Mundial: Cuartos 2
El torneo pierde la magia
Textos de Brais Suárez y Rodolfo Santullo.
Fotos Fifa.com
Las lesiones de Neymar y Di María, el retorno de Messi a territorios tirando a discretos y el espíritu conservador que en general ha presidido estos cuartos amenazan con torcer definitivamente la promesa de buen fútbol y emoción generada durante la fase de grupos. Por si fuera poco, el enfrentamiento entre Holanda y Costa Rica debía despedir bien a los firmantes del juego más dinámico del campeonato, bien al combinado revelación, mezcla de disciplina táctica y coraje. Y, en este Mundial de porteros, Navas sostuvo a los suyos durante 120 minutos, pero Louis Van Gaal jugó sus cartas con maestría al reservarse el tercer cambio hasta el descuento de la prórroga y dar entrada al cancerbero suplente, Tim Krul, quien se convirtió en el héroe de la tanda de penaltis deteniendo dos lanzamientos. La segunda semifinal, pues, será una redición del último partido de Argentina’78. Y ojo que Robben llega en mejor momento que el 10 de la albiceleste.
Argentina 1 – Bélgica 0
(Higuaín 8’)
Un verano de Mundial es como contratar un canal temático de cine al quedarse de vacaciones: casi siempre hay cómo matar las horas muertas, con la práctica garantía de poder ver una película decente. Sin embargo, aquí tocó la clásica de sábado por la tarde. Y de Telecinco, encima. No sólo mató las horas muertas, sino que aniquiló la luz del sol y la inocencia de los niños. Así fue el Argentina – Bélgica, una especie de telefilm barato en el que hubo muy poco más que dos planteamientos obvios y una ejecución básica como un plato, con algunos efectos especiales más de Bollywood que del suroeste americano.
Transcurridos los primeros cinco minutos ya sólo el mal tiempo (o una profunda desidia) incitaban a quedarse delante del televisor y padecer los intentos belgas de jugar al fútbol para pasarse el balón, que no al revés, frustrados por una Argentina que gana en solidez a cada partido. Sin embargo, poco más tarde quedó claro quién mandaba, quiénes eran los malos poderosos y los buenos inocentes. Argentina vio en Di María a su asesino a sueldo, pero la defensa se interpuso entre sus disparos y Courtois cada vez que el “Fideo” lo intentaba. Para Higuaín fue más fácil. Un rechace al borde del área y desempeñó su papel al sorprender con una entrada estelar en pantalla, a lo villano cuyos poderes están por descubrir. Entonces, la película parecía abrir miles de alternativas; faltaba una reacción o la matanza completa, pero Bélgica no tenía prisa por resucitar y, obviamente, Argentina mucha menos por reanimarla a golpes. Volvíamos al principio.
Los de Wilmots, que de diablos rojos solo tuvieron el color, preferían tomarse las cosas con calma y se echaron atrás a esperar el balón, como si no hubiera pasado absolutamente nada. Vieron cómo Messi disfrutaba como una princesa ante un espejo, cómo Lavezzi hacía travesuras por la banda, cómo Di María se enroscaba sobre sí mismo y cómo Higuaín seguía explorando sus destrezas. Verlos jugar era algo así como escuchar un coro de solistas: no se entendían, fallaban pases, se atropellaban, pero al menos, uno por uno, sus movimientos poseían una armonía eléctrica y desequilibrante sobre el césped, unos monólogos que no llevaban a ninguna parte, pero que mantenían despierta a la víctima de la tarde del sábado. Las recuperaciones de Bélgica eran, sin embargo, como un mal actor: ya que no podían jugar a lo que Argentina, todos sus intentos se confiaban a Hazard, cuando no a una serie de balones largos y sin sentido. Al final de la primera mitad, no obstante, un error de guión permitió a los belgas entrar por banda, centrar desde la línea de fondo y rozar el gol con un buen cabezazo de Mirallas. Fellaini, por su parte, parecía una holografía traída desde los años 70, con su peinado, sus pantaloncitos y su lentitud. Hizo de cabeza todo lo que no fue capaz de hacer con el pie y por eso fue de lo más destacado.
Argentina no fue buena por jugar bien, sino por no dejar jugar bien a Bélgica. ¿Antifútbol? Puede ser. Ya lo decía Wilmots: “Si yo jugara así, la prensa belga me destruiría”. Quizá no se dé cuenta de que jugó incluso peor y que, en cualquier caso, su condición de visionario fue menos práctica que la de Sabella. La cuestión es que la vuelta del descanso, como en todo telefilm, trajo consigo unos tiros y un par de accidentes, más ruidosos que eficaces, que despertaron al espectador con un sobresalto. Messi e Higuaín no recibían faltas, sino que eran abatidos una y otra vez. De nuevo, parecía que la película podía tomar alternativas, pero lo cierto era que estaba resuelta desde el principio: los dos protagonistas asumían sus roles. Argentina sabía que le tocaba, que tenía que pasar por fin a semifinales; Bélgica traslucía el sentimiento de haber cumplido, de conformarse y de dejar las cumbres más altas para cuando todos sus chavales sean mayorcitos. Argentina impuso su tradición y su oficio frente a Bélgica en un mero encuentro de cultura futbolística que iba más allá de sus jugadores. Era pura lógica y los dos equipos la acataron. Muy de fútbol moderno, por otra parte.
