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mundial23a

Mundial: Semis 2

No hay pena como la holandesa

 

Texto de Milo J. Krmpotic'

Fotos Fifa.com

 

Argentina 0 – Holanda 0

(4-2 por penales)

Si el Brasil-Alemania se asemejó a una película de Quentin Tarantino, con sus orejas rebanadas y sus relojes escondidos en la cavidad anal y su capacidad para volver fascinante la más cruel de las matanzas, la segunda semifinal tuvo, en cambio, bastante de película de arte y ensayo hablada en un idioma ignoto, con eternos planos-secuencia de zagueros pasándose el balón y una banda sonora tirando a minimalista: su gracia –que la hubo– resultó desde luego muy minoritaria. Si Löw supo dónde atacar (con Khedira como estilete de una presión que hizo sangre en la cicatriz dejada por Thiago Silva), tanto Sabella como Van Gaal demostraron tener muy claro cómo defender, los unos negándole espacios a Robben, rodeando constantemente a Messi los otros.

 

Robben y Messi. Messi y Robben. La comparación entre ambos me lleva a pensar en un viejo chiste:

Un tipo se encuentra a un amigo por la calle y le pregunta por la hinchazón de sus mejillas y el morado que luce en un ojo.

-Es que cada vez que veo a una tía le pregunto si quiere venirse a casa a follar –le aclara.

-Vale, entonces ellas te arrean de lo lindo.

Y el amigo, tan sonriente como Romero al final de la tanda de penales, le contesta:

-Sí, pero no sabes lo que follo…

Pues bien, Robben es el ligón que se planta compulsivamente en el camino de todas, una y otra y otra vez. Mientras tanto, Messi se toma su tiempo, otea la sala, se bebe una copa, sube a dar una vuelta por el piso de arriba, sale a que le dé el aire, se queda hablando con el segurata, como si estuviera esperando a la mujer de su vida, vamos, antes de decidirse por fin a probar suerte. Y, curiosamente, ambas filosofías copulativas-balompédicas se quedaron a dos velas, pero el fracaso de la primera, mucho más merecedora de llevarse el gato al agua, se vio sellado por el apellido de la verdadera estrella del partido.

 

Ha crecido Argentina a lo largo del campeonato, qué duda cabe. Desde el delirante debut ante  Bosnia, su esquema ha ido ganando sentido común y, con ello, solidez. Pero, mientras Messi dejaba de decidir los partidos en el área contraria, Mascherano ha comenzado a salvarlos en la propia. Irregular en la creación, “el Jefecito” (¡que alguien le quite el diminutivo ya!) supo ser siempre la pierna que movía la cuna. Si había que sacar la pelota, ahí estaba él, incrustándose entre los centrales. Si un pase propio o ajeno era interceptado, su colocación o su esfuerzo por recuperar el balón o un tackle medido devolvían la tranquilidad a la zaga albiceleste. Y, cuando Robben por fin logró romper por el centro para plantarse delante de Romero –cosa que sucedió sobre la guillotina del minuto 89–, fue su dedo gordo del pie derecho el que desvió a córner, tras agónica carrera, el disparo de la estrella holandesa.

 

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En su día nacional, Argentina fue más que nunca esfuerzo. El de Higuaín, presionando en solitario todo el frente de ataque. El de Lavezzi, única arma ofensiva durante los primeros sesenta minutos con sus desmarques por la banda derecha. El de Enzo Pérez, tomando la responsabilidad que Messi declinaba a la hora de atravesar líneas rivales (los tres fueron sustituidos y ninguno de los remplazos pudo mejorar su actuación). Sin olvidar a Demichelis, quien logró heroicamente no hacerse expulsar, o a Zabaleta, que disputó buena parte de la prórroga masticando una venda tras partirse la boca contra la espalda de Kuyt. Y mentando una vez más a Mascherano, que durante el primer período había sufrido un pequeño desmayo después de un choque cabeza contra cabeza.

 

Y si Holanda de nuevo fue sinónimo de pase (818 llegó a sumar durante los 120 minutos), en esta ocasión el corsé, la concatenación de las libretas de los dos entrenadores, pudo con su alegría: tres disparos entre los tres palos firmaron únicamente, y de ellos sólo uno exigió la respuesta de Romero. El destino, entre irónico y generoso, había puesto en su camino a los tres ogros de su historia mundialista, las tres selecciones que en el pasado le arrebataron la gloria última. Con España, como bien sabemos, se tomaron ya cumplida revancha en la primera jornada de la fase de grupos. Pero la venganza no alcanzará a Alemania porque ante Argentina se le atragantaron sus dos grandes carencias contemporáneas: la creación en espacios cortos, cuando ninguna llanura virgen se abre ante la galopada de Robben, y la falta de gol, porque Van Persie sólo marca de bella estampa y Huntelaar (cambio que anuló la opción Krul de cara a los penaltis, ya que los Oranje habían sufrido anteriormente dos lesiones) no tuvo tiempo de entrar en juego.

 

Llegado el momento decisivo, intentó Cillessen remedar las maniobras de intimidación con que su colega bajo los palos había amedrentado a Costa Rica, pero el árbitro estaba sobre aviso, el muchacho no luce la misma cara de psicópata y, de últimas, los argentinos respondieron al vicio de los nervios con una doble virtud: la colocación (Messi y Agüero) y el fusilamiento sin prejuicios (Garay y Maxi). Romero, por su parte, afeó el partidazo de Vlaar repeliendo ese primer lanzamiento holandés y repitió acierto con el tercero, a cargo de Sneijder.

 

El 30 de junio de 2002, en el primero de sus cuatro Mundiales, Miroslav Klose vio cómo Brasil le arrebataba el título en el estadio de Yokohama. Doce años después, el polaco-alemán se convirtió en el máximo goleador de la historia de las fases finales con un tanto que contribuyó a destruir a la canarinha en su propia casa. De forma paralela, veinticuatro años llevaba Argentina sin pisar el último escalón y su rival será precisamente su verdugo del Olímpico de Roma aquel 8 de julio de 1990: la Maanschaft. ¿Ganará Tarantino? ¿O triunfará el arte y ensayo? ¿Volverá Messi por sus fueros? ¿Se cortará Palacio esa ridícula coleta? La respuesta a todas estas apasionantes cuestiones, el próximo domingo en Maracaná.

 

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Milo J. Krmpotic’

Milo J. Krmpotic’ debe su apellido a una herencia croata, lo más parecido en términos eslavos a una tortura china. Nacido en Barcelona en 1974, ha publicado contra todo pronóstico las novelas “Sorbed mi sexo” (Caballo de Troya, 2005), “Las tres balas de Boris Bardin” (Caballo de Troya, 2010), “Historia de una gárgola” (Seix Barral, 2012) y "El murmullo" (Pez de Plata, 2014), y es autor de otras tres obras juveniles. Fue redactor jefe de la revista Qué Leer entre 2008 y 2015, y ejerce ahora como subdirector del portal Librújula. Su firma ha aparecido también en medios como Diari Avui, Fotogramas, Go Mag, EnBarcelona, las secciones literarias del Anuari de Enciclopèdia Catalana

 

milo@blisstopic.com