La Ciudad Secreta
Ahuyentar al público
Javier Calvo
“[Hacemos] música de individuos dirigida a individuos, no a masas. Hacemos música para quien la escuche. En este sentido hemos conseguido que no nos distraiga ninguna abstracción como gente, público etc”. Estas palabras las firmaron en los años 70 los integrantes de Perucho’s, una de las bandas más justificadamente legendarias del underground barcelonés. La historia de Perucho’s, que fue una de las primeras bandas realmente subterráneas de la ciudad, viene a ser en muchos sentidos el patrón de toda la escena posterior. Existieron durante cuatro o cinco años, tocaron siempre delante de cuatro gatos, las pasaron putas que alguien les hiciera un disco y se separaron de puro hartos. Cuenta la leyenda que en la sala Zeleste les pagaron una noche que tenían contratada con tal de que NO tocaran. La música de Perucho’s, tal como nos ha llegado al público en el último álbum que grabaron, de 1979, justifica con creces el fracaso en vida de la banda. Un cóctel oscuro de free jazz y noise, disonante y chirriante, con temas de dos minutos, dos saxos chillando y una guitarra tarumba, algo tan fuera de lugar en la Barcelona de los 70 como, no sé, un tebeo de Marvel en la era victoriana.
No es ninguna coincidencia que Perucho’s sean la obertura más o menos oficial de la historia que se cuenta en "La ciudad secreta", del periodista musical Jaime Gonzalo, un libro extraño, inquietante y en última instancia intensamente sombrío. Subtitulado “Sonidos experimentales en la Barcelona pre-olímpica 1971-1991”, "La ciudad secreta", publicado por Munster Records, es tantas cosas metidas en un solo libro que ni siquiera la generalidad de su subtítulo le hace justicia. Es una diatriba. Es una epopeya trágica. Es un acto glorioso de arqueología. Es un mapa/itinerario psicogeográfico. Y es, inevitablemente, un homenaje. Estrictamente hablando, se trata de una crónica periodística del nacimiento de la escena musical de vanguardia o experimental barcelonesa, que coincidió en el tiempo más o menos con el nacimiento del punk y, según Gonzalo, tuvo su apogeo en los 80, hasta que llegaron los Juegos Olímpicos y la presión institucional y los cambios sociales y culturales acabaron con la eclosión de creatividad que se había dado en el underground. Este componente de diatriba es uno de los hilos conductores del libro: diatriba en primer lugar contra Barcelona, sus instituciones y las derivas malignas que llevaron a su transformación gradual a partir de los 90 en la aberración cultural y social que es hoy en día. En un plano secundario, la diatriba contra la cultura de tendencias incurre involuntariamente en una especie de aporía, puesto que, como uno va deduciendo de las docenas de entrevistas que hay en el libro, la escena de vanguardia underground barcelonesa no habría llegado a existir sin las muchas modas soporíferas contra las cuales se definió (jazz-rock, folk layetano fumeta, traperos del río, movida madrileña y nueva-ola con tufo a laca). La escena experimental, y en el libro se aprecia claramente, tuvo más de insulto sofisticado y de exclamación vehemente de lo que podría parecer a primera vista.
Para quienes no lo conozcan, el sonido de vanguardia barcelonés también es más homogéneo de lo que parece. Escuchando la fabulosa colección de CDs que acompaña al libro, pronto a uno lo empieza a abrumar el aire de familia, que no solamente tiene que ver con el baile de músicos de una formación a otra, sino que procede de la construcción colectiva de algo parecido a un “sonido local”. Básicamente ese “sonido Barcelona” vendría a ser una fusión de improvisación free con avant-rock y rock industrial, muy teñida de ironía y humor negro, ocasionalmente intelectual, casi siempre oscura y a menudo abrasiva. También, hay que decirlo, ha sido siempre un sonido particularmente inmisericorde con el público profano. No apto para oídos “sensibles”. De hecho, pese a la coincidencia en el tiempo, el punk-rock –con su inmediatez– no fue un componente explícito de la mezcla, y eso fue lo que acabó de darle su forma a la escena. Una escena completamente distintiva y autóctona, tal como apunta Gonzalo, aunque en otras partes del testado pudieran pasar cosas parecidas de forma aislada. El disco de Perucho’s y la discografía de Macromassa en los 70 y 80 serían el canon de ese sonido, que evidentemente experimentaría desviaciones, a veces hacia lo cósmico, a veces hacia el folk psicodélico, el free-jazz, el punk o el spoken word. Cuando yo llegué a la escena como espectador, a finales de los 80 o principios de los 90, el sonido ya estaba definido, y aun hoy en día su huella se sigue percibiendo en las bandas nuevas que salen.
