una hija con una relación muy abierta, van de heladería en heladería y de motel en motel a través de desiertos, valles y montañas. Las paradas nunca duran lo suficiente como para que los vecinos sepan hasta qué punto es buena la relación que Humbert tiene con su supuesta hija, ni tampoco la poca estima que esta tiene por su padre. Este road trip, pues, no es más que un pretexto, pero sigue manteniendo el componente de alejamiento de la realidad que tenía para Kerouac, Kesey o Thompson.
6
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"Las uvas de la ira" de John Steinbeck
Cambiamos de tercio, porque el road trip de la familia Joad es todo lo contrario: un chute de realidad. A ellos no les hizo tanta gracia tener que atravesar el sur de Estados Unidos en un camión tan destartalado como la moral de todos esos oakies obligados a abandonar su desierto natal para intentar llegar a la tierra prometida de California, donde las uvas se multiplican como panes. Mientras cargaban su casa en el remolque no eran conscientes, no obstante, de que lo único que realmente sobraría en medio de la Gran Depresión era una pobreza seca y hostil como las carreteras y campamentos que recorren. Tom Joad, un ritmo imparable y unas dosis de realismo tan reivindicativo como doloroso dejan patente la maestría y el compromiso con los que John Steinbeck ejecuta una obra cruda y tremendamente humana, muy lejana a lo frívolo de las anteriores.
5
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"Todo está iluminado" de Jonathan Safran Foer
Su autor, Jonathan Safran Foer, es americano. El protagonista, Jonathan Safran Foer también es, casualmente, estadounidense. El libro comienza en Estados Unidos. Inspiró una película americana hecha por y para americanos. Pero, por primera vez, el road trip no es en el país de las carreteras, ya que “Todo está iluminado” cuenta la historia de cómo este joven escritor judío viaja a Ucrania para reconstruir el pasado de su familia a través de Augustine, la mujer que salvó la vida de su abuelo durante la ocupación nazi. Lo curioso es que, como una extensión de esta amalgama de nacionalidades y escenarios, la historia se presenta de dos maneras muy distintas: a través de la narración del propio Foer, que despliega un delicado lenguaje para inventarse una historia sobre los personajes de Trachimbrod (su destino) y a través de Alex, el guía ucraniano que se ocupa de hacernos llegar en un inglés tortuoso el no menos tortuoso camino hacia este pueblo inventado.
4
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"Últimos tragos" de Graham Swift
Seguimos en Europa y seguimos con historias cruzadas. En este caso, la de cuatro tipos que salen de Londres para rociar el mar de Margate con las cenizas del fallecido Jack Dodds, amigo del alma de tres de ellos y conflictivo padre adoptivo del cuarto. La ironía y la acidez de la escritura de Graham Swift son tan necesarias para la comprensión de sus personajes como el asfalto lo es para el recorrido de los escasos 130 kilómetros que los separan del estrecho de la Mancha. Un trayecto corto en el que, más que a la distancia, los viajantes tendrán que hacer frente a su pasado, a la verdad y a su amistad. Swift no descubre la pólvora con esta especie de remake encubierto de “Mientras agonizo”, pero sí alcanza una novela tan bien rematada como un coche de lujo.
3
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"Stone Junction" de Jim Dodge
El paralelismo entre la travesía física y el trayecto personal del protagonista se acentúa todavía más en esta novela de Jim Dogde, una “epopeya alquímica” que oscila con tanta virulencia entre el humor y la tristeza como entre lo real y lo imaginario. En medio de la confusión, Thomas Pynchon la definió como “una fiesta en la que se celebra todo lo que importa”, la definición más grafica para una novela que empieza con un derechazo en la mandíbula a una monja. A continuación, surge una trama multidimensional, con el Gobierno de Estados Unidos protegiendo una especie de piedra filosofal, a su vez perseguida por Daniel Pearse, un huérfano acogido por una asociación de Magos y Forajidos, que instaura como norma un mundo alucinógeno, psicotrópico y de fuertes pasiones.
2
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"Carreteras secundarias" de Ignacio Martínez de Pisón
Una novela de formación más tradicional es la que presenta Martínez de Pisón a través de un padre y un hijo tirando a apático (la elección de Antonio Resines para encarnar al padre en la película es de lo más acertada) que vagan por unos escenarios igualmente abúlicos. Así presentada puede asustar, pero las imágenes, las situaciones, el dinamismo de sus flashbacks, los diálogos y unos personajes conmovedores se sobreponen a lo triste de sus vidas para configurar una suerte de novela picaresca y de iniciación perfectamente ubicada en un contexto político (la caída del franquismo) que, en otra escala, sufre una derrota tan grande como la de los protagonistas. Conducir un Citroën Tiburón les da un toque de clase que no merecen.
1
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"La carretera" de Cormac McCarthy
Cormac McCarthy va un paso más allá en esto de colocar a un padre y un hijo en el epicentro de la inmundicia. En “La carretera” construye un mundo post-apocalíptico digno de las paranoias de Blake Butler en el que el padre y el niño (es cuanto McCarthy ofrece sobre su identidad) dan rienda suelta a una ternura que, por puro contraste con esa epidemia deshumanizadora a la que sobrevivieron, les permite mantener su huida constante. Y es que, al igual que les ocurre a los Joad de Steinbeck, estas dos almas perdidas no pueden pensar más allá que en el presente, en seguir avanzando sin malgastar las dos últimas balas de su revólver y aspirar a que un día, un lugar, los saquen del infierno que es la tierra. Un road trip forzado y, encima, a pie.
1 bis
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"El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha" de Miguel de Cervantes
La España más profunda y austera demuestra que el road trip es incluso previo a las carreteras. Hasta ese punto fue visionario Don Quijote, que, por ver, vio todo lo que no estaba escrito hasta que Cervantes se lo inventó. El conductor de Rocinante experimentó también toda clase de viajes: alucinó, tuvo fe ciega en sus novelas, sufrió ataques de villanos y recorrió las llanuras más inhóspitas… Algo parecido le había ocurrido tan solo medio siglo antes al Lazarillo de Tormes, para el que, a efectos prácticos, el hecho de ser más esclavo que líder dio exactamente lo mismo a la hora de recibir los viajes iracundos de sus amos. La trayectoria de su marcha cobra además una dimensión mucho más compleja, ya que supone la de toda una vida; una obra de formación hecha y derecha.

Brais Suárez
Brais Suárez (Vigo, 1991) acaba de estrellarse con su idea de vivir escribiendo aun sin ser escritor. Dos periódicos gallegos se encargaron de dejarle claro que mejor le iría si recordara mineralizarse y supervitaminarse, lo que intenta gracias a colaboraciones esporádicas con algunas revistas y otros trabajos más mundanos que le permiten pagarse su abono anual del Celta y un libro a la semana. Por lo demás, viajar, Gatsby y estroboscopia lo sacan de vez en cuando de su hibernación.