![]() |
Belle And SebastianGirls in peacetime want to danceMatador 6,2Miscelánea Disco Synth Pop |
Volver a escuchar con cierto grado de atención un disco de Belle And Sebastian tras unos cuantos años es como reencontrarse con un viejo amigo con el que hace tiempo que perdiste el contacto. Si me preguntan a mí, hace tiempo que perdí el interés en las andanzas de la de Glasgow, por lo que "The life pursuit" (Rough Trade, 06) me llegó en la distancia y de los derroteros de "Write about love" (Rough Trade, 10)solo tengo una ligera idea, carente de verdaderos recuerdos. Vamos, como un colegui al que tienes en facebook y del que te enteras distraídamente de sus andanzas, sin parar demasiada atención ni sentir el vínculo de antaño. Volver a ver a ese ya-casi-desconocido en persona tiene como mínimo un punto interesante. Como volver a escuchar de veras un disco de Belle And Sebastian.
Con esa disposición, "Nobody's empire" es una canción de reencuentro sensacional. Antes de nada, he de reconocer que la primera impresión al escuchar de nuevo la voz de Stuart Murdoch y los arreglos delicados de esta canción y las que la siguen, me sobrevino la sensación de tedio vital: aquello que sonaba ya no tenía nada que ver conmigo, y me atraía más bien poco. Estoy convencido que por ahí habrá quien no haya logrado desinstalarse de esa primera sensación, pese a haber sido seguidor de la banda en la época gloriosa de Jeepster Records. Pasa que yo he dado en escuchar el disco en varias ocasiones durante días sucesivos, y he llegado a recuperar los lazos de entendimiento con lo que sonaba, porque lo conocía, me era familiar y, pese al tiempo y las desavenencias, siempre queda algo de simpatía.
"Allie", con un rasgo más rock en sus riffs y el tono severo -aunque fino como siempre- de los versos no pasa por ser la canción más grande de su carrera, pero enhebra una continuidad melódica y contribuye a recuperar el contorno del carisma identitario de la banda de Glasgow. No hay nada nuevo aquí, pero todo es mullido, amable, confortable. Te sientas en un pub con tu viejo amigo.
Cuando llega "The party line" la cosa se complica, porque el primer single del grupo llega pasados ocho cómodos minutos de música sencilla, para abanderar el giro de timón del que la banda presume durante la promo de "Girls in peacetime want to dance". Estamos ante una canción de disco azucarado, con sus teclados, su batería sintética y sus handclaps animados, pensados para engrescar al personal a mover los pies y las cabecitas al tiempo que los fraseos de terciopelo de Murdoch incitan a saltar a la fiesta de la pista y olvidarnos de todo lo de antes. Es como ver a tu colega subir de tono sin venir a cuento, perder un punto los papeles o defender una idea que, a priori, no parece encajar en el contexto.
¿Donde está el problema? En que, más allá de que "The party line" entusiasme y epate verdaderamente, o sirva como single a unos, mientras los otros, los hipsters más viejos y fundamentalistas del lugar, se ponen lánguidos y nostálgicos, con el semblante ensombrecido al percibir ese cierto aire de, pongamos, Sophie Ellis Bextor, esa canción evidencia la trampa y la falta de coherencia del álbum: no es cierto que el regreso de Belle And Sebastian sea una apuesta unívoca por la música disco, el pop de baile hecho a base de ritmos infecciosos y teclados refulgentes. Más bien, se trata de un pupurri de canciones atadas sin demasiada maña, dando lugar a un reguero discordante donde lo mismo encontramos estos guiños a la pista como pop de guitarras y teclados y baladas de orfebrería pop relentecida a la enésima, sin que el conjunto de todo adquiera verdadera gracia. Tu amigo está hecho un lío, y no sabes si le entiendes.
En la misma estela del single, encontramos "The power of three" que es puro retro melifluo, con la voz de Sarah Martin saltando a primer plano, aunque sus entonaciones cálidas no logra hacer olvidar la huella, ya lejana, de Isobel Campbell. "Play for today" también tiene algo de disco lánguido, pero, con su dueto de garrafón se convierte en una canción baratija y un tanto sonrojante. Algo más airosa sale "The book of you" con su candor encendido y su estribillo coreable. Pero hablamos de cortes sueltos, islas sin ligazón alguna en un mar sin orden.