Por eso, no importaron demasiado las dos buenas jugadas de Bélgica en la segunda mitad porque ahí estaba Higuaín para advertir de su poderío con un trallazo al larguero. Tampoco importó el mano a mano que falló Messi hacia el final, pues tuvo tan poca relevancia como los tiros lejanos de De Bruyne. Solo la joven víctima, ya maniatada y torturada en un almacén de las afueras de la gran ciudad, se revolvió contra sus raptores con verdadera furia en los minutos finales a base de balonazos. Ese debe ser el fútbol que gusta a la prensa belga, pero no a sus delanteros, que veían el balón más como una amenaza que como un instrumento.
Principio aburrido y final trágico anunciado. Jamás una tarde de sábado en Telecinco podrá ofrecer nada mejor. Bélgica no fue la de otras ocasiones, porque su rival no fue el de otras ocasiones. A ver qué pasa con Argentina cuando se enfrente a lo serio. Brais Suárez
Costa Rica 0 – Holanda 0
(3-4 en penaltis)
El Mundial de los arqueros. Así ha sido llamado en más de una ocasión este Brasil 2014 y es verdad que no faltan razones. Lo realizado por Ochoa, Ospina, Bravo, Enyeama, M´Bohli, Howard, Neuer… ha sido notable. Sencillamente notable. Sin importar si sus equipos ganaron o perdieron, los arqueros hicieron esfuerzos sobrehumanos. En ese puesto tan ingrato, lejos del reconocimiento del crack, donde el más mínimo error te marca la carrera para siempre, este Mundial ha sido el de ellos. Aunque ha sido el torneo con más goles anotados hasta el momento, han sido la diferencia. Y entre todos ellos se eleva Keylor Navas.
Figura de esta Costa Rica sorprendente, Navas ataja en un club humilde en relación a sus colegas (el Levante de La Liga) dónde también fue destacado. Es la solución final de un equipo que llegó a este Mundial como el cartón ligador, el punto, el fácil, el que seguro iba a ser vencido por todos. Y se va del mundial invicto, quinto lo más probable, en la que es la mejor actuación de toda su historia. Y, si bien eso se lo debe primero que nada al gran técnico Pintos -quien dio clases de estudio de los rivales, a los que supo detener y neutralizar siempre- y a la entrega de un notable equipo parejo en su desempeño, el último escollo a vencer, el héroe final que se retira perdedor pero invencible, fue Keylor Navas.
Así se planteó el partido contra Holanda, que a priori era el más accesible de toda esta ronda de cuartos y fue el único que realmente tuvo emoción. Porque Costa Rica siguió siendo despreciada, subestimada a pesar de lo demostrado. Y Holanda -que fue mucho más en todo el partido, para qué negarlo- se encontró con que no iba a ser tan fácil. Los ticos habían venido a vender cara la piel, parados en un sistema que sin vergüenza alguna asumía dos líneas de cinco y esperaba por ese contragolpe que les diera la victoria (y que no ocurrió en los últimos minutos del alargue porque lo impidió Cilessen). Holanda iba e iba. Pero encontraba muy pocos espacios para pasar, para provocar sus ataques velocísimos. Y, cuando los conseguía -especialmente en los pies de Robben, quien sigue intratable, o de Sneijder, que esta vez acompañó muy bien- encontraba a Keylor Navas. Tres veces tuvieron ellos o Van Persie el gol de la ventaja en el primer tiempo y allí estaba el portero.
En el segundo, Costa Rica impuso aún más su juego. Y comenzó a ocurrir un fenómeno extraño. ¿Cómo se puede hinchar por el equipo que no llega al arco? ¿El que simplemente se dedica a defender? No lo sé, pero yo hinchaba con todas mis fuerzas por los ticos. Por cada pelota que cortaban, cada tranque y cada atajada de Navas, que volaba de palo a palo una y otra vez. Comenzó a hacerse evidente el resultado, incluso para Van Gaal, quien se guardó una carta en la manga, pensando en los penales que claramente se le venían encima. Porque Costa Rica no había venido hoy a ser batida y el propio arco de Navas parecía defenderlo, rebotando no una, sino tres veces en la madera, las pelotas a las que no llegó.
Y llegaron los penales y entonces entró Krul. No, no es la mítica película dirigida por Peter Yates, sino un gigante que entró por Cilessen para los tiros finales. No pude dejar de sentir que la movida -aunque perfectamente legítima- tenía algo de sucio, de desleal. Cosas mías, seguramente. Krul entró, provocó a cada pateador tico, se movió haciendo los mismos gestos de un villano de mala película de acción, pero atajó dos penales que le dieron la clasificación a Holanda a las semifinales. Bien por él, que vuelva a ver desde el banco cómo enfrentan a Argentina cruzando los dedos para que se supere una vez más el alargue y pueda repetir sus minutos en el campo, que está visto no se le pueden dar si no hay penales.
Yo me quedo con el enorme Keylor Navas, quien se va del Mundial con apenas dos goles en contra (uno de ellos de penal). Me quedo con la inmensa Costa Rica -verdadera revelación en vez de esa mentira sin sangre llamada Bélgica, que la prensa nos vendió desde antes incluso de empezar-, quien se va invicta. Me quedo con Bolaños, Campbell, Ruiz, González, Tejeda, Borges y el técnico Pintos. Me quedo con el equipo del Mundial. Rodolfo Santullo

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