Es en su trabajo de documentación, lo que antes he llamado su gloriosa arqueología, donde el libro apabulla. No hay sitio aquí para ser exhaustivo, pero la época generó manifestaciones musicales prodigiosas, muchas de las cuales no salieron del circuito subterráneo o incluso nunca llegaron a ver la luz. Los diversos periodos de Macromassa, sin ir más lejos, con sus extraños puentes a la literatura, las drogas y el dadá. La locura seminal del álbum de Perucho’s, igual de actual ahora que cuando se publicó por primera vez. El noise descontrolado de Los Psicópatas de Norte, la hermosa brutalidad proto-industrial de Xeerox, la oscuridad sin límites de Tendre Tembles, bandas que han permanecido prácticamente inéditas a lo largo de las décadas. El increíble art-rock de resonancias neoyorquinas de "Àfrica roja" de Klamm. El folk alucinado y visionario de Jaume Cuadreny, que en vida únicamente grabó el maravilloso single "Liquid car". El increíble sonido de Koniec, salvaje y cerebral al mismo tiempo, parecido a una versión más sarcástica de John Zorn. La belleza insospechada de los collages ruidistas de Anton Ignorant, que se vería continuada en su proyecto Avant-Dernieres Pensées. El "Evrugo Mental State" de Zush y Tres, los discos de Vagina Dentata Organ y muchos otros. Y los nombres que van recurriendo a lo largo de las décadas, en proyecto tras proyecto, chamanes incesantes de la escena subterránea: Víctor Nubla, Oriol Perucho, Anton Ignorant, Javier Hernando, Oriol Pons de Vall, Joan Saura.
Antes he hablado de epopeya trágica para referirme a la historia del libro, y admito que ahí hay un componente de evaluación subjetiva por mi parte. De todas maneras, creo que hay que admitir al menos que no es una historia muy alegre y luminosa. El legendario álbum de Perucho’s con el que yo abría esta reseña se reeditó hace tres años, coincidiendo con el regreso al escenario de los dos miembros supervivientes de la formación, pero esa reedición es una excepción pasmosa. Macromassa pusieron su discografía en Internet para escucharla gratis, en un gesto que les honra, pero es que su carrera misma es la excepción a la norma de las bandas de la ciudad secreta: en gran medida ha tenido una continuidad, una cohesión, una armonía y un éxito (a un nivel pequeño) completamente singulares. El resto de biografías de bandas del libro es desolador. Los proyectos musicales duraban en muchos casos un año, si llegaba, y en el mejor de los casos dos o tres. El público siempre fue escaso y algo endogámico. La gran mayoría nunca encontraron discográfica para su música y únicamente grabaron casetes de circulación subterránea o caseros. Muchas grabaciones se han perdido a lo largo de las décadas. Con algunas excepciones, la música de "La ciudad secreta" es una música olvidada. La heroína y los suicidios se cebaron con bastantes de sus protagonistas. Otros simplemente se vieron obligados a dejar atrás la música. Casi nunca hubo reconocimientos posteriores. También los escenarios del libro comparten esa condición de ríos perdidos. Definiéndose en gran medida contra salas como Zeleste o festivales como Canet Rock, la escena experimental barcelonesa de finales de los 70 generó sus escenarios alternativos, que componen el itinerario psicogeográfico (y fantasmal) del libro de Gonzalo: la Sala Orquídea, el Club Helena, las comunas de la Floresta, el primer Màgic.
"La ciudad secreta" no es un libro perfecto. Su apuesta por el registro periodístico estricto lo constriñe demasiado y genera unas montañas de nombres y datos en bruto que ahogan un poco la lectura. También uno sospecha que el autor podría haber construido un discurso más articulado en lugar de dar tanta información. Sin embargo, dejando de lado estas salvedades, que me importarán a mí pero seguramente a otros lectores no, el resultado me parece igualmente glorioso. No me parece un libro que lo vaya a tener fácil para salir del “gueto” experimental, y es una lástima. En la parte de su epílogo donde Jaime Gonzalo repasa los festivales, promotoras e instituciones que han hecho posible que perdure hasta hoy en día la escena experimental barcelonesa, hace un alegato claro a favor de Gràcia, el barrio de Barcelona donde la escena más o menos se ha refugiado desde hace décadas. Y ahí radica el peligro: que, al ser un libro tan rabiosamente local, acabe naciendo y muriendo en esos callejones de la Gràcia subterránea y oculta, plasmada en las novelas de Víctor Nubla o Sebastià Jovani. Para mí, sin embargo, ha sido una lectura absolutamente reveladora, mucho más descubrimiento que recordatorio, sin duda uno de los libros importantes del año. El documento de un ataque decibélico sin precedentes, de una belleza extraña y oculta, de un reinado anarquista y dadá. También de una generación de creadores que empieza, por edad, a desaparecer, en una ciudad que lleva décadas combatiendo con saña la diferencia y la rebelión, en una época particularmente cruel con el arte. Personalmente, si me encuentro a su autor por la calle le rogaré que empiece a trabajar ya en un segundo volumen de esta historia.
“La Ciudad Secreta”
Jaime Gonzalo
Munster Records
280 págs. 3xCD
48 €.

Javier Calvo
Javier Calvo es novelista y traductor literario residente en Barcelona. Entre sus novelas están "El jardín colgante" (Seix Barral, 2012), "Corona de Flores" (Mondadori, 2010) y "Mundo maravilloso" (Mondadori, 2007).