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Future IslandsSingles4AD 7,2Synth-pop
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El sabio persa Manes (instigador del fatídico maniqueísmo) sería muy sabio, pero metió a la crítica cultural, milenios antes de su creación, en un buen aprieto. A veces, los libros, los discos o las películas no son ni buenas ni malas; simplemente, son. Son una sensación, son una ducha en el infierno, una estufa en el desierto (por la noche) o simplemente un libro, un disco y una peli en el aburrimiento. A veces, la música, por mucha trascendencia que algunos le puedan encontrar o por mucha simpleza que otros le achaquen, es simplemente música.
Este es el caso de “Singles”, el trabajo que los americanos Future Islands presentaron ayer. Ni bueno ni malo. Tampoco mediocre. Si fuera literatura tendría lo dinámico del Roal Dahl más juvenil y si fuera cine, lo colorido del Tim Burton más estroboscópico. Y es que, además, incorpora en su zénit (las canciones “Light House”, “Like the Moon” y “Fall from Grace”) unos oscuros y sutiles tijeretazos de desazón o desamparo que recuerda el salvajismo del Dahl más adulto y lo mutilador del Burton más tenebroso.
En cualquier caso, esa combinación Dahl + Burton solo permite una posibilidad: “Charlie y la Fábrica de Chocolate”, cuya trama de singladura cósmica a través de las fantasías de un goloso no resulta lejana a la sensación que imprime el disco como conjunto. Primero, porque no consigue escapar de una cierta sensación de empalague; segundo, por los teclados medio ochenteros, medio hipsters, que ponen la base de los diez temas y los agrupan. Y es que, ante todo, “Singles” es un conjunto, un viaje con sus momentos de exaltación, de aburrimiento y de cansancio.
Empieza con grandes promesas con “Seasons”. Es como el gran vestíbulo de un hotel que resulta tener unas habitaciones sucias y decadentes. En cuanto se escucha un par de veces no es difícil intuir que el último cambio de sello discográfico (publican por primera vez con 4AD: lo mainstream dentro de lo independiente, con muchísimo más recorrido que su anterior casa, Thrill Jockey) o, al menos grabar al otro lado del Atlántico, los llevó a componer algo hecho para gustar de inicio. De ahí que la tocaran en su debut televisivo (en “The Late Show with David Letterman”) hace tres semanas. La canción se traga como nada pero no se digiere con tanta facilidad: se repite más que el ajo. Sin embargo, la primera insinuación de su potencial llega con “Spirit”. Ahí es cuando el viaje da un sobresalto y coge ritmo, totalmente dirigido por la voz de Samuel T. Herring, suave y accesible en la calma y mucho más misteriosa, de una textura incierta, cuando le toca subir y enfatizar.
Después llega una de esas etapas mediocres, en las que subes a la cubierta del crucero vestido de blanco, con un selecto cóctel en la mano y tratas de ligarte a una mujer de vestido rojo o a un tipo duro de camiseta de asas y brazos contundentes. “Sun in the Morning”, “Doves” y “Back in the Tall Grass” resultan dentro del disco, en este sentido, unas imágenes tan típicas y tópicas como sus propios títulos (o como la frase “típico tópico”).
Pero entonces, en plena euforia de la jarana, llega una carta desde casa que nos pone nostálgicos. “A Song for Our Grandfathers” es lo que sale de ahí, donde el bajo de William Cashion corrige el rumbo pachanguero de los teclados y hace que la voz de Herring retome el poso de misterio que antes se intuía en “Spirit”. Con esta disposición se entra de lleno en lo verdaderamente interesante. Los días se vuelven más frescos y se acaba la barra libre. El bajo sigue cobrando protagonismo en “Light House” (con un inicio preocupantemente similar a “Lobo hombre en París”) y los sonidos recurrentes y empalagosos de los teclados se depuran hasta volverse un complemento y no un argumento. Las visiones inquietantes de unas ruinas en la orilla y de unos piratas acechando la borda lo convierten todo en algo mucho más interesante. Así llega “Like the Moon”. Efectivamente, la luz tenue de la luna se entrevé entre las nubes y el disco adquiere un cariz mucho más sentido y coherente. Sin perder la sencillez de las canciones previas, sí se intuye un duende, algo que, al contrario que en “Seasons”, hace que queramos volver a escuchar el disco para despiezarlo y descifrarlo. También para quitarnos la acidez estomacal de ese primer tema.
Es un tono que permanece en “Fall from the Grace”, una especie de balada que, no obstante, consigue el efecto circular del disco al hacerlo precisamente caer de su estado de gracia y derivar en “A Dream of You and Me”, una canción tan fácil como la primera. El barco encalla, pero todos salimos vivos y seguimos pasándonoslo muy bien en la playa, con ganas de volver en otro crucero a casa, de abrazar a Willy Wonka y poner “Singles” una vez más.

Brais Suárez
Brais Suárez (Vigo, 1991) acaba de estrellarse con su idea de vivir escribiendo aun sin ser escritor. Dos periódicos gallegos se encargaron de dejarle claro que mejor le iría si recordara mineralizarse y supervitaminarse, lo que intenta gracias a colaboraciones esporádicas con algunas revistas y otros trabajos más mundanos que le permiten pagarse su abono anual del Celta y un libro a la semana. Por lo demás, viajar, Gatsby y estroboscopia lo sacan de vez en cuando de su hibernación.