Porque a mitad del disco aparece "The cat with the cream", una balada abúlica, de tono bajo y tenue que no viene a cuento, ni responde a la supuesta idiosincrasia alegre de la nueva obra de los de Glasgow; una cancioncilla olvidable que expira violines y vocecitas con una delicadeza y letanía que acaba adormeciéndonos sin llegar a conmovernos en ningún punto. Y en ese momento llega la gran astracanada: el subidón de "Enter Sylvia Plath" parte el disco en dos, llega con una fuerza destemplada que enarca todas las cejas y, ay, corre sobre un ritmo de teclados que recuerda bastante al gitano con la cabra en la esquina de abajo de casa.
A partir de ese punto de fractura, que, lo reconozco, invita en cierto modo a apagar el reproductor, la banda se pierde en lo intrascendente y deja el álbum roto, convirtiendo el cancionero en un organismo de música invertebrada. "Girls in peacetime want to dance" no llega a ser un gran disco porque se han tomado algunas malas decisiones a la hora de definir su intención, aunque, a rasgos generales, parte de un momento de composición inspirado, y plasma algunos buenos tramos de música.
Con todo, no puedo evitar encontrar la belleza en ese estribillo con aire de partisano en "The everlasting muse" que pone la piel de gallina en la linealidad de sus frases ligadas sin respiración, y la crecida acompañada de trompetas y segundas voces. Eso sí, entiendo que emocione tanto como pueda provocar risas. Y, con todo, habrá quien solo valore los cortes que se parezcan puramente a las canciones más clásicas de la banda, piezas como "Ever had a little faith", aunque queda evidenciado que para que el disco floreciera con dirección y sentido, debería haber predominado o bien eso o justo lo otro, los sintetizadores animosos. Porque, en este caso, la mezcla no funciona, y cuando la cosa no gira como debería, uno suele sentirse estafado con anunciamientos contracorriente, como los que precedían este disco.
Escuchando "Girls in peacetime want to dance", las preguntas se remueven en el aire:
*¿A los hipsters de hoy en día les pone Belle And Sebastian, o la tropa de Murdoch se ha quedado en una ñoñería pop perdida en el tiempo?
Pues yo creo que estas cancioncillas, las fotos con paraguas por Escocia y demás podrían irles de perlas a los modernos de ahora. Si los hipster flipan con el candor de "Moonrise kingdom" , ¿por qué no van a vibrar con un artefacto kitsch e inconexo como "Girls in peacetime want to dance"
*¿Qué despierta escuchar de nuevo la voz de Stuart Murdoch?
Si abres las orejas, puedas hacer un viaje en el tiempo y sentir lo mismo que sentiste la primera vez que le escuchaste, ya fuera odio o afinidad. Porque el bueno de Murdoch sigue en plena forma, y, pese a sus síndromes de fatiga crónica y todas sus distracciones y derivaciones artísticas, sigue siendo un músico listo para saltar a las tablas, o, por lo menos, a los estudios.
*¿Sirven de algo las torsiones y probaturas estilísticas?
No, si no se saben justificar y encauzar. Este disco es una prueba de que un regreso a la grandeza implica que fuiste grande, y, justo por haberlo sido, ahora no sirve hacer las cosas a medias.
...Y así...
En definitiva, ya se sabe como son los amigos, los de toda la vida: despiertan sentimientos encontrados, a menudo tienen gestos que desesperan, cambian de idea sin pensar, pero en definitiva, sabemos quienes son y, cuando estamos con ellos, nos damos cuenta de por qué un día nos acercamos. Cuesta darles la espalda, hasta cuando se ponen imposibles.
Al fin y al cabo, hay algo a lo que Belle And Sebastian siguen siendo fieles e invariables: dar testimonio melódico de como ven el mundo, un todo bello e imperfecto.

Albert Fernández
En el desorden de los años, Albert Fernández ha escrito renglones torcidos en publicaciones como Mondo Sonoro, Guía del Ocio o Go Mag, tiempo en el que ha tenido oportunidad de ir de tapas con Frank Black o escuchar a Patrick Wolf bostezar por teléfono. Además, ha sido jefe de redacción de las secciones culturales de H Magazine, y ha aportado imaginación tras los micrófonos de Onda Cero, Cadena Ser y Scanner FM, donde facturó la sitcom musical de creación propia “2 Rooms”. Aunque sabe que no hay lugar mejor que aquel de donde viene, a Albert no le hubiera importado nacer en Gotham City o en el planeta Dagobah. Con tendencia a la hipérbole y a la imaginación desatada, Albert sigue buscando el acorde que dé la vuelta a sus días.
Lee lo útimo de Albert clicando aquí