Menu

 

 

intro

Lou Reed en 10+2 canciones

LouReedWarholMotion


De todos los cadáveres andantes del rock –esa generación de músicos que superan ampliamente los sesenta, o incluso los setenta años, y que han sobrevivido a todo tipo de adicciones y abusos– Lou Reed parecía el que más en forma estaba, el que iba a enterrar a todos los demás. A sus setenta y un años era sin duda el que llevaba una vida más sana y el que parecía tener la cabeza más en su sitio –era también el único dispuesto a seguir ensanchando los lindes de su propia obra sin caer en la parodia, aunque fuera a costa de traspiés como el de “Lulu” (11), ese álbum de pesadísima digestión que perpetró junto a Metallica. Todavía no están claras las causas de su muerte, pero todo apunta a que el trasplante de hígado al que tuvo que someterse en mayo tiene algo que ver en el fatal desenlace.

 

Ahora que se ha ido toca hablar del hombre, y no es fácil hacerlo sin caer en lugares comunes, porque hay pocos mitos en la historia del rock más grandes que Lou Reed. Como cabeza visible de The Velvet Underground (los logros de la banda no habrían sido posibles sin la feliz alineación de todos sus miembros y de algún agente externo como Andy Warhol), y más tarde en solitario, su presencia resultó fundamental para extender los límites en los que se movía la música popular, para ampliar su vocabulario, de manera que las partes sórdidas y feas de la sociedad tuvieran también su particular banda sonora –ese “lado salvaje” al que le gustaba arrimarse–. Un romper los límites que también se puede extender a los aspectos musicales: junto a John Cale introdujo la auténtica semilla de la vanguardia dentro del rock, hizo germinar la idea de que aquello era algo más serio que un puñado de jóvenes con greñas haciendo ruido. Una idea que varias generaciones de músicos han recogido y expandido durante varias décadas: la influencia de The Velvet Underground es un árbol con una sombra muy alargada, y la historia de la música en el siglo XX sería muy diferente sin su presencia.

 

De Lou Reed se han escrito muchas cosas y estos días se podrán leer muchísimas más, pero tal vez lo más acertado sea decir que era un artista sin miedo a tomar riesgos. Un artista que prefirió en muchas ocasiones hacer saltar todo por los aires, buscar el camino más difícil, antes que repetirse. Y el resultado es una carrera en la que hay unos cuantos discos muy buenos, unos cuantos discos muy malos, incluso alguno mediocre y un puñado de obras maestras: los dos primeros discos de The Velvet Underground, “Transformer”, “Berlin”, “New York”, “Songs for Drella”, que cada uno escoja su preferido. En Blisstopic, incapaces de quedarnos sólo con una canción de toda su discografía, hemos escogido diez canciones, diez momentos grabados a fuego en la memoria. Sirvan como nuestro particular homenaje al eterno huraño. Por Vidal Romero, Manu González, Albert Fernández y Half Nelson; Foto de Andy Warhol

10

10 All tomorrow’s parties

 

Volver a revisitar el trabajo de The Velvet Underground tras enterarme del fallecimiento de Lou Reed es un trago muy duro. Sobre todo enfrentarme a este “All tomorrow’s parties”, canción que cerraba la cara A de mi cassete del disco “The Velvet Underground & Nico”, un tema tan abrasivo, con ese duelo de estéreo que se formaba en tu cabeza (bases y guitarras estaban en cada lado del casco, con la poderosa voz de Nico en medio), que solía dejarme vacío… hasta que saltaba el play. Igualmente, era todo un reto darle la vuelta a la cinta y adentrarse después en el subidón de “Heroin”. Por Manu González

 

Extraído del disco de The Velvet Underground “The Velvet Underground & Nico” (1967)

9

09 Chelsea girls

 

La modelo alemana Christa Päffgen (más conocida como Nico, la superestrella de la Factory de Andy Warhol) odiaba “Chelsea girls”. Ella quería guitarras, baterías y más electricidad… en definitica, un disco de rock’n’rol, pero Reed (junto a Sterling Morrison) le pusieron cuerdas y una flauta. Se ve que lloró cuando escuchó la flauta. Pero “Chelsea girls” es una de las composiciones más preciosas que Lou Reed ha compuesto nunca. Triste y hermosa a la vez, en la que la dulzura de la flauta casa perfectamente con la atonal y varonil voz de Nico. Por Manu González

 

Extraído del disco de Nico “Chelsea girl” (1967)

8

08 Rock’n’roll

 

“Sabes que mis padres van a ser la muerte de todos nosotros”“Loaded” nunca fue mi disco favorito de la Velvet –en mi corazón siempre estará “The Velvet Underground” (1968), en las que Reed compuso sus temas más hermosos–, pero “Rock’n’roll” es un tema difícil de olvidar. Con la Velvet ya fuera de la influencia de Warhol y controlada con mano de hierro por un Lewis Allan Reed que comenzaba a explotar su vena de sex-symbol rockero. La banda comenzaba a ser historia y un par de años más tarde se estrenaba en solitario con “Lou Reed” (un recopilatorio de temas de la VU, 1972) y su capital “Transformer” (1972). Por Manu González

 

Extraído del disco de The Velvet Underground “Loaded” (1970)

7

07 Perfect day

 

Quizás para redondear el mito todas las páginas que se dedican a “Transformer” (RCA, 1972) en el libro-objeto “Atraviesa el fuego” (Mondadori, 2000) son negras, acordes con el espíritu malditista y decididamente sórdido del álbum producido por David Bowie, admirador del sonido sucio y enmarañado de la Velvet Underground. En ese entorno, arropada por trallazos como “Vicious”, la dulzura simple de “Perfect day” con un contenido Reed flotando sobre el piano y el arreglo de cuerdas del co-productor Mick Ronson era un remanso de paz y romanticismo… Excepto si se consideraba que el interlocutor de ese “día tan perfecto / me alegro de haberlo pasado contigo” no era Bettye Kronstadt (a la sazón, novia de Reed en aquella época), sino la heroína. Ese mismo concepto, el de “la adicción” elevada a la categoría de relación sentimental, fue retomado en el LP “Berlin”.

 

 

Curiosamente, muchos años después (y gracias a “Trainspotting”) “Perfect day” fue versionada con fines benéficos por Bono, Elton John, Brett Anderson y otros muchos junto a los propios Bowie y Reed. Por Half Nelson

Extraído del disco “Transformer” (1972)

6

06 Sad song 

 

Tal y como promete su título, el corte que cierra el monumental “Berlin” es también una de las canciones más tristes jamás escritas. Desde ese inicio preciosista, anclado a un luminoso arreglo de cuerda; desde ese lamento al que se entrega el protagonista, mientras despide a su amante suicida con una mezcla de ternura e ironía (“She seemed very regal to me / just goes to show how wrong you can be”), todo está pensado para llegar al clímax de la canción: esa larga, desolada letanía, en la que Reed repite el estribillo como un mantra, mientras a su alrededor se van sumando instrumentos (cuerdas, un coro, guitarras, bajo, batería). El final perfecto para el mejor disco de toda la carrera de Reed, o al menos para el que suscribe esto. Muchos años después, en 2008, quiso el destino que Lou Reed recreara aquel disco en directo, en el malagueño Teatro Cervantes, y que yo estuviera allí para asistir a una fascinante versión de “Sad song”, a la que la presencia de un coro de niños daba unas cualidades casi operísticas. Huelga decir que es uno de los momentos más tristes, y también más felices, de mis recuerdos como espectador de conciertos. Por Vidal Romero

 

Extraído del disco “Berlin” (1973)

5

05 Kicks

 

Tras entregar su espectacular pataleta sónica contra industria discográfica con “Metal Machine Music” (1975), Reed seguía empeñado, como le prometió a su profesor en Syracuse Delmore Schwartz, en escribir la Gran Novela Americana en un disco. Decidido a exprimir, literal y artísticamente, “el lado salvaje de la vida”, Reed dedicó “Coney Island baby” a su compañera de entonces, la transexual Rachel, por la que sentía un auténtico “Crazy feeling”. Sin embargo, dentro del paisaje nocturno reflejado en el LP también se incluían notas de delación (“Charley’s girl”) y un auténtico chute de violencia gratuita en esta “Kicks” que retoma la estructura de subidón de “Heroin” porque rajarle el cuello a alguien “es mucho mejor que el sexo”. Por Half Nelson

 

Extraído del disco “Coney Island baby” (1976)

4

04 All through the night

 

Muy posiblemente “The Bells” sea uno de los álbumes más infravalorados de la carrera de Lou Reed. La libertad estilística que le dio el colchón jazzístico de Don Cherry y Marty Fogel transformó el estilo de Reed como escritor (pasó a versos más largos, con menor atención a la estructura de versos y estribillos) y, sobre todo, como intérprete. Ahora Reed se convierte en un auténtico Lenny Bruce de la música que podía hablar e improvisar durante horas (hay tomas de “All through the night” en directo que rozan los diez minutos) gracias a su estilo recitativo, menos sujeto a lo melódico (del que abusó en sus últimos años). En lo lírico, Reed ya no necesita extraer historias del submundo para hacerse con la atención del oyente, le basta con evocar la muy inquietante sensación de soledad que todo ser humano puede compartir. Magistral. Por Half Nelson

 

Extraído del disco “The bells” (1979)

3

03 Dirty Blvd.

 

Lou Reed era simplemente “the man with strange glasses” en “Blue in the face”, aquella película que sirvió de extraño y entretenido spin-off a “Smoke”, de Wayne Wang. Para cuando la estrenaron, ya había escuchado los discos de la Velvet con fascinación infantil, me había sentido hipnotizado contemplado los reflejos dorados de la portada de una reedición de “Transformer” en la adolescencia, tenía grabada bien adentro la secuencia de aquella peli de Lynch donde Patricia Arquette bajaba de un coche vintage al desacelerado ritmo de “This magic moment”, e incluso había sentido verdadero magnetismo ante el arrebato sincero de un compañero de universidad que sostenía en tono fundamentalista que únicamente escuchaba discos de Lou Reed o la Velvet; pero hasta aquel entonces nunca había visto al mito de Freeport como a alguien cercano, un tipo de barrio que se acercaba al estanco e ironizaba sobre lo saludable que era fumar. Como aquellas películas sobre Brooklyn, “Dirty Blvd.”  extrae su inspiración de la Gran Manzana, de cada rincón apestado de orín y latas de basura. Una canción que refleja la miseria con un pulso vivo, de rock alado, destinado a volar; volar siempre, volar alto, como todos esos recuerdos de momentos perfectos junto a Lou Reed. Por Albert Fernández

 

Extraído del disco “New York” (1989)

2

02 A dream

 

Como un sueño terrible de una noche de otoño, el frío que nos deja la pérdida de Lou Reed nos atraviesa de lado a lado, al tiempo que los ecos de sus más amadas canciones nos acercan a nuestro yo real. Como esta canción que, recién inaugurada la década de los 90, volvía a reunir a  Reed con aquel gran aliado que se convirtiera en su mayor antagonista, John Cale. La muerte de Andy Warhol, el gran referente de ambos, constituyó la verdadera motivación para volver a trabajar juntos tras los tiempos de la Velvet, y así celebrar las artes y los tiempos de Warhol, transmutarse en él, repasar las páginas de sus diarios. “A dream” es como un sueño donde ves tu propia sangre y entonces mueres, una escalofriante pieza de spoken word, donde la voz de Cale enhebra una recapitulación de episodios, desencuentros y ponderaciones que caen como tristes copos de nieve, pisando las teclas de un piano que suena desde otra dimensión, mientras los acordes de la guitarra de Reed se clavan como espinas sobre un campo de miedos, cicatrices y reflejos. Un tránsito irreal asido a la memoria, un paseo trémulo que lleva a un reino helado y onírico. Ese lugar magistral que desdibuja el entorno, y reconcilia a cada mito con un sueño. Por Albert Fernández

 

Extraído del disco de John Cale & Lou Reed “Songs for Drella” (1990)

1

01 A thousand departed friends

 

Posiblemente, los últimos chispazos de genio de Lou Reed se encuentren en “The Raven”, un disco que, como casi siempre sucedió con el neoyorquino, causó división de opiniones: hubo quien lo odió y hubo quien lo recibió como una obra maestra. Escuchándolo diez años más tarde no es ni una cosa ni la otra; más bien se trata de un disco irregular (sobre todo en la versión “larga”, que se extiende a lo largo de dos compactos) en el que sobresalen algunas canciones estupendas, tocadas con energía y con un cierto ánimo experimental. Típico también del inquieto Reed, incluye un invento inaudito: una guitarra de siete cuerdas, responsable del sonido rasposo y extremadamente sucio que recorre “A thousand departed friends”, una canción instrumental –y eso ya es una rareza en nuestro hombre– que parece querer retomar el espíritu de The Velvet Undeground desde una perspectiva oblicua. Ahí están la cadencia hipnótica de la batería y la telaraña de guitarras para confirmarlo, y la presencia de los vientos para añadir el factor despiste: un acento de jazz, tan inesperado como efectivo. Por Vidal Romero

 

Extraído del disco “The raven” (2003)

Bonus

Bonus: Metal machine music

 

De todos los discos que publicó Lou Reed, sin duda el más polémico fue “Metal machine music” (75), un doble vinilo construido a base de superponer capas de distorsión, extraños acordes de guitarra y muchas fuentes de ruido. Un disco en el que no hay espacio para conceptos como melodía o estructura; sólo existe un paisaje alienado, carente por completo de emociones. Odiado por muchos, incomprendido por la mayoría y adorado por unos cuantos –un servidor, que compró una copia a los diecisiete años, intrigado por la leyenda, siempre ha pertenecido al grupo de en medio–, de él se ha llegado a decir que predijo el punk, que se anticipó al noise en unos cuantos años y que es uno de los artefactos más visionarios que nunca se han grabado. Y algo de eso debían pensar Ulrich Krieger y Reinhold Friedl cuando trasladaron el contenido de “Metal machine music” a una notación (ejem) tradicional, para que la orquesta Zeitkratzer pudiera tocarla. El resultado de semejante experimento se puede escuchar (y ver: el paquete incluye un DVD) en “Metal machine music: Live at the Berlin Opera House”, una grabación en directo en la que el propio Lou Reed toca la guitarra durante el tramo final de la pieza. Una pieza que no ha perdido su poder intoxicante y claustrofóbico, pero que de repente suena más amable al oído. Tal vez la caricia de los instrumentos acústicos tenga algo que ver, tal vez sea la inevitable domesticación a la que hubo que someterla para poder realizar la transcripción. Sea como sea, treinta años después, seguía teniendo vigencia; seguía conservando el poder de sorprender. Y eso es un patrimonio del que muy pocos discos pueden presumir. Por Vidal Romero

Extraído del disco de Zeitkratzer & Lou Reed “Metal machine music: Live at the Berlin Opera House” (2007)

Bye

Goodnight, Lou Reed

Redacción

El equipo de redacción de Blisstopic. Somos gente mala y peligrosa, pero queremos un mundo mejor, una blisstopía.

 

blisstopic@blisstopic